domingo, 22 de marzo de 2009

Un libro de García Riera sin García Riera, casi

En la Feria de Minería pude conseguir Historia de la producción cinematográfica mexicana, 1979-1980.[1] Sólo en las ferias de libro se puede conseguir este material, y no todo, porque el libro que se refiere a la Nueva Ola, prometido desde hace casi un año, no aparece por ningún lado, los vendedores que acuden a los estantes del CNCA desconocen su existencia, o afirman que ya se agotó, sin haber pasado por las librerías.
Como se comentó en este espacio hace casi un año, este libro, que es el segundo de la serie, es la continuación de la segunda edición de la Historia documental del cine mexicano, de Emilio García Riera, pero sin su enjundia, su humor y su visión panorámica del momento político y social de los años de referencia en los 17 volúmenes (hubo uno extra, donde se hicieron añadidos, correcciones, se repararon omisiones, se subsanaron errores y se cometieron otros, además de agregar índices onomástico y de títulos) que abarca la historia de la cinematografía nacional, escrita, en su primera edición por la benemérita Era, por la envidia que le había dado leer La aventura del cine mexicano, de Jorge Ayala Blanco (declaración vertida en la reseña que hizo del libro de Ayala Blanco, en las páginas del suplemento La Cultura en México, de la revista Siempre!).
Hay muchas desventajas para los coautores de este tomo; la primera no es culpa de ellos: son dos años muy malos para el cine mexicano, en crisis económica y artística, con los productores en busca de éxitos fáciles y aprovechando la apertura que se daba al permitir desnudos, obscenidades, simulacros descarados del acto sexual, en cintas que denigraban a los autores, a los actores y a los espectadores, no por el tema, sino por los lugares comunes, la repetición de las anécdotas, lo superficial de los argumentos, la incapacidad para hacerlos digeribles o, mejor dicho, soportables; por otro lado, el estancamiento de directores y productores, la insolvencia de los debutantes y el envejecimiento de los veteranos; a eso habría que añadir que las autoridades cinematográficas de esos días carecían, cuando menos, de orientación, de vocación y de cultura en el género (claro que verlo a casi treinta años de distancia da una perspectiva de la que entonces se carecía, no sabía, casi nadie, qué iba a pasar y no se tenía capacidad de juicio ni había las condiciones para mostrar los errores en que incurrían esas autoridades). El resultado es que hay muy pocas cintas dignas de elogiarse, muy pocas que hayan perdurado, y muchas de las que subsisten son por lo contrario de lo que fueron creadas; por ejemplo, ante el cine actual, y más, ante la televisión actual, los desnudos de las cintas de ficheras se ven inocentes, la mayoría grotescos y pocos hubo que fueron atractivos (no nos fijábamos que aún las “estrellas” no tenían cintura, estaban llenas de celulitis, sus vientres —esa barriguita que elogió Vinicius de Moraes en “Receta de mujer”— rebasaban los límites de lo erótico y estaban fláccidas, nada sensuales). Estaban en franca desventaja con las actuales; hace unos días Jennifer Aniston confesó que la maquillaron y usaron muchos trucos para aparecer semidesnuda a los 40 años y parecer de 39 y medio (hay quien considera que a los cuarenta años la mujer es fea. Allá ellos).
Hay otra desventaja, ésta sí imputable a los coautores: sus comentarios quieren imitar los que hizo García Riera en las dos ediciones de su Historia documental, pero la mayoría carecen de la gracia de aquél, de su humor y, sobre todo, de su amor por el cine mexicano; no siempre estábamos de acuerdo con sus comentarios, pero ni estaban totalmente errados ni eran menospreciables; se prestaban, como se decía en esos años, al diálogo con el lector; los que se incluyen en este tomo parecen exactamente lo contrario: no hay humor, no hay crítica ni gusto por el cine nacional; están más bien condicionados por sus gustos, su simpatía o antipatía hacia los directores, lo que hace que la mayoría estén llenos de prejuicios y de lugares comunes, que no nos obsequien una visión nueva, que no aporten datos que nos permitieran ver, o volver a ver, esas cintas, con una óptica distinta que ayuden a mirarlos de otra manera a como se vieron en los días en que se exhibieron.
No ayuda el hecho de que la mayoría de los comentarios favorables estén dedicados al cine marginal, a los corto y mediometrajes preparados por los egresados del CUEC, o de instancias diferentes de las casas productores que prevalecían en esos dos años: los productores industriales, el Estado mexicano, y Televisa; eso hace que el lector no pueda aceptar o rechazar esas opiniones, pues los únicos que tenían acceso a esas cintas eran los privilegiados con acceso a esas exhibiciones, que tenían lugar, como alguna vez se burlaron de Ayala Blanco, a la medianoche, en lugares recónditos, y de cintas en neozelandés con doblaje al alemán.
