Manuel Michel
dice que Marilyn Monroe demostró que se podía desmentir el mito de que una
actriz no debe dar la espalda a la cámara; no fue MM la primera en desafiar esa
regla no escrita, aunque es de las más célebres. En algunas obras de teatro, o
zarzuelas, o comedias ligeras, varias actrices bien dotadas hicieron números
que, sin ser acrobáticos ni talentosos, hacían vibrar al auditorio: consistían
en (La corte del faraón) empujar, de
espaldas al público, una carriola; otro número célebre presentaba a una mujer
que no hacía otra cosa que, de rodillas, trapear el piso. Uno puede entender
el estremecimiento de Ignacio Manuel Altamirano, no tan seriecito, cuando
contemplaba el entonces novedoso acto del más famoso fragmento de Orfeo en los
infiernos, en que un grupo de bailarinas, simulando un incendio, levantan las
piernas de manera acrobática, o mejor, cuando simulando una carrera,
levantaban, dando la espalda al público, sus faldas de amplio vuelo y mostraban
unos inusuales pantaloncitos con encajes y holanes. “Pantorrilludas”, las
llamaba, sin que el adjetivo fuera despectivo.
El refrán de que hay mayor
impulso en los pechos que fuerza en la tracción de una carreta tirada por
bueyes es más certero en el caso de España y desde luego en Estados Unidos,
porque en México sentimos más atracción por la zona del aguayón, característica
destacada por Carlos Fuentes en La región más transparente, y en otras de sus
obras. Es memorable también aquel cuento de Cristina Pacheco que relata cómo
una mujer recupera la pasión perdida de su matrimonio gracias a unas pantaletas
que resaltan, y crean ilusión, de unos glúteos redondos y firmes, y hasta presta
la prenda para beneficiar a una amiga. Pero no abundan escenas semejantes en
nuestra literatura, parece que los escritores son más timoratos, o incapaces de
describir esa porción femenina sin caer en
descripciones vulgares, ni tampoco hay originalidad. Vargas Llosa es
inofensivo o simplemente descriptivo, y observa más esa parte en las adolescentes
que en las maduras; Julio Cortázar prefiere la sutileza de las piernas; en
una ocasión resalta el trasero de una tía del narrador de uno de sus relatos
brevísimos, pero desdeña o ridiculiza los adjetivos y las metáforas, y prefiere
apodar a ese personaje como “la culona”. García Márquez es más gracioso, pero
se frena antes de que lo acusen de pervertido.
Nuestro cine ha sido más imaginativo y audaz: a sus cualidades histriónicas y su gracia para lo popular, hay que añadir que las escenas más llamativas que
protagonizó María Victoria fueron en Los paquetes (las petacas) de Paquita,
cuando conducía una bicicleta, y enloquecía tanto a los proletarios (un
tendero, un lechero, un policía, un chofer, un mecánico) como a los ricos (su
patrón, el socio cubano de éste) de la película, y desde luego al público
masculino que acudía al Margo a verla más que a escucharla.
Aunque ya lo he señalado, no
está por demás recordar que en Los hijos de María Morales, cuando el personaje
de Infante conoce al que encarna Irma Dorantes, le mira el trasero para dar su visto
bueno, y con doble sentido dice que la comida y ella, están buenas. El más
elitista Jorge Negrete también da su aprobación, con un gesto afirmativo, al
admirar el trasero de una extra, a la que intenta embriagar en Dos tipos de
cuidado; cuando Carmelita González le cae de sorpresa en la kermesse Negrete le
encarga a Infante que le cuide a la extra; infante acepta después de observarla
con deleite, aunque otra lo está esperando; Negrete le advierte: mucho cuidado,
porque capta la intención de “Pedro Malo”.
En Dos crímenes, José Carlos
Ruiz pone en alerta a Damián Alcázar sobre la conducta de su sobrina Dolores
Heredia: te está pasando las nalgas por las narices; en efecto, cada vez que
está cerca se empina para que las admire, sin que él pueda hacer nada, pues
siempre están acompañados. Sólo lo provoca.
Germán Valdés se detiene, sin
importar la situación en la que se encuentre su personaje, a admirar el trasero
de prácticamente todas sus alternantes, sean coestrellas, bailarinas o extras;
repito el gesto que hace, con la expresión y con las manos, cuando habla de la
inmensidad del ancho mar, mirando el trasero de una de las bailarinas en
El mariachi desconocido, y está a punto de estropear el asalto a una casa, en
silencio que parodia la muy larga escena de Rififí, por admirar el trasero de
Sonia Furió que baja por la cuerda, vistiendo falda corta, en Rififí entre las
mujeres.
