sábado, 26 de diciembre de 2009

Salarios en el soccer

Fue a mediados de año (escolar y civil), en 1960, cuando una mañana, a punto de irme a la escuela (la Teodoro Montiel López, que a partir de entonces tuvo ese nombre; antes le decíamos “Cuauhtémoc”, porque así se llama la calle donde se encuentra; pero era nominada M-521; poco menos de dos años antes había fallecido el director), mi padre me anunció que podía faltar, que iba a llevarme a su chamba, porque ese día comenzaría a chambear allí Julio María Palleiro, en esos momentos centro delantero del América, y que había jugado con Necaxa y Toluca, y tenía la fama de haber sido campeón goleador dos campañas seguidas; ya estaba en las últimas, y tampoco eran los mejores tiempos del América, aunque tenía jugadores que ahora son leyenda: Walter Ormeño y El Pájaro Huerta como porteros; Juan Bosco, Alfonso Portugal, el Tigre Gómez –a quien conocí muchos años después–, el Gato Lemus, el Perro Cuenca, como defensas; Ángel Schandley y Pedro Nájera en la línea media, y como delanteros el Curro Buendía, Carlos Calderón de la Barca, Lalo Pálmer (conocido como La Lulú Pálmer, porque no era broncudo como Héctor Hernández y el Mellone Gutiérrez, del Guadalajara), Pepín González, Mario Pavés, el Tico Soto; en esas fechas fueron dirigidos por Fernando Marcos y luego por Nacho Trelles; a Marcos y a Walter Ormeño los suspendieron un año por una bronca en Toluca donde el peruano Ormeño le bajó dos dientes al árbitro Felipe –¿o Fernando?– Buergos; compraron entonces a Manuel Camacho, quien había sido titular con el Toluca, pero que estaba también en sus últimas campañas, aunque dio aún excelentes partidos; a él lo sucedió Ataulfo Sánchez, quien casi solito dio el primer campeonato al América en muchos años; podría decirse que él solito, pero lo ayudó Zague.
Palleiro había debutado en el torneo Jarrito de Oro, que jugaban al terminar la campaña, la Copa de Oro (luego Copa México) y el juego Campeón de Campeones; ese torneo, patrocinado por los refrescos Jarritos (qué buenos son); era para probar a los novatos, y por esas fechas Toluca hizo debutar a Vantolrá, Juan Dosal y otros que enloquecieron a las defensas de los equipos que participaban en el torneo: Zacatepec, Necaxa y Atlante, los otros: aún no ascendían a la primera División la Universidad ni el Cruz Azul. Palleiro anotó algunos goles, y prometía que para la campaña reafirmaría su fama de romperredes (título que después le quedó al Pata Bendita, Osvaldo Castro, un chileno que también jugó para el América en una época que el equipo tenía tantos argentinos, chiles y brasileños, que en realidad se llamaba Suramérica).

Con Humberto Huerta, Jesús Desachy, Carlos Silva, jugábamos trivia sin saber qué era trivia; recitábamos las alineaciones de todos los equipos, nos sabíamos las de todas las selecciones hasta esa fecha, los que habían anotado los goles importantes, quién había fallado un penalti y quién lo había detenido, y seguíamos los juegos (por radio; se televisaban escasos partidos, entre ellos, diferido, el infame del 10 de mayo de 1960, cuando la selección de Inglaterra le dio un estruendoso regalo de día de las madres a la afición mexicana cuando derrotó a la selección mexicana por 8-0) y comprábamos La Afición porque tenía excelentes crónicas, muy detalladas para sufrir con morbo las derrotas de nuestros equipos favoritos; las ediciones del 24 y del 31 de diciembre eran gigantescas y resumían las hazañas y fracasos durante todo el año, además de regalar un calendario con alguna estampa deportiva; alguno de nuestros compañeros vio, casualmente, en una oficina del Registro Civil al Diablo Benhumea, defensa del Necaxa, y lo envidiamos; vecinas nuestras eran Rosa y Gloria Reynoso, sobrinas de Tomas Reynoso, el excelente medio volante del Necaxa, y conocíamos a Manuel Arellano, hermano del Cuate Arellano, muy amigo del Cuate Fal, el extremo derecho de una delantera necaxista que tenía a Alberto Evaristo, el Chato Ortiz (quien falleció hace unos días); debutaba el Pato Baeza, a quien suspendieron un año por lanzarle un balonazo a un árbitro, y mexicanizó a Carlos Lara, antes del Zacatepec.
José Luis Desachy, hermano de nuestro compañero Jesús, estaba en las fuerzas juveniles del Atlante, equipo que tenía algunos de los jugadores a los que admirábamos: Cisneros, el Loco Sesma, sobre todo.
Que tuviera oportunidad de conocer a Julio María Palleiro bien valía la pena una pinta, aunque fuera solapada por mi padre; sin embargo, fue en vano porque Palleiro no se presentó a trabajar: necesitaba que le dieran permiso de faltar dos tardes a la semana porque entrenaba martes y jueves con el América. En el trabajo una semana se trabajaba en la tienda lunes, miércoles y viernes, y la siguiente semana martes, jueves y sábados; por lo tanto, no podían aceptar su petición.

