lunes, 25 de abril de 2011

Las mejores actuaciones de Pedro Infante (que cante, que cante)

Entre las más de 300 canciones que escribió y cantó John Lennon destacan dos, no porque sean las mejores (aunque están entre ellas) ni porque sean emblemáticas de su vida y de sus pasiones (aunque reflejan una de sus etapas más complejas): “I’m only sleeping” y “I’m so tired”; destacan por la manera en que las grabó. Ya se sabe que los Beatles experimentaron muchas cosas para grabar, desde la sustitución de los instrumentos tradicionales del rock, hasta la forma, la estructura y los tiempos de las canciones; también se sabe que no siempre fueron autobiográficos, aunque la mayoría de las veces fueron sinceros (y contradictorios: ¿cómo puede ser sincero alguien que lo mismo escribió “You can’t do that”, “I’ll cry instead” y “Run for your life”, pero también “Woman”, “Jealous guy” y “Woman is the nigger of the world”?). Pocas veces fue Lennon tan sincero como en estas dos canciones: para mostrar en la primera que sólo quería estar durmiendo, que le daba pereza seguir con el ritmo frenético de los primeros años del conjunto (incluso es la etapa en que no toca tantos instrumentos, ni siquiera la guitarra rítmica, y a veces sólo tocaba maracas o pandereta, y en otras sólo cantaba) la grabó acostado boca arriba; para la segunda, según los testimonios, para mostrar el cansancio que narra la canción, salió de los estudios, dio dos o tres vueltas a la manzana a paso veloz, o trotando, y llegó a echarse boca abajo, y así cantó “I’m so tired”; y es notorio que la voz en ambas piezas es muy diferente a la que le sale en otras canciones, como “Help!”, hablando de la primera, o de “Sexy sadie”, de la segunda.
No puedo dejar de pensar en esos ejemplos cuando oigo que Pedro Infante canta con exactamente la misma voz “No volveré” (“Te lo juro por Dios que me mira”, una extraordinaria pieza de Esperón y Cortázar, los autores de “Ay Jalisco no te rajes” y “El apagón”) y “La verdolaga”, del gran compositor Rubén Fuentes con Alberto Cervantes, ambas en El inocente. La primera habla de la renuncia a un compromiso amoroso, roto por una desilusión, y frente a una situación irreversible: ella se ha ido (“cuando lejos te encuentres de mí, cuando quieras que esté yo contigo”) y él se hace el propósito inalterable de no regresar con ella, aunque tenga que recurrir a todo para cumplirlo (“te lo digo llorando de rabia: no volveré”); la segunda en cambio da consejos de cómo tratar a las mujeres, en general, sin comprometerse con ninguna; propone los cariñitos de un instante a los que no hay que volver a verlos; instantáneas deben ser esas relaciones: que cuando ya “se te acaba”, con un jalón se acaban (las insinuaciones sexuales son demasiadas como para que sean involuntarias e inocentes; habla de las mujeres “solteras o con marido” que son siempre buenas, y el personaje se confiesa experimentado: “no me gusta lo corriente [¿], consumo de lo mejor”; ¿cuáles serán las corrientes?). La primera es una canción triste, desesperanzada, que narra un rompimiento definitivo, mientras que la segunda es alegre, vivaz; el tono de Infante es prácticamente el mismo en ambas, y la diferencia la marca el ritmo de las piezas. Peor aún: la primera la canta sentado, dando la impresión de que está acompañado de una bebida alcohólica (aunque el personaje Cutberto Gaudazas se confiesa casi abstemio); la segunda, acostado boca arriba, bajo un automóvil en compostura, asomándose y volviendo a esconderse, y es interrumpido por Pedro D’Aguillón y otros dos mecánicos, integrantes del trío de los Hermanos Samperio, que componen autos, bailan y hacen coro a esa canción. En ningún momento se le altera la voz a ninguno.
El error no es de Infante, sino de la dirección; Rogelio González debió saber que no es lo mismo cantar dolido que adolorido, y que la voz es diferente si se canta acostado o de pie; tampoco es error sólo de esta película; en Pablo y Carlina canta “Mi amigo el mar” mientras lo tironean y lo obligan a empujones a salir a escena, con cierta violencia, y la voz no se le altera ni tantito; Rogelio González tuvo un poco más cuidado al poner a cantar a Infante supuestamente briago en La vida no vale nada, pero el buen efecto logrado con la voz se pierde al ponerlo a trastabillar, exagerando los movimientos, sin que se altere demasiado la voz; es más convincente la actuación de briago en No desearás la mujer de tu hijo, cuando ambos Treviño Martínez de la Garza salen de la cantina y van cantando por la calle “Ábranse que vengo herido”, de manera exagerada pero no tanto como en Ahora soy rico donde canta, con sentimiento pero sin verosimilitud, “La que se fue”.
Tampoco es defecto de las películas de Infante; ni siquiera del cine mexicano, que jamás ha sido cuidadoso (excepto quizás en Mecánica Nacional, donde Lucha Villa y Gloria Marín cantan briagas “a medias de la noche te soñaba”, y se les cree que están briagas); Emilio García Riera reconoce que de cualquier piano sale el sonido de toda una orquesta, y que han sido pocos los que han cuidado ese detalle; de cualquier guitarra sale un mariachi, y de súbito aparecen los coristas; Luis Buñuel choteó esa característica en Gran casino, y donde aparece Jorge Negrete cantando, emerge el Trío Calaveras, sea en el campo, en el teatro o en la cárcel.

En los últimos meses han surgido por todos lados; a la salida de una taquería de lujo en Polanco; en las afueras del mercado de la Industrial; al lado de unos sopes en el centro; en medio de un tianguis, junto a los puestos de comida más solicitados; andan cargando un aparato de sonido portátil, o una guitarra a la que le sacan dos acordes; y uno se vuelve a verlos y a escucharlos, porque cantan igualito a Pedro Infante; las canciones son típicas, la facilona pese a sus figuras complejas “Amorcito corazón” o la más exigente “Nocturnal”; en cada aniversario del avionazo fatal surgen espontáneos que al lado de la tumba se avientan con “cariño que Dios me ha dado sin merecerlo…”; desde antes del avionazo aparecían en cabarets y centros nocturnos imitadores de Pedro Infante, Javier Solís el más célebre de ellos, y quien después de que fue aplaudido por el mismo Infante tuvo una pésima carrera cinematográfica y una decena de buenas canciones, incluida “Entrega total”, para solaz del sector de los servicios domésticos, afirma García Riera. ¿Cómo puede haber tantos imitadores de uno de los cantantes más afamados, y durante muchos años el más popular de todos los que han surgido en México? ¿Del mejor vendedor de toda la historia de la industria discográfica nacional, aunque en tiempos recientes hayan decaído las ventas? Tardé mucho en darme cuenta del truco tan sencillo, pero del que no creo que esos imitadores, de lujo o que sólo trabajan para el chivo diario, estén conscientes de qué se trata: basta con impostar la voz para que tenga parecido a la de Infante. ¿Por qué no hay imitadores der Jorge Negrete o de Jorge Fernández?

Hay mucha gente que se atribuyó el éxito de Infante; hay muchas leyendas, y difieren bastante unas de otras; entre las más creíbles es que Otaola, el siempre recordado Otaola, fue responsable de presentarlo con los hermanos Rodríguez; no lo descubrió, pero ayudó a que su carrera tomara un rumbo diferente al que parecía destinado cuando fue llevado a la pantalla gracias a su éxito en radio y centros nocturnos; han pasado casi 70 años pero no han sido suficientes para explicarse el triunfo de Infante; lo escuchamos en sus primeras grabaciones y la voz, agudísima, no es agradable; lo escuchamos en sus primeras películas, donde lo doblaban pero lo dejaban cantar, y tampoco se explica uno cómo es que tenía tanto éxito, en una época donde abundaban las buenas voces, que se han convertido en leyenda: Juan Arvizu, Pedro Vargas, Jorge Negrete, Néstor Mesta Chaires, el doctor Ortiz Tirado; ellos cantaban boleros; Tata Nacho explicaba que la debacle de la canción vernácula comenzó cuando Lucha Reyes empezó a cantar con la garganta; algo similar decía Jorge Luis Borges acerca del tango: que comenzó su decadencia por culpa de Carlos Gardel. Pero en la canción ranchera sobresalen, con mejor voz, el propio Negrete, Miguel Aceves Mejía…
Es posible que hayan exagerado; lo cierto es que la voz de Infante no tiene posibilidades de ser comparada con la de Vargas o Negrete; sin embargo, en los duelos que acometió con ellos, salió bien librado: una serenata con Negrete (y las coplas de retache) y “La negra noche”, con Vargas; hace buena segunda; en cambio, una canción que cuando la canta solo lo hace muy bien, la “Serenata huasteca”, no lo hace tan bien cuando lo opaca Matilde Ramos, “La Torcasita”, en Cuidado con el amor; Ramos pertenece a una generación de mujeres bravías con voces admirables: Lola Beltrán, Amalia Mendoza “La Tariácuri”, María de los Ángeles Loya “La Consentida”, Eva Garza y algunas otras. Lola Beltrán canta cuando menos tan bien como Infante “Gorrioncillo pecho amarillo” y “Cucurrucucú Paloma”, pero él no cantó una más difícil, que fue gran éxito tanto con Beltrán como con Mendoza, “La noche de mi mal”.
Con defectos y todo, hay muchas canciones que Infante las canta como nadie: “Que murmuren” (aunque Marco Antonio Muñiz hizo una versión muy apreciable), “Con el tiempo y un ganchito”, “Nocturnal”, “Ni por favor”, “La verdolaga”, “Noches tenebrosas”, “Pénjamo”, “El Papalote”, donde hace uno de los dos albures que se le conocen; en Los hijos de María Morales, en el puente, Antonio Badú presume: “Ése es mi hermano el chiquito” e Infante, con expresión de duda y sin soltar a su pareja Verónica Loyo, exclama “¿eh?”, como diciendo “¿mande?”.
Ésa puede ser una explicación: Infante actuaba las canciones; al escucharlas uno recuerda sus ademanes; el gesto arrogante donde toma distancia, saca el pecho, levanta a medias el brazo derecho con la mano abierta, la palma expuesta, como advirtiendo que ahí se detenga el contrincante; la mirada burlona, los ojos papaloteando en un ademán de coqueteo (“ojos de papel volando”), la sonrisa a medias, el asedio a la mujer, que si es Elsa Aguirre lo mira con desdén, si es María Félix con desprecio, si es Marga López, con arrobo pero con mohínes, si es Blanca Estela Pavón con modestia y humildad, con timidez Irma Dorantes, y si es Sara García, con orgullo y alegría. Cuando le canta a los hombres, éstos lo ven con envidia, y en ocasiones como tratando de retarlo y cantar mejor que él, como sucede con Luis Aguilar en las cintas de los tamarindos raros, y Negrete en Dos tipos de cuidado; Badú, un cantante más bien discreto aunque muy bien entonado, no se siente vencido y hasta alterna con él, con buenos resultados. Cantando muy mal, lo derrotan los hermanos Fernando y Andrés Soler, sólo porque hacen lo mismo que Infante: actúan: don Fernando, coqueteando con Virginia Serret, y Andrés tratando de restar importancia a ese hecho.
Casi cada canción que interpreta Infante en el cine es memorable: haciendo bailar al caballo Cancia; montándolo mientras lee en verso las cartas de Amanda del Llano; burlándose del llorón Luis Aguilar mientras un coro de motociclistas acompleta los versos de “¿Qué te ha dado esa mujer?”; haciéndole gestos a la rejega Yolanda Varela; bailando rondas infantiles con Silvia Pinal; haciendo una coreografía muy cachonda con “La tertulia” y en “El papalote”; tocando una guitarra de juguete y cantando “La cacería” (Conejo Blas) para los hijos de Lalo Gallardo; cantando un falsete larguísimo mientras limpia sus gafas en También de dolor se canta (algo imposible; hay que tratar de hacerlo para saber que no puede sostenerse una nota tan larga mientras se hace otra cosa, porque además para limpiar los anteojos hay que echarles vaho); mientras ordeña una vaca (también muy difícil, porque se requiere un esfuerzo y un cambio de ritmo que haría que se pierda el ritmo de la canción), conduciendo motocicleta o pedaleando bicicleta; mientras admira las piernas de una mujer (sin que le cambie la respiración, como a cualquiera de nosotros, y más si se piensa "álgame Dios"). Son escenas inolvidables. Sin embargo, al escuchar estas versiones en disco se notan graves deficiencias, de las que hablaremos en una próxima…

Todos los días hay blanqueadas en las Ligas Mayores, y ya ha habido tres o cuatro aproximaciones al juego sin hit; y eso que no han aumentado el tamaño de la lomita de pitcheo, ni han regresado a las bolas del peso anterior; sólo bastó con que comenzaran a castigar a los tramposos que toman sustancias para aumentar su fuerza; la pregunta es qué va a pasar con las marcas que impusieron tan mañosamente, cómo van a cuantificar los récords de Sosa, McGwire, Barry Bonds, Roger Clemens, y cómo van a hacer para limpiar la época y dejar limpios a Iván Rodríguez, Maddux, y volver a hacer creíble un deporte que nunca debió admitir las trampas.

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