lunes, 17 de agosto de 2009

Dedicatorias, ingratitud

La historia se la achacan tanto a Alfonso Reyes como a don Artemio del Valle-Arizpe, pero como es Gabriel Zaid quien se la atribuye a éste, la doy por verídica: don Artemio paseaba por La Lagunilla, atisbaba en los libros usados, y cuando encontraba un título suyo, sobre todo si llevaba su dedicatoria, lo adquiría y se lo volvía a enviar a quien lo había vendido: “con el renovado afecto de…”.
En Libros Escogidos, lo cuento en la parte que me corresponde de El juego de las sensaciones elementales, Polo Duarte tenía dos cajas de zapatos en donde guardaba, recortadas, páginas con dedicatorias de escritores noveles o afamados, que iban a caer a las manos de Polo; me dejó leer las de una de las cajas, compartiendo un placer malvado, y me contagió esa curiosidad por encontrar en las librerías de viejo, o de lance, libros dedicados; en La Torre de Lulio no sólo no los esconden, sino que a veces los exponen.
Cuando fallece un escritor, los deudos suelen vender su biblioteca; así, a mi amiga Dora Seles pude conseguirle una primera edición de Balún-Canán, con la que terminó de hacer su edición crítica de la novela de Rosario Castellanos; no me arrepiento, porque yo tengo un ejemplar de la segunda edición, con dedicatoria a una amiga; quiso la casualidad de que perteneciera a la hermana de un gran amigo, quien por ello se enteró que sus sobrinos estaban deshaciéndose de la biblioteca familiar; se lo ofrecí, pero no quiso aceptarlo.
No siempre es inmediata la venta; hace unos meses conseguí unos ejemplares raros de la biblioteca de Jaime Torres Bodet, dedicados por escritores entonces jóvenes que mostraban su entusiasmo y admiración por el entonces secretario de Educación Pública por segunda vez; lo grave es que los ejemplares están intonsos, quiero creer que porque don Jaime estaba muy ocupado con su segunda campaña de alfabetización y con el reparto de desayunos escolares.
Tengo algunos libros con doble dedicatoria: una para un amigo del autor, y otra para mí, certificando la autenticidad de la primera; por eso cuando uno se deshace de ejemplares que ya no caben en nuestros libreros, hay que quitarles la página con la dedicatoria; si se deja, por descuido, puede caer en las manos del autor que se dará por ofendido y sufrirá un ataque de paranoia, tan común en los literatos, y creerá que se trata de una conjura en su contra; pero cuando un escritor se enoja con otro, su reacción es más visceral que la de deshacerse de los libros mediante canje o venta en librerías de lance: los destruye, como hizo Daniel Cosío Villegas con las obras completas de Alfonso Reyes, según cuenta Enrique Krauze, o se los regresa intactos e intonsos.
A propósito de Alfonso Reyes, he conseguido algunas primeras ediciones doblemente valiosas, por lo raro del ejemplar y por la gente a quienes se las dedicó: Cuestiones estéticas “a don Luis Sánchez”; Ifigenia cruel, “A mi querido Vicente, este drama cruel y saludable”, fechado en Madrid, 31 de octubre de 1924; Las vísperas de España, con ex libris de Fernando Prieto López; De viva voz, sin la página de cortesía, por lo que es casi imposible saber quién fue su poseedor; Horas de Burgos, una sencilla pero cálida “A Carlos. Alfonso”; Memorias de cocina y bodega, “Guadalupe Michel”; no tengo, por desgracia, ninguno de don Artemio, quien se cuidó que no volviera nadie a deshacerse de sus libros dedicados.
Valdría la pena leer, si es cierto lo que dice García Márquez, los libros dedicados a Artur Lundkvist, quien recomendaba a los autores hispanohablantes para que se les considerara candidatos al premio Nobel; aunque seguramente nos ganaría el pudor, como sucede cuando vemos en la biblioteca de algún amigo las dedicatorias elogiosas y algunas zalameras.
No que estuvieran dedicados, pero sí con ex libris de propietarios orgullosos, he encontrado algunas de las joyas de la literatura mexicana, lo que hace recordar el pasaje narrado por Salvador Novo cuando llegó a interrumpir su plática con el presidente Miguel Alemán Valdés un conocido bibliómano, Salvador Ugarte, quien se quejaba de que a su casa llegaban a ofrecerle primeras ediciones, que él advertía habían sido sustraídos de alguna biblioteca pública; los adquiría y los regresaba, pero tenía el temor de que a su muerte sus herederos, poco dados a la lectura, los remataran y se desperdigaran sus tesoros; “¿qué hago, señor presidente?”, le decía a Alemán, “¡qué hago con mis libros?”; “Hombre, don Salvador, ¿por qué no los lee!”, dijo Novo, gandalla como era; así, me he encontrado joyas bibliográficas que adquiero no sin cierto remordimiento, aunque disfruto mostrándolos a quienes sé que los ambicionan; así, tengo libros de Novo, Villaurrutia y Pellicer que salieron de bibliotecas donde no los apreciaban; algunos, muy baratos; otros, que me han dejado sin comer casi una quincena.