Aunque era “estrella”, y además extranjero, necesitaba otra chamba; cuando leo las cantidades que reciben los actuales jugadores, que rebasan por mucho el salario del presidente, y que además piden trato fiscal especial con el alegato de que su carrera dura menos que la de un contador, un empleado bancario o de cualquier empresa, me asombro aún de que los mejores jugadores de hace no mucho tiempo pidieran otro trabajo. No quiero asegurar, como hacen muchos, que los jugadores de antes le tenían más amor a la camiseta; el futbol soccer, como casi todos los deportes, se ha especializado; además de que los jugadores son más altos, más fuertes y más delicados (algunos tienen apodos que son más delicaditos que el que le asestaban a Lalo Pálmer); necesita entonces jugadores de tiempo completo, que no se distraigan en otros empleos, ni siquiera en los estudios; por eso deben pagarles muy bien; no sólo en México: todo soccerista que empiece a destacar anhela irse a Europa para cobrar en euros, y de cualquier manera en México, violando la ley, cobran en dólares.
Alegan sus defensores que hacen bien, porque ellos son los que llevan a la gente a los estadios; pero cabe la pregunta de si con las escasas entradas le alcanza a los clubes para pagar salarios de cientos de miles, o cuando menos decenas de miles, a los jugadores; seguro que alcanza por el patrocinio de empresas que desembolsan cantidades para que pongan el nombre de su changarro en la playera de los jugadores, cuestión antes impensable: sentían orgullo por el escudo de su equipo.
Lo que debe cuestionarse es si de veras desquitan su salario; no me refiero a que si siempre juegan bien; en un torneo sólo puede haber un campeón, y los demás equipos deben conformarse con los puestos del segundo al decimosexto; nadie puede exigirle a ningún jugador que siempre juegue mejor que los demás, que nunca se equivoque, que siempre acierte; la pregunta es si cumplen con la dedicación completa y absoluta; todos los días aparecen fotografías de aspirantes a estrellas de televisión y modelos, con la noticia de que es novia, esposa o amante de un futbolista; más exuberantes mientras más famoso es su galán, o mientras más salario cobra; no sé si el precursor en el mundo fue Enrique Borja, aunque sí en México, al casar con Sagrario Baena, pero su matrimonio fue discreto, ella se retiró y él siguió jugando, administrando, y todo lo que ha hecho dentro y fuera del deporte.
Estrellas de televisión cuya popularidad depende de su físico comienzan a ser relacionadas con futbolistas; a veces se casan, otras viven en pecado. Algunas pueden comprobar su popularidad porque son pretendidas, perseguidas y alcanzadas por dos o más jugadores de un equipo. A veces, alguna resentida, llega a declarar que un jugador famoso es más eficaz en la cancha que en la intimidad, con lo que el desprestigio del jugador es mayor aún (aunque eso no debería repercutir en su salario).
Espero que no suene a envidia mi creencia de que ellas tienen la culpa del bajo nivel de calidad del soccer actual; tendrían que ver cómo descendieron los números de Joe DiMaggio cuando conoció a Marilyn Monroe (.301, 32 jonrones y 122 empujadas en 1950; .263, 12, 71 en 1951), y cómo prefirió retirarse y despreciar una oferta de 105,000 dólares anuales (equivalente a algunos millones de hoy), en vez de portarse bien y desquitar el salario devengado. Todo para que al poco de casados ella diera de qué hablar cuando filmó La comezón del séptimo año (La tentación vive arriba, la traducción madrileña) y la famosa escena de las rejillas del Metro, que ocasionó que DiMaggio, Frank Sinatra y otros trataran de entrar a la recámara donde ella se refugió para eludir la violencia de género ocasionada por los celos de los dos.
Y no son pocas las socceras que han sufrido violencia de género por los socceros de hoy; su mamá se lo decía, como dijo la canción.
Julio María Palleiro necesitaba otra chamba porque no le alcanzaba lo que le pagaba el América; ahora necesitan altos ingresos (que acabalan con contratos de publicidad, lo que pagan algunas revistas para que hablen de sus vergüenzas o para que presuman sus residencias) para estar mejor cotizados en el otro mercado: el de las aspirantes a actrices que venden caro su amor.

1 comentario:

GENOVEVA CABALLERO dijo...

Lalito: Genial como siempre. Te seguiré fielmente (es la única fidelidad que me permito) e invitaré a mis amigos a que lean tu blog, digo, para ilustrarse ¿no?
Extraño tus trivias.