domingo, 12 de junio de 2011

Manos arriba (o toccata y fuga)

Son varias las personas que han señalado un fenómeno que no sé cuánto tiempo dure: si la muerte era pública y el sexo privado, desde hace unos pocos años es a la inversa: uno se entera tardíamente del fallecimiento incluso de gente famosa, como la excelente cantante Phoebe Snow, aquella que hace dueto con Paul Simon en “Gone at Last” y le hace coros en “50 Ways to Leave Your Lover”, ambas de Still Crazy After all these Years, considerado el mejor álbum de 1975; falleció el 26 de abril, sin que hubiera apenas unas notitas breves, perdidas, en unos pocos periódicos; o el de Captain Beefheart; ambos fallecimientos hicieron ruido en el mundo de la música, pero sólo nos enteramos de su fallecimiento por las revistas especializadas; de la vida sexual de estrellitas, estrellados y futbolistas (y beisbolistas: Álex Rodríguez debe sus constantes slumps a sus parrandas con Madonna y últimamente con Cameron Diaz, aunque Derek Jetter no se vio afectado en su juego por su romance con Jessica Alba, aunque por un buen rato tuvo que andar cantando “la última noche que pasé contigo quisiera olvidarla pero no he podido, la última noche que pasé contigo, hoy quiero olvidarla por mi bien” –“si no fuera por la penicilina”, como me confesó uno de los más nobles e inteligentes economistas y funcionarios mexicanos) la exponen cada semana las revistas dedicadas a los chismes del espectáculo: con quién, cómo, cuántas veces, en qué horarios, con la mujer de quién (como decía la muletilla de los años cincuenta); sin rubor confiesan, haciendo como que se arrepienten, recién casadas y recién divorciadas, y hacen alarde de sus habilidades que quieren hacer coincidir con sus medidas, y que casi siempre están en proporción inversa a sus cualidades histriónicas. Ven con orgullo cuando son incluidos en las listas de los adictos al sexo, aunque no caen en el exceso de tener que acudir a terapia, como lo hizo Michael Douglas, quien no se apenaba de sus malas actuaciones, sino de sus inoportunas erecciones en pleno set, delante de los técnicos, y que no siempre inhibían a sus coestrellas.
Eso, que debería pertenecer al ámbito de la intimidad, es abordado también en programas radiofónicos y televisivos, con alardes y a veces con envidia. Pero aparece en otro tipo de programas, no en el del chismorreo sino en series, telenovelas (soap operas) y películas, en todo tipo de horarios. No sólo en el programa que parecía más la autobiografía de su principal protagonista, Charles Sheen, sino en programas supuestamente familiares, o en los que se elogia a los nerds, donde se plantean los cariñitos de un instante a las que no hay que volverlos a ver, porque se ha descartado que por una o varias experiencias piloto sean calificadas las mujeres como se catalogaba a las que iban al cine con más de uno, aunque haya sido en diferentes etapas. Desvirgar ya no significa condenar a una soledad arrepentida por la adolescencia apresurada; en todo caso hay que ver que hace un siglo ya había quienes no se escandalizaban por ello; sólo basta echar una mirada a la postura de Alfonso Reyes frente al enamoramiento de Amado Nervo por su hijastra Margarita.
Hay algo más: más superfluo y a la vez más visible; lo que califican como “ass grab”, “ass pinch” y “ass slap”, que si se hicieran en los vagones del Metro merecerían dos años de cárcel o una multa alta, más el calificativo de “conducta antisocial”, pero que son muy aplaudidas, con el perdón, en cine y televisión estadounidense. En un episodio filmado en 2009 pero que acaba de transmitirse, de NCIS, Robert Wagner, que debe asistir a una fiesta para descubrir a unos conspiradores, acompaña a Cote de Pablo, llamada Ziva en la serie, y está a punto de palpar el trasero de la actriz, que se ve más carnoso por la ropa que lleva; se abstiene ante la advertencia de otro personaje. Pero es de los pocos que se abstiene, y se ve que a disgusto (en otro capítulo se ve la mano de un hombre en el trasero de Ziva, y nada inmóvil, por cierto).
Decenas de actrices, casi todas actuales, son nalgueadas en alguna serie; como algo insólito en los años ochenta, Katey Sagal, al final de uno de los muchos capítulos de Married with Children, sufre el manoseo de su suegro, en una escena que queda congelada, cuando sube una escalera; en un capítulo de un programa con audiencia para todo público, Shelley Long sufre el pellizco de un niño vestido de beisbolista; mientras que ignoramos la reacción de Sagal, Shelley Long brinca asombrada y sorprendida, por el dolor y por el que la pellizca. Pero la cantidad de nombres de actrices a las que tocan, soban, palpan, golpean o pellizcan, es asombrosa; van desde las que no tienen otro mérito que una amplia zona donde las palpen, soben, acaricien o pellizquen, hasta las que nadie se ofende si se les califica de actrices; desde la especialista en papeles de sosa, como Lisa Kudrow, a su amiga calificada de cachonda pero sólo en la intimidad, Jennifer Anniston (ésta, muchas veces, como que representa a la vecina sensual); la muy capaz y sobria Carmen Maura a la menos sobria Salma Hayek (Maura colabora con su compañero, porque aunque está ocupada leyendo un documento, se acomoda, se sube la falda hasta dejar descubierto todo el muslo, y se vuelve un poco para que le toque el glúteo con más comodidad; Hayek en cambio respinga, pero no le queda más que aguantarse). Hay algunas que se hacen las disimuladas, mientras que otras responden con empujones, bofetadas, o cuando menos con protestas; a algunas las manosean aprovechando un baile (con disimulo su pareja resbala la mano hasta la parte superior de una asentadera, a lo que ella reacciona quitando la mano de la pareja; otros en cambio bajan las dos manos y las posan en ambas posaderas –cartón de cerveza, en el argot mexicano–; en igual número, ellas respingan, se separan y protestan, o se acomodan para que las sigan acariciando, y no pocas responden poniendo sus manos en las posaderas de ellos); en otras, ellos aprovechan las circunstancias y las manosean abiertamente, aunque la mayor de las veces son toqueteos circunstanciales, fugaces, “tocata y fuga”, pero en otras, como esperando a ver si se saca partido de la situación. Hay manoseos en cintas célebres, como en Río Lobo, donde John Wayne da una nalgada inocente, como de camaradería, a una muy joven y bella Jennifer O’Neill, sin que ella se ofenda ni sienta provocación (hace unos años los ingleses se quejaban de que sus esposas, al terminar el acto sexual, indicaban con una nalgada que ya podían levantarse; cuando ellos comenzaron a hacer lo mismo, ellas se sintieron objeto sexual). En Dick Tracy Al Pacino estimula los pasos de baile de Madonna con nalgadas correctivas; en Matrimonio a la italiana, Marcello Mastroniani saluda con una nalgada amistosa a Sophia Loren; ésta, sin embargo, en otras cintas es reconocida por sus alternantes con un saludo sonoro, pero poco erótico. Ya mencioné en otros escritos las nalgadas de Clark Gable a Joan Crawford, los de Pedro Infante a tres (había dicho dos) extras en Los hijos de María Morales, Jorge Negrete a Lucha Reyes, Andrés Soler lo hace en otra cinta, con mayor picardía, a una extra muy atractiva, y otra vez Marcello Mastroiani a Faye Dunaway, y a Julissa un extra, y al que ella increpa "para eso son, pero se piden").
No son pocas las que sonríen; son más las que se indignan, y aún más las que se quedan calladas; son las que hacen papeles de meseras, obreras, asistentes a un centro nocturno; en otras (Susan Sarandon) no se ve la mano acariciando, pero ella respinga de una manera muy natural y espontánea, y no se sabe si por buena actriz o porque necesitó del estímulo manual; el papel que hacen no les permite echar bronca, aunque alguna, que simula ser mesera de fonda para camioneros, derrama un líquido sobre el agresor.
Aunque Jennifer Anniston es de las más manoseadas, le ganan de calle Jennifer Lopez, y sobre todo Sandra Bullock, de la que he contado siete escenas en las que la tocan en diferentes partes del trasero; en alguna, como la ayudan a bajar una escalera, no puede más que hacerse disimulada; en otras permite el manoseo porque la observa la familia de él, y ella quiere “marcar territorio”, y agrega una sonrisa maliciosa, no tanto por la caricia como por la cara con que la observan; en todas esas escenas, Bullock parece consentir el manoseo; otras lo aprueban, y otras se comportan con indiferencia, como si nada hubieran sentido; sin embargo, no hay que olvidar que se trata de una zona erógena, y que debía excitar a quien toca como quien es tocado (otra característica reciente: las mujeres opinan de traseros masculinos, y no son pocas las que se adelantan en el toqueteo, desde aquel comercial de Splendor Champú, en el que una mujer bella posaba intencionalmente la mano en un glúteo de quien se supone la acompañaba). ¿Tocan por sentir, por incitar, por palpar, por comprobar que no es “la engañadora”?
No es no, dictan las leyes; ¿y cuando no dicen no? La proliferación de esas escenas no es gratuita; sucede incluso en cintas de dibujos animados; en ellas la sufren, o la disfrutan, actrices o actricitas como Adriana Aguirre, Jessica Simpson, Reese Witherspoon (en una situación incómoda, en un elevador, delante de mucha gente), Hillary Duff, Eva Mendez, Jamie Presly, Alyssa Milano, Kristen Bell, Anna Belknapp, la niñera Fran Drescher, Sofía Vergara (muy a menudo), Vida Guerra, Rossy de Palma, Verónica Furqué, Paloma Montero (en una escena que dura más de un minuto, y con claras intenciones obscenas), Teri Hatcher (como una muy improbable mesera), la delgada y fina pero no menos atrevida Calista Flockhart, Laura Antonelli (también muy a menudo), la cazavampiros Sarah Michelle Geller, y, entre otras muchas más, Penélope Cruz (más audaz que casi todas resultó la mano traviesa de Penélope Cruz en el trasero de Salma Hayek, fuera de los sets, en plena calle, ante la mirada de curiosos y de un fotógrafo que la difundió en todo el mundo; Cruz debió ofrecer disculpas; Hayek no comentó nada). Madre e hija, Goldie Hawn y Kate Hudson, han sido palpadas con fuerza, en diferentes cintas, desde luego. Bueno, hasta Joyce DeWitt, que hacía papel de estorbosa y poco atractiva, fue manoseada más de una vez en Three’s Company.
Algunas de esas escenas son graciosas; otras muestran el acoso laboral, estudiantil, social que deben aguantar las mujeres; otras parecen preámbulo a una relación menos fugaz aunque el contacto sea fugaz; algunos de los actores parece que no pueden contener la excitación que sienten al observarlas, vistan o no de manera provocativa. La mayoría de las escenas muestra sólo el poderío masculino; que a veces salgan respondonas es otra cosa, pero por lo general no muestran deseos de conquistar, sólo de nalguear.
¿Las prohibirán las autoridades, que tratan de evitar que eso suceda en la vida real?

¿Quién es el escritor conocido como “Dèja Lu”?

Aunque no haya aparecido en el portal de El Universal, puede leerse la columna El Librero si entran a Edición Impresa, de allí a Hemeroteca, en domingo 12, y en las columnas. Cinco notas de cinco libros interesantes.

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