Lilia Prado, de la que se dijo
que tenía las mismas medidas que una miss Universo, pero con 20 centímetros
menos de estatura, no disimuló el atractivo de sus caderas; ni el sutil Buñuel,
que afirmaba que el erotismo estaba en la ropa y no sin ella, pudo resistir la
tentación de mostrar muslos y caderas de Prado en dos cintas excitantes por
ella, Subida al cielo, y más aún en La ilusión viaja en tranvía, donde hasta su
hermano Fernando Soto se queda extasiado al ver su trasero en una falda
entalladísima. Pero más admirables son las caderas de Prado en la escena
inicial de Isla de lobos, donde el por lo regular ecuánime Roberto Gavaldón la
pone, sollozando boca abajo, sobre una cama amplia; los sollozos provocan que
el trasero se mueva con un ritmo que resta importancia al resto de la trama;
también hay que recordar que esas caderas están a punto de romper la amistad
entre Infante y Antonio Badú, cuando el primero la admira bailando rumba en un
cabaret, donde se mueve con tanta enjundia que recibe el sobrenombre de “La
Gela” (la gelatina, apodo que también recibió María Antonieta Pons, aunque más
por lo poco firme que por lo rítmico de sus bailes).
Con la misma incitación al
incesto, Isaura Espinoza aparece muy desnuda, mostrando glúteos muy firmes, y
deja inmóvil y boquiaberto, paralizado (literalmente), al novio Eulalio
González; lo pecaminoso es que su propio padre Eleazar García está a punto de
caer en tentación y acariciar, o estrujar, o vapulear esas nalgas en una escena
larguísima y con muchas tomas y muy variadas. Es tan larga la escena como la de
Buscando a Mr. Goldbarg, en donde Diane Keaton está desnuda, en la cama, recostada
de lado, y Richard Gere pone sus mejillas encima de sus nalgas: mira, cachete
con cachete, dice; muchos insinúan que se tratan de las de una doble.
El trasero desnudo de Ofelia
Medina hace que el espectador se desentienda del drama que vive su personaje,
de prostituta barata pero ética, y al final, sus nalgas vestidas se mueven con
ritmo para hacer olvidar el drama del novio muerto por la descomprensión en el
fondo del mar, en Paraíso.
Esa escena de Medina subiendo unas largas escaleras moviendo las nalgas la
recordé (aunque no la tenía muy olvidada) con el nuevo comercial de un perfume
en el que Julia Roberts está vestida de blanco mientras todas las demás mujeres
que aparecen andan de negro; para llamar la atención de los hombres se
limita a subir unas escaleras; su vestido, muy entallado, se concentra en sus
caderas, muy célebres; no hay hombre que deje de mirarla, aunque uno no se
explica por qué ese bamboleo promueve un perfume.
En Bones, un programa donde las
protagonistas son bellas, pero sobre todo inteligentes, recurren, aunque con
más elegancia, a mostrar que lo cortés no quita lo caliente (frase usada por Juan
Marsé), y ponen, sin que venga al caso, a la muy guapa Tamara Taylor a ver, de
pie, de espaldas a la cámara, la pantalla gigantesca de una computadora;
flexionada la pierna derecha, el contorno de los glúteos hace recordar que no
por ser inteligente el personaje, es menos femenina y reclama su derecho a ser
admirada.
Hay otro comercial que, si uno
lo piensa, tiene mucho de perverso, no porque sea malo, digamos, admirar el
trasero de Ana Serradilla, bastante reproducido en páginas de internet; es
perverso porque Serradilla interpretó, en una cinta dizque de denuncia de la
explotación sexual en la televisión, a un personaje, "Dianita la de las
vueltecitas", cuya fama (en la cinta) se debe a que da vueltas para que los
espectadores se deleiten al observar sus caderas; y en el comercial se da esas
mismas vueltecitas; no se sabe si es un cereal, o qué, lo que promueve.
