Al hablar del Tío
Pepe omití algunos detalles importantes: los tres meseros eran amables, no
interrumpían las pláticas, sabían desde la tercera visita de los asistentes cuáles
eran sus bebidas favoritas (Marco Antonio Pulido primero un tequila y después
Coronas; Juan José Utrilla tequila, Coronas y a veces algún ron; Salvador, Coronas;
Miguel Capistrán, sus infaltables Camparis, nunca más de cinco; la única vez
que lo cambió por vino lo pagamos caro todos; Víctor Kuri, Coronas; Víctor Díaz
Arciniega cambiaba de cerveza dependiendo del clima; yo primero Negra Modelo,
hasta que llevaron Pacífico, que tomé siempre en micheladas –¿así que yo soy el
responsable?, preguntó Utrilla la primera vez que pidió una michelada–; Diego, Corona –una por sesión). Pero había
otros elementos: el dueño estaba, casi siempre, en el rincón de la cantina, con
dominó ruidoso pero divertido; se acercaba a saludar, pero nunca importunaba ni
llamaba la atención a los meseros, quienes siempre estaban al pendiente e
incluso conocían nuestro ritmo, ni presionaban; uno de los meseros, que ya se
sabía nuestro ritmo, nos tenía reservadas dos mesas al centro, para ver quiénes
entraban, porque muchos que fueron por primera vez la confundían con El
Quijote; cuando entró la nazi ley que impide fumar en público, nos reservaron
mesas al fondo; todos los viernes, alrededor de las cinco en punto de la tarde,
nos esperaba en la entrada, e iba por la bebida preferida de quienes
llegábamos, en el orden que llegábamos. Nunca nos transó con la cuenta, aunque
una vez alguno de los de la caja quiso hackearse una tarjeta de crédito, pero
el banco lo bloqueó; como no nos constaba que hubiera sido allí, no lo
denunciamos, pero comenzamos a pagar en efectivo.
Casi siempre la botana consistía
en uno, dos o tres platos de cacahuates; cuando entraba la noche llevaban
chicharrones, que tenían bastante grasa; los sábados después de la tertulia
eran incómodos porque la cerveza y el aceite no se llevan. No sé qué eran
mejores, las tortas o las quesadillas, pero en más de una ocasión guardamos
silencio varios minutos por comer para restaurar energías.
Antes de las tertulias me
reunía con Marco Antonio Pulido y con Juan José Utrilla en El Grano de Oro, en
la Narvarte, a una cuadrota de la Comercial de Pilares; al principio, por
comodidad, pedíamos un kilo de carnitas para los tres; después, por más
comodidad, una orden (poco más de un cuarto de kilo) para cada uno; allí
tomábamos dos cervezas, y nos trasladábamos al Sanborns de División del Norte,
por el pasaje del Metro, sin tener que cruzar División; allí seguíamos con
cervezas, hasta que el cantante interrumpía, a las siete en punto, destrozando
las canciones de Álvaro Carrillo; a veces aguantábamos, y a veces las
aguantábamos cambiando la tercera cerveza por una cuba libre (que ya no se
llaman así) hasta que descubrí que cuando me daba el aire era como si tomara
cuatro o cinco veces más. En un par de ocasiones se nos unió Gerardo de la
Torre, para hablar de beisbol y, con Utrilla, de sus experiencias en el
Hipódromo, que para ser justos, eran las anécdotas preferidas por todos los
asistentes de las diversas tertulias, y lamentamos que Juan José las guarde
celosamente.
Por motivos de trabajo y con el
pretexto de ajustar cuentas, mis comidas de trabajo con Ramón Córdoba eran en
El Grano de Oro; allí le conté la anécdota de la secretaria que le hizo una pregunta
no capciosa, inocente, a Arturo Serrano acerca de Robinson Crusoe, y que Ramón utilizó en su novela; en El Grano de
Oro se la revertí; hace unos meses quedamos de vernos allí, para hablar de los
libros de Carlos Fuentes, y encontramos que estaba cerrado, sin letrero que
hablara de remodelación, cambio de sede, ni nada. En el otro Grano de Oro
pregunté por el destino de la original y sólo me enteré de que el dueño, casi
sin advertir, decidió cerrar, sin dar oportunidad a los empleados a que la
compraran y la continuaran. Ese local es famoso entre los fanáticos del cine
mexicano, que lo usó como una de las taquerías de Tacos al carbón, una de las
más divertidas cintas de la tercera época de Alejandro Galindo, en donde
Vicente Fernández tiene una amante en cada taquería; en ella Victorino es uno
de los meseros. Al cerrar de esa manera se perdió uno de los lugares donde
podían comerse carnitas sin necesidad de aplicarse la vacuna triple. Y al
parecer, El Tío Pepe cerró también de manera imprevista.
