martes, 8 de julio de 2008

Audacias del cine mexicano (y de otros cines)

Las audacias de Tin Tan y Pedro Infante no son las únicas en el cine mexicano, y menos aún en el cine mundial, pero siguen sorprendiendo por la época en que se cometieron, por el ingenio para burlar la censura, y su elegancia, que contrasta con la rudeza y torpeza del cine de cabareteras, aunque muchas no carecieron de gracia, pero más debida a los actores que al guión o a la escena.
En Dancing Lady, de 1933, Clark Gable se hace el remolón para darle una oportunidad a Joan Crawford de actuar en su teatro, y cuando finalmente ella se marchaba desilusionada y le da la espalda a Gable, éste le dice que le hará la prueba, al tiempo que le da una nalgada leve, fugaz, sin aparente intención erótica; adquiere otro matiz cuando ella se detiene, se vuelve hacia Gable, y sonriente exclama un “gracias” que no sabemos si se debe a la oportunidad o a la nalgada-caricia.
Muchos años después, en los sesenta, esas caricias cobraron otra importancia: en Staircase, de Stanley Donen los protagonistas Richard Burton y Rex Harrison se escandalizan cuando ven a una pareja de jóvenes en donde él le soba los glúteos a su acompañante, y los corren de su tienda, donde se refugiaban de la lluvia; en The Knack and how to get it uno de los protagonistas comprueba cuál de los traseros de las jóvenes que hacen fila para entrar a su cuarto es el más firme; en Help!, en una escena George Harrison, al parecer involuntariamente, roza el pecho de una de las asistentes a un bar; el gesto de ella no muestra agrado; en cambio, cuando en A Hard Day’s Night le pregunta una reportera a Lennon su pasatiempo favorito, Lennon escribe en su libreta “breast”; no se ve la palabra, pero se deduce por los trazos de la escritura, y por el gesto de ella al leerlo.
Por esos días se contaba que al filmar una escena en Italia, Marcello Mastroniani debía quitarle de la bolsa trasera de los jeans, a Faye Dunaway, la cartera que ella le había robado minutos antes; se suponía que ella debería de respingar, pero lo hacía sin convicción, hasta que Vittorio de Sica, quien dirigía la escena, le quitó la cartera de tal manera que ella respingó, sorprendida; los técnicos opinaron que Dunaway respingaba menos en la escena porque le gustaba cómo Mastroianni le quitaba la cartera.
En Al servicio secreto de su majestad, el James Bond en turno, George Lazenby, se acerca a Miss Moneypenny, y le da un saludo doble, uno de ellos con una caricia o un pellizco en los glúteos, que el espectador no ve, pero adivina por el respingo de ella; ni Connery ni Moore ni Brosnan se atrevieron a eso en sus interpretaciones de Bond.
Quien se atrevió doblemente fue Peter Seller en What’s New, Pussycat, quien en una fiesta pasa tocando fugaz pero intencionadamente a dos mujeres que están de espaldas entre sí; luego del toqueteo, que él hace al pasar, ellas se vuelven y cada una cree que fue la otra quien la manoseó; no hay que olvidar que ese guión es de Woody Allen, quien nunca repitió ese gesto con ninguno de sus personajes en sus cintas posteriores.
También gesto de incredulidad muestra Margot Kidder en Superman (1978) cuando Christopher Reeves, vestido de Clark Kent, le roza los glúteos al pasar ambos por un pasillo estrecho; ese gesto es parecido al de Blanca Nieves ante una caricia que no se veía pero se adivinaba en un número de Mad, y más atrevido en el poster pornográfico de Walt Disney de principios de los setenta.
Lucha Reyes es pellizcada por Jorge Negrete en ¡Ay, Jalisco, no te rajes!, pero no se sorprende ni se manifiesta complacida, sino que lo mira retadora, aunque no deja de cantar, y mientras Negrete se hace el disimulado.
Reacciones distintas muestran Angélica María y Arcelia Ramírez cuando descubren que las espían; la primera, con gesto pícaro, le advierte a Carlos Bracho que no mire debajo de la falda cuando ella está trepada en un árbol, en Alguien nos quiere matar; apenada pero retadora, posa para un anónimo observador mientras está en tarzaneras y camisa corta en Ya sé quién eres (te he estado observando), y no se inmuta cuando Fernando Luján la observa escalar un muro, en minifalda, en Cinco de chocolate y uno de fresa; muestra menos las piernas, aunque se sube la falda, para que las admiren los rocanroleros de La verdadera vocación de Magdalena.
En ninguna de estas escenas se le ven las tarzaneras, como tampoco se le ven a Arcelia Ramírez en Cilantro y perejil, aunque sí se las ve un espectador complacido desde una planta baja, mientras ella está en el piso superior de una biblioteca.
Un gesto entre pícaro y de vergüenza muestranLilia Michel en Sí, mi vida, cuando al bailar “qué pena, qué pena, que sirva yo de cena” (acompañada por Herminio Kenny, posteriormente el Tío Herminio, el de “Las rejas de Chapultepec”), gira y muestra los muslos; el gesto dura menos de un segundo y luego sigue bailando; pareciera que no se muestra avergonzada, sino que recalca que mostró las piernas; ese mismo gesto lo repite varias veces Mapy Cortés en varias cintas; por cierto, en El gendarme desconocido, presentan a Cortés con Cantinflas, como la mujer sin par, y él, admirando su busto, recalca que cómo no, que sí tiene par; el gesto de ella es pícaro, pero se desvanece al mostrar ambición por creerlo el rey de los diamantes.
Ese gesto entre pícaro y apenado lo muestra en casi todas sus actuaciones Rosita Quintana, sobre todo en Menores de edad, pero en su escena más audaz, también con Tin Tan y Ramón Valdés, al mostrar las tarzaneras en un swing (Calabacitas tiernas, con el subtítulo de ¡Ay qué bonitas piernas!) no hace ningún gesto. No se ve el gesto facial, pero sí otro, cuando Anabelle Gutiérrez casi al final de Escuela de vagabundos, resbala en el piso de la cocina y muestra tarzaneras oscuras, y aunque se supone que no sabe que la observan los espectadores, de cualquier manera se baja la falda para taparse, en un gesto similar al de Debbie Reynolds en Singin' in the rain, aunque a Reynolds no se le ve la lencería.
Hay muchas escenas donde las actrices muestran lencería, pero como supuestamente no lo advierten, no hacen gestos; esas escenas se prodigaron en los años sesenta, la época de las minifaldas más cortas (Olga Breeskin, Meche Carreño, Nadia Milton, Maritza Olivares, Tina Romero, Diana Bracho), o en escenas de baño, cuando se supone están solas y no tienen que demostrarse apenadas.
Pero la más explícita de estas escenas, por completo diferentes a las mencionadas, fue una muestra de cómo sería después el cine: en Amor libre, en un camión, un pasajero roza intencionadamente los glúteos de Julissa, quien reacciona con enojo y exclama: “para eso son, pero se piden”. Una frase más real, pero menos encantadora que la exclamada por Joan Crawford ante la nalgada de Clark Gable.
(La mayoría de estos datos fueron proporcionados por Marco Antonio Pulido, quien con frecuencia debe encomendarse a Santa Catalina.)

1 comentario:

pepe dijo...

excelente informacion podrias abundar sobre todo en obra y musica de herminio keny? VIVA XALAPA Y VERACRUZ EN SU CONJUNTO