domingo, 10 de agosto de 2008

Las mentiras de Vicente Leñero

En La mafia, en un diálogo entre el autor (Luis Guillermo Piazza) y Carlos (Monsiváis), se incluye a Vicente Leñero entre el reducidísimo grupo de Los Inatacables, categoría que perdió cuando publicó Los periodistas, no por la novela, que tiene partes espléndidas, sino que en una reseña Jorge Ibargüengoitia lo calificó como supeditado a Julio Scherer, con quien trabajó desde Revista de Revistas y los primeros veintitantos años de Proceso.
Cuando Carlos (Monsiváis) y Piazza califican de Inatacable a Leñero ya había ganado el premio Seix-Barral por Los albañiles, ya había publicado la espléndida Estudio Q, y estaba por editar El garabato y por escribir la extraordinaria Redil de ovejas. Faltaba que nutriera el teatro con un montón de obras que dieron dos volúmenes en la UNAM, más algunas que no entraron en la edición y que sí entrarán (suponemos) en la del Fondo de Cultura Económica. Faltaba el anuncio de que abandonaba al menos temporalmente la novela, a la que regresaría con la maravillosa La gota de agua, que si bien tiene una parte aburrida, también contiene las páginas más regocijantes de la literatura mexicana, con aquel capítulo donde narra sus desventuras como ingeniero y que dan muchas claves para leer mejor Los albañiles. (Ya en una conferencia en el Ateneo Español había confesado que escribió la novela “para vengarme de esos cabrones” albañiles). Otras novelas, como El evangelio de Lucas Gavilán, A fuerza de palabras y La vida que se va confirmaron su prestigio de que no tiene libro malo.
A su labor de narrador (con cuentos que se asoman, tímidos, en ediciones semimarginales) añadió volúmenes de periodismo (La Zona Rosa, El derecho de llorar, Talacha periodística) y de anécdotas referidas a su batalla contra directores, actores, productores de teatro, cine y de la vida real, más un volumen donde asegura que Ibargüengoitia era mejor dramaturgo que narrador, lo que lo coloca como uno de los autores con más bibliografía, bastante difícil de seguir, por cierto.
Acaba de publicar un libro imposible de clasificar, Gente así (Alfaguara, 2008, edición casi impecable: apenas tres erratas –falta un acento y le sobran puntos después de signo de admiración; algunos callejones en los que nadie se fija, excepto los necios), que a ratos parece recopilación de su columna en la Revista de la Universidad de México, en la que se empeña en desbaratar su reputación de inatacable para trocarla por la de pícaro, y en la que desenmascara incluso a sus amigos cercanos (la cleptomanía de Ricardo Garibay, la ignorancia de actores, la arrogancia de escritores) y a Vicente Leñero inclusive, como cuando, pasado de copas, reta a Salvador Elizondo en una fiesta a la que no había sido invitado, y otras por el estilo.
Pero sucede que con Gente así no sabe uno si está contando algo real o está escribiendo cuentos con personajes reales pero sucesos imaginarios; en uno, que relata un concurso de cuento, retrata con gran habilidad a Ignacio Solares, es tímido con las intervenciones de Guillermo Samperio, pero es genial su relación de lenguaje y reacciones de Rafael Ramírez Heredia, quien se indigna ante el hecho de que los otros jurados del concurso no estén de acuerdo con su selección, y más ante la posibilidad de que hayan sido engañados; el relato está escrito con la velocidad narrativa de los mejores (y de los no mejores) cuentos de Ramírez Heredia, pero parece más crónica que cuento.
No hay que creerle a Leñero; una trampa muy evidente es el relato de la rebelión, prisión y muerte de Dostoievsky; no quiere decir que todos los demás capítulos sean ficticios, pero la duda queda.
Por ejemplo, parte del relato que habla de Óscar Walker ya lo había contado en una edición conmemorativa de los 40 años de la Editorial de la Universidad Veracruzana, lo que hace pensar que el resto de ese capítulo es totalmente real, lo mismo el relativo a Iván Illich, sólo que con una picardía que sólo se le había visto en Vivir del teatro, en especial el primer tomo.