Un amigo enfermó
de resfriado, y sus diligentes trabajadoras le aplicaron cuanta medicina
tuvieron en mente; cuando lo supe insinué que dejaran de ver Dr. House, que
va de uno a otro remedio, hasta los caseros, para salvar a los pacientes; pero
no se toma en cuenta que en la trama pasan varios días y pueden ensayarse muchos
tratamientos, incluidas las oraciones religiosas; pero en un solo día intoxican
al más resistente de los enfermos. La desaparición de una niña en su propio
hogar indignó a los cotidianos de las redes sociales, que exclamaban que los
buenos detectives solucionaban casos más complicados en una hora. La televisión
deforma hábitos, ritmo de vida, costumbres, a tal grado que las familias
latinoamericanas consideran un lujo tener seis libros no escolares en sus
casas; no sabemos leer, y nos asombramos de algunos giros; lo más extraño es
que los mismos estadounidenses, que cuando menos cuidan el lenguaje y las
formas, acaban de estrenar dos series televisivas: The Killing y The Following.
¿Cómo lo traducen? Son gerundios, y los gerundios, al menos en español, deben
ir acompañados de verbo: “está lloviendo”; el verbo puede estar implícito;
algunos escritores, quien sabe por qué en especial los colonialistas, gustaban
de empezar frases con gerundios: “En comenzando el día”; o los lúdicos: "Desnudando
a la doncella”. Pero al agregar el artículo, ¿qué hacemos?: ¿Los
asesinandos?, ¿Los siguiendos?
A mediados de
1962 Adolfo Bioy Casares decía que el futbol había desvirtuado uno de los
principales objetivos del deporte, que es el de enseñar a la gente a saber
perder; en el beisbol el equipo que más juegos ha ganado en una temporada, los
Indios de Cleveland (111 en 154 partidos) tuvieron un porcentaje de .721 en
triunfos y derrotas, es decir, 28 por ciento de derrotas. Cuando no se sabe
perder no se sabe ganar; pero ya no es privativo del futbol soccer, que por
algo se llama soccer; para ganar, los ciclistas toman esteroides; para ganar,
los integrantes del futbol (americano) toman esteroides; para ganar (dinero),
los beisbolistas toman esteroides. Algunos cínicos los justifican: lo hacen para
estar en mejor forma; no consideran que lo hacen sacando ventaja a sus
competidores; es como ligarse a una mujer haciendo chismes del pretendiente que
desconoce que se ven a escondidas. Tiene razón Jack Clark: qué asco McGwire,
qué asco Sosa, qué asco Palmeiro, qué asco Clemens, qué asco Álex Rodríguez;
afirma que Alberto Pujols tiene números similares a los de Stan Musial con
ayuda de esteroides; sólo que por decirlo ya lo corrieron de la chamba.
*No es necesario
acudir a todos los antecedentes, porque ellos lo contaron con prodigalidad:
Chuck Berry, Gene Vincent, Elvis Presley, Bill Halley, Fats Domino, Little
Richard, Carl Perkins y hasta Peggy Lee. Tal vez, Buddy Holly el principal,
porque de él tomaron nombre, actitud y deseos de experimentar.
Aunque cuando aparecieron los
tres discos dobles de Anthology
escuchamos las versiones que no llegaron a los acetatos, y hay muestras de lo
que hicieron cuando adolescentes-niños, el primer trabajo discográfico de
Beatles fue su colaboración con Tony Sheridan en Hamburgo, dirigidos y
producidos por un músico muy profesional, Bert Kaempfer, aquel que sonó mucho
en los años sesenta con “Ritmo africano”, “Rosas rojas para una dama triste”,
“Ojos españoles”. Sheridan, británico, tenía mucho éxito en los clubes
hamburgueses, que fue cuna de gran parte de la música de esos años. Kaempfer
quiso aprovechar ese éxito, y pensó que los Beatles eran el conjunto de
Sheridan, porque así se acostumbraba: un cantante con un conjunto de respaldo
(Gerry & the Peacemaker, Freddy & the Dreamers, Gene Vincent & the
Blue Caps, Buddy Holly & the Crikets). Ésa fue una de las audacias de
Beatles: eran un conjunto que se alternaban cantando, y en que todos tocaban
para todos.