Salma Hayek ha tratado de probar
que es actriz, pero aun en sus mejores películas llaman más la atención sus
dotes naturales que las de actriz (hasta Penélope Cruz ha caído en la tentación
de probar que la carne es más dura que débil, igual que Chelelo con Isaura
Espinoza y, como un arzobispo mexicano célebre por varios motivos, entre ellos su humor, y la
fotografía indiscreta que lo mostraba en un acto que afirma que no hay quien se
libre del pecado de la carne). En Wild Wild West Kelvin Kline y Will Smith se
solazan observando que su camisa desabrochada por detrás deja a la vista el “butt ckack”, o sea
la rayita, y el prinjcipio de unos glúteos harto duros, durante varios segundos, haciéndose la inocente. Esa misma parte de
Lori Singer la observa, pasmado, Tom Hanks en El hombre del zapato rojo. Singer,
que se hizo famosa en Fama, aparece desnuda en casi todas las cintas que ha
filmado, incluidos varios desnudos
frontales, pero ninguno es tan excitante como esa pequeña rayita aquí, y que no
pierde el glamur ni siquiera en las situaciones más cómicas.
Hay diferencias
entre Singer y Hayek; la mexicana mide 1.57 y Singer 1.79 (¿para qué?). Dos de
las actrices más famosas por su trasero descomunal son Eva Mendez y Jennifer
Lopez, apenas más altas que Salma, lo cual favorece el volumen de su
nalgatorio, además de que, como no son muy competentes en lo histriónico,
recurren a mostrarse generosas con su exhibición, para que no nos fijemos en
sus defectos; en una de sus últimas cintas, Parker, Lopez debe desnudarse para
que vean que no trae armas; la cámara se detiene en sus nalgas, donde no podría
esconder nada, aunque si lo ocultara, no lo advertirían. En días pasados
públicos timoratos reclaman a Lopez que use un vestuario que resalta forma y
volumen de sus nalgas; pero si no lo usa, se darán cuenta de lo mal que canta.
Mendez, en otra cinta de la que
nunca me enteré de su título, es llevada dentro de la cajuela de un auto, y
cuando lo abren, lo primero que se ve es su amplio trasero, que parece
demasiado grande pero no deforme.
Pudiera parecer que, en el cine,
la exhibición de traseros es similar a la muestra de pantaletas; hay sus
diferencias, cada una con sus atractivos especiales; en Los cazadores del arca
perdida Karen Black enseña calzones blancos, fugazmente, en dos escenas: cuando
recoge, en cuclillas, unas armas para Indiana Jones; la otra es cuando la
descuelgan al foso donde Jones está atrapado, asustado por las serpientes;
tanto, que no se fija en Black, aunque sí lo disfruta el público; Black muestra el trasero
desnudo, en movimiento, varios segundos, en Animal House, más para deleite del
espectador que de los demás protagonistas.
Otras diferencias: en Jasón y
los argonautas, también durante pocos segundos, se ven fugazmente las entonces
inexistentes pantaletas de Jane Seymour; siempre se muestra elegante y refinada,
incluso reputada como pintora; aun así, ha sido víctima de las cacerías de los
paparazzi, y la han sorprendido al bajar de un automóvil (que es a lo que se
dedican, profanando el honor de la realeza, pues la nueva princesa inglesa –así
como su hermana pizpireta– son tan descuidadas como las actrices de Hollywood,
aunque no tanto como las de Bollywood, que no sólo son más bellas, también más
atrevidas pues no gustan de hacer publicidad a marcas de tarzaneras. Pero
regresando a Seymour, gran parte de Lassiter la pasa en cama, y en una de esas
escenas está boca abajo, desnuda, mostrando el trasero; en tanto, Tom Selleck,
más en el papel de Magnum que en el de Pete Malloy, debe aplicarle un masaje en
la espalda, pero no resiste la tentación de hacerlo más abajo, y hasta simula
que le da un beso atrevido.
En una cinta divertida y
semisubversiva (El primer robo a un tren), Leslie-Ann Down se queda en pantaletas y muestra un trasero
amplio y atractivo, de espaldas al público aunque con un anacrnismo casi inadvertido; la trama sucede en
1885, cuando no existían esas prendas.
También hubo diferencias entre las muchas escenas en que Brigitte Bardot
aparecía en bikini, para darle popularidad a esa prenda, que en El amor es mi
oficio, donde aparece tapada con una sábana, pero atrás de ella se refleja en
un espejo su trasero, en todo su esplendor.
El cine italiano también se detuvo en los glúteos de algunas actrices; en
Matrimonio a la italiana, Marcello Mastroiani descubre a la antes tímida y
ahora desenvuelta Sophia Loren, en un autobús; la convence de que se quede, y
se baja del camión por la ventanilla, armando un alboroto por lo prominente de su trasero, y
en Un día especial debe cambiarse de ropa constantemente, y en una de ésas
muestra las pantaletas muy bien llenas.
En las nuevas series policiales de la televisión estadounidense ya es
común ver más la espalda de las actrices que observarlas de frente, y hacen
caso omiso de las recomendaciones de tratar a las mujeres más por su talento
que por su físico, y que tantas actrices y modelos se presten a ello, con un
muy evidente orgullo por la admiración que provocan. Pero hay que tener
cuidado: la misma Lopez, la misma Mendez, así como las hermanas Kardasian (que
no ocultan su oficio, más bien lo muestran en público) usan prendas que, si se
les observa, son antiestéticas: unas fajas que detienen lo que la edad tiende a
expandir.
Aunque desde diferentes
perspectivas, los críticos del cine mexicano valoraban algunas de las cintas de
Carlos Enrique Taboada, por su buen manejo del misterio y lo sobrenatural; en
Hasta el viento tiene miedo, y en Más negro que la noche, descuidando la trama,
tiene escenas en las que enfoca la cámara más hacia los traseros de sus
actrices (bien dotadas: buen gusto sí que tenía) que en los detalles
terroríficos.
Y a propósito del
respeto con que hay que tratar a quienes disienten de las mayorías, ¿serán
castigados los que califiquen de manera explícitamente peyorativa a los nacidos
en México, de sexo evidentemente masculino, y les espeten “macho mexicano”, más
con enojo que con descripción?
Y hablando de quienes nos
quieren gobernar, y les seguimos, les seguimos la corriente, ¿van a obligar a
los restauranteros a que quiten las azucareras de sus mesas, porque el azúcar engorda
y produce malos hábitos además de caries? Capaces son de decir que producen diabetes.
Al terminar la
temporada 2012, el short stop de los Dodgers, Hanley Ramírez, sufrió una lesión
que lo mantuvo inactivo la pretemporada, y regresó apenas hace poco al
line-up, pero en su cuarto partido tuvo una nueva lesión que lo mandó a la lista
de lesionados por 15 días; lo asombroso es que los cronistas,
que repitieron la jugada en que se lastimó el tendón de la corva, no se fijaran
que Ramírez, al dar la vuelta al cuadro, pisó la segunda base con el pie
derecho; cualquiera que juegue o haya jugado beisbol sabe que al caer en ese
error, se va a lesionar; o cuando menos se va a caer antes de llegar a la
siguiente base.
Pero son demasiados los que se
lesionan; tienen cerca de 15 centímetros más de estatura que sus antecesores en las
Ligas Mayores, pero los cuidan como a nenitas (frase de “el doctor”); apenas
pasan de los 100 o 110 lanzamientos, y los mandan a descansar. Cuando no
ganaban tan bien, cuando tenían que agarrar chamba después de la serie mundial
(vendiendo seguros, casi todos), aguantaban partidos de 15 entradas, o lanzaban
dos juegos completos en un solo día, o relevaban tres días seguidos. En una
temporada reciente algunos jugadores fueron colocados en las listas de
lesionados por estornudar tan fuerte que se lesionaron la espalda, porque se
pegaron con la puerta del autobús, o cargando un bebé.
En el blog
anterior dediqué muchas flores a Carlos Fuentes: ahora vienen las macetas:
desconocía el paisaje mexicano, nunca suceden sus tramas en el Metro o en sus
alrededores, y a veces se le pierde algún personaje; algunos de sus cuentos
están colocados en un sitio y una fecha tan determinada que el lector no puede
colocarlos en otra época. Su peor defecto: como lector de literatura mexicana
fue poco riguroso: fuera de su esplendorosa interpretación de la poesía de
Octavio Paz, de su examen minucioso de la poesía mexicana hasta los años ochenta,
y de su aguda percepción de la literatura juvenil de los años sesenta y
setenta, parece haber leído sólo fragmentos, y en ellos había más buena fe que
crítica. Si quienes recibieron sus elogios se dieran cuenta de lo mala, de lo
superficial de su lectura, se pondrían a llorar, pero no de la emoción, sino
del desengaño.
En 1883 los
fanáticos de las Ligas Mayores recibían el apodo de “kranks”; el más famoso de
ellos, un hombre llamado Arthur Dixley, era apodado “Hi Hi Dixley” porque
cuando bateaban los de su equipo favorito, los animaba gritándole “Hi, Hi”. El
dueño de los Cafés de San Luis (por causalidad tengo su nombre: Chris Von Der
Ahe), llamó “fanáticos” a los seguidores de su equipo; pero fanático tiene una
connotación peyorativa; en el DRAE lo menos fuerte que se les dice es que alguien está
entusiasmado ciegamente por algo, y sus opiniones están sustentadas por la
pasión y no por el raciocinio. El manager Ted Sullivan de los Cafés acuñó uno
menos agresivo: fan; pero los fans nada tienen de pacíficos, aunque sea menor
su furia que la del fanático. Por ello prefiero “forofo” (al margen, una
historia conocida: el partidario más entusiasta de un equipo argentino tomo su
nombre de Wikipedia; Manuel Reyes era quien inflaba los balones en el estadio
donde jugaba el Boca Juniors, y se desbocaba con gritos entusiastas animando a
su equipo; el público lo llamaba “el hincha”; cuando el entusiasmo se
desbordaba, las tribunas, o quienes las ocupaban, fueron bautizadas con el
nombre generalizado de “hinchas”, al principio sólo del Boca Junior; después,
de cualquiera. Una deformación similar a la del señor Patiño que servía de
comparsa al payaso estrella del circo de los Hermanos Bells; el nombre se
generalizó para Marcelo Chávez, Viruta, Schillinsky, Susana Cabrera, Nacho
Contla, “patiños” de Germán Valdés, Gaspar Henaine, y de Pompín Iglesias los
dos últimos). Prefiero forofo, aunque ya fui amenazado si sigo usando el
término.
El recuerdo de
una anécdota contada por varios asistentes: cuando la Secretaría del Trabajo
reconoció al Sindicato de Actores Independientes, el líder de la asociación, y
quien había peleado como pocos por la dignidad de los actores, pidió silencio a
la asamblea, jubilosa por el triunfo (que finalmente se perdió, aunque hayan
ganado), que festejaba con grandes vivas: Silencio, decía en voz alta;
silencio, gritaba; sólo se hizo el silencio cuando exclamó: lo he dicho en
todos los tonos posibles: pero al silencio siguió una carcajada general y más
estruendosa.
Intuyo que en Mil
estudiantes y una muchacha (1941), como Marina Tamayo vive en una casa enfrente
de la Universidad (bueno, de la Escuela de Derecho), cantan “Ana”, una canción
de Alberto Domínguez que no está ni en Wikipedia ni en el exhaustivo cancionero
que preparó Ramón Córdoba, pero que la escuché muchas veces en mi infancia.
Encontré el DVD y, en efecto, la cantan estudiantes tan inverosímiles como
Emilio Tuero, Julián Soler, Enrique Herrera y Manolo Fábregas, en una versión
sin la picardía de la pieza original, en que un sacerdote le recrimina a Ana que
pase toda la facultad por su ventana, y Ana contesta que no tiene la culpa de
que la ventana esté tan baja: “pase usted y lo verá”. Lo importante es que, de
manera imprevista, se exclama la frase: “Ahora lo comprendo todo”; esa misma
frase la pronuncia, muy encanijado, David Silva en Campeón sin corona; más
asombroso aún: la dice Darya Aleksandrovna en Anna Karenina (pág. 386, Alianza
Editorial, traducción de Juan López- Morillas). ¿Quién será el forofo del cine
mexicano: Tolstoi o López Morillas?
(La fotografía de Loren, y su comentario gráfico, están tomados de Vampiresas, Paul Flora, Hispano American Book Store, 1960, obsequio de mi muy recordado Edmundo Gabilondo; los fanáticos del cine mexicano, si lo son, saben quién fue.)
(La fotografía de Loren, y su comentario gráfico, están tomados de Vampiresas, Paul Flora, Hispano American Book Store, 1960, obsequio de mi muy recordado Edmundo Gabilondo; los fanáticos del cine mexicano, si lo son, saben quién fue.)
3 comentarios:
Te quiero Lalito. Te leo y me sirves de referencia. Quiero ir a verte, pero me siento tan insignificante. Yo sé que el talento y la inteligencia no se pegan, pero yo, que amo los crisantemos y los geranios, también amo la honestidad y la alegría. Tú tienes ambas.
LALITO, eres imprescindible.
Hello. And Bye.
Publicar un comentario