Igual desenfado tiene el capítulo relativo a Tomás Gerardo Allaz, pero se muestra menos incisivo con Alfonso Sastre, con un respeto hacia su integridad que no guarda para el sacerdote.
El libro, que pasa apenitas de las 300 páginas, con todo e índice analítico (raro en un libro de ficción) está dividido en secciones de literatura, ajedrez, teatro y cine y de religión; cada sección se subdivide en textos ya publicados en la revista de la UNAM, como el muy malévolo “La apertura Topalov”, en que el retratado es el propio Leñero, que con una molestia que se convierte en rencor utiliza toda su sabiduría literaria y dramatúrgica para aplastar a un alumno molesto y retobón, y cómo es aplastado, años más tarde, por ese alumno que es uno de los mejores ajedrecistas del mundo.
También ya publicado es el que dedica a José Donoso, herido por el comentario de un linotipista travieso que añade frases mordaces a los artículos que le molestan, y que en esa ocasión no la omitió, pero que a Donoso lo lastimó y culpó a todo mundo (Leñero no agrega el comentario de Juan García Ponce al explicar que no había sido el responsable: “si hubiera sido yo no hubiera dicho que es muy bueno para criticar”).
El relato más peligroso es “Gemelas”, que además de narrar una historia interesante de una aspirante a dramaturga quien sólo consigue escribir una obra verosímil, habla de las debilidades del propio Leñero, lleno de curiosidad, carente de compasión, y sobre todo con la tentación del arca abierta, con el paréntesis donde cuenta su rivalidad y tensiones con Luis de Tavira, sin nada de imparcialidad aunque sin abusar de la ironía.
El final del libro es sensacional, con un relato muy breve que deja con las ganas de que sea el único relato real de todo el volumen, y permite creer en la fantasía como un elemento necesario para completar la felicidad, además del dominó y de las bebidas que, sin embriagar, dan otra dimensión a la realidad.
Gente así es un libro que puede ponerse entre las novelas de Leñero, o entre sus libros sobre teatro, o con sus guiones cinematográficos, entre sus volúmenes de periodismo, o incluso con sus autobiografías (Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos, y Leñero de cuerpo entero, donde hay una fotografía del autor bateando en el Parque del Seguro Social); o aparte de todos, porque es igual y diferente del resto de su obra.
Es diferente, hablando de otros elementos, no de géneros, en que su prosa es más directa, más contaminada del periodismo, los rasgos con que retrata a sus personajes son vertiginosos y no exactos, pero el resultado es mucho más verídico que una fotografía, porque aparecen trazos que no son caricaturescos, aunque revelan la personalidad de sus retratados con más exactitud; así, la prosa está más cercana al reportaje que a la ficción.
Pero es igual, hablando también de la prosa, en esa fidelidad hacia el lenguaje hablado, coloquial, que parece grabado pero que está muy trabajado (en ese sentido, entre los narradores sólo José Emilio Pacheco y él tienen esa cualidad; entre los dramaturgos, Carballido), muy pulido; es una prosa muy limpia que se lee sin tropiezos, con mucho agrado, y que deja la sensación de bienestar (literario), con el añadido de una picardía sólo concebible entre los religiosos que se dejan caer en tentación y salen limpios. Sólo habría que añadir que hay más escenas eróticas que casi en cualquier otra obra de Leñero, si se exceptúan algunos retratos de actrices (por ejemplo, cuando Lucy Gallardo cruza las piernas, o como en La mudanza, en que un personaje soba los glúteos de una amiga de la esposa, pero no muestra lujuria sino la posibilidad de la infidelidad) o algunos fragmentos que habían hablado más de insatisfacción que de plenitud, como en Estudio Q, que no dejaban sin embargo de ser inquietantes.

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