Carlos Monsiváis
logró ponerle fecha a la invención de la ola, originada en un estadio de futbol
americano colegial, en Texas, aunque muchos creen que fue en México, durante el
Campeonato Mundial de 1986; cierto, aquí se popularizó, aunque se haya tomado
de otros ámbitos. Es más difícil, en cambio, saber dónde se dijo por primera
vez “lo que es”; oí la frase, aturdido, a los reporteros de los programas
televisivos, que andan observando el tránsito citadino: “vemos un
embotellamiento en lo que es el Paseo de la Reforma”. Es harto conocido que los
reporteros redactan, o teclean (que no escriben) con lugares comunes, y que lo
hacen de manera mecánica, o automática, sin enterarse siquiera de lo que ponen
por escrito, ni mucho menos cuando recitan para pasar al aire: aun en los
mejores diarios caen en inconsistencias gramaticales: “pasó su primer noche en la
cárcel”, sin importar que “primer” sea masculino y “noche” femenino (y “su
primer victoria”, y otras muchas) o lo hacen con cacofonías (“se prepara para”)
o con redundancias (“¿cuáles son sus planes para el futuro”, “llegó sin previa
cita”, “la primera vez que lo conocí”). (Un político, para justificar los
ataques que lanzaba contra un rival, sentenció: “él empezó primero”.)
El problema es que “lo que es” trascendió
rápido: fui a comprar unas revistas de música, y el vendedor, muy atento, me
obsequió una tarjeta para piratear legalmente diez melodías, las que escogiera
(no importa que sea en detrimento de la calidad, muchos ya no compran discos, y
en su lugar los descargan de internet); muy amable me la entregó: le doy lo que
es esta tarjeta para que baje (así lo dijo) lo que son diez canciones. Todos
los vendedores, los que prestan servicios, los meseros, cuando explican su
oferta, espetan “lo que es”. Sé que no debería de enojarme, que sería mejor que
me divirtiera, pero me molesta tanto la muletilla como otras no menos absurdas,
como “mensajear” o “textear” (los académicos, pobres, intentan tranquilizar su
conciencia al pedir que se escriba “tuitear” en vez de tweetear”), aunque sé
que éstas pasarán de moda, como aquellos “Nova renova el placer de fumar” o
“alturízate” de los años sesenta, o el “sanforizado” de los cincuenta, palabras
que desaparecieron al suprimirse los productos (los cigarros Nova, los zapatos
Canadá con chicos taconzotes, o la ropa que no encogía al lavarse por primera
vez); pasarán como pasaron “presupuestar” aunque la Real Academia lo haya
admitido cuando nadie lo usaba, o “planificar” cuando dejaron de dar lata los tecnócratas
en las secretarías de gobierno, términos que ya no usan ni siquiera los
burócratas.
Esos errores no
son propiedad de los reporteros de radio y televisión, aunque ellos los hayan
popularizado; muchos aspirantes a escritores redactan con tanto descuido, que
en una novela reciente, una autora que se cree audaz hace que su protagonista dé
el paso decisivo para terminar una relación, empaque su bistec con todo y refrigerador; en su mochila empaca jeans, dos shorts, cinco playeras, un vestido y
unas sandalias de plástico. Traje de baño no tiene; se lo comprará a algún
vendedor ambulante de la playa. Cepillo de dientes, pasta, un pequeño espejo y
un rímel de aceite que de tan espeso logra mantener en su lugar a las pestañas.
No especifica si el cepillo de
dientes, el pequeño espejo y el rímel (que mantiene en su lugar a las pestañas, así dice) se lo va a comprar al mismo vendedor
ambulante, a otro en la misma playa, o en una tienda, o si también los lleva en
su mochila. Pero es de hacer notar que no empaca calzones; una de dos: o usará
a diario los mismos que lleva puestos, o no usa. Descuidada ella, y descuidado
su editor que no se asombró de la falta de higiene de la protagonista.Otro autor, novel pese a sus muchos libros, hace hablar a sus personajes de la corte de Odín como si fueran burócratas mexicanos: “¿Asunto?”, pregunta Heimdal, ese San Pedro escandinavo, a un viajero que lleva presentes a Odín; y ante la respuesta, vuelve a preguntar: “¿Y?”, y uno lo imagina abriendo un cajón para que allí le deje su cuota.
Lo de combinar femenino con masculino está muy extendido: la doctor, la arquitecto, la licenciado, la actor, la emperador; y además insisten. Por otro lado, la aceptación de “modisto” traerá como consecuencia hablar de dentistos, futbolistos, novelistos, ensayistos.
