domingo, 19 de octubre de 2008

Vargas LLosa contra Woody Allen

Hace unos días, Mario Vargas Llosa se quejó de quienes hacen arte fácil, literatura y cine para mayorías, que no representan un reto para el lector o el espectador; básicamente, todos estamos de acuerdo con él; lo raro es que se lanzó contra Woody Allen, de quien dijo que no puede compararse con David Lynch o con Orson Wells.
La comparación es tan ociosa como la que podríamos hacer entre Horacio Casarín y Héctor Espino: no hay manera; pero no por ociosa es menos tendenciosa, pues descalifica a un buen cineasta porque es divertido (con sus asegunes) y porque es popular; no son los argumentos adecuados: hace unos pocos años le preguntaron a Paul Simon si admiraba a alguien, y contestó que a Allen, aunque algo debía estar mal, porque lo admiraban muchos.
Francoise Truffaut aseguraba que todos se sienten críticos de cine, porque es muy sencillo opinar, y por lo regular sólo se basan en sus gustos; Vargas Llosa no se ha distinguido por ser crítico de cine, y hasta podemos observar que cuando se sale de los terrenos que domina (literatura, política, ética) suele opinar según sus gustos muy personales; como ejemplo, afirmó que Frida Kahlo es muy superior a Diego Rivera, pero no argumentó por qué. Y fuera de que ella está de moda y él no, es imposible darle la razón a Vargas Llosa.
La mayoría de los críticos de cine valoran bien a Woody Allen, e incluso reconocen que ahora le va mejor en Europa, porque el cine estadounidense cree que ya no jala tanta gente como para ponerlo encabezando los créditos, como sucedía con sus primeras cintas, y también señalan que cada vez es más complejo, y que sus experimentos no son atractivos para la taquilla; en Europa, por el contrario, se fascinan con lo que hace.
Comparar a Woody Allen con Vargas Llosa es como poner a competir a Joaquín Capilla con el sargento Pedraza; Allen ha escrito cuentos siguiendo la tradición estadounidense, hechos para revistas literarias y afines, ejerciendo el oficio de narrador, sin artificios ni experimentos, aunque son audaces, originales y singulares; Vargas Llosa no ha escrito (o publicado) más cuentos que los de Los jefes, que no son lo mejor de su obra; Allen no ha escrito novela, pero de hacerlo sus características no serían similares a las de Vargas Llosa, y es de temerse que no le ganarían ni el prestigio ni la popularidad que tiene el peruano, quien es conocido incluso entre los que no leen.
Vargas Llosa no puede aspirar a competir con Woody Allen como cineasta, y sería absurdo que intentara compararse con Lynch o con Welles, aunque le hubiera aspirado a ser como ellos.
Pero hay un género en que sí podemos leerlos simultáneamente, y ver sus características, sus cualidades, sus defectos, y ver si Vargas Llosa tiene razón para despotricar contra Allen y sus fanáticos: el teatro.
Vargas Llosa ha declarado que el teatro fue su primera pasión literaria; lo primero que escribió fue un drama que tiene muy escondido, lejos del lector crítico, e incluso del aficionado; pero ha publicado otros dramas que pueden leerse en Teatro. Obra reunida (Alfaguara, 2008, que comenté en este mismo lugar hace unos pocos meses). Woody Allen en cambio ha ejercido el oficio de dramaturgo con más frecuencia, oficio y placer que el peruano; están reunidas en volúmenes breves y deliciosos publicados en español en Tusquets: Sueños de un seductor, La bombilla que flota, No te bebas el agua (que han sido filmadas por otros directores, aunque en alguno actúa el propio Allen), y el nuevo Adulterios. Tres comedias en un acto, que había aparecido en la colección Marginal en 2006 y ahora reaparece en Fábula.
De las tres comedias, las dos primeras (Riverside Drive y Old Saybrook) tienen un subtema: el bloqueo del escritor –que curiosamente también aborda Vargas Llosa en La señorita de Tacna, en Kathie y el hipopótamo, en Ojos bonitos, cuadros feos, y de cierta manera en El loco de los balcones—; las tres hablan de engaños, infidelidades, pasiones sexuales, la sexualidad femenina, que también son los temas de las cinco obras que conforman Teatro. Obra reunida, y no de manera tangencial.
Todos los temas que toca Allen en estas comedias han aparecido en alguna de sus películas; Vargas Llosa también los ha tocado, a veces ampliamente, en sus novelas, aunque no sean los temas centrales (pero sí importantes: el sexo y sus perversiones es uno de los factores determinantes en Conversación en la Catedral, y tiene tres novelas, Elogio de la madrastra, Los cuadernos de don Rigoberto y Las travesuras de la niña mala, que serían francamente pornográficas si no fuera por su pluma recatada).
La diferencia es que Woody Allen hace divertidas las tragedias, sean grandes o pequeñas: el marido sorprendido en flagrancia; la mujer que cae en la trampa de su rival para que confiese el amorío con el esposo; un intruso que desata el caos; las perversiones que, descontextualizadas, son o parecen ridículas; en la vida real nadie podría reírse de esto, ni del sorprendido tratando de justificarse o de negar las evidencias. Pero en los textos de Woody Allen provocan risa, no rubor ni pena ajena ni compasión por los protagonistas; en el teatro de Vargas Llosa, en cambio, los personajes sí provocan esa compasión, se les puede ver como ajenos, se les puede juzgar, e incluso culpar por la lascivia, por la incontinencia, por lo involuntario de sus acciones, aunque hay que reconocer que estas conductas son más naturales en sus personajes femeninos que en los masculinos, que parecen torvos (a don Rigoberto, o incluso a Santiago Zavala en Kathie..., uno puede imaginárselo con la mirada de Guillermo Álvarez Bianchi admirando las caderas de Lilia Prado, o con la de José María Linares Rivas admirando el trasero de Gloria Marín subiendo al trapecio).
Ni la brevedad ni la agilidad de los textos de Woody Allen son defectos; que uno se ría imaginando a sus personajes en situaciones extremas de infidelidad, no lo hacen un autor ni un cineasta ligero, fácilmente digerible; por el contrario, cada vez es más complejo y más inteligente en sus obras. Los tres dramas o comedias de Adulterios lo demuestran, no hay simpleza en ellos, y sus situaciones parecen irresolubles. Excelentemente escritos (aunque la traducción de Silvia Barbero no esté a la altura, por lo pudibunda y por su incapacidad de hacerla universal y no extremadamente local), son disfrutables en todos los aspectos. Su publicación desmiente la opinión de Vargas Llosa (aunque de seguro a Allen no le perturba, antes al contrario, si se entera hará algún comentario inteligente y contundente al respecto).
Y como teatro, son más auténticas que las de Vargas Llosa, cuya incursión al teatro es por cuimplir una vocación que se la da mucho mejor en la novela.

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