lunes, 28 de noviembre de 2011

Yo lo único que quiero es bailar rocanrol / I

I
Cuidadito, cuidadito,
me vas a matar de un susto,
y no es justo,
porque yo sufro del corazón.
Mario de Jesús

A quién se lo escuché primero, no logró recordarlo; si fue a Jorge Sánchez López o a mi tío Enrique; mi escuela primaria era tan pobre que no tenía nombre; no fue sino hasta que falleció el director, Teodoro Montiel López, que su nombre apareció en el escudo; antes sólo era la Primaria M-521, y nosotros, apenados por esa situación, decíamos que se llamaba Cuauhtémoc, porque está en esa calle, en la colonia Aragón, entre la Estrella y la afamada Martín Carrera; Jorge entró cuando ya estábamos en tercero, y después del recreo, en nuestra primera clase de cuarto, antes de que entrara el maestro Juanito, se puso a cantar “Tutti frutti”, contorsionándose; un día antes, o un día después, mi tío Enrique, en un tocadiscos portátil, me puso el primer LP de los Locos del Ritmo; aunque lo oí todo, lo que más me llamó la atención fue la adaptación de “La cucaracha” en rock.
No desconocía la música, pero me sabía más canciones de Pedro Infante y de Jorge Negrete que cualquiera otra, aunque prefería algunas que no he vuelto a encontrar, como “Espinita”, de Nico Jiménez, pero no con Ana María González, sino con Evangelina Elizondo, de quien mi padre era fanático absoluto, como también lo fue de María Victoria; al parecer, era de los que iban al Margo a aullar cuando arrastraba las sílabas en “Soy feliz” (es famosa su anécdota de que alargó “estoy taaaaan enamorada” porque se le estaba olvidando la letra, y el efecto fue pasmoso, tanto la ovacionaron que siguió cantando así para siempre) y la tan masoquista “Como un perro” (“Por tener la miel amarga de tus besos, hoy se tiene que arrastrar mi dignidad; por piedad, por compasión, no me desprecies, me moriría sin tu amor, no me abandones. No por Dios, no te me vayas, te lo ruego, que en la vida como un perro pasaré, sin hablarte, sin llorar, sin un reproche, siempre tirado a tus pies, de día y de noche”); escuchaba casi a diario a los Cuates Castilla, y sufría con Lola Beltrán, a quien nunca admiré sino hasta oír en su voz “Cuenta perdida”; Así es mi tierra, los duelos entre Claudio Estrada, Antonio Bribiesca y Antonio Moreno, Max Factor las Estrellas y Usted y Revista Musical Nescafé eran los programas que veíamos cada semana, entre 7 y 9 de la noche.
Al día siguiente de la conmoción causada por Jorge Sánchez López, se le unió el mucho más tranquilo Jaime García Sánchez; se autonombraron “los hermanos Presley”; atónito, entre los discos de mi casa encontré “Maybelline”, de Chuck Berry, en 78 RPM, mezclado con “Papa Loves Mambo”, de Perry Como, acompañado por la orquesta de Mitch Ayres y, quién lo dijera, The Ray Charles Chorus; “Chicago”, de Fred Fisher, pero no logro recordar con quién, y “St. Louis Blues”, espero que no con Louis Amstrong porque me hubiera dado mucho coraje cuando se rompió, que eso solía pasar con los discos de pasta.
Al poco comenzaron a aparecer conjuntos de rock mexicanos; imposible competir con Federico Arana ni con Federico Rubli, quienes han hecho una muy divertida y documentada historia de las grabaciones y versiones mexicanas de rocanroles; hace algunos meses estuve invitado, por Jorge García-Robles, en un programa de radio donde coincidimos Rubli y yo en que algunos de los rocanroleros mexicanos de los cincuenta y sesenta merecieron mejor suerte que la de hacer versiones pedestres de algunos rocanroles, pero que tenían buenas voces, y a veces mejor instrumentación que los originales.

