lunes, 14 de diciembre de 2009

Ética, deportes y publicidad

Comenzaba a fumar; los Del Prado mareaban pero los Raleigh eran carísimos; no en balde el personaje central en De Perfil se gana una corretiza de porros en la UNAM cuando le piden cigarros y él presume: “son Raleigh, ¿no le hace?”; por esa época aparecieron los Nova, no tan caros y no tan fuertes; el problema era la publicidad: “Nova renova el placer de fumar”; en las páginas de Siempre! varios se quejaron de la desfachatez de los copy a los que no les importaba la gramática; pocos años antes, los encargados de promover los zapatos Canadá salieron de un problema con los zapatos Ringo, aprovechando la popularidad de los Beatles y de su baterista Richard Starkey, conocido porque usaba muchos anillos (“en los dedos”, completaba uno de sus panegiristas a posteriori); esos zapatos tenían un tacón más alto, y antes de achacárselos a Ringo, los promovían para que los chaparros no nos sintiéramos tan acomplejados: ¡alturízate!, aconsejaban, para soponcio de los puristas de esa época, que mostraron poco sentido del humor, y una justificada indignación, que no les saltaba en las torterías que ofrecían de "milaneza", y hasta decían que se veía mal si se escribía bien.
No ha habido tanta indignación con las modernas promociones de teléfonos ¿celulares?, ¿móviles?: “mensajéate”, dicen para decirle a sus clientes que pueden enviar mensajes telefónicos, y hay hasta funcionarios que reprochan a la Academia de la Lengua que no hayan reglamentado ese lenguaje taquigráfico que usan hasta los alfabetizados.
En realidad no hay que enojarse tanto: el “¡alturízate!”, el “renova” ya no los recuerda casi nadie, y pasaron al baúl de los desechos casi tan rápido como las “planeaciones”, los “presupuestar” que dejaron de usarse antes de que la Academia los aprobara; y no hay que enojarse porque la publicidad es tan efímera como los productos que promueve; aunque todavía se recuerda con agrado el “Adiós Malena”, ya no existen, más que oficialmente como chatarra, los Sedán de Volkswagen que sacaron ese comercial memorable; subsiste el Mejor Mejora Mejoral (creación de Xavier Villaurrutia) aunque el producto haya sido desplazado por otros más noqueadores. Y el Siga los tres movimientos de Fab, de don José Hernández, tiene más de medio siglo aunque hace más de 40 años que Fab fue derrotado por otros productos también fugaces. El "Caramba doña Leonor" que molestó a tantas mujeres, queda ahora injustificado con la moda de súper héroes (los calzones por fuera).
Pero hay productos que aunque cambian de apariencia, siguen siendo necesarios, como las hojas de rasurar; hace casi medio siglo apareció la competencia de las Gillete, las hojas Pegaso; no duraron tantos años; ahora las que tratan de quitarle clientela son más, pero no tan fuertes como para hacer preocupar a las Gillete; lo curioso es que pocas hablan de las bondades que uno buscaría: hacer más tolerable la rasurada, a la que Alfonso Reyes calificaba de “rito masoquista que parece haber tenido origen en Sumeria o en el antiguo Egipto”, y de la que José Emilio Pacheco ha hecho dos poemas memorables, en 1969 y en 2009. Al rasurarse, uno queda con la piel irritada, y gracias a la modernización de los rastrillos, uno cada vez se corta menos; pero no ha dejado de ser un suplicio que intentan suavizar con cremas, jabones, lociones refrescantes, pero nadie deja de sentir ardor, y quisiéramos gritar y correr como Macauley Culkin en Home Alone la primera vez que se rasura.
La publicidad, de Gillete, Pegaso, Shack y otras no es que hagan más tolerable el rito masoquista, sino el impacto que una buena rasurada causa en las chavas, y la promesa de que al restregar la mejilla en la de ellas no le producirá raspones ni irritación posterior; y los anuncios mostraban a una mujer con cara de probar que una buena rasurada, por mucho que quite tiempo, moleste, produzca irritación y cause pequeñas pero a veces alarmantes heridas (las cortaditas también sangran, nos advertía Jim Capaldi en una de sus canciones más memorables), logra una imagen impecable, tanto que hasta se les antoja lanzarse; los barbones, advertían los anuncios, tendrían menos pegue con las chavas.
Y después de casi un siglo, los publicistas de estas navajas se alarman porque uno de los personajes que las promueven les ha creído sus mensajes; acaban de finiquitar un contrato millonario con el aún millonario, pero quién sabe al rato, Tiger Woods, reputado como el mejor golfista de la actualidad, y para muchos desmemoriados, de la historia.
Tiger ha demostrado la efectividad de las rasuradas con Gillete, porque en cosa de cuatro años ha sostenido encuentros sexuales con una docena de mujeres, además de con su legítima esposa, que según indiscreciones de alguna de las “capillitas”, sólo sirve de pantalla, al costo de 55 millones de dólares si es que llegan a un determinado número de años de matrimonio. Tiger, aprovechando la imagen de pulcritud sensual, además de una buena cantidad de millones de dólares que ha conseguido ganando torneos, o quedando en segundo o tercer lugar, además de promover camisas, autos, agencias de viajes, bebidas y navajas de rasurar, y otros muchos otros productos, porque los publicistas hacen creer a los espectadores que pueden llegar a ser como el Tiger, sobre todo conquistando groupies, algunas de ellas seducidas por la fama, otras por el dinero, y otras por la piel suave del golfista.
