domingo, 17 de agosto de 2008

Razones de la filosofía de Juan Marsé

El mundo en 1930 vivía un auge de la filosofía y estaba iluminado por ella; en 1933, sin embargo, fue domina do por la noche oscura del fascismo y el nazismo; las consecuencias: la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, que provocaron, la primera, los 40 años del franquismo con todo y su oscurantismo, represión, atraso, y la segunda, que estuvo a punto de sumergir a la humanidad en la noche más oscura de la historia. Eso lo afirma Julián Marías en Razón de la filosofía (Alianza Editorial, 1993).
Y ésa es la sensación que queda de la lectura de uno de los libros más bellos que hayan aparecido en mucho tiempo, La gran desilusión, de Juan Marsé (Edit. Seix-Barral, col. Biblioteca Breve, 2004, pero que sólo pude conseguir en ferias de libro, donde parece que sólo exhiben clavos).
De Juan Marsé conocemos sus novelas excelentes, desde Esta cara de la luna y Encerrados con un solo juguete, hasta su etapa extraordinaria de Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Montse, Si te dicen que caí, La muchacha de las bragas de oro, hasta las menos conocidas (por la pésima distribución), de Un día volveré, El amante bilingüe, El embrujo de Shangai, La ronda del Ginardó, Rabos de lagartija (ésta, con más fortuna), y los inencontrables Cuentos completos, que uno puede conseguir sólo gracias a amigos viajeros y generosos.
Pero hay otra faceta de Marsé poco conocida y también magnífica, que comprende sus colaboraciones en periódicos y revistas: Confesiones de un chorizo y Señoras y señores; la primera, bastante subversiva serie con un pícaro como protagonista, y en donde iba relatando las tropelías y manejos de las autoridades judiciales cuando menos de Barcelona, si no de todo el mundo.
Señoras y señores tuvo dos ediciones: la primera, de Planeta, y la segunda de Tusquets; retratos literarios de personalidades del cine o de la política, con trazos finos, agudos, con un poder de observador y novelista que la mayoría de los novelistas no tiene; con una contundencia que hacía ver que la Jane Fonda activista política (antes de que se convirtiera en la señora Turner más preocupada por conservarse joven que por ser joven) no era menos sensual por ser subversiva, o que el movimiento de las aletas de la nariz de Romy Schneider era tan atractivo como el de sus caderas y sus pechos, o que la espalda de Kim Novak era inolvidable. La edición de Planeta estaba adornada con fotografías de los personajes, que complementaban el texto bello, escrito con picardía pero también con inteligencia y pasión.
La gran desilusión está compuesto por los 28 textos de dos libros que no estaban destinados a la venta, y que resumían la visión de Marsé de dos décadas, las de los años treinta y cuarenta, y que por fortuna decidió entregar al público no beneficiado por aquellas ediciones para suscriptores.
Sólo que el libro es tan difícil de leer como sus novelas más difíciles, digamos Si te dicen que caí; no por la complejidad ni por la prosa, sino por el tema.
Es un privilegio leer a Marsé en un periódico; sus notas están exentas de las muletillas, los vicios y las deformaciones de la prosa periodística, de la confusión gramatical, de los estilos retorcidos, falsamente coloquiales, artificiales, que suelen deformar incluso a los escritores profesionales. Marsé es claro, es directo, pero no concede ante el lector ni un poquito de inteligencia ni menos de ética; su redacción para la nota breve esta construida con los mismos elementos que usa para su narrativa, sólo que el tema es diferente, pero no hay que esperar complacencias, sino rigor.
La pasión erótica que despliega en Señoras y señores aparece en algunos cuantos de estos fragmentos, como cuando habla de los filmes y las estrellas populares en esos años, por cierto, dice Marsé y no queda más que estar de acuerdo con él, son los mejores de la industria del cine.
Más bien la otra pasión la despierta cuando habla de la vida cotidiana, de las miles de vidas cotidianas aplastadas por la guerra, o por las guerras. Habla sin mucho detenimiento pero con mucha precisión de los acontecimientos previos a la tragedia, de la esperanza muerta, de los miles de sacrificados, de los 55 millones que sucumbieron en los siete años que amenazaron al mundo; a Marsé le bastan unas líneas para definir a Hitler, para ubicar a Goering, pero se dilata más para hablar del desconcierto de la gente ante la embestida de la brutalidad.
Tal vez porque la herida se ha tardado más en cerrar, es menos directo cuando habla de la Guerra Civil Española, pero no deja lugar a dudas de los efectos de Franco y su política sobre una tierra generosa y un pueblo que se negaba a rendirse.
Juan Marsé es todo menos un hombre políticamente correcto: no duda en señalar que algunos bombardeos ingleses causaron más víctimas que las bombas atómicas; que los ataques sobre Hiroshima y Nagasaki precipitaron la rendición de Japón, pero apenas por unas cuantas semanas; sus señalamientos sobre la crueldad de los alemanes no es mucho mayor que la de Roosevelt, sólo que éste murió antes de ordenar la bomba atómica; concede razón en las acusaciones contra Stalin, pero recuerda que fue decisivo para derrotar a Alemania; es más justo que generoso en sus elogios a Mao, y en muchos de sus escritos aparece una ironía que es más bien la advertencia de que ni los triunfos ni las derrotas han sido definitivos.
Aparte de los políticos, que son definitivamente los protagonistas sobresalientes de estos artículos, hay menciones a toreros, boxeadores, los melodramáticos suicidas de 1929 por el crash de Wall Street, y sobre todo la reiterativa evocación-invocación a la belleza femenina, sobre todo cuando en esas décadas abandonan la moda puritana y hacen aparecer las redondeces, la incitación en la mirada, el erotismo a flor de labios.
Completan el volumen más de 250 fotografías (para lo cual el volumen está impreso en un couché incómodo) que ilustran o completan los texos, aunque alguna sea repetitiva, o salga sobrando, aunque la imagen sea atractiva, como la del primer bikini, la de una Isabel de Inglaterra sin el gesto agrio y descolorido que adoptó desde que asumió su reinado; el admirable Joe Louis, algunos actores que son elogiados ahora que está de moda atacarlos (como John Wayne).
Es un libro de recuerdos amargos, que contiene no añoranzas, sino nostalgias y advertencias: cuidado, todo puede volver a caer en el oscurantismo si no hay rigor, justicia, bondad. Es un libro muy triste, pero muy bello.

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