lunes, 30 de noviembre de 2009

Quizás, quizá, quizás (y Pacheco)

“Siempre que te pregunto que cómo cuándo y dónde”, se lamenta Oswaldo Farrés de que de la mujer, si no indecisa cuando menos rejega, sólo obtiene como respuesta “quizás, quizá, quizás”.
Esa indecisión no sólo es erótica y sensual; digo que erótica y sensual porque no hay duda de la intención de las preguntas, sobre todo porque el reclamo posterior es aún más enfático: “estás perdiendo el tiempo pensando, pensando”, y llega hasta la súplica, aunque arrogante: “por lo que tú más quieras, ¿hasta cuándo, hasta cuándo”; y ante la insistencia, la coprotagonista de ésta, una de las más hermosas canciones de Farrés, extraordinario compositor, es siempre la misma: “quizás, quizá, quizás”.
La indecisión también es gramatical: la protagonista no se decide no sólo a rechazar o aceptar los requerimientos que con tanta ansiedad, aunque también con elegancia, le plantea el protagonista; tampoco se decide a decir “quizá” o “quizás”; eso se escucha con precisión en las grabaciones de esta canción, sobre todo de quienes la hicieron popular en México, el Trío Los Panchos; tanto Hernando Avilés, el más afamado de las primeras voces que tuvo el conjunto, pronuncia “quizás, quizá, quizás”, lo mismo que Enrique Cáceres.
Más autorizada en la materia, Silvia Pinal comete la misma indecisión; en una fecha en que Pedro Vargas se ausentó del Estudio Raleigh de Pedro Vargas por cometer una gira en Centro y Suramérica, fungió como anfitriona suplente, y cantó con los invitados Los Panchos, quienes tenían por entonces a Cáceres como primera voz; por desgracia no hay grabación, pero sí filmación, y se puede ver y escuchar en youtube; la versión es espléndida, porque aunque la pieza no requiere de una gran voz para su interpretación, sí se presta para descuadrarse; Pinal tenía entonces la etiqueta de vedette, porque podía cantar, bailar y actuar; de manera malvada podría decirse que quien mucho abarca poco aprieta, pero Pinal bailaba bien, y como muestra pueden recordarse unas piezas que bailó con Sergio Corona: “Yes, sir, that’s my babe” y “Muchacha”; la primera puede verse en youtube, no así la segunda, lo que es una lástima, porque ambos bailaban muy bien y, sin grandes voces, cantaban de manera adecuada.
En “Quizás, quizás, quizás”, Cáceres se queda opacado ante el brillo de Pinal, quien con una voz clara y transparente, canta muy entonada, muy cuadrada y muy pícara, “quizás, quizá, quizás”.
Aprovechando, pueden oírse otras versiones: una muy mala de Nat King Cole, como casi todas las suyas: “quizás, quizás, quizás”; pero no hay que tomarlo en cuenta, porque dice “y yo desesperado”, cuando la letra original dice “y yo desesperando”, una licencia porque el gerundio no va acompañado de verbo, pero si no, complicaría el siguiente verso: “y yo desesperando”, una licencia más válida aún.
Una excelente versión de Ibrahim Ferrer y Omara Portuondo presenta más complicaciones, porque mientras él dice “quizá, quizá, quizá”, ella responde “quizás, quizás, quizás”; hasta en eso hay desacuerdo; Salvador del Río pronuncia con claridad “quizás, quizás, quizás”; Johnny Albino y Hernando Avilés, otras destacadas voces de Los Panchos también pronuncian “quizás”, pero no son tan convincentes, y en ocasiones quieren omitir la “s” problemática.
En el Gran Cancionero Mexicano no se incluye esta excelente canción; será porque Oswaldo Farrés no es mexicano, aunque en cuestión de canciones, Farrés, así como Rafael Hernández, es más mexicano que otra cosa; pero en fin. En el Cancionero popular mexicano, de los cuidadosos Mario Kuri-Aldana y Vicente Mendoza Martínez, sí está incluida, y sorpresivamente como “Quizá, quizá, quizá”, y también en la letra es claro: “y tú, tú contestando quizá, quizá, quizá”.
La duda (gramatical) se extiende hasta los diccionarios: el de la Real Academia da preferencia a “quizá”, pero valida “quizás”, sin más argumento, para esa preferencia, que la etimológica: “quién sabe”.
El Panhispánico de Dudas es genial: “por analogía con otros adverbios acabados en –s, se creó la forma quizás, igualmente válida”. Seco no ayuda a salir de dudas: “Es tan correcto decir quizás como quizá. Pero los escritores prefieren en general esta última forma, que es la etimológica”, y en su más reciente Diccionario del español actual se atreve a decir que quizás es más raro (esto lo veremos más adelante).
Más claro y preciso, como siempre, Corripio puntualiza: “Eufónicamente se usa quizás cuando la palabra que sigue comienza con vocal”.
La duda (gramatical) me asalta desde hace mucho, pero se vuelve a hacer presente con la lectura de El hombre inquieto, de Henning Mankell, el escritor sueco autor de una saga de más de diez títulos sobre Kurt Wallander, detective; en ninguno de las veces en que aparece la palabra hay equivocación, y me atrevo a decir que es el primer libro que leo desde hace muchos meses en que no hay error.
Pero ojo: el error ¿es de los autores o de los editores?