Es una contradicción que la compañía de navajas castigue al deportista sólo por demostrar que tiene razón su publicidad; si la Gillete se hubiera dedicado a promover desde siempre un producto que causara menos molestias, y nunca hubiera afirmado que los barbones tenemos menos pegue que los que se rasuran a diario, tendría razón en molestarse por las infidelidades de Woods, imposibles de calcular porque algunas de sus seguidoras lo siguieron hasta la intimidad unas doce a veinte veces, algunas por un par de años y otras aún no saben si van a soportar la presión, y si van a creerle cuando les jure que va con ellas porque su esposa, una modelo rubia, extranjera, que no sabe perdonar (como explicó Tony Aguilar las causas de su condición de divorciado), nomás no lo comprende (ora sí que ahora con razón).
¿Castigan a Woods por ser mal deportista, o por coscolino? Desconozco los términos de su contrato, pero esos escándalos, ¿no pertenecen a su vida privada?, o como dijo Ernesto Zedillo cuando se afirmó que uno de sus más cercanos colaboradores sostenía una especie de romance con una modelo de televisión, eso es entre él y su esposa.
Más todavía cuando estamos viviendo una situación totalmente a la inversa de lo que sucedía todavía a mediados del siglo XX; tiene razón mi amiga Lourdes Penella cuando afirma que si antes los fallecimientos eran públicos (hasta se mandaban cartas en un sobre con filetes negros) y el sexo privado, ahora resulta lo contrario, y hay actores que presumen del número de ligues que tienen a la semana; actrices que revelan las audacias que más gustan de hacer y quiénes de sus (varias) parejas las dejan insatisfechas, y uno se acuerda que una indiscreción de esa naturaleza las dejaba inútil “para vos y para mí”; las parejas se dejan ver en restaurantes anexos a hoteles, y sin recato alguno se van para el cuarto sin importar que los fotografíen, y hasta hay políticos que intentan hacer creer a sus gobernados que tienen tanto éxito en la intimidad como su paisano Marcelo Mastroianni, y en México, pese a la embestida moralista, siguen alabando a Pedro Infante y a Germán Valdés, al par de sus cualidades histriónicas, por el número de parejas fugaces o permanentes, o porque los picoretes que daban en las películas no eran fingidos. Todavía en 1968 los cinéfilos se alarmaron cuando en La escalera, Richard Burton y Richard Harris se alarmaban cuando veían que un joven confirmaba palpablemente la dureza de los glúteos de su acompañante femenina, y un poco antes se veía con azoro cómo en The Knack and how to get it, dilataban una caricia en el trasero de una joven sin que ésta protestara como sí protestó Lucha Reyes cuando Jorge Negrete le hizo una caricia, que el público sólo intuyó, en ¡Ay, Jalisco, no te rajes!
¿Ser buen deportista exige una ética fuera de la competencia tan decorosa como dentro de ella? En el beisbol sí; Mickey Mantle y Willie Mays fueron amonestados porque prestaban su figura y su nombre como atractivo de negocios donde se explota la belleza femenina como mercancía adquirible o rentable; fueron un poco laxos con Ty Cobb, quien gustaba de apostar fuerte, pero estuvieron a punto de expulsarlo de las Ligas Mayores, así como impidieron el ingreso al Salón de la Fama a Pete Rose, por apostar y aparentemente contra su propio equipo; expulsaron a ocho jugadores de los Medias Blancas aunque la justicia los exoneró, con el riesgo de cometer una injusticia con cuatro de ellos, cuando menos. Para ingresar al Salón de la Fama del Beisbol se necesita, además de una carrera brillante y consistente (un buen juego no hace una buena temporada, ni una buena temporada hace una buena carrera, es la premisa), un comportamiento ejemplar dentro y fuera del diamante; una bronca estuvo a punto de costarle la inmortalidad a Juan Marichal, cuando dio un batazo a Johnnie Roseboro; le ha costado votos a Mark McGwire y les costará a Sammy Sosa, Rafael Palmeiro, y posiblemente a Roger Clemens y a Barry Bonds si no limpian sus nombres ligados a consumo de esteroides para aumentar su potencial.
No es exagerado afirmar que por menos de eso se cometió una injusticia con Steve Garvey, excelente deportista pero con una vida sentimental desastrosa con una exreina de belleza, así como la promiscuidad de Bo Belinsky con las actrices más accesibles de su época le costaron su muy prometedora carrera, y como le costó una buena temporada a Tony Romo, por andar con la traviesa Jessica Simpson, quien le hacía pasar corajes porque si hasta en su propia cara coqueteaba; ¿qué sería lejos de él?
Las consecuencias para Tiger Woods son alarmantes; en una semana ha visto cómo se derrumba su imperio millonario, y cómo el escándalo puede minar su fortuna y más si se acaban los ingresos; lo peor es que sus competidores están todavía más asustados, porque cuando Woods no participa en un torneo, los ingresos televisivos, publicitarios y de asistencia se reducen a más de la mitad; ahora con su retiro indefinido, los ingresos de sus contrincantes (y eso que en el golf no hay rivales, porque uno juega contra sí mismo) pueden desvanecerse, y evaporarse, y regresar al nivel de antes de Woods: un deporte para pocos.
Una contradicción más: Woods hizo atractivo al golf, y ese atractivo lo llevo a él a cometer excesos y por ellos ha caído en desgracia; ¿hubiera pasado lo mismo de haber sido barbón?
No hace mucho una persona consumió desodorantes durante años confiado en la publicidad, que prometía hacer que las chavas cayeran a sus pies, atraídas por ese desodorante; harto de la ineficacia del producto, los demandó; ¿no podría la Gillete otorgarle un bono de productividad a Tiger Woods por demostrar que al usar sus rastrillos tiene el pegue que insinúa su publicidad? Sólo uno de sus patrocinadores ha respetado el contrato con el argumento de que no por sus coscolineses ha dejado de ser el mejor golfista del momento. Cuando menos.