jueves, 21 de marzo de 2013

Sigamos hablando de música, de mujeres de Donen y de las de Thuerber

Una de las características más graves de mi generación es que no se ha dado cuenta de nuestro envejecimiento, pero El Fonógrafo nos lo hace ver de una manera cruel, despiadada, al programar como la música ligada a nuestro recuerdo las canciones que en la niñez o la adolescencia nos servían como bandera contra los vetarros que la calificaban como música infernal, pues para nosotros era un dulce canto que nos hacía soñar. Todavía hace pocos años lo que programaban eran las canciones de los tríos o los solistas que, con mucha malicia, caricaturizaba Luis de Alba como Juan Penas; es cierto, si eran canciones de nuestra niñez y primera adolescencia, ya tienen más de 50 años, pero es antinatural que las transmitan junto a las de Los Cuates Castilla, María Elena Sandoval, David Lamas, Pedro Vargas, Manolita Saval, Eva Garza (los tríos fueron antes que los rocanroleros, pero no mucho: Los Tecolines y Los Tres Reyes se fundaron a mediados de los cincuenta y su época de mayor popularidad fue en los sesenta, casi al mismo tiempo que Los Rebeldes del Rock, Los Teen Tops, Los Locos del Ritmo, Los Crazy Boys, y duraron más que ellos. Oír “no es necesario que cuando tú pases me digas adiós” junto a “Yo no soy un rebelde sin causa ni tampoco un desenfrenado” es juntar dos mundos que nada tienen en común. A ratos, El Fonógrafo transmite las mismas canciones durante toda la semana, y casi en el mismo orden; varía un poco en programas de complacencia, pero en ésos molesta escuchar a los locutores coquetear con las radioescuchas, y es incómodo cuando la gente confiesa que piden una canción específica para recordar a su difunto esposo o a su muy querida esposa que ya no está en este mundo. Entonces cambio a Radio Universal; no hay muchas opciones para escuchar rock en la radio mexicana; desaparecida Rock 101, uno debe resignarse a unas cuantas estaciones blandengues, sin estructura. Radio Universal sí tiene una línea, una programación específica, aunque limitada a lo que ellos llaman clásicos, a un programa de rock de los ochenta, y dos horas diarias que ellos afirman dedicadas a los Beatles. En El Fonógrafo y en Radio Universal transmiten a diario dos mujeres; por el tipo de comentarios, por los chistes, por la voz, uno creería que es la misma, pero como sus programas son simultáneos, lo más probable es que sean dos diferentes; en ambas estaciones ellas aportan frescura y candidez, pero no experiencia ni muchos conocimientos. Radio Universal también tienen el descaro de programar a diario las mismas canciones y en el mismo orden; peor, parece que tienen una sola pieza de Rod Stewart, de Electric Light Orchestra, Roy Orbison, Heart (con la desventaja de que no pueden poner fotografías de las hermanas Wilson), Cat Stevens, y de casi todos los cantantes que tienen en su discoteca; varía un poco cuando hacen su concurso face to face, pero sólo un poco. La transmisión de las piezas es de buena calidad, se distinguen los instrumentos, y se escuchan con claridad los solos; lo malo es que ponen muy pocas piezas que lo valen: el solo de Eddie van Halen en “Beat it”, de Michael Jackson, pero muy pocas veces a Clapton, como solista o con alguno de los conjuntos en los que militó (Yardbirs, Blues Breaker, Cream, Blind Faith, Powerhouse, Derek and the Dominos, mucho menos Rooster o Palpitations), rara vez a Jimi Hendrix, no se escucha a Led Zepelin, y rara vez a Traffic. La programación no tiene una lógica, no hay secuencia de tiempos, de géneros, similitud de cantantes o de conjuntos o de compositores, no hay orden, excepto en la hora de los Beatles, pero tampoco mucha; los Beatles editaron trece discos, más algunas recopilaciones oficiales; difiere la discografía inglesa (y australiana, de mejor sonido) de la estadounidense, y hay algunos discos en vivo (de calidad menor, por el sonido) y algunas antologías, más lanzamientos de versiones desconocidas en seis discos que oficializaron los discos pirata, y otro de intervenciones radiofónicas; con mucho menos discos que los Kinks, el programa lleva más de 20 años transmitiéndose; ¿cómo le hacen? A partir de Help!, los discos de los Beatles tienen una estructura y una trama, aunque no sean como Tommy, Quadrophenia, Evita, Schoolboys in Disgrace, Arthur or the Decline and Fall of the Brtitish Empire o Part I Lola Versus and the Moneygoround, pero la secuencia de las canciones tiene una lógica que, al programarlas en un orden diferente, se distorsiona su intención y su estructura; a veces hacen una programación temática, pero no es lo mismo "She Loves You" que "All You Need is Love" (la primera no es inocente, pero mucho menos comprometida que la segunda); además, no transmiten sólo canciones de Beatles, sino de ellos como solistas, sin tomar en cuenta que aunque sean las mismas personas, no son los mismos artistas; en los discos de Lennon, excepto