II
Une tu labio al mío
y estréchame en tus brazos
y cuenta los latidos
de nuestro corazón.
María Grever

No fueron los más famosos, pero hubo rocanroleros mexicanos con excelente voz; entre las mujeres estaban Lety Cisneros, Leda Moreno, Olivia Molina, Mayita; las conocidas (Angélica María, Julissa, Emily Cranz –por otras razones–, Blanquita Estrada, Queta Garay) no sólo carecían de voz, sino a veces hasta de entonación.
Entre los hombres tenían buena voz Alberto Vázquez –lástima que la impostara–, Miguel Ángel, Manolo Muñoz –por dos o tres años–, Toño de la Villa, y no muchos más; sin embargo, para una generación completa es muy difícil criticarlos; en lo que sí es excelente ese momento es en la instrumentación; hace pocos años apareció Los grandes covers en México (Universal, 039 260-2), donde incluyen una pieza original y la versión mexicana; no hay que hacer caso de las letras infames, dizque chistosas o deformantes, o las voces que pocas veces pudieron equipararse con las inglesas o estadounidenses, sino la música; por ejemplo, Los Locos del Ritmo agregan un piano excelente en “Aviéntense todos” del que carece, y le hace falta, a la versión de Eddie Cochran; la versión de Tin Tan a “Personalidad” es muy superior, por la orquestación, a la de Lloyd Price; por supuesto, aunque no tocaban mal, Los Rebeldes del Rock nunca pudieron superar las versiones originales de “Poison Ivy” o de “Rockin’ Little Angel”, pero no eran desechables; los mexicanos tenían que lidiar con los directivos de las disqueras, con las traducciones que iban en contra del original (“Vete con ella”, por ejemplo, dice exactamente lo contrario que la canción de donde provenía), o que le faltaban el respeto al género (“Corre Sansón corre” parece mal chiste; la original advierte de la maldad de una mujer endemoniada con cara angelical), y así hay muchas; en general, el rock tenía mucho de subversivo, y con una carga erótica comparable al danzón; el rock mexicano fue dulcificado, adulterado, domesticado, le quitaron todo lo detonante y le dejaron sólo lo ruidoso, por las voces destempladas y los guitarrazos, aunque hay que observar con detenimiento las filmaciones de los Hermanos Carrión (sobrinos, creo, de Gustavo César Carrión, que musicalizó, a su manera, tantas películas mexicanas con sonidos aterradores, aunque el tema fuera sentimental), para ver la delicadeza de las guitarras acústicas, lo equilibrado del contrabajo (o del bajo eléctrico) y la finura del requinto de Diego (González) de Cosío; esas piezas tienen la estructura de las canciones posteriores de Jim Capaldi y de Eric Clapton. Lo que no sabemos es si en las grabaciones eran ellos quienes tocaban, o eran Mario Patrón, Leo Acosta, Tino Contreras, Gilberto Puente u otros músicos de estudio.

III
Ya veo que me lo devuelves
[el corazón que una noche muy confiado te entregué]
pero yo te lo di entero
en pedazos no lo quiero
te puedes quedar con él.
Emma Elena Valdemar

El cine mexicano es culpable de muchos crímenes, perpetrados con la complicidad de argumentistas, guionistas (entre ellos, algunos intelectuales irreprochables en otros géneros: Josefina Vicens, Ricardo Garibay, José Revueltas, Mauricio Magdaleno, Salvador Novo, Gustavo Sainz), directores, sobre todo los productores a quienes no les importó deteriorar un arte para convertirlo en mercancía barata, y el público que lo soportó, sin exigencias. Y uno de los peores fue la explotación que hicieron del rock mexicano; mientras en Estados Unidos Frank Tashlin hacía The Girl Can’t Help It (con excelente música y sentido del humor), en México hacíamos Los chiflados del Rock’an’Roll, Rebelde sin casa, El cielo y la tierra, Dile que la quiero, Mi canción eres tú; mientras Robert Wise hizo West Side Story, Julián Soler deshizo La edad de la violencia; mientras en Hollywood se hacían tramas alrededor de conflictos juveniles (dramáticos o más ligeros), en México se aprovechaban de la popularidad de conjuntos y cantantes para meterlos en mitad de una escena, a cantar cosas que no tenían que ver con el argumento, simplemente para llevar público juvenil a sus melodramas; Arana relata que incluso Luis Buñuel utilizó a Los Sinners, con paga simbólica, sin crédito y culpándolos de ser instrumento del diablo, en Simón del Desierto (más oportuno fue el Indio Fernández, que muestra contrastes entre campo y ciudad, gracias a Los Locos del Ritmo).
Sin pretexto, de manera gratuita, aparecía Julissa bailando y mostrando sus muy bellas piernas (a veces, eso es lo mejor de esas cintas), o María Eugenia Rubio haciéndola de ingenua, o César Costa haciéndole el paro a Resortes (válgame), o Los Hooligans cantando “Despeinada”, sin que, insisto, tuviera que ver con la trama; en una de las películas más infames del cine mexicano, Los años verdes, los ponen a tocar un vals para que se vea que no sólo son brinquitos y guitarrazos, pero en un jardín, sin electricidad, y haciendo como que tocan guitarras eléctricas; no fue sino hasta los ochenta que no se usó el rock para atraer público sumiso, sin olvidar los acercamientos en el cine de José Agustín, aunque en ellos había más visión paródica que alegórica.
En medio de eso había algunos programas televisivos en que aparecían rocanroleros: Premier Orfeón (después, Orfeón A Go Go), que era una sucesión de números interpretados por artistas de esa disquera: César Costa, Los Hooligans, Leda Moreno, Los Rebeldes del Rock, Los Crazy Boys, Emily Cranz (por otros motivos), las Hermanitas Jiménez (por otros motivos); Ossart montó un programa similar, que duró mucho menos tiempo, y con cantantes de otras disqueras: Angélica María compitiendo con Ariadna Welter por César Costa; Enrique Guzmán, uno de los más populares, no tuvo esa tribuna más que como invitado a veces hasta de Pedro Vargas, y sólo tuvo programa propio cuando explotó su comicidad no siempre intencional. Manolo Muñoz y Alberto Vázquez también debieron aparecer más como invitados que como titulares.
Mucho del atractivo de esos programas eran las bailarinas; por ejemplo, el ballet de Malena Soto, las primeras en usar minifalda en la televisión, o Andrea Coto, la que mejor bailó el yenka, o que mejor se vio bailándolo; o las imitadoras de las bailarinas enjauladas (Macaria, Robertha; Ana Martin; en Estados Unidos: Goldie Hawn, Terri Garr); pese a todo, estaban muy lejos de T.A.M.I. Show; también a veces debían compartir el programa con Los Polivoces que hacían crueles parodias (“me ordenó el doctor que vuelva” [el estómago]; “yo no quiero ser de los que dices que me dicen que yo soy, ¡ay, pero lo soy!”), o con Javier Solís o María de Lourdes o con La Consentida (ya sé que lo repito, pero era muy gracioso que criticara a las minifalderas, por descocadas, mientras mostraba un escote que ni Elvira Quintana) o con Antonio Bribiesca, o con Rubén Cepeda Novelo cantando Torero Twist o algo así, sintiéndose inferiores a Bill Halley y sus Cometas. No aparecían en escena los coristas; entre ellos, Plácido Domingo haciendo coros para Costa y Guzmán; o las mujeres, casi anónimas, que tenían mejores voces que los cantantes populares; o lo que revela Tere Estrada en su libro sobre roqueras, que eran Leda Moreno o Vianney Valdés, de voz y simpatía privilegiadas, perdida en la más provinciana provincia, quienes hacían coros.

