sábado, 25 de junio de 2011

¿Qué dijeron?

Ya hablé alguna vez en público (en privado muchas) de este asunto, y se me catalogó, y más en privado, como obsesivo, que me fijo en detalles que no existen (sic), que en realidad los autores no querían decir lo que dijeron, o que es mi imaginación; otros, más de acuerdo conmigo, saben que el subconsciente y el inconsciente saben de razones que conscientemente ignoramos. El hecho es que en la canción mexicana, escondidas tras declaraciones sentimentales y al parecer cándidas, asaltan las verdaderas intenciones, por lo regular lujuriosas (en su primera acepción) o lascivas, que aunque parecidas no son lo mismo.
No hablo de los descuidos inocentes, como el de Esperón y Cortázar en “Cocula”, (“se me vino de repente”, que es la respuesta a la adivinanza de “la canción de la eyaculación prematura”), ni de las frases que con el paso del tiempo cambian de significado, como en la canción de los Locos del Ritmo, “qué dirían de mí, qué dirían de ti, qué diría la gente si me viera todo el día haciéndote el amor”, o los albures descarados y burdos (“Ahi lo trais”, de un Marco Antonio Campos que no es el poeta, y que cantó con toda vulgaridad Pedro Infante) o albures finos (algunos de los de Chava Flores en casi todas sus canciones, notoriamente “Tomando té”), estos últimos casos desde luego intencionales.
Son otras canciones que, entre alguna frase, se cuela otra más reveladora; las hay intencionales pero no para alburear, sino para declarar un amor hasta hace poco considerado ilícito o innombrable, como “tú me acostumbraste a todas esas cosas, y tú me enseñaste que son maravillosas… yo no concebía cómo se quería en tu mundo raro, y por ti aprendí”; o las declaraciones de que importa más el presente que el pasado (“déjame imaginar que no existe el pasado, y que nacimos el mismo instante en que nos conocimos” –que también interpretó Pedro Infante, aunque fue éxito de Lucho Gatica), o el riesgo de lo desconocido (“y si quieren saber de mi pasado, es preciso decir una mentira… que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca he llorado”, inusitada dentro del repertorio del machismo inteligente de José Alfredo Jiménez).
Hay diferentes categorías, como el relato sucinto del faje que lleva a la incontinencia amorosa (“comenzó por un dedito y la mano agarró… y de un beso el estallido cambió de pronto el juego en el más dulce amor”), al deseo apresurado (“mirando tu retrato me consuelo”, epígrafe ideal para una revista erótica de buen gusto), la satisfacción absoluta (“tanto tiempo disfrutamos de este amor”) que confiesa actos demasiado íntimos (“en los labios llevas ya sabor a mí”) y que no disimula la petición (“chupa que chupa que es más sabroso”, más sincera que “en la dulce sensación de un beso mordelón”, y que insinúa “yo quiero ser un solo ser y estar contigo”, descripción muy exacta y literaria del acto amoroso) y que apenas es más sutil que la confesión total y que Emilio García Riera consideraba digno del gusto del servicio doméstico nacional (“llévame si quieres hasta el fondo del dolor, hazlo como quieras…” y que hace una confesión inesperada: “ya no soporto la terrible soledad, no con un beso nada más…”); aunque el beso más descriptivo es de Lara: “me arrodillé pa’ besarte y así entregarte toda mi vida”.
Hay autores muy conscientes de lo que dicen, y se atreven a decirlo sin tapujos, como María Greever (“porque un beso como el que me diste nunca me habían dado, y el sentirme estrechada en tus brazos nunca lo soñé… como esperan las rosas sedientas al rocío, con esas mismas ansias te espero yo a ti”; “en el rumor de una ola depositamos los dos nuestro secreto de amores que en el mar se sepultó… ola que con tu blanca espuma sin precaución ninguna bañaste sus pies, ola que su cuerpo tocaste y sus labios besaste, vuelve otra vez”). Más directo, Agustín Lara a veces rememora, no a Amado Nervo, como solía decir Monsiváis, sino a Leopoldo Lugones (El mar, lleno de urgencias masculinas, / Bramaba alrededor de tu cintura, / Y como un brazo colosal, la oscura / Ribera te llamaba. En tus retinas, // Y en tus cabellos, y en tu astral blancura, / Rieló con decadencias opalinas / Esa luz de las tardes mortecinas / Que en el agua pacífica perdura. // Palpitando a los ritmos de tu seno, / Hinchóse en una ola el mar sereno; / Para hundirte en sus vértigos felinos // Su voz te dijo una caricia vaga, / Y al penetrar entre tus muslos finos, / La onda se aguzó como una daga. –Océanida --; “Arroyo claro que en tu murmullo le das arrullo al cañaveral, / hilito de agua que hace cosquillas a mi vereda y a mi jacal. / Son tus guijarros un collarcito con el que adorno mi corazón. / ¡Cuna de plata de la mañana, que en la montaña se hace canción! / Yo tengo celos, celos mortales, / porque tú bañas su lindo cuerpo lleno de luz / y tengo celos de tus espumas y tus cristales, arroyito de plata, mi rival eres tú.” –“Arroyito”, Lara).
Pero Lara es mucho más directo en otras canciones, a veces con intención rencorosa (“vende caro tu amor… aquél que de tus labios la miel quiera, que pague con brillantes tu pecado”, aunque es mucho más de ardido “espero a que te pongas más barata pues algún día bajarás de precio” de los hermanos Martínez Gil); o más rendido pero con la misma intención, en “cada noche un amor, distinto amanecer, diferente visión”, o más festiva, la narración de la aventura en Acapulco, sin importar su pasado de ella (“amores habrás tenido, muchos amores… pero ninguno tan bueno ni tan honrado como el que hiciste que en mí brotara” –órale–, o “la blanca tibieza que derramaste en mí”, todos estos versos de una sinceridad sin lugar a dudas de la sensualidad, notoriamente extramarital).
