domingo, 26 de octubre de 2008

Mirada femenina y errores históricos

La tentación de narrar y describir la sensibilidad femenina, desde la perspectiva masculina, representa un reto muy difícil de superar, aun en los autores más audaces; es el desafío que enfrentó Enrique Rentería en su reciente En los ojos de los gatos, y es de lamentar que fallara, porque su propuesta era muy atractiva: ver la vida a través de la óptica de tía, sobrina, e hija y nieta de ésta: cuatro visiones distintas pero complementarias, con el añadido de un personaje masculino pero sensible, desprovisto de una conducta sexista, comprensivo, pero que sólo sirve para compensar la torpeza, la indecisión y las equivocaciones de ellas.
Rentería no logra asir ni la estructura ni las anécdotas, que no argumentos, de la novela, y entonces recomienza varias veces las historias, parece haberlas concluido con cierta ambigüedad y regresa a ellas para atar cabos, con lo que rompe los posibles misterios, y enreda la lectura.
En primer lugar, no se atreve a romper con los lugares comunes, y sitúa a sus protagonistas en momentos clave de la historia reciente mexicana, o mejor dicho capitalina: el movimiento estudiantil de 1968, y los días de inseguridad que le siguieron al 2 de octubre; los sismos de 1985, y la inseguridad actual; tres momentos decisivos en la vida de las protagonistas.
No es original abordar la vida de una ciudad a través de varias generaciones de una misma familia; lo ha hecho recientemente Álvaro Uribe, con gran eficacia, con El taller del tiempo, pero no hay que olvidar algunas obras maestras de la literatura contemporánea: Los Buddenbrooks, de Thomas Mann, y Al este del Edén, de John Steinbeck. Rentería, en todo caso, aportaría una visión diferente porque mezclaría la visión de la mujer contemporánea, con los aparentes cambios que dan una mayor libertad, también aparente, y una actitud política distinta. Pero los personajes de En los ojos de los gatos no son tan audaces, y todos sus actos son involuntarios: no asumen su sexualidad sino como consecuencia de la casualidad, siguen cayendo en las trampas de los hombres, no tienen suerte en el amor y se embarazan como consecuencia de borracheras, reventones, y de hombres que detestan; su pensamiento político es nulo o cuando mucho superficial, y nunca sacan conclusiones; es más, ni siquiera sacan provecho de sus experiencias.
La buena pluma de Rentería no es suficiente para rescatar a tres personajes que merecían un mejor destino, no penetra en la mente erótica de ninguna de las cuatro, y cuando alguna protagonista rompe los esquemas y se atreve a desafiar, así sea fugazmente, el panorama de un comportamiento “decente”, lo hace de manera grotesca y como consecuencia de algún elemento externo (alcohol, drogas suaves, excitación por el baile).
Además, una serie de inexactitudes quitan verosimilitud a la novela: Rentería afirma que en 1968 circulaban tranvías por el Paseo de la Reforma, lo que es falso (confunde Reforma con la Calzada de Tlalpan, con Revolución, con la Calzada de Guadalupe, con un tramo de Insurgentes); afirma que “adolescencia” viene de “adolecer”, de carencia; cuando un personaje encuentra un disco con portada en forma de cubo, afirma que se trata de The Corner of the High Heel Boys; seguramente se trata de Low Spark of the High Heel Boys, de Traffic; dice que una de las protagonistas es bebé de los sismos pero que no fue invitada al décimo aniversario del suceso, con el presidente Salinas, y sucede que en el décimo aniversario, en 1995, el presidente era Ernesto Zedillo; afirma también que en el sismo de 1957 el Ángel de la Independencia fue decapitado y la cabeza fue la que cayó: toda la escultura cayó, y en la caída se desprendió la cabeza; afirma que la cabeza era dorada: fue dorada después, cuando se rehizo; afirma que el gobierno dijo que el Ejército “no había estado allí [en Tlatelolco] ni había disparado”: doble disparate, porque si no había estado allí no podría haber disparado, pero lo que afirmó es que había disparado pero sólo en defensa de disparos desde los edificios; sólo hay que recordar que se reportaron varios soldados heridos, uno de ellos, Hernández Toledo, de alto grado militar.
Dice que Jimmy Page fue invitado en “You Really got me”, de Kinks; no tocó como invitado, sino en una de sus muchas intervenciones como músico de estudio, término aplicado en la industria disquera a quienes participan para reforzar [una de las más célebres intervenciones de Page fue nada menos que con Herman Hermits, totalmente alejados de la música de Led Zeppelín]; afirma que en 1970 una de las series televisivas era La mujer maravilla, que es de finales de esa década, no de principios; afirma que en la Librería del Sótano [no El Sótano, que es el nombre actual] los empleados salían a las 11 de la noche: no, cerraban a medianoche; que Artemisa era la cajera del turno nocturno: en esa época era Irma, de rasgos orientales; que había 12 escalones, lo que es una exageración matemática; dice que en 1970 uno de los libros más robados era El libro de Manuel, de Julio Cortázar, que apareció en 1973; que ése, más Farabeuf [de 1965] y El Aleph [1971 en la edición de Alianza Editorial] estaban en la mesa de novedades; que las empleadas usaban uniformes [afortunadamente usaban minifaldas, no uniformes]; que en 1985 las putas ya estaban en Sullivan; en ese año aún estaban en Río Lerma, y el Hospital Colonia ya era del IMSS, no de Ferrocarriles; pretende que un ejemplar de Historia de cronopios y de famas tuviera la portada de Bestiario, ambos de Cortázar, pero de muy diferente grosor, con lo que el lomo quedaría demasiado grande, sobre todo por la edición de Cronopios que circulaba entonces, de Ediapsa; afirma que Fauna es esposa de Fauno [es hermana]; se habla de tianguis y puestos de fayuca en San Cosme en los ochenta, mucho antes de la invasión de ambos.
Lo más grave es que afirma que una de las protagonistas se suicida ahorcándose y simultáneamente cortándose las venas, lo que parece imposible, además de innecesario.
Es cierto que la novela es ficción, pero debe ser verosímil; también es cierto que el escritor tiene derecho a crear un mundo totalmente nuevo, y en ese sentido puede haber tranvías en Reforma, pero entonces deberían tener una utilidad en el libro, pero sólo se mencionan una vez.
Hay otros detalles: en apariencia, la edición, elegante y formal como casi todas las de Tusquets, sólo contiene una errata (una combinación de singular con plural, nada grave), pero hay algunos detalles que resaltan: un personaje se sienta en la mesa (error compartido con uno que otro académico); el nombre del conjunto Lovin’ Spoonful lo escriben con minúscula; un personaje hace señas mudas (todas las señas son mudas); unos personajes acceden, pero no es que acepten, sino que ingresan (errata muy reciente, no frecuente en la época de la novela); hay uso inadecuado de “le” y “les”, pues se refiere al verbo y Rentería lo usa para el sujeto; la cinta de Miguel M. Delgado [a quien no se le da crédito] es La venganza de La Llorona, no El Santo y Mantequilla Nápoles en la venganza de la Llorona.
También llama la atención la escasa descripción de las protagonistas, pero en la insistencia de que los hombres que aparecen, así sea de manera tan fugaz que se les califica de invisibles, son guapos o cuando menos atractivos, hasta el dueño de la Librería Madero, que no debe ser el mismo que el actual porque el que aparece en la novela no cuenta ningún chiste.
Esta novela pudo ser mucho más intensa, mucho más representativa del alma femenina; si lo fuera, los errores, las inexactitudes y las ambivalencias serían lo de menos.

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