En Indiscreción,
Stanley Donen hace alarde de una audacia poco frecuente, pero presentada con
una elegancia desarmante: para ligarse a Ingrid Bergman, Cary Grant se hace
pasar por casado en busca de una aventura, aunque es tan soltero como en todas
sus actuaciones, aunque esté casado (como en Arsénico y encaje, casado pero sin
estrenarse, y sin poder conseguirlo por culpa de sus tías adorables, pero tan
asesinas como su primo reencarnación del monstruo de Frankenstein, y del médico
que lo dejó así, el casi mítico Peter Lorre). Diplomático, elegante, se codea
con una sociedad que lo respeta, aunque a ella la admira; pero la petición de
matrimonio es impensable, por lo que debe fingir infidelidad; al estilo de las
cintas de Fred Astaire, la solución es enredada, llena de sobreentendidos y de
aclaraciones innecesarias. No hace falta un baile para coronar la trama, sólo
que ella debe olvidarse de la aventura, del adulterio tan emocionante, y
conformarse con un matrimonio común y corriente. Los papeles de adúlteras lo
interpretan actrices de gesto altanero (o resignado, en el cine mexicano,
víctimas del engaño del hombre que se aprovecha de su inocencia), desafiante,
que se enfrenta a los rumores y las maledicencias, al deseo de otros que
piensan que si con un casado, puede hacerlo con cualquier casado. La refinada e
inteligente Bergman acepta su derrota, no sin antes mostrarse indignada por el
engaño.
¿Cuál es el
defecto mayor de Opus 94? El mismo de El Fonógrafo y de Radio Universal: su
programación es para amantes del pasado, de las obras muy conocidas, y muy poco
de la música contemporánea; piensan que lo más nuevo es Stravinsky y
Shostakovich, y muy de vez en cuando aparece Milhaud, y sólo para irritar a los
más conservadores.
No es que tenga malos programas;
las intervenciones de Jorge Córdova, por ejemplo, son amenas e informativas,
pero no todos son así; las rúbricas de los programas son solemnes y auguran
tedio; un programa como La otra versión es interesante, pero no explícito,
porque aunque dejan escuchar fragmentos diferentes de una misma pieza, no hay
explicaciones de en qué consisten esas diferencias. En los demás programas la
música es elegida al azar, o por cuestiones anecdóticas: aniversarios,
fallecimientos, pero nada que las hile. Al transmitir una pieza informan de
cuál se trata, del compositor, la orquesta y el director y solista, o si el
concertista toca solo. No dicen de cuándo es la versión, qué marca la grabó, y
cuáles sus cualidades y defectos. Estas explicaciones existen en las
transmisiones de las óperas en vivo, pero como los intermedios son muy largos,
las explicaciones distraen, y tienen el defecto de que platican el argumento, no
las cualidades de los cantantes.Hay ofensas; en donde se comentan los programas de la semana, al hablar por ejemplo del concierto de una pianista poco conocida, para ilustrar la obra ponen la versión de Van Cliburn o de Rubinstein o de Arrau.
Los locutores a veces interrumpen un concierto, como el público que aplaude en el intermedio entre dos movimientos. Se supone que los conocedores aplauden 20 o 30 segundos después de que termina el concierto, pero por lo regular en México, con obras muy conocidas (digamos Huapango) empiezan la ovación antes de que termine la ejecución, como si estuvieran en el festival OTI, donde hacen creer que ya acabó para seguir tocando y que los aplausos se prolonguen, a ver si así apantallan a los jurados, tan ignorantes como el público (por lo regular). En esto también se parecen al Fonógrafo y a Radio Universal: terminan antes que la pieza. Muchos de los comentarios son impertinentes, aunque no dejen de divertir algunos de ellos, como la locutora que ofrece pases dobles para que los afortunados que los obtengan “vayan acompañados por la persona que más quieran, o con alguien de su familia”.
Frente a la programación de Radio Universidad, Opus se queda muy por abajo, muy conservadora. Pero en ninguna de las dos programan las novedades de, por ejemplo, Jensen, Kopatchinskaya o Hennin (por hablar de las más apantallantes). Si uno trata de orientarse con ellos, no hay manera de estar al día ni en estrenos, grabaciones nuevas de piezas célebres, más que por medio de publicaciones extranjeras, poco accesibles (por culpa de las aduanas o de la distribuidora); y como llegan muy pocos ejemplares a Mixup, uno debe conformarse con la siempre insegura Amazon.com.
Para retomar el
tema de lo que es el lenguaje, acaban de amenazar con no sé qué castigos si se
usan ciertas palabras que ofendan la condición erótica de una persona que elija
la heterodoxia; discriminan a las mujeres que eligen la promiscuidad como forma
de diversión o de desafío social; lo que no dice la Suprema Corte de Justicia
qué se hace en el caso de las obras literarias donde se difama o se calumnia a
ciertos personajes: la retroactividad se aplica si beneficia a los
perjudicados: ¿qué va a pasar con ciertos personajes de Alberto Rojas, de Luis
de Alba, o incluso de Arturo Martínez, que en una cinta hace de amanerado, de
manera muy divertida?; Guillermo Rivas, al hacer de afeminado, se salía del
cliché y hacía un papel muy divertido al lado de Manuel Valdés y de Héctor
Lechuga. ¿Qué va a pasar con ¿Qué te ha dado esa mujer? y sus personajes
equívocos? Por suerte, Jaime Labastida salió en defensa del lenguaje y atacó
esas medidas de la SCJ. Ojalá actúe así en otros casos de corrección política y
se habla de “capacidades diferentes” (que todos tenemos) o de minusválidos o
discapacitados al hablar de inválidos, o de personas menudas al referirse a
nosotros los chaparros, o de tercera edad al referirse a los ancianos.
Es de dudarse, porque ya el
gobierno del DF ordenó retirar los saleros en restaurantes, fondas, taquerías; ¿y donde cocinan sin sal y el platillo es
insípido [¿nos ordenarán decir insaboro, para que entiendan los que no entienden?]?
Ya tenemos quien nos cuide, nos regañe si fumamos, si tomamos un poco más de
los seis gramos de sal diarios necesarios en el organismo, quien nos vigile si
expresamos dudas sobre la conducta de un vecino, y quien defienda a los que
infringen leyes y reglamentos. En uno de los aciertos, pocos, de facebook, leí
esta frase: dictadura es que lo que no está prohibido, es obligatorio. Quién
dijera que lo viviríamos en el gobierno de un partido que siempre proclamó
respeto a las libertades. Un consejo: que nos obliguen a usar sombreros o boinas
para así disminuir las posibilidades del cáncer.
¡Qué bonita es la
venganza cuando Dios nos la concede! Ocho años después la razón me dio la
razón.
Y además, frente
a la ignorancia y la indiferencia, el reconocimiento internacional: verme
citado por un escritor extranjero al que no lo mueve ni la amistad ni la
simpatía, es preferible a los ataques movidos por la antipatía y el rencor.
En uno de sus
escasos errores en su Diccionario de Incorrecciones, Fernando Corripio aconseja
que no se use “forofo”, que es un vulgarismo, que es mejor “fanático”; pero el
fanático es alguien que se apasiona, que no razona y que adora sin asomo de
crítica; Seco dice que los marxistas, que se guían más por el sentimiento que
por el raciocinio, son unos fanáticos. Pero en mi Salón de la Fama hay muchos a
los que admiro sin dejar de observar sus defectos; por ejemplo, la falta de
velocidad de Ted Williams, el fildeo irregular de Lou Gehrigh, el bateo
deficiente de Sandy Koufax o el descontrol de Walter Johnson, o el fildeo de
Jorge Orta en la segunda base o la indisciplina de Vinicio Castilla, por no hablar de escritores,
pintores, cineastas, críticos y músicos a los que admiro pero con el raciocinio
y no con la pasión (el cerebro y no el corazón, como dice con tanta inexactitud Manuel Seco). Mi admiración no es de fanático, mucho menos de fan, gringuismo
que la Academia no combate (tampoco el más explícito de fans: “yo soy tu fans”,
dice un personaje televisivo). Me niego a aceptar el de “hincha”, sólo
aceptable al hablar de los aficionados al futbol argentino, así que adopto el
de forofo, y me niego a aceptar que todo aficionado a los deportes sea un irracional,
un fanático.
Casi todos los
días, en la incipiente temporada de beisbol, hay tres blanqueadas. Los
expertos dudaban que Luis Cruz tuviera el mismo éxito que en 2012; al momento,
va de 17-0; que no se apure: Willie Mays comenzó su carrera con un 15-0, luego
pegó un jonrón nada menos que a Warren Spanh, y luego tuvo otros diez turnos en
blanco; allí comenzó la racha que lo llevó al Salón de la Fama.
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