Meloso, Lara se insinúa, ofrece, a veces reclama, pero su reclamo no es el mismo que quien se queja “Ay, amor, ¡qué malo eres¡”, o del que menos enojado y más bien perdonando, “yo te agradezco con toda el alma tu noble empeño”, espléndida en la voz de Eva Garza; Lara no es dubitativo, como Osvaldo Farrés, quien suplica “por lo que tú más quieras, hasta cuándo, hasta cuándo”, o como Gatica, quien confiesa “No sé decirte qué pasó”; es inequívoca la confesión de Pedro Flores, “por más que se oponga el destino, serás para mí”, porque no hay que preguntar para qué; más orgulloso de la confesión es el anónimo compositor de “un beso a la medianoche y el otro al amanecer”. Igual de orgulloso y presumido es el que se ufana: “¿Quién si no fui yo pudo enseñarte el camino del amor?”, aunque a continuación, penoso, confiesa “muerta mi altivez cuando mi orgullo rodó a tus pies”; “Recuerda un poquito quién te hizo mujer”, alardea José Alfredo por aquello de que siempre hay una primera vez.
Pero la canción mexicana está llena de frases inequívocas, y si las mostramos aisladas, son reveladoras; las siguientes, de canciones de múltiples compositores desde los más finos (Alfonso Esparza Oteo) hasta otros menos sutiles, hablan de actos propiciatorios hasta culminaciones: “Acércate más, y más y más, pero mucho más”; “¿Qué no estás tú viendo que lo estoy queriendo sin saberlo tú?” “Porque tal vez será nuestra última noche de amor”; “Pero cómo le explico a mi corazón cuando extrañe en las noches tu piel, tu voz: te fallé como amante”; “Pero a fuerza no será”; “Lo mismo pierde un hombre que una mujer”; “Voy a mojarme los labios con agua bendita”; “Pero voy a sacar juventud de mi pasado” (ideal para promover medicamentos milagrosos); “No quiero que te vayas, la noche está muy fría, abrígame en tus brazos hasta que llegue el día. La almohada está impaciente”; “Te tuve una vez muy dentro de mi corazón”; “Ya no me importa lo que digan los demás”; “Quisiera ser el primer motivo de tu vivir; estar en ti en la misma forma que estás en mí… esa ilusión de amor que se siente una sola vez” “…y hacer de cuenta que hoy nos conocimos”; “Por fin ahora soy feliz, por fin he realizado el amor soñado en mi corazón”; “Lo que he sufrido al sentir tu decepción”; “Que me diste tu amor por equivocación”; “Yo sé que soy una aventura más para ti, que después de esta noche te olvidarás de mí”; “Cuando me asalta el recuerdo de ti, siento en el alma mortal soledad” (es mejor la de Tin-Tan: “Cantando en el baño me acuerdo mucho de ti… y es que cuando me froto, pues yo me acuerdo...”; “Naufragué en el verde mar luminoso de tus ojos, pero al fin pude alcanzar la playa ardiente de tus labios rojos”; “El vicio, el vicio, el vicio de quererte me domina” “Yo haré palpitar todo tu ser”; “Es el error que ahora con dolor pagamos los dos”; “Hace tanto tiempo que estoy divagando, con la fiebre intensa de este cruel martirio, sigue sin piedad sin compasión callando, y tú no me dices ni que sí ni quizá ni que no”; “Y pensar que tuve tan cerca otros labios y los desprecié; pero no me quejo, fue maravilloso lo que te robé”; “Cantando por el barrio del amor”; “Qué caro estoy pagando por quererte, ay cariño” “De mi pasado preguntas todo, que cómo fue”; “Entrégame tú la caricia suprema de amor, con luz en la mirada que ahuyente esa lágrima tuya y olvide el dolor”; “Me gustas mucho, mucho, pero mucho”; “Tú sabes que somos dos amantes que vivimos dos vidas diferentes”; “Como un duende yo sigo tus pasos, para ver si tan sólo eres mía o repartes tu amor en pedazos”; “Si ella te dio su querer tú se lo debes pagar”; “Tuve que pagar albricias por ser tan afortunado”; “Cuando sientas el hastío de otras tierras volverás”; “En la penumbra vaga de la pequeña alcoba, donde en aquella tarde te acariciaba toda”; “El corazón que una noche muy confiado te entregué, y sin ver que me engañabas en tus manos lo dejé”; “Si mi más grande amor tan pequeño lo ves” (otra confesión penosa); “Los dos estamos ahora frente a frente; los dos sabemos lo que el alma siente”; “Te llevaste mi vida con tu prisa y me dejaste inmensamente triste”; “Mas hoy sé que has jugado conmigo, satisfecha quizá ya estarás. Ríete nomás, ríe te digo”; “Quién pudiera pagarte un minuto de amor”; “Chacha, mi chacha linda” (favorita de diversos escritores mexicanos calificados de chirriscos); “Yo que fui del amor ave de paso”; “Amor mío, tu rostro divino no sabe guardar secretos de amor; ya me dijo que estoy en la gloria de tu intimidad; cuánta envidia se va a despertar” (la más explícita de todas las citas); “Cuéntale, cuéntale” (reto de Nydia Caro); “Yo sé que nunca llegaré a la loca y apasionada fuente de tu vida”; “Íntimo secreto, confesión de amor”.
Fuera de contexto, los Tlamatinis encontraron en la confesión de Roberto Carlos, de que una de sus canciones favoritas, y que hasta entonces era de las que más cantaba, “Amapola, lindísima Amapola”, cuando a principios de los setenta lo entambaron por posesión de drogas, la razón de todo. Seguiré en la próxima.

Los últimos nueve días han sido angustiosos, de azoro, susto, incertidumbre, y finalmente alivio. Ahí la llevamos, todo ha salido mejor de lo que esperábamos. Hace poco un historiador se explicaba la crisis por lo corrupto que somos los mexicanos. No sabe lo que dice, nos confunde con los gobernantes: gente que se acercó a ayudar, que nos avisó lo sucedido tratando de infundir esperanzas, gente que pudiendo aprovecharse se comportó con una honradez, una limpieza ejemplares; gente que aun con el espanto en el rostro hizo más allá de lo humano para auxiliar; médicos, enfermeras, personal administrativo de un hospital de gobierno que desmiente lo que opinamos de ellos sin entender su trabajo. Y como siempre, llenos de amigos que muestran su humanidad, su entereza, su grandeza, y de quienes nos sentimos orgullosos. Ahí la llevamos gracias a ellos. Y queda la certidumbre de que nada hubiera sucedido si las autoridades no fueran tan corruptas, si no beneficiaran a las grandes industrias; ahora sabemos a qué estamos expuestos si permitimos que esos grupos, disfrazados de todas las tendencias políticas a las que denigran, sigan empeñados en conservar o adquirir o recuperar el poder.

(Sus coreografías son espléndidas, las voces de sus actores, admirables, las tramas divertidas y a veces interesantes, además de la belleza de algunas de sus protagonistas y de sus invitadas; pero preferir las versiones de Glee es como preferir leer a Dèja Lu en vez de a José Emilio Pacheco.)

En el portal de El Universal, Edición Impresa, Hemeroteca, en la edición del 26 de junio, en Columnas, El Librero, con reseñas de los cuentos y los poemas completos de Borges, y cuatro libros más.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta todo lo que escribiste, todas las citas, entrañables lapsos momentaneos que alguna vez hemos sentido, muchas felicidades.

EM

Lalo dijo...

¿Podrías identificarte? Puedes escribirme a leguiluz@prodigy.net.mx; me llama la atención la similitud de iniciales. Prometo no divulgar tu identidad.
EMG