El cine que le interesó a García Riera, y a sus lectores, era el que se pudo ver en los cines, y después en la televisión; y ese amor desmedido por ese cine que en teoría abominaban, ayudó a que hiciera reseñas memorables, que encontrara algo valioso en nuestras películas, fuera de las de Buñuel (la cita no es de García Riera, sino de Ayala Blanco); así fue posible que elogiara Nosotros los rateros, con Manolín y Schillinsky, o El cariñoso, con Miguel Aceves Mejía; que se diera gusto elogiando las cintas de Tin Tan y obligando a espectadores y a otros críticos a verlas sin prejuicios, o con un prejuicio favorable; es decir, sin detestarlas; ése es el mismo amor de Ayala Blanco, quien confiesa que su película mexicana favorita es Los hermanos Del Hierro, y es el que nos permite discrepar de ambos.
Los coautores de este tomo no muestran ese amor incestuoso con el cine mexicano, y sí muchos prejuicios que los hacen desvariar en momentos; por ejemplo, no se atreven a despedazar, como se merece, La ilegal, de Arturo Ripstein, quien no tuvo empacho en renegar de ella con más fiereza de la que sintió Buñuel para varias de las que filmó en México, y que, dice García Riera en otras páginas, aunque no tienen calidad, sí dignidad y fidelidad hacia su estética y su integridad intelectual.
Así, para estos coautores todas las cintas de ficheras son deleznables, y no se detienen a reconocer cierta originalidad en alguna, y sobre todo la gracia de sus intérpretes (El Caballo Rojas, Alfonso Zayas) y en algunos su calidad histriónica (Rafael Inclán, Manuel Ibáñez); no revisan el hecho de que actores muy dignos hayan tenido que sucumbir a estas cintas (Blanca Guerra) en demérito de otras anteriores mucho más dignas (Estas ruinas que ves, por ejemplo, comparándola con las que filmó Guerra en estos dos años); por el contrario, los comentarios están llenos de adjetivos, no de razones; de opiniones, no de juicios; de calificaciones que se repiten de una ficha a otra; a veces lo único que cambia es la ortografía (exhuberante y exuberante, por ejemplo, o siquiatría o psiquiatría, aunque siempre pseudo, donde la p es innecesaria); como en el volumen anterior, el dedicado a los años 1977 y 1978, carece de aparato crítico, desechan juicios y críticas de otras personas y en otras publicaciones, lo que empobrece de manera definitiva sus propios comentarios.
Lo curioso es que son contradictorios; a veces son benévolos con los Cardona y a veces son fulminantes, pero con productos similares; a veces le aceptan capacidad técnica a Rodolfo de Anda y en otras lo tratan con crueldad (pero sucede que la capacidad técnica no se refleja en la calidad de la cinta, porque no siempre tienen el control absoluto de la obra; son los años en que el director deja de ser el centro de las cintas y tienen más peso los productores; eso, no sólo en el cine mexicano); en fin, son disparejos y, lo peor, acometen una cinta y citan a uno de sus coautores de manera amplia; cabe preguntarse si no hubiera sido mejor que el citado hubiera hecho todo el comentario.
Lo de menos, repito, es estar en desacuerdo con los coautores; se trata de que no hay estímulo ni gusto en la revisión de las cintas de este periodo, que el volumen se vuelve aburrido y el único atractivo es encontrar (y tampoco cuesta mucho trabajo) las muchísimas erratas que hacen más divertido el libro; a veces se pudiera pensar que más que descuido es ignorancia de los redactores, porque las erratas se repiten de página a página; es de lamentar que las fichas estén incompletas, que en el resumen del argumento se hable de personajes que uno no puede identificar, porque no a todos los actores se les pone el personaje que interpretan, y no todos los repartos están completos.
Hay algunas cosas curiosas: insisten en utilizar el calificativo “solvente” para algunos actores, en una clara imitación del García Riera de los años ochenta, pero a ellos no les queda, porque no le queda a los actores que juzgan; de Gómez Cruz dicen que una de sus actuaciones es una muestra de cómo debe gesticularse, cuando lo que menos hace es gesticular; y lo peor: atacan a Ayala Blanco por pura antipatía (que se ganó por su crítica implacable, sin concesiones), pero ellos arremeten contra directores, productores y actores confundiéndolos con las personas.
Lo peor es la edición: además de las erratas hay poca pulcritud, mal diseño, palabras mal divididas, mal uso de las cursivas y la redacción es casi uniforme en la torpeza; por ejemplo, de algún filme se dice que es alentador cómo alienta.

[1] Publicado por la Universidad de Guadalajara, el Instituto Mexicano de Cinematografía (del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) y la Universidad Veracruzana. Coordinación de Eduardo de la Vega Alfaro, supervisión de Emilio García Riera, y comentarios de Sergio Díaz, Ulises Íñiguez Mendoza, Eduardo de la Vega Alfaro, Emilio García Riera, Juan Carlos Rivas y Moisés Viñas. Se terminó de imprimir desde marzo de 2008, y estuvo bajo el cuidado editorial de De la Vega Alfaro.
Luis Acevedo me llama la atención de una errata que ya corregí; la mano es más rápida que el ojo, dicho sea con respeto.

1 comentario:

Luis Acevedo dijo...

¿Cómo es eso de la producción cinematográfica mexicana de "1079 a 1980?
Esa errata a un sabueso como tú, es fenomenal.
Saludos