Esa colaboración resultó
brillante y decisiva: Kaempfer firmó al conjunto por tres años, y grabaron Tony Sheridan with the Beatles, aunque
cuando ellos fueron muy populares cambiaron el nombre por The Early Tapes of The Beatles, The Beatles with Tony Sheridan, Tony
Sheridan and the Beat Brothers (no se sabe quiénes eran los integrantes de este conjunto). Circuló como LP desde que se hicieron populares en
Estados Unidos, aunque hasta 1984 apareció el compacto, que no mejora la
calidad del sonido del acetato; también circuló en México un EP con “My
Bonnie”, “Why”, “Cry for a Shadow” y “The Saint”, aunque hubo otra versión que
en vez de “Why” incluía “Sweet Georgia Brown”, y otra en que incluía “Ain’t
she’s sweet?”, que fue la primera canción comercial en que canta John Lennon.
El disco muestra algunas de sus
cualidades, pero no todas: por lo regular el acompañamiento que le hacen a
Sheridan es más que correcto, a ratos excelente: una magnífica guitarra rítmica
de Lennon, aunque a veces pierde el paso, y a veces entabla un diálogo muy
entusiasta con Harrison; por su parte, éste comienza por establecer su estilo:
su guitarra solista se destaca por las notas agudas, con las cuerdas más altas,
muy limpia y bien fraseada, excepto en “My Bonnie”, donde toca con las cuerdas
bajas. Sobre todo, se muestra muy disciplinado: sólo en algunas partes de algunas piezas se desata y
como que improvisa; “Cry for a Shadow” , que es instrumental, le permite lucirse;
por lo general toca en los puentes algunas partes no muy sobresalientes en
cuanto a improvisación, pues siguen el estilo de Elvis Presley, de quien
Sheridan sigue el ejemplo: cambios de tono de bajo a barítono (“Nobody’s
Child”); en algunas piezas Harrison puntea el final de cada verso (“Let´s
Dance”, “Why”); en algún puente (“Sweet Georgia Brown”) toca alternando frases
con Lennon, quien suele rematar las piezas con un rasgueo, como si fuera su
firma.
Quien se ve más aventajado es
Paul McCartney, que se sale de la función tradicional del bajo en el rock por esa época, y
retoma el que juega en el jazz: improvisa, más que marcar el ritmo (la base
rítmica: en el rock, se le llama “guitar bass”) traza una melodía alterna con
dos o tres notas por verso, y da el paso a la guitarra solista. Por su parte,
Pete Best cumple de manera más que adecuada con la batería, y se limita a
establecer el ritmo de la pieza; a ratos, como en “Cry for a Shadow” toca algún
redoble, pero de inmediato se disciplina.
Lo más sobresaliente del
conjunto en este disco es su labor en los coros; en muchas de las piezas de
todos sus discos posteriores cantan segunda o tercera voz, a veces las voces
secundarias contestan un verso del solista, a veces lo contradicen (ya lo
iremos oyendo), pero la mayoría de las veces los coros lo forman sin palabras,
como en casi todo este disco, en que sólo cantan con palabras en “My Bonnie”,
completando los versos de Sheridan.
Como dato curioso, “Sweet
Georgia Brown” fue grabada meses después que las otras piezas; casi todo el
disco se grabó entre el 21 y el 23 de junio de 1961, excepto ésta, en
diciembre, cuando los Beatles estaban por recuperar el contrato que los
obligaba a tocar a la sombra de Tony Sheridan (éste nunca quedó resentido; hay
testimonios de que se parrandeó varas veces con ellos y tuvo amistad cercana
con los cuatro, pero la historia lo opacó). Curiosamente, con las mismas
pistas, Sheridan regrabó la pieza, por su cuenta, y modificó uno de los
cuartetos para sustituirlo por uno que hace alusión al cabello largo del
cuarteto, y al club que ya habían formado sus admiradoras en Liverpool. Esta
regrabación es la que se encuentra en los discos que circulan, incluida la versión
de lujo aparecida hace poco más de un año. La versión original sin la mención a
las greñas sólo se incluyó en los EP alemanes; cuando llegó a México ya estaba
la pieza sustituta.
Regreso a los coros: pocos
conjuntos han cantado mejor las segunda y tercera voces que los Beatles, sobre
todo en el rock; si hubiera un equivalente mexicano, podría mencionarse a Pedro
Vargas, quien le hizo segunda hasta a Agustín Lara, que no tenía voz; y en el
rock, lo más próximo es Paul Simon, quien no tenía mejor voz que Art Garfunkel,
pero sí lo suficiente como para acometer la primera en alguna de las mejores
canciones del dueto.
Los coros que le hacen los
Beatles a Sheridan son excelentes, vigorosos, suenan irónicos, y los acompañan
con aplausos, que después usaron sobre todo en sus primeros discos, y que le
dieron gran dinamismo a sus canciones más vitales. En “Cry for a Shadow” gritan
de entusiasmo, pero se oyen muy lejanos. Esos gritos los usaron también en
otras piezas posteriores, como “Yellow Submarine”.
Dieron un paso
atrás con la sesión para Decca; en los años ochenta la disquera dejó que
aparecieran discos pirata con esa sesión, que no es mala, pero, como se sabe,
Decca prefirió contratar a otro conjunto, Brian Poole & The Tremeloes, en
vez de a los Beatles; entonces no había tantos lugares para los
rocanroleros. Esos discos pirata los controlaba la disquera, si no, cómo se
explica uno que no incluyeran en esos acetatos (y después en los muchos discos
compactos) tres canciones de la autoría de McCartney-Lennon, como firmaban al
principio: “Loved of the Love”, “Like Dreamers” Do” y “Hello Litlle Girl”. Del
disco y de esas tres piezas hablaremos en la siguiente. Sólo hay que agregar
que dos de las piezas fueron retomadas por alguno de ellos después: “Nobody’s
Child” lo grabó Harrison con los Travellin’ Willbury en un disco con ese
nombre, y “Ya Ya” lo grabó Lennon, con el seudónimo de Dad, en Walls and Bridges.
(Respuesta de
Salvador Mendiola):
** En uno de estos constantes eventos públicos que se
realizan en esta ciudad, donde igual se idolatra como religión que se estudia
con rigor académico la obra y vida de los Beatles, Enrique Rojas, el creador e
impulsor del programa de radio La Hora de los Beatles en Radio Éxitos AM,
primero, y luego en Radio Universal FM, me informó, para mi sorpresa, que,
fuera de Inglaterra y los EUA, México es el país donde más información se
produce a diario sobre los cuatro Fabs de Liverpool y el único donde diario se
transmiten programas de radio sobre ellos y sus discos. Eso me agrada lo mismo
que me llama la atención, porque cuando empecé a seguirlos y admirarlos, hace
medio siglo, hubo un momento donde imaginé y deseé que fueran inmortales y que
su fama no dejara de crecer año con año, hasta que los volviéramos muy nuestros
y muy mexicanos. Y así ya fue. Hoy entiendo que los Beatles envuelven mi vida
por completo y forman una parte fundamental de la historia de la segunda mitad
del siglo XX, con todo y que creo haberme alejado del fanatismo y la devoción
con que se les recuerda, por eso me da un gran gusto beatlemaniaco ingresar de
esta forma en tu información sobre sus discos, Eduardo Mejía.
De ese LP, titulado My
Bonnie, que en realidad son muchos sencillos que grabaron con Tony Sheridan
y con la producción de Bert Kaempfer, lo primero que escucho como algo notable
es la ausencia de George Martin, el artista que les encontró el tono y sentido
mágico, el técnico que fue capaz de darles el sonido y la forma con que ahora
más les recordamos. Se nota, entonces, la intención de producir varios
sencillos con su lado A, no hay ninguna intención clara de construir un LP.
Escucho esas doce canciones base como grabadas al alto vacío, sin el cuerpo
real de los Beatles, algo que resultó más vacío en el fallido intento de grabar
para Decca. También siento que Kaempfer y ellos quisieron trabajar como si
fueran The Shadows de Cliff Richards, de allí la presencia de la rola
instrumental y guitarrera: “Cry for a shadow”, donde el mismo título revela esa
intención. Otra cosa que me llama la atención es la forma como no tocan igual
que el grupo que acompañó al primer Elvis Presley, aunque Tony Sheridan lo
quiera imitar mucho, ellos intentan marcar su diferencia, la diferencia de
Hamburgo, algo que Kaempfer sí les sabe aprovechar y por eso resultan
perdurables la mayoría de esas grabaciones, lograron hacer que no fueran copias
ni covers simples, trataron de hacer presente su propio estilo. Aunque entonces
es evidente que les falta el grado de rebeldes sin causa que lograban en sus
presentaciones en vivo. Imposible agregar más que no sea copia de lo que tú ya
sabiamente escribiste.
En las primeras influencias creo
que hay que considerar las de Gene Vincent y Eddie Cochran; ambos estuvieron un
rato en Inglaterra durante los cincuentas y afectaron mucho a lo que vendría a
ser en los sesentas el rock inglés, sobre todo porque llevaron la idea de las
improvisaciones y de la seria recuperación del blues, algo que afectó en
diagonal a los Beatles, por lo de su estancia en Hamburgo. Pero cuando regresaron
a Liverpool ésa era la tendencia de sus camaradas y competidores.
1 comentario:
Vamos juntos, mi cuate, colega y gurú beatlemaniaco. Un abrazote.
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