lunes, 13 de febrero de 2012

¿Hay cine mexicano?

Jorge Ayala Blanco, en La aventura del cine mexicano, declaraba que le gustaría encontrar en nuestra cinematografía algo que, Buñuel aparte, valiera la pena; cuando Emilio García Riera comenzó a publicar la Historia documental del cine mexicano (la de Ediciones Era), se dijo que estaba haciendo la historia de un cine que no tenía historia.
Eso parece injusto; los ocho tomos en que María Luisa Amador y Jorge Ayala Blanco recopilan todos los estrenos en México desde los años diez hasta 1989 dan buena cuenta de las muchas películas mexicanas que arrasaban en taquilla, más otras muchas que duraban apenas la semana de estreno, pero que con el tiempo fueron ganando en todo y las fuimos revalorando. Hay listas que enumeran las cien mejores de todos los tiempos (pasados), aunque los críticos se empeñen, o se hayan empeñado, en exigir que fueran mejores; en los años cincuenta y sesenta un grupo de fanáticos del cine, reunidos alrededor de una publicación mítica, Nuevo Cine (que el Fondo de Cultura Económica iba a reeditar en los años noventa, proyecto que quedó trunco), emprendieron una fiera batalla contra una industria anquilosada, que impedía el ingreso de nuevos directores, guionistas, productores, actores, para la renovación de ese cine. Batalla gracias a la cual, en palabras de García Riera, el cine mexicano siguió siendo igual de malo que antes.
Hubo logros: la colección Cuadernos de Cine, dirigida por Manuel Barbachano Ponce, editada por la UNAM, y donde Emilio García Riera habló del cine checoslovaco; Jorge Ayala Blanco del norteamericano, Salvador Elizondo, de Luchino Visconti, Juan Manuel Torres, de las divas; Francisco Pina, del cine japonés; Manuel Michel, del cine francés, más algunas de sus críticas, y Manuel Durán, de Marilyn Monroe; José de la Colina, del cine italiano; Nancy Cárdenas del cine polaco; Eduardo Lizalde un raro tomo sobre Luis Buñuel, además del clásico libro de José Revueltas sobre los problemas del cine. Casi al mismo tiempo, la benemérita Era publicaba guiones de Bergman, de Buñuel, de Truffaut, y hasta los guiones de Rulfo.
Muchos escritores han hecho crítica o reseña cinematográfica: además de De la Colina, lo hicieron Alfonso Reyes, Xavier Villaurrutia, Martín Luis Guzmán, Jaime Torres Bodet, Carlos Fuentes; Carlos Monsiváis tuvo un programa radiofónico memorable, El cine y la crítica (que merecería la recuperación en discos compactos, o los guiones, que deben andar en algunos archivos), y otros más colaboraron haciendo guiones; los concursos de los años sesenta dieron como resultado Los Caifanes, Un alma pura, Tajimara, con intervenciones de Inés Arredondo, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, el propio Fuentes, y algunos más, entre ellos Salvador Novo, quien hizo guiones rescatables, entre los que se cuentan las primeras cintas propiamente de Cantinflas, y José Revueltas, Mauricio Magdaleno y otros, con buenos y malos filmes.