una que otra broma, su música es completamente distinta, tiene otra intención, otra estructura, otros motivos, otro origen; su segundo disco con la Plastic Onno Band es contra sus discos en Beatles, reniega de ellos; el tercero, Imagine, tiene una pieza violentísima contra Paul McCartney, su compañero y coautor de un puñado de piezas, aunque firmaron juntos todas las que hicieron uno u otro. Es cierto que McCartney nunca superó el síndrome de separación y engaña a sus forofos tocando canciones de Beatles más de la mitad de sus conciertos; es cierto que Ringo revive alguna de sus pocos éxitos con Beatles, pero también que ha hecho una carrera sólida (sólo eso) como solista, y que lo más que se acercó Harrison como solista fue como homenaje a cuando fue beatle, por lo que no es justificado que lo sigan encasillando. Lennon sobrevivió diez años al rompimiento del conjunto, pero Harrison poco más de 30 años, y McCartney y Starkey, 44 años, en los que no han interrumpido más que brevemente sus carreras, y Radio Universal sigue tratándolos como si el grupo aún existiera. La estación acusa una ignorancia brutal del inglés, idioma predominante en el rock (con escasísimas excepciones); entonces traducen de una manera muy divertida los títulos de las canciones: ya señalé que “Every day with you, girl” la traducen como “Todo el día con tu chica”, pero hay más ejemplos: “Love hurts”, el amor hiere, la traducen como “Herida de amor”; “Every Little Thing”, como “cada pequeña cosa” en vez de “Cada monada tuya”; pacatos, a “Happy Together”, “Come Together” y “All Together Now” le quitan la referencia al orgasmo simultáneo y las dejan como “Juntos y felices”, “Vengan juntos” y “Todos juntos ya”. Si eso, que es fácil, lo traducen mal, ¿cómo podrían explicar el rock, así sea el ingenuo y sencillo de los cincuenta a los ochenta? No hacen referencia a las muy notorias influencias de Beethoven (en por lo menos dos canciones), Tchaikovsky, Schumman, Mahler, en Beatles; José Agustín recalcó la influencia de Varèse en Frank Zappa, y se repite casi sin pensarla, pero no advierten la influencia decisiva de Ravel y Debussy, cuando menos, en el mismo Zappa y, por lo tanto, en Beach Boys; cuando llegan a tocar algo de Steve Winwood ni se les ocurre hablar de la estructura de sus canciones, tomada con mucha sensibilidad de varias piezas de Mozart. ¿Se trata de ignorancia? Sin dudamente, como dice Niní Marshall: no pueden explicar la diferencia entre John Entwishtle, Paul McCartney, John Paul Jones como bajistas, o Keith Moon, John Densmore, Richard Starkey, Ray Cooper o Jim Capaldi como percusionistas, menos la influencia directa de la música sinfónica en los roqueros. Lo mejor de Radio Universal no es su programación musical, sino las cuestiones extra: los concursos en donde los participantes no pueden pronunciar “sí” o “no” en un lapso de 30 segundos, lo que habla de la escasez de vocabulario y de capacidad para improvisar; como en El Fonógrafo, hay horas en las que cuentan chistes, por lo regular viejos, poco graciosos y algunos escatológicos; una sección cómica es la charla del locutor titular con un cronista deportivo que se queja de todo: el locutor completa las frases: “órale”, es su comentario recurrente. Hay más humor, aunque involuntario, en la traducción, por lo regular repetitiva, de algunas piezas. Salvo alguna estación oficial, y la presencia de Jesús Iturralde por radio digital, no hay más chances en el cuadrante para oír rock. En Malditos Yanquis (Lo que Lola quiere, como le ponen en español y como se iba a titular antes) Stanley Donen hizo un prodigio: Gwen Verdon, la protagonista femenina, llama la atención pese a que carece de atributos físicos: se ve más alta por lo delgada: sus piernas sólo se ven bellas cuando baila, con Tab Hunter y otros, “Two lost souls” (muy vestida); en el baile “Lo que Lola quiere”, aunque muestra las piernas generosamente, no se ve tan atractiva, hace demasiados gestos que la afean, y para acabarla poco después Ray Walston la ridiculiza al imitarla grotescamente; Walston, muy buen actor a veces desperdiciado (The Sting), tiene una actuación excelente en Kiss me, Stupid, de Wilder, como esposo engañado aunque logra poseer a Kim Novak. Logra buenas actuaciones dirigido por directores como Wilder (El apartamento), Frank Tashlin, y estará en la memoria como nuestro marciano favorito, y para quienes nos gusta el rock, es inolvidable como el papá de Popeye, cuando canta “It’s not Easy Being Me”, y acompaña a Paul L. Smith en otra excelente canción, ambas de Harry Nielsen, “I’m Mean”. En televisión tuvo inolvidables interpretaciones, pero excepto cuando lo dirigió Wilder, nunca estuvo mejor que en Malditos Yanquis. Dice la leyenda que el papel de Lola iba a interpretarlo Cyd Charisse; Verdon, quien lo actuó en el teatro se quedó con el personaje, aunque años después Charisse también lo hizo en teatro. De cualquier manera, hay un