En el caso de los compositores cabría indulgencia; el Gran cancionero mexicano uno se topa con graves errores de puntuación y, a veces, ortográficos; el libro está sacado de los archivos de Derechos de Autor, que es como lo entregaron los compositores; pero ellos muestran su talento de manera intuitiva, con sensibilidad y, en la antigüedad, con habilidad para la rima, la acentuación, el ritmo; los escritores tampoco tienen la obligación de saber gramática, aunque moralmente deberían estar obligados, porque muchos lectores se guían por ellos; hay un autor reputado que se niega a que se le corrijan sus errores con el pretexto de que los usan también algunos de sus ídolos.
Oswaldo Farrés usó bien el quizá; sus intérpretes, casi todos, lo usan mal; es fácil explicarse por qué: suena mejor "quizás, quizás, quizás", pero por la pausa que hacen al cantar; si fuera en prosa se oiría fatal. No es lo que piensan la mayoría de los editores, que cuando mucho unifican, pero con la consecuencia que unas veces está bien y otras mal, y en este caso no es como en el del reloj descompuesto, que cuando menos dos veces al día da la hora exacta.
La maestría de los escritores no consiste en la absoluta corrección, pero debería de preocuparles. No es cosa, ahorita, de revisar a todos los autores importantes; y tampoco es para hablar mal de los muertos: estoy releyendo a uno de nuestros escritores más exigentes, prodigioso en su escritura, magistral en sus enfoques, pero escribe quizá y quizás exactamente al revés de como debiera. Y sí es de felicitar al editor que se encargó de que la edición de El hombre inquieto, en una Tusquets que no ha sido muy rigurosa (tal vez por ser demasiado respetuosa) con el uso de una palabra que ni nos detenemos en pensar cómo escribirla.

Este año, que no debería contar, ha traído malas y muy malas noticias, en lo social, en lo político y en lo personal; lo malo es que todavía no acaba, y urge que ya empiece otro; sin embargo nos ha dejado una noticia excelente: el reconocimiento mundial a José Emilio Pacheco (¿cómo les quedó el ojo a los que hace más o menos un año se dedicaron a atacarlo por su sencillez –aparente; ni siquiera saben leerlo–, por su claridad? ¿Y al otro tonto que perdió la oportunidad de callarse?) El Reina Sofía y el Cervantes, que debería haberlos recibido hace tiempo, por desgracia sólo reconocen al gran escritor que es desde hace mucho, y al que leemos con limitaciones, incapaces de reconocer todo lo que es, lo que explora, los lazos que hay en cada una de sus líneas y que lo hacen un escritor total, el único que ha logrado hacer de su obra, en todas sus formas, una obra única y total. Debería de haber un premio que reconociera, además del gran escritor que es, al ser humano excepcional, íntegro, generoso y, además, sencillo. Gustavo Sainz concluye una de sus autobiografías con una frase de Stevenson (que no he logrado ubicar): ¿de qué puede estar orgulloso un hombre si no está orgulloso de sus amigos? Pacheco nos hace sentir orgullosos muchas veces, no sólo hoy.

Termino con un anuncio; desde ayer está a la venta, en el estand de la ADABI en la FIL de Guadalajara, El beisbol y México, que escribí al alimón con Diego Mejía Eguiluz; se debe a la generosidad de Stella González Cicero y de Salvador González Vilchis (con quien ya tenemos una deuda enorme). Con esas páginas, pagamos tributo a nuestra gran pasión (confesable): el beisbol, pero visto desde una óptica diferente. La semana entrante, ya en la ciudad de México.

3 comentarios:

GENOVEVA CABALLERO dijo...

Ya leí 8, Lalito. Eres asombroso. Qué memoria, que aptitud para el detalle...¿la malicia es nata o aprendida?
No iré a la presentación de tu libro porque tengo una junta a las 8 en Tlalnepantla, pero replicaré cuanto pueda lo que se diga al respecto.

GENOVEVA CABALLERO dijo...

Y tu opinión sobre Pacheco --mi amor platónico y causa del odio irredento contra Cristina, cosa de hembras-- es casi conmovedora --a estas alturas, lloro de todo-- y muy ilustrativa. Creo que "Coche" es un hombre con mucha suerte porque te tiene como amigo.
Te diré que admiro de ti: la dedicación y el interés por el detalle; la agudeza, la integridad sin par, la meticulosidad con que abordas las tareas que escoges (yo lo llamo devoción y respeto) y, sobre todo, algo que no has visto en ti --creo, porque nunca lo dices-- ese afán magisterial que ha desasnado a muchos de quienes hemos estado cerca de ti. Si te fijas, he tratado de seguir tu ejemplo para ejercer este oficio con la mayor dignidad que la avaricia, voracidad y trepadorismo me han permitido. Gracias Lalo.

Anónimo dijo...

Hοla!
Εs verdad que es la primera vez գuе he leido tu blolg y quiero
comnentar que ոo еsta mal y creo que entrare con
frecuencia por los comentarios.
Saludos!

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