IV
Corazón, tú dirás lo que hacemos,
lo que resolvemos.
José Alfredo Jiménez
Lo peor de nuestro rock fueron sus letras: apunta Federico Arana la incongruencia gramatical de “El rock de la cárcel”: todo el mundo en la prisión corrieron a bailar el rock; Queta Garay en “Las caricaturas me hacen llorar”: “la primer función”; Enrique Guzmán en “Anoche no dormí”: “fue de ti, fue de mí la gloria de este gran amor”; Angélica María: “con un beso pequeñísimo de tus labios al besarme”; los mayorcitos nos advertían que cómo se le llevaría una serenata a cualquier mujer con “Perro lanudo”; incoherencias, coros incomprensibles, cambios de primera a segunda a tercera personas sin ninguna razón, excepto para forzar una rima o para que no sobrara una sílaba (no nos quejamos en cambio de los poetas que nunca dicen “quizás” en vez de “quizá” porque les sobraría una sílaba, en el caso de los que cuidan el ritmo y la acentuación); ni los mayorcitos decían que también sus canciones tenían incongruencias (“por alto está el cielo en el mundo, por hondo que esté el mar profundo”) o incoherencias (“ay leré, leré leré leré, leré leré leré”).


V
Corazón, corazón,
no me quieras matar corazón.
José Alfredo Jiménez

En espera de los diagnósticos definitivos, en una parodia incalificable del Viernes Negro, encuentro un disco triple, con un DVD, producido en 2008, pero ya sabemos lo lamentable de las tiendas de discos en México (en los sesenta el Mercado de Discos era insuperable); la compilación no tiene muchas novedades; algunas curiosidades, como “Acapulco Rock” con Miguel Ángel, no con Manolo Muñoz; a Baby Bell; “Qué tal May Lou” con Paco Cañedo en vez de los Teen Tops o los Hermanos Carrión; “Sólo un mes”, de Los Locos del Ritmo, excluida de casi todas las recopilaciones.
Lo que llama la atención es el DVD; algunas filmaciones originales: Los Teen Tops simulando que tocan, modelos que cohíben a los cantantes; Emily Cranz (por otras razones), un infame play back de “El gran Tomás”, que sólo se perdona por la belleza de Mayté Gaos (ahora la doctora en historia María Teresa Gaos, según acota Luis Zapata) acompañada de Tun Tun y los Polivoces, o la aparentemente ingenua Pily Gaos desperdiciada en voz y belleza con las más bobas canciones posibles (ambas, hermanas, y familiares de José Gaos); algunas escenas, entrañables porque nos remontan a la primera adolescencia (de la que apenas estamos saliendo), porque hacen recordar otras épocas no por terribles menos memorables, pero un crimen espantoso: algunas canciones, interpretados por los cantantes originales, 30 o 40 o 50 años después; ver a los Loud Jets sesentones vestidos como quinceañeros; a Paco Cañedo con más calvicie que don Roberto Cañedo en sus papeles de villano de cintas de luchadores; o los Blue Caps con cara de regañones contra los rocanroleros; o Leda Moreno, tan bonita que había sido y con una voz tan ágil, ahora con sobrepeso, sin frescura, sin aliento. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
(No sólo Francisco Elorriaga, también Marco Pulido afirmó, cuando todos opinaban que era Pedro Páramo, que Bajo el volcán es la mejor novela mexicana.)

VI
Fallaste, corazón,
no vuelvas a apostar.
Cuco Sánchez

El futbol americano cada vez se parece más al soccer (que por algo es soccer); el jueves el mejor jugador defensivo de Detroit, apellidado Suh, se aprovechó que un contrincante estaba indefenso, en el suelo, para azotarle la cabeza contra el piso dos veces; luego lo pisó, lo pateó, y como los futbolistos de todo el mundo, levantó las manitas como diciendo yo no fui, y se asombró de que lo expulsaran del juego; ante la amenaza de que lo suspendan y lo multen cuando menos cinco juegos, ofreció disculpas a sus compañeros, a sus coaches y a su público, pero no al ofendido y lastimado.

VII
Nos volvimos a ver, después de tanto,
que al mirarte me dio un vuelco el corazón.
Salvador Novo

El remedio propuesto es peor; y qué hace uno sin hipocondría (lo más lamentable es que la computadora no me deja escribir hipocrondria).
Ah, y Tres caídas, el cuarto libro de Diego, está ya en la Librería Madero.

¡Ay, corazón!
Consuelo Velásquez

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