¿Cuál ha sido el resultado? Con cierto humor, García Riera pone bajas calificaciones a la mayoría de las películas que reseñó en las dos ediciones de la Historia documental del cine mexicano; para él, y con razón, muchas sólo valen por el humor involuntario, por las fallas, los equívocos (no las llamadas comedias, desde luego, que muchas veces resultan patéticas y aburridas). Los galanes no lo son, las bellas sólo son bellas, la música es inadecuada, los directores echan a perder buenos guiones y los guionistas desperdician buenos argumentos, nadie sabe usar smoking, pocos actores son elegantes. Sobresalen algunos actores, y algunos directores, más con buenas etapas que con buenas carreras.
García Riera, sin embargo, atenuó sus críticas en libros dedicados a cineastas en particular: Fernando Méndez, Julio Bracho, Miguel Zacarías, Emilio Fernández, los hermanos Soler, y dedicó un libro a Silvia Pinal, más por su simpatía, belleza y espontaneidad que por eficacia dramática, aunque tiene muchas buenas actuaciones. Otro, a Tin Tan, bastante menor porque no actualizó ni aumentó sus comentarios, y pareciera que no volvió a ver las cintas, porque repite, en el mejor de los casos, lo que incluyó en las dos ediciones de su Historia documental… Algunos de sus seguidores y discípulos dedicaron otros volúmenes a directores, actores o géneros.
García Riera hace recuentos, y en la llamada Época de Oro se filmaban más de 150 películas al año, y poco a poco fue decayendo la industria, hasta casi desaparecer; en el más reciente de sus libros, La justeza del cine mexicano, Ayala Blanco da cuenta de una buena cantidad de películas que quién sabe dónde vio, porque salas cinematográficas ya no hay, ni proliferan los cineclubes como los que fundaban José Luis González, Barbachano Ponce, Isaac Arriaga y otros mártires; las que se estrenan duran unos días y hay que esperar años para que las transmitan por televisión; han cerrado los cines, los convierten en templos o devienen en basureros; en 1967 pude ver TAMI Show en el recorrido que seguían las películas entonces: del cine Orfeón pasaban al Cosmos luego al Sonora y luego al Tepeyac, a la vuelta de mi casa. Casi el mismo orden, pero comenzando en el Roble, seguí Nevada Smith. Nunca fui al cine De la Villa, a donde sí iba Isaac Arriaga (por motivos no cinematográficos), pero muchas veces fui al Lindavista, que era donde terminaban las películas que se estrenaban en el Alameda; en el Variedades se estrenaban las mexicanas, donde Alejandro del Valle y yo vimos , el domingo 16 de noviembre, Dile que la quiero, dos días después de su estreno, y silbé con todos cuando César Costa duda en entrar al billar a enfrentar a su hermano Héctor Gómez.

Durante mucho tiempo coincidí con la opinión de muchos, de que a Jorge Ayala Banco no le gustaba el cine mexicano; la opinión es, como se sabe, producto de las sensaciones, de las impresiones, de la ignorancia, no del juicio; disfruté sus reseñas y sus críticas, y me hizo ver con más cuidado cintas que me gustaban, pero que eran producto sólo de un argumento atractivo, la presencia de alguna actriz bella, detalles de la dirección que me pasaban de noche; hubo cosas que no le aguanté, y otras en las que no coincidí, pero casi siempre le di la razón; disfruté mucho más cuando sus críticas pasaban, reescritas, a los libros; me acostumbré a su adjetivación, que muchas veces derivaba de juegos de palabras casi siempre de mala leche, y me hizo sentir mal cuando despedazó alguna cinta que me había gustado; no supe qué le vio a muchas que él aprobaba, como Todo por nada, o Hasta el viento tiene miedo (Norma Lazareno, y ya; bueno, casi todas las demás actrices); en su libro sobre cine estadounidense me sentí reconfortado por la coincidencia de muchas cintas que otros ignoraban y le agradecí sus palabras acerca de Un tiro en la noche, una de mis favoritas de todos los tiempos y que no me canso de ver cuando menos una vez al año.
Por eso me entusiasmó que reaparecieran sus libros, La justeza del cine mexicano en especial, donde, sin perder su habitual nivel de exigencia, hace ver que el cine mexicano todavía tiene vida, pese a que los mejores artesanos se han ido a Estados Unidos a hacer talacha, a que los actores están más estereotipados que nunca, a que los productores cada vez se interesan menos en el cine y más en la ya también inexistente taquilla, a que las televisoras filman para aprovechar la popularidad de actores de sus cadenas, sin importar si saben o no actuar, y al poco cuidado que ponen en la edición, el sonido pésimo (en muy pocas cintas coinciden el movimiento de los labios con el sonido cuando hay canciones; particularmente grave, cómo salen algunas escenas de Los Caifanes, de Ya sé quién eres, de San Simón de los Magueyes, pero hay muchas más, y en las recientes, ni se diga), las historias incoherentes.

