domingo, 23 de noviembre de 2008

So you want to be a Roc 'N' Roll star (wife)

Hace unos meses llegaron a las librerías cuantos ejemplares de Wonderful Tonight: George Harrisopn, Eric Clapton, and Me (Harmony Books, Nueva Cork, 2007), la autobiografía de Pattie Boyd (escrita por Penny Júnior), la primera esposa de George Harrison, y quien protagonizó el triángulo más célebre del rock, cuando provocó que Eric Clapton, el mejor amigo de Harrison, se enamorara de ella y además lo dijo sin tapujos, en una de las mejores canciones (“Layla”), y luego se sumió durante años en la adicción por la heroína.
Pero no hay que anticiparse; los fanáticos de Beatles, aun los menos interesados en escarbar detalles íntimos de Pattie Boyd, la recuerdan como una de las peinadoras que tienen a su alcance al grupo, en algunas de las escenas de A Hard Day’s Night; se supieron los detalles del matrimonio tras dos años de vivir en pecado (asunto que la oficina de los Beatles ocultó, aunque nunca intentó corregir fechas). De allí en adelante era frecuente verla junto a su marido en la India, en meditación, en fiestas glamorosas, hasta que fue allanada su casa por un policía, el detective Pilcher, que se dedicó a perseguirlos (choteado para siempre por Lennon en “I am the Walrus”: “semolina pilchard”), y después el divorcio.
Hace unos años, a Peter Brown, uno de los roadies de Beatles, poseedor de varios secretos del conjunto y de la organización, fue expulsado para siempre de la comunidad por revelar que en una cena en casa de los Starkey, luego de cantar varias canciones que nadie conocía, George soltó un sorpresivo “siempre he estado enamorado de Maureen” (la señora Starkey), lo que hizo que la aludida dijera que no había hecho nada merecer eso; que el señor Starkey, ofendido, expresara su asombro de que quien consideraba uno de sus mejores amigos saliera con esa puntada; la más ofendida fue Pattie, quien corrió a refugiarse a casa de Paula –la más bonita de las tres hermanas Boyd, dicen—, que casualmente vivía con Eric Clapton.
Ese secreto, divulgado en The Love You Make, An Insider’s Story of the Beatles en 1983, ya no se pudo seguir ocultando; quién lo dijera, que de quienes menos se pensaba (eran más capaces de esas travesuras Linda Eastman –sin relación con la Kodak— y Yoko Ono), salían las chispas que hacían inútiles los esfuerzos por que volvieran a tocar juntos alguna vez los cuatro beatles.
Ahora el incidente lo relata Pattie más como víctima que como protagonista del incidente; no concuerdan las fechas que cita con las que menciona Peter Brown ni con la sucesión de los relatos, sólo que ella desmiente también el mito de los “husband in law”, pues Harrison no soportó que su mejor amigo le pedaleara la bicicleta, al grado de que prosiguieron el pleito a lo largo de varias canciones, y para que más les doliera, en discos de Ringo que alimentaba el fuego, y con Lennon de cizañoso.
En realidad, Boyd escribe un libro en el que quita veneno a la historia, o a las historias: la indiferencia de Harrison no se debe al amor por Maureen ni a la pasión que le despertaba cualquier chava ajena; los cuatro años que pasa viendo las cada vez más frecuentes infidelidades de Harrison los despacha en unas cuantas páginas, sin ahondar en los pleitos cada vez más frecuentes, y menciona de paso, sin que llamen la atención, sus propias infidelidades (con Ron Wood la más extravagante; Wood ha sabido desviar la atención de sus romances, y hasta logró que su affaire con Margaret Trudeau se lo achacaran a Mick Jagger, y él pasó inmaculado de ese episodio que tanto afectó al marido ofendido al grado de costarle el alto puesto que ocupaba en la burocracia canadiense); minimiza el arresto de que fueron objeto ella y George y alega que le plantaron la droga; es más modesta cuando oculta que en casa de Jagger un enviado de la policía le pidió a los Harrison que abandonaran la casa porque iba a ver una revisión, y lo hicieron de manera tan discreta que los anfitriones ni se enteraron que se habían ido sin despedirse.
De acuerdo con su imagen de protagonista de historias sentimentales, le quita todo lo amargo a sus historias; el divorcio de los padres (¡en los años cuarenta!), el padrastro mirón y tentón que a ella le dejó una molestia que olvidó pronto, pero que a su hermana Paula le dejó un trauma psicológico de por vida; el hambre, la privación de las cosas que le gustaban, la chamba de modelo un poco a fuerzas, el rescate de sus hermanos de las garras del padrastro; la pérdida de la virginidad producto no de una violación pero sí de un acoso y de un abuso laboral, queda como un acto molesto y doloroso, pero sin consecuencias.
¿Para qué contar entonces algo que no aporta nada a la amplísima bibliografía de los Beatles? En A Twist of Lennon, Cynthia ya contó que Lennon le pegaba; en The Lost Weekend, May Pang narra de una manera convincente la debilidad de Lennon, su sumisión a Yoko, las travesuras que hizo con Ringo, Nilsson, Jess Edd Davis, Keith Moon, y cómo le escribió a ella las canciones de Double Fantasy que Yoko le obligó a cambiar para que parecieran para ella. Esos dos libros, más lo que cuentan Albert Goldman (Lives of Lennon), Philip Norman (Shout!), Geoffreey Giuliano (Blackbird. The life and times of Paul McCartney), Roy Coleman (Lennon) habían abonado mucha chismografía sobre la vida íntima de los Beatles, que Hunter Davis suavizó, ante la queja de Lennon, quien dijo que su verdadera historia se parecía más a una película de Fellini que a ese libro caramelo (por cierto, recién actualizado).