Todo esto, porque una indiscreta cadena de librerías que se dedican al cambaceo de libros viejos, y que califican de agotados, raros, primeras ediciones, y ejemplares dedicados, tienen en oferta algunas joyas dedicadas; los venden carísimos, pero tienen el valor agregado, como dicen los comunicólogos, de estar dedicados a alguien que en su momento el autor supuso que era su amigo; sin embargo, no se deshacen de títulos de algunos autores, lo que pudiera darnos alguna idea de un valor intrínseco de ciertos escritores. Por ejemplo, no tienen a la venta ningún libro autografiado por Julio Cortázar, y hay 117 de Gabriel García Márquez; muchos no están dedicados y firmados por él, sino por los antiguos propietarios, pero ofrecen una tercera edición de El coronel no tiene quien le escriba, “a Pepe, mi amigo. Gabriel”, en pleno 1967; el apellido me lo reservo, porque es un Pepe muy famoso; el ejemplar, muy conocido por todos, breve e intenso (no intonso) lo ofrecen en 430 euros.
De Miguel Ángel Asturias se ofrecen 16 ejemplares, dos de los cuales son verdaderos hallazgos: el ejemplar 51 de un tiraje de cien, de Leyendas de Guatemala, a casi 800 euros, y una segunda edición de El señor presidente, a 580 euros, dedicada con afecto, y parcialmente intonsa; el halagado no terminó siquiera de leerla.
De Octavio Paz se ofrece más de 80 ejemplares, pero en su descargo, la mayoría son ediciones que desde el principio ya estaban firmadas, porque eran limitadas, de pocos ejemplares; la más atractiva es Petrificada / Petrificante, con la firma de Paz y de Tapiès, a nadie en particular, que ofrecen por 14,500 euros; los que no son ediciones “firmadas por el autor”, son títulos agotados hace mucho tiempo, cuyo poseedor seguramente está fallecido, aunque anda entre ellos un ejemplar de Viento entero (que nunca he visto), dedicado a un autor célebre, “con un gran abrazo”, a 544 euros.
José de la Colina asegura que recuperó los ejemplares que había regalado de su Cuentos para vencer a la muerte, y que compró los que había en Zaplana; todos menos dos, cuando menos; uno que tengo, sin dedicatoria ni nada, y otro que ofrecen en 150 euros, firmado para Olivia Zúñiga.
Hay 13 ejemplares de Alfonso Reyes; destacan dos, aunque en varios las dedicatorias son muy afectuosas: un Las vísperas de España, dedicado a José Juan Tablada, y otro, De un autor censurado en el Quijote, a Ventura (¿García Calderón?) / ventura / y recuerdo / Alfonso / Industria 122”.

Los mexicanos somos más cuidadosos; la mayoría de quienes fueron dueños y ya no lo son de estos libros, son casi todos extranjeros; nosotros respetamos y nos encariñamos más; son los fuereños los que, desarraigados, se deshacen de ellos para hacerle lugar a otros títulos de otros autores. Aunque no deja de haber algunos títulos en Donceles que uno descubre y que reenvía a los ingratos que se deshicieron de ellos. Pero no soy tan indiscreto. (Aunque a veces los compro y se los enseño a los afectados o chantajeo a los que los vendieron.)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

"Quitarles la página de la dedicatoria", como se sugiere, casi se ordena, es un acto de barbarie; nunca se debe mutilar un libro. Es algo que jamás haría quien de verdad ame los libros.
Secundariamente, el valor comercial de un libro así tratado mengua en proporción enorme, mucho más de lo que puede suponer el autor de este blog.

Anónimo dijo...

Aunque no suelo hacerlo, quitar una falsa no es mutilación; hay peores crímenes con los libros, como los esos sí mutilados y tasajeados (muchos en la Biblioteca Nacional); peor es publicarlos con tantos errores y erratas; incluso, a veces es peor publicarlos.
Eduardo Mejía

Anónimo dijo...

Tengo un ejemplar de la novela el joven dedicado a Pablo Gonzales Casanova de parte de Salvador Novo, es el ejemplar 31 de 100, alguna idea de cuanto valdrá?

Lalo dijo...

Depende quién lo quiera adquirir; si está interesado en venderlo, escríbame a leguiluz@prodigy.net.mx y, si no lo adquiero yo, puedo ponerlo en contacto con quien puede hacerlo.
Gracias