momento, cuando están en un teatro en homenaje a Joe Hardy (Hunter), una mujer de piernas largas y contundentes atraviesa el escenario; no vemos su rostro, pero parece un homenaje de Donen a Charisse. Poco después Verdon, ya forofa de Hunter, baila con Bob Fosse (poco después, su marido hasta que la muerte los separó) una excelente pieza, “Mambo”, donde los caderazos de Verdon justifican su fama, más que por sus buenos bailes; esos caderazos, menos estéticos, los despliega en “Lo que Lola quiere”; si eso enloquecía a los gringos, me confirma que sus bailes son más acrobáticos, más estéticos, pero menos sensuales que los del cine mexicano; hasta Elsa Aguirre movía mejor la cadera, no se diga Rosa Carmina o Lilia Prado. La trama es una variante, divertida y con un mejor final, del mito de Fausto; Donen filmó, en los años sesenta, otra versión del mito, en Un Fausto moderno, con Rachel Welch como arma del diablo. En Malditos Yanquis el diablo (que debe invertir mucho dinero para hacer una llamada de larga distancia –aunque después lo recupera– se queja de lo que gasta en disfraces, en taxis, y que el único truco que le queda es el del cigarrillo, que aparece encendido luego de que chasquea los dedos) quiere hacer creer a los Estados Unidos que los Senadores de Washington, tradicionalmente último lugar en la Liga Americana, puede ganar el campeonato; al frustrarse, miles se suicidarán (el suicidio es el único pecado que la Iglesia no perdona –excepto el del milagro de Juan Diego, je; ¿lo aprobará Paquito el Che?), como en la crisis de 1929 que, insinúa, también provocó él; creaciones suyas fueron Napoleón, Jack el Destripador, y otras tragedias. Devuelve su juventud y sus facultades a Joe Boyd, y lo convierte en la estrella del beisbol; vencen incluso a los Yanquis (vemos a Moose Skowron, a Yogi Berra y a Mickey Mantle –quien conecta el último batazo de la temporada, que atrapa con dificultades un envejecido Boyd, para dar el campeonato a su equipo), y Hardy recupera su vejez feliz, y regresa al lado de su esposa Meg, una simpática Shannon Bolin, quien sufre el abandono y el regreso de su marido, y quien lo salva de la acusación de vender juegos en la Liga Mexicana (alusión al Descalzo Joe Jackson, el mejor bateador de la historia, expulsado del beisbol acusado de vender, con otros siete, la Serie Mundial de 1919, los Medias Negras de Chicago); el apodo del Descalzo Joe se lo pone la periodista Gloria Thorpe, el papel con el que debutó Rae Allen, y quien realiza un baile muy acrobático con los demás Senadores, erótico en algún momento. Cabe señalar que en cualquier baile de cualquiera de las cintas dirigidas por Stanley Donen, los hombres bailan de manera muy masculina, sin afectaciones ni amaneramientos. Que Donen ame a las mujeres no significa que descuide a los hombres. A los cargos de James Thurber contra las mujeres, que comencé a enumerar en la pasada entrega, pueden añadirse su capacidad para, de una mirada, estudiar a cualquier persona, sobre todo a las otras mujeres, ver si su ropa combina, si la joyería que cargan es de fantasía (anillos de diamentis y vidriantes), si su maquillaje es adecuado; su escrutinio frío y cruel es terrible; lo primero que notan es si los hombres usan argolla matrimonial, e incluso si no la usan porque ya no les queda; podría añadirse un comentario de Schopenhauer: cuando un hombre se encuentra, sin ayuda, en medio de dos mujeres que se interesan en él, no importa si antes o después no exista ese interés; una batalla entre esas dos mujeres es más peligrosa que cualquiera otra situación en que se exponga la vida; eso lo escenificó magistralmente Carlos Fuentes en una de sus últimas novelas. Por mi parte, añado que adelantan varias respuestas, todas falsas, antes de que uno termine de exponer una pregunta; sólo guardan silencio cuando saben qué pregunta se les va a hacer. Una noche me llamó a la redacción de El Financiero una buena amiga: ¿sabes quién está en –el nombre del lugar es lo de menos–, bailando, ella muy bien y él muy mal? Víctor Díaz Arciniega y yo, en una cantina que por al atardecer se convierte en salón de baile de altos y medianos ejecutivos con sus secretarias, verificamos que ellas bailan bien y los hombres mal; los fanáticos del rock disfrutamos una coreografía en Tammi Show; varias jóvenes, encabezadas por la después excelente actriz cómica, y muy bella, Teri Garr, avanzan con una sensualidad amenazante, cercan a Marvin Gay; sensualidad, gracia, desenvoltura; un erotismo inocente, el más peligroso; los hombres que las acompañan se rinden ante ellas, pero bailan muy bien; comprobé, con tristeza, en El asesino se embarca, cuando Barbara Angely y Jéssica Munguía bailan de manera aceptable, que ninguno de sus compañeros baila bien; es de pena ajena ver a Armando Silvestre bailar a go go. Geena Davis, Katie Holmes y Nicole Kidman miden 1.80, o casi. ¿Para qué?

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