La trampa es que el libro de Pattie no es contra Harrison: lo más que le dice es aburrido, más interesado en letanías hindúes que en satisfacerla y que en justificar su fama de ser uno de los hombres más sexys del mundo.
El verdadero propósito es hablar mal de Clapton; con él sí se ensaña; reconoce que es un gran músico, pero nada más: dice que no le levanta la mano (¡es lo único que te falta!), pero la humilla, le reclama sus gastos excesivos en cosas superficiales, casi la cacha cuando le llama a Harrison para decirle que lo extraña (antes, cuando era la señora Harrison, le mandaba recados a Clapton que firmaba como “Layla”, la muy mancornadora); Clapton es débil en cuanto ve una botella de vodka, en los ensayos bebe dos botellas de whiskey, cada vez que salen a comer se despacha dos botellas de vino (y ella otras tantas: no puede ocultar lo que han contado ya otros: que participó tanto de las borracheras de Clapton como de la mariguana, el LSD y otras drogas con Harrison), y que cuando menos dos veces estuvo a punto de morir a causa del alcohol.
Así justifica que lo haya cambiado por un empresario nueve años más joven que ella, pero al poco tiempo descubre que es tan bebedor como Clapton, aunque no tan violento; le queda tiempo para narrar sus penurias económicas, su regreso al mundo del modelaje, las fiestas con celebridades, su pasión por la fotografía.
Es una lástima, pero la autobiografía de Pattie Boyd carece del glamour que ella poseía: la belleza deslumbrante que hipnotizó a George Harrison cuando los Beatles estaban en la cúspide de su fama, que se mantenía discreta pero presente, que cantó en “All you need is love”, en “Yellow Submarine”, pero sobre todo en “Birthday”, que le escribió Paul McCartney; la mujer que inspiró “I need you”, “Something”, “Layla” –la más intensa canción de amor de los últimos 50 años—, “Wonderful Tonight”, “Old Love”, merecía otro libro, no éste que carece de pasión, que no contagia ninguna de las sensaciones que dice que vivió, que parece al margen de los dramas que la rodearon: condena a Lennon por su comportamiento con Cynthia, y eso que no cuenta lo que tramó con Alex the Magic; es inmune al arribo de Linda –sólo se queja de que no la haya invitado a la boda con Paul—, no siente celos de Olivia Trinidad Arias y se limita a decir la versión oficial de su relación con Harrison –sólo se muestra vengativa al incluir sólo una fotografía que no evidencia la belleza de la mexicana—; no le interesa la depresión de Ringo y su salvaje alcoholismo del que cada año cree salir; la muerte de Lennon no le provocó más que unas lagrimitas; la muerte de Harrison, unos cuantos recuerdos melancólicos; saltan los celos cuando se entera que Clapton tiene una hija además de Connor, y dice que llora cuando escucha “Tears on Heaven”.
Para Pattie Boyd todo es color rosado: no cuenta sus experiencias eróticas; no se trata de que narrara detalles, que comparara habilidades extramusicales de sus dos primeros maridos, pero omite hablar de la pasión que dice despertó en ellos; resulta entonces explicable que ambos le fueran infieles tantas veces, porque buscaban en otras lo que ella no les daba; es sintomático que ambos (Harrison poco antes de morir; Clapton poco después de contraer nuevo matrimonio) le dijeran que la extrañaban, pero no que la deseaban.
El libro no ofrece tampoco una prosa atractiva; ni siquiera hay audacias literarias, y se quedan fuera otras historias que parecen más interesantes: el destino de su hermana Jenny (esposa de Mick Fleetwood, el bajista de Fleetwood Mac; la que inspiró a Donovan su “Jennifer Juniper”; la que aparece con ella en una fotografía célebre en la que no se sabe quién es quién) o el de Paula, con quien es extremadamente explícita acerca de sus vicios sin recordar que Pattie fue directamente culpable de cuando menos su inicio en ellos. Las tres hermanas, musas de rocanroleros. O sea que había que ser músico para llegarles.
Los libros de Cynthia y de May Pang, con todo y que son atacados por los beatlemaniacos maniqueos, son más interesantes, tienen más sangre en las venas, que éste que es un acercamiento, lamentablemente púdico, a la intimidad no sólo de Harrison, sino también de Eric Clapton; habrá que esperar a que llegue la autobiografía de Clapton, o a que circule I, Me, Mine, de Harrison, a ver si allí hay sinceridad; porque uno no cree que la amistad haya quedado inalterada después de Layla, y que los dardos que se lanzaron en “This be called a song” y en “Bye bye love” –“the old Clap”— hayan salido sin veneno. Es increíble que Harrison no se haya enfurecido no tanto por “Layla”, sino por “Have you ever love a woman” (“But you just love that woman / so much is a shame and a sin […] Something deep inside of you / won’t let you let your best friend down”). ¿Y cómo es posible que Pattie no mencione esa canción en las más de 200 páginas de su inocua, aburrida autobiografía? ¿Nunca se dio cuenta que los vicios de Clapton se debieron más a la traición que al amor?
El más famoso triángulo del rock (bueno, los de Fleetwood Mac vivieron algo parecido), la más sórdida historia de amor entre los dos mejores amigos en el rock, es abordada por la tercera en discordia pero con tanto candor, con tanta inocencia, con una prosa de novela rosa, que no queda más que como una anécdota, despojada de su amargura, de sus consecuencias, de los rencores callados, de la felicidad interrumpida. Alguna vez sabremos algo más cercano a la verdad.

No hay comentarios: