martes, 2 de febrero de 2010

No es por hablar bien de nosotros...

Realmente, de la que se perdieron. El viernes (29 de enero) tuvo su bautizo, confirmación y presentación en sociedad México y el beisbol, el libro que escribí con Diego Mejía Eguiluz, editado a fines de octubre y que está a la venta en la dirección de la ADABI.
Tuve que ver con la elección de los presentadores; había muchas posibilidades y opciones, de escritores y ensayistas a los que le gusta el beisbol, que podían haber escrito textos adecuados, ingeniosos, enjundiosos, entusiastas y críticos; de hecho, uno de nuestros mejores amigos no pudo aceptar la invitación porque debía someterse a una cirugía.
Los tres propuestos, y que aceptaron, fueron Marco Antonio Campos, Marco Antonio Pulido y Marisol Schulz; explicaré por qué los invitamos a ellos; en lo general, porque esperábamos textos excelentes que invitaran a los asistentes a que leyeran el libro; también, porque sabíamos que no tendrían, como no lo tuvieron, ningún reparo en señalar errores, erratas y equivocaciones; que sus textos dejarían ver el cariño y la amistad, pero que hablarían del libro, más que de sus autores.
En lo particular: Marco Antonio Campos tiene una sólida obra, tanto en la narrativa como en poesía, y últimamente ha destacado por sus investigaciones sobre la vida literaria mexicana del siglo XIX, y sus ensayos están entre los mejores de los últimos tiempos, por su claridad, su gracia y su contundencia.
Nos conocemos hace muchos años, desde que colaborábamos ambos en El Heraldo Cultural, mal valorado suplemento que dirigía Luis Spota; coincidíamos los lunes, cuando íbamos a cobrar lo publicado y a entregar la siguiente colaboración; los temas que tratábamos eran diferentes; él, con su erudición, abordaba los aspectos literarios de los escritores que le interesaban, y que ya entonces eran muchos, a los que traducía y explicaba; yo abordaba temas más populares, sin que me interesaran menos los suyos, ni sin que él leyera los míos con más interés del que creía; por ello, me invitó a varias entrevistas radiofónicas, a mesas redondas, en dos de las cuales colaboré en su elaboración: la novela policial (me encargué de invitar a los participantes), y un homenaje a Sergio Galindo, y cuyas ponencias fueron publicadas en La Palabra y el Hombre, revista de la Universidad Veracruzana; asimismo, me invitó más de una vez a que charlara con sus alumnos, y sobre todo sus alumnas, en la Universidad Iberoamericana; por la cercanía del deportivo donde hacía sus ejercicios, con mi casa, más de una vez me visitó, brevemente, pero por lo general para entregarme la más reciente de sus publicaciones; todas tienendedicatorias beisboleras. Aunque no lo ha confesado públicamente, es uno de los más grandes apasionados del beisbol y, como José Agustín y Gerardo de la Torre, lo practicó con la misma fuerza y contundencia que sus críticas literarias; además jugó la tercera base, algo que nunca pude hacer y que respeto porque para ser antesalista se necesita valor, decisión y, sobre todo, el mejor brazo del equipo.

Marco Antonio Pulido es tan tímido que ha ocultado que está incluido en El cuento mexicano del siglo XX, de Emmanuel Carballo, al lado de José Revueltas, José Emilio Pacheco, José de la Colina, Julio Torri, Juan José Arreola; tampoco relata que fue él el responsable de que se trasmitiera en México Yo, Claudio, la teleserie basada en la novela de Robert Graves, en una época en que no se permitía ni esa temática ni las escenas provocativas con que inicia el programa; fue uno de los responsables de la colección SepSetentas, y sus artículos en Contenido no sólo marcaron una época en el periodismo mexicano (entrevistó al Chamaco Sandoval, el ghost writer de Agustín Lara), sino que han representado un reto para sus sucesores; él descubrió, y reeditó, el primer cuento mexicano de ciencia ficción; pero en el último tercio del siglo XX se dedicó a editar libros; fue el encargado, entre otras muchas cosas, de la colección La Ciencia desde México, del Fondo de Cultura Económica, además de corregir cientos de libros y de traducir algunas decenas. Mi admiración por su desempeño editorial lo plasmé en una columna dedicada a los mejores editores del siglo XX, que publicaba a la semana en el viejo Uno más uno.
No sólo fue un testigo privilegiado del beisbol mexicano desde su niñez; nació en 1937, pero vio jugar a Roberto Ortiz (el cubano), a Theolic Smith, a Ramón Bragaña, a Martín Dihigo, en el viejo Parque Delta; después, a los mejores mexicanos de la Liga Mexicana de Beisbol en su sede del Parque del Seguro Social; también lo practicó hasta tiempos muy recientes, con muchísimo sentido del humor, sobre todo cuando narraba sus –escasos– ponches; pero, como lo hizo Ted Williams, conectó un cuadrangular en su último turno al bat, aunque explica que “I can’t help it”: “me lanzó una recta rápida, a la altura de la cintura, por el centro del home”. Trabajé con él en el FCE por seis años, y casi todos los días –cuando no estaba comisionado en alguna imprenta– comentábamos los resultados del día anterior, y me platicaba sus experiencias, como testigo o como actor; salí de la empresa hace 20 años, pero nos hemos seguido viendo, una vez a la semana, y en la cantina hemos visto hasta juegos de Serie Mundial, además de que sus anécdotas son muchísimas y divertidas, y de que lee cosas extrañísimas que desmenuza con acierto.

Marisol Schulz, en cambio, no ha visto un juego completo, sólo medio juego en la Liga Maya, que fue lo que duraron sus hermanos en su carrera en el beisbol; en cambio es una de los mejores elementos en la industria editorial latinoamericana; nomás pa que se den un quemón, hace no muchos años fue la única invitada en una comida entre Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y José Saramago; la habrán visto en el programa de libros Domingo Siete, y habrán oído sus comentarios llenos de erudición, pero también de sencillez.
Juntos hicimos una colección memorable coeditada por el CIESAS, donde ella estaba encargada de las publicaciones, y yo por parte del FCE; poco tiempo después entró a Alfaguara, donde ha estado desde hace casi 20 años menos un paréntesis en que dirigió Plaza & Janés; gracias a ella he participado en siete de los más recientes libros de Carlos Fuentes, más algunos otros títulos; entre ellos, Rito de iniciación y Declaración de fe, los dos libros póstumos de Rosario Castellanos; otras amistades con quienes he colaborado o trabajado no se enojarán si digo que trabajar con Marisol es un placer insuperable, porque combina rigor con diversión.

Diego ha trabajado con los tres; Marco Antonio Campos irrumpió en una comida (yo, con Marco Antonio Pulido y Miguel Capistrán; él, con Luis Chumacero y Bernardo Ruiz) para decirme que si estaba consciente de que Diego es mejor editor que yo; lo dijo después de que editaron un libro juntos; con Marco Pulido no sólo ha compartido sesiones inolvidables (lo conoce desde que Diego tenía 15 años) en la cantina, en restaurantes, sino que han trabajado en algunos libros, entre otros El juego perfecto, preciosa y emotiva remembranza de los Pequeños Gigantes de Monterrey; Marisol fue su jefa en Alfaguara, y una de sus mejores amigas.
No por ello le temíamos menos a los tres, porque anteponen el rigor a la amistad.

Nos trataron muy bien. Marco Antonio Campos agradeció los recuerdos que le trajo el libro, su pasión por los Diablos Rojos (aunque se abstuvo de confesar cómo le hizo para admirar a Beto Ávila, porque la única temporada que él lo vio Bobby jugó con los Tigres); nos elogió la objetividad y la buena escritura, gracias a las cuales no descubrió cuáles eran nuestros equipos favoritos; jugó un poco de trivia y recordó los jugadores a los que admiraba; nos reprochó que llamáramos a los pioneros del beisbol mexicano organizado como “inmortales, superhéroes y simples héroes”, pero no le revelamos que nos estábamos planchando el título de un libro estadounidense en que califican así a los beisbolistas, porque en este deporte, decimos en el libro, no hay un solo héroe, y cada jugador lo ha sido cuando menos una vez en su carrera, algo de lo que no puede mucha gente presumir en la vida real, ni siquiera por 15 minutos; le dedicó unas palabras a los cronistas (cosa que no nos atrevimos a hacer Diego y yo), con tanta ironía como homenaje, y le gustó que nos refiriéramos a los prohombres del beisbol mexicano sin exagerar sus virtudes ni ocultar sus exageraciones. Nos sentimos muy complacidos, aunque no hablemos de todo lo que dijo, porque como él mismo afirmó, no se puede poner todo.

A Marco Antonio Pulido el libro le sirvió para recordar cuando entraba pagando el precio mínimo en las gradas del jardín central y luego se pasaba, aprovechando la escasa vigilancia (¿no sería mejor decir “generosa?), atrás de home (lo hicieron también Campos y lo sigue haciendo Diego; yo lo hice sólo una vez), y recreó con palabras certeras el ambiente en el Delta, los jugadores que llegaban al parque después de pasar la noche en la delegación por haber participado en una bronca; a los pitchers que ponchaban a los bateadores con una bola que parecía iba a la cabeza y pasaba por el centro del plato; habló de los apodos de los jugadores, de los nombres que parecían apodos, del ambiente en las tribunas, y algo de su experiencia como jugador defendiendo (“es un decir”, dijo) el uniforme del Fondo de Cultura Económica hasta que se acabó el apoyo, y las autoridades del deporte capitalino desbarataron los diamantes de beisbol para crear más canchas de futbol o de futbol rápido; no es por hablar bien de nosotros ni porque hayamos estado presentes, pero también fue elogioso con nuestro trabajo y nuestra prosa.

Marisol Schulz dijo que recibió la invitación como si hubiera sido una broma, achacada a Diego, y luego su presión para hacer un texto, coacheada por Ramón Córdoba para entender algunos de los términos que usamos los beisbolistas para comparar el juego con la vida real; ella se fijó en otros detalles: la inserción del beisbol en la historia de México, cómo lo han afectado las crisis, cómo han incidido los movimientos sociales, políticos y económicos en el deporte (desde luego, ha sucedido con todas las actividades, pero nos detuvimos en el beisbol) desde mediados de los años veinte hasta la temporada del 2009, las implicaciones culturales; en fin, ver el beisbol con los mismos ojos con que vemos la literatura, el cine, la política, la vida misma; hizo una lectura diferente, así como nosotros presumimos de haber escrito un libro completamente diferente; aprobó la prosa, ella, que es una catadora exigente, y elogió que el libro se lea con interés y sin pausas, casi de una sentada; para escribirlo, Marisol utilizó una prosa bella, puntual, graciosa; tampoco dejó de reprocharnos, no la pasión, sino que en tantos años de amistad hayamos sido incapaces, creo que ya no a partir de ahora, de inculcarle la pasión por este deporte. Un texto muy hermoso.

Al hecho de que fuera en viernes, de quincena (no para todos) y principio de puente, se aunó la megamarcha que paralizó parte de la ciudad y convirtió a la otra en estacionamiento; sin embargo, nos acompañaron más de 60 asistentes; amigos, compañeros de trabajo, familiares, pero muchos otros aficionados al beisbol que se deleitaron, en la medida que se lo permitieron las circunstancias, con las tres ponencias magistrales.
Del libro, su hechura, sus tropiezos, sus circunstancias, hablaré en la siguiente entrega. Gracias a los tres.

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