Quise verificar cuántas de las películas mexicanas consideradas, en la página Películas del cine mexicano en internet, que su vez las tomó de la revista Somos, que hizo una encuesta con varios cinéfilos, están incluidas en Clasic Movie Guide, donde Leonard Maltin hace una síntesis mínima, y califica más de diez mil películas, desde los días del cine mudo hasta 1965, muchas de ellas excluidas de su guía anual, pero consideradas clásicas (tiene otro libro, que se antoja mucho, dedicado a las matinés, y otro al cine animado); el resultado es terrible: para coraje de muchos, no está La vida no vale nada (bueno, tampoco en la de la página mexicana), ni El compadre Mendoza ni, horror, ¡Vámonos con Pancho Villa!, considerada la mejor película mexicana de la historia; para molestia de quienes la consideran una película perfecta, Escuela de vagabundos no merece la atención de Maltin, ni Nosotros los pobres, Ustedes los ricos, Los tres García o Los tres huastecos; mucho menos Tizoc, para berrinche del Idolito. No están El rey del barrio ni Calabacitas tiernas, las dos mejores de Germán Valdés según Somos, ni ¡Ay amor, cómo me has puesto! o El revoltoso, tan buenas como las otras.
Están varias de Buñuel, no todas bien calificadas, por cierto: a Ensayo de un crimen (“muy dialogada”) la califica de obra menor; está de acuerdo con el director en que Una mujer sin amor es su peor película, pero califica más bajo aún a La joven; están casi todas sus cintas, menos Gran casino ni La hija del engaño; con ello confirmaría el temor de Ayala Blanco de que, fuera de Buñuel, casi nada queda del cine mexicano.
¿Casi nada? Hay algunas que sí menciona: por ejemplo, La perla, de Emilio Fernández, pero no Los hermanos Del Hierro; no está La mujer del puerto (sí, en cambio, La mujer de la playa, lástima que no sea mexicana); también The Torch (¿La antorcha? ¿Qué tiene que ver?), la versión en inglés de Enamorada, las dos de Emilio Fernández, pero la segunda sólo está referida, no incluida; El vampiro, de Fernando Méndez, y su secuela, El ataúd del vampiro; pese a su prestigio internacional, Maltin no es tan elogioso como muchos críticos mexicanos; resalta la comicidad involuntaria aunque reconoce que tienen buena atmósfera y elogia la fotografía, pero es inmisericorde: a la primera le da estrella y media, y dos a la secuela.
En cambio, incluye con más entusiasmo Face of the Screaming Werewolf, que al parecer no se exhibió en México; chance sea la peor película de Gilberto Martínez Solares, y también parece que es una alteración de La casa del terror, también de Martínez Solares; es despectivo con Rosita Arenas, a la que sólo le dice Rosa, no menciona a Yolanda Varela ni a Tin Tan, los estrellas de la original; resalta que como a Lon Chaney no pueden resucitarlo como momia, lo hacen como hombre lobo; la calificación (Bomb) no basta: le aplica el adjetivo “a total stinker” (“una verdadera mamada”).
A Rosita Arenas le dice Rosita en La maldición de la momia azteca, mejor calificada (una estrella y media), pero con un despectivo “cheap and droning” (¿chafa, podríamos decir?).
Lástima que no haya incluido Dos criados malcriados, Limosneros con garrote, Huevos rancheros o Santo en la invasión de los marcianos; sería divertido ver su calificación. ¿Se atrevería a hacer un tomo dedicado sólo al cine mexicano?

¿En qué se parecen Emilio Tuero y Humphrey Bogart?

Cuando alguien diga “di lo que pienses, sin temor”, no hay que creerle, lo dicen para que uno los apapache; y cuando se les corrige, se enojan y nos borran de su lista de amigos, aunque hayan pedido la corrección (y aunque la lista de amistades sólo sea de facebook), sólo porque uno les explica la diferencia entre veniste y viniste. (Bueno, hay académicos que tampoco la saben.)

Ya viene la pretemporada; no sé cómo hemos podido aguantar tres meses sin beisbol.

No hay comentarios: