lunes, 27 de febrero de 2012

¿Copia, plagio, influencia?

1) Cuando Gabriel García Márquez rompió el silencio literario que se había impuesto mientras Augusto Pinochet detentara (es decir, usurpara) el poder en Chile, se creó una gran expectativa por esa nueva novela que todos deseaban leer luego de Cien años de soledad (El otoño del patriarca fue un paréntesis; aunque es una novela impecable, tiene el defecto de no ser tan legible como Cien años, aunque ambas son iguales de complejas). Cuando apareció la Crónica de una muerte anunciada, breve pero de gran intensidad, tuvo muchísimos lectores encantados por esa anécdota tan estremecedora, la muerte de un hombre a manos de sus cuñados, a causa del honor, de la adolescencia apresurada de la esposa, y del deshonor, nada raros en el ámbito descrito, ni en esa época, ni en otras más recientes.
Las historias aledañas (cuando el propio García Márquez conoce a Mercedes; los bailes, el ambiente de alegría, los nubarrones que opacan la felicidad colectiva) son tan fascinantes como la historia principal, que a ratos pierde importancia hasta volver con la contundencia que conlleva un asesinato; y en medio de esa celebración, que se prolongó por mucho tiempo, el propio García Márquez tuvo a bien callarnos la boca al revelar, en uno de sus artículos semanales, que se trataba de una novela basada en tema (no trama ni anécdota), estructura, desarrollo y final, con muchos de los detalles que nos habían asombrado, en Los idus de marzo, de Thorton Wilder, una de las novelas más importantes del siglo XX, y que se supone todo mundo conocía. Con maldad, nos demostró lo malo que somos como lectores, que a pesar de que en las páginas de García Márquez estaban los mismos elementos que en las de Wilder, no pudimos verlos, no supimos leerlos, sólo porque la anécdota es otra, y otros los personajes.
2) Malcolm Lowry escribió varias obras maestras; una de ellas, Bajo el volcán, considerada una de las diez mejores novelas del siglo XX, lo hizo dudar, porque Charles R. Jackson había publicado poco antes The Lost Weekend, novela en la que se basó Billy Wilder para hacer una excelente cinta con Ray Milland y Jane Wymann (primera esposa de su tercer esposo, Ronald Reagan, que dicen que tenía problemas parecidos a los del personaje de esta película), acerca de los sufrimientos de un alcohólico (y biografía de Andrés Soler en El Ceniciento, según presume él mismo); aunque es lo mismo, desde luego no es lo mismo. Pero Lowry no dejó de atormentarse, pensándose plagiario, y más cundo estaba escribiendo Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, según deduce Douglas Day.
Hay muchos más ejemplos de parecidos no siempre confesados; el cine mexicano ha sido pródigo en esos casos: Tal para cual, de Rogelio González, se basa en lo básico en La importancia de ser honrado, de Oscar Wilde (título raro, pero que le plagio descaradamente a Tito Monterroso, tan plagiado él, de su ensayo “Sobre la traducción de algunos títulos” [La palabra mágica, Ediciones Era, 1983, p. 92]; El criado malcriado es copia de ¡Qué hombre tan sin embargo! que es copia de Escuela de vagabundos que es copia de My man Godfrey (y mientras más recientes eran las copias, más iban bajando de calidad); en Ustedes los ricos, como recalcó Emilio García Riera, fue famosa la escena de que Chachita se cortaba el pelo para comprar una cadena para el reloj del Atita que vendió su reloj para comprar unas peinetas para la cabellera de Chachita, que está en un cuento de O’Henry, “El presente de Reyes Magos” (O’Henry, Cuentos, traducción de Edith Zilli, Emecé, 1982) (sólo que a Chachita le crecerá el cabello y el Atita no recuperará su reloj); el cuento, “The Gift of the Magi”, fue filmada pocos años después de que Ismael Rodríguez hizo Ustedes los ricos, por Henry King, en uno de los cortos de O’Henry Full House, Lágrimas y risas en español, estrenada el 4 de marzo de 1953 en el cine Olimpia (datos tomados impunemente de Cartelera cinematográfica 1950-1959, María Luisa Amador, Jorge Ayala Blanco, CUEC, 1985; por cierto, en el cuento filmado por Howard Hawks en esa cinta, aparece una mujer cuando los delincuentes preguntan por una dirección, y los parientes la obligan a entrar a la casa; no encuentro en los créditos de la cinta el nombre de la actriz; ¿alguien lo sabe? Y no es para lo que Billy Cristal pregunta el nombre de una antigua maestra).
No siempre hay plagios, puede haber coincidencias (como dice Gabriel Zaid), puede flotar la misma idea por diferentes ámbitos; en la música, por ejemplo Debussy y Ravel (son dos, se toman juntos –comercial de Alka Seltzer de los años setenta; por desgracia desconozco el nombre del copy al que cito; seguro lo saben Raúl Renán y Miguel Capistrán, que saben todo), en la pintura, Klee, Miró, Kandisky, Rivera, tienen tantos parecidos que asombran.
La música se presta a buenos ejemplos: ya lo he dicho, pero no me voy a acusar de autoplagio porque también está en alguno de los muchos libros acerca de Beatles, que “Because” no es la única referencia explícita de Lennon al “Claro de luna” de Beethoven, porque también usa varios acordes del primer movimiento de esa sonata para los cuartetos segundo, cuarto y sexto de “And I love her”, y que copió toda la estructura del primer movimiento del Concierto para piano y orquesta de Tchaikovsky para uno de sus rocks más ricos (en instrumentación, en desarrollo, y en el duelo de guitarras entre él y Harrison). Pero no sólo Lennon tomó prestados acordes, notas y armonías de Beethoven; Beethoven mismo tiene partes de su Sonata para violín en La mayor, Op. 12 núm 12 que se parece mucho a un aria de El barbero de Sevilla de Rossini que tiene mucho parecido con Las bodas de Fígaro de Mozart.
Lennon no sólo tomó algunos acordes o notas, también dos versos de una canción de Elvis Presley, “Babe, let’s play house” (“I’d rather see you dead, little girl, that you´ll be with another man”) para empezar una de las canciones más dramáticas de Beatles, “Run for you life”, que todos opinan que no es de sus mejores canciones, pero sí de las más sinceras, y muchos de los que han escrito sobre los ingleses no se fijaron en esos versos que son exactamente iguales, pero que desde luego no toman como plagio, sino como homenaje (chin, ya me autoplagié –y también a José Agustín) (¿Cardoso en Gulevandia se parece más a Aída de Verdi o a Norma de Bellini?).
No fueron esos versos los únicos que Lennon usó como cita, o autocita: en “Glass Onion” cita “Lady Maddona”, “A Fool on the Hill” y “I am the Walrus”, y en “I know (I know)” cita todo un verso de “Getting Better”; de esas cuatro citas, dos son de canciones suyas y dos de Paul.
En una película malísima pero muy divertida, El charro y la dama, Pedro Armendáriz (quien canta en ésa dos versos de “Ah que la coneja”), luego de darle unas cuantas nalgadas a Rosita Quintana, le ordena que le sirva café (igual que lo hizo Silvia Pinal a Pedro Infante en El inocente, quemándose al agarrar una cafetera caliente, sólo para demostrar que es una de esas mujeres modernas que no saben nada de quehaceres de su casa), y cita “Nunca fuera caballero de damas tan bien servido”, y remata: “yo también tengo mi cultura, no se crea”; cualquiera diría que está citando unas líneas célebres de Miguel de Cervantes Saavedra, del segundo capítulo de la primera parte de Don Quijote de la Mancha, “Don Quijote en la venta”: “Nunca fuera caballero / de damas tan bien servido / como fuera don Quijote / cuando de su aldea vino: / doncellas curaban dél; / princesas, del su rocino”, pero los desocupados lectores de Martín de Riquer saben que Cervantes estaba citando “Nunca fuera caballero / De damas tan bien servido / Como fuera Lanzarote / Cuando de Bretaña vino, / Que dueñas curaban dél, / Doncellas de su rocino” (y siguen otros versos que no citan ni Cervantes ni De Riquer: “esa dueña Quintañona / ésa le escanciaba el vino / la linda reina Ginebra / se lo acostaba consigo…”, pero ya se sabe que Cervantes hacía muchas citas sin entrecomillar ni identificar a los autores, pero daba por hecho que sus desocupados lectores leían tanto como él y tomaban las citas como broma o como homenaje, no como plagio. (Uno de los escritores mexicanos más cultos me recriminó que atribuyera los versos a Armendáriz, pero Armendáriz también los dijo.)
Bueno para citar era Tito Monterroso: uno nunca termina de identificar todas las citas textuales, deformadas, contradichas, que están en Lo demás es silencio, donde casi en cada párrafo hay alguna cita y uno podrá identificar alguna, pero no todas; sólo recientemente, al releer su autobiografía (o una de sus autobiografías) me cayó el veinte que cuando la esposa de Eduardo Torres cuenta que los amigos de su marido le preguntan si fue la semana anterior cuando un escritor la tuvo en sus piernas, es cita del propio Monterroso, pues su familia había tenido amistad con Porfirio Barba-Jacob, quien lo había cargado cuando Tito era niño, y que sus amigos malvados le preguntaban si había sido hacía poco (dada la “orientación sexual” de Barba-Jacob, era un chiste malintencionado).
(En “Sinfonía concluida” hay hartas referencias, algunas identificables, como una de Arquímedes, pero otras no tanto, como una de Bach, Mendelssohn y Joyce; sólo una es directa, además de que una de las citas de Eduardo Torres asegura que la obra más acabada es la Sinfonía inconclusa; uno se pierde entre tanta cita escondida, disfrazada, encubierta, esbozada.)
Y si de referencias o atribuciones se trata, ¿cuánto quedaría de The Naked Lunch si se suprimieran las referencias y parodias?

A veces los lectores le atinan al encontrar el origen de un título; casi todos los libros de Monsiváis están tomados de alguna de sus muchas obras favoritas, literarias o de la cultura popular; hay satisfacción al encontrar las citas de Vallejo, Cernuda, Reyes, entre otros, en los poemas (y en los cuentos) de José Emilio Pacheco; Paz puso en cursivas y entrecomillas un verso de Rubén Darío, y sus lectores sabían a quién citaba aunque no lo mencionara.
En otro ámbito, Germán Valdés en sus mejores cintas menciona a Pedro Infante, a Paul Muni, a Pedro Armendáriz, a Dolores del Río (parodia a María Félix), a Lui Même, en el colmo de la coquetería (parafraseo a García Riera, sin entrecomillarlo –y a Tito Monterroso).
Y ya que se mencionó aunque sea de paso a Burroughs, ¿qué sería, sin él, Allan Ginsberg, y sin ellos, qué serían Bob Dylan, Lou Reed, Joni Mitchell, Patti Smith? Y eso que son diferentes entre sí.

Confieso que he citado: uno de mis relatos sobrevivientes tiene una anécdota plagiada de la realidad, sólo que no lo sabía; lo escribí sin saber siquiera que acababa de vivir lo mismo una amiga, pero no me lo confesó; al leerlo en público, un conocido me increpó: ¿por qué cuentas lo que le pasó a mi hermana? Aunque la anécdota es literariamente original, casi cada frase está tomada de un cuento, un poema, un cómic, una canción, sólo adecuada para que funcione para narrar esa historia; en ningún caso es cita literal, sólo la idea.
Una de mis novelas (olvidables) tiene la misma estructura, el mismo desarrollo y el mismo final que una de las obras (menores) de uno de los escritores más destacados del boom; pero a orgullo tengo decir que mi novela se adelantó casi 20 años a la suya.
La novela que escribí a cuatro dedos con Gustavo Sainz tiene un experimento suyo en estructura, lenguaje, puntuación; aunque parece que mis capítulos son más lineales, cada uno es homenaje o parodia de alguno de los muchísimos escritores a los que admiro; como nadie me ha acusado de plagiario, no revelo cuáles son los homenajeados.
Y el primer cuento que me publicaron mis cuates de Tlamatini le impresionó tanto a una de las escritoras mexicanas más reputadas, que tomó la anécdota para hacer uno similar, mejor que el mío; muchos años después Víctor Roura me pidió un cuento, a mí, que estoy retirado de la narrativa, pero se me ocurrió reescribir ese mi primer cuento; y qué les cuento, que la dama plagiaria se tomó a ofensa, porque pensó que la había plagiado; lo malo fue que ese primer cuento apareció con seudónimo (no es la única mexicana que ha tomado textos míos y publicado con su nombre –otra es muy conocida, pero como es muy conocida, “mejor no les doy su nombre”).

Lo malo no es hacer algo con tema o tratamiento o estilo al de obras anteriores; a veces sucede que uno no las conoce y no sólo por incultura, pues es imposible leer todo lo que aparece; leer 260 libros al año deja a quien pueda hacerlo con un rezago de 99.94 por ciento anual, y sólo de lo publicado en español; bueno o malo, algo de lo publicado debe ser original, y sin saberlo lo estaríamos copiando, por no hablar de todo lo que se ha escrito y publicado en todos los años anteriores, con un porcentaje de obras buenas que han pasado al olvido, injustamente. Lo malo no está en decir lo que otros dijeron antes, sino hacerlo sin copiar, sin calcar, sin aportar puntos de vista diferentes. Salvándose de la mediocridad, pues.

No hay comentarios: