domingo, 22 de agosto de 2010

¡Aguas con el tricentenario!

El tercer centenario del nacimiento de una nación debe celebrarse de manera majestuosa, y sobre todo exaltando sus más auténticos valores; por ello, Neutralia, un país que logró mantenerse neutral durante la segunda Guerra Mundial pese a las presiones del Eje o de los Aliados para contar con su apoyo, acude a las máximas autoridades en el conocimiento de Belorio, un oscuro escritor del siglo XVII, autor de una obra poco sólida y menos conocida aún, para que participen en los festejos.
La máxima autoridad resulta ser Scott-King, un profesor “de clásicas” en Granchester, Inglaterra; con 21 años de experiencia docente, ha visto frustrados sus intentos por reivindicar, o mejor, dar a conocer a Belorio a las nuevas generaciones; lo han rechazado editoriales, revistas especializadas o de divulgación; él mismo ha ido olvidando a su autor, cuando le llega la invitación de una universidad de Neutralia; duda, pero termina aceptando, para su desgracia.

Ése es, a muy grandes rasgos, la trama de Neutralia. La Europa Moderna de Scott-King (Scott-King’s Modern Europe), una novela inesperada de Evelyn Waugh; inesperada porque fue escrita y publicada entre Retorno a Brideshead y Los seres queridos, dos novelas mayores del inglés, autor de obras que alteran el orden, lo revuelcan y ponen de cabeza el mundo real e ideal.
La presente, editada por menoscuarto ediciones y traducida por Carlos Villar Flor, no es la primera versión en español; en 1953 fue traducida por J.R. Wilcock, más conocido como traductor que como poeta, y que puso en español novelas policiales y otras, como El paso a la India, obra maestra de E.M. Forster; esa primera edición se tituló La nueva Neutralia, por Ediciones Criterio. Pero ha tenido escasa difusión en español si se compara con otras obras, como Decadencia y caída, Cuerpos viles, Merienda de negros, Un puñado de polvo, Más banderas y la prodigiosa Primicia, retraducida como ¡Noticia bomba!, a la manera de Anagrama que quién sabe a qué idioma traduce.
(En la muy reciente edición de Oficiales y caballeros, para Cátedra, el mismo especialista Carlos Villar Flor enumera las traducciones al español, e incluye versiones cinematográficas, pero sólo las de Sword of Honour, las dos versiones, una de ellas con guión de William Boyd; no incluye las versiones cinematográficas de Decadencia y caída, Merienda de negros, Retorno a Brideshead, Un puñado de polvo, y sobre todo Los seres queridos, de Tony Richardson; hay varias series televisivas basadas en Primicia y Brideshead.)

El propio panegirista Villar Flor considera Neutralia como una obra menor; comparada con la anterior y con la posterior, puede que sí; sin embargo, comparte con ambas el mismo espíritu crítico que lleva al extremo la situación que surge de la trama; si bien Brideshead tiene un aliento más romántico que trágico, y evidencia el descubrimiento de lo religioso, apunta todas las contradicciones de la vida sentimental; y Los seres queridos es, por el contrario, la desdramatización de una historia sentimental, con el toque más macabro que uno pueda concebir. Neutralia no llega a tanto, pero casi.
No sólo ridiculiza los intentos de una nación por sacralizar lo baladí, por enaltecer a un escritor que nunca hizo nada sobresaliente, y que al parecer le interesa a un solo estudioso en el mundo; ¿el pretexto? La conmemoración del tricentenario, y con ello todo cuanto sea posible exaltar; en la prosa brillante de Waugh se ven ridículas las actitudes de las autoridades gubernamentales de un país que presume de lo que no tiene, que monta una escenografía para engañar a los visitantes, que hace solemnes todos sus actos al grado de sacrificar a sus invitados a sesiones maratónicas de autoexaltaciones y autoelogios sin permitirles descanso ni una pausa para mitigar el hambre; que aprovechan todo resquicio para hablar bien de sus supuestos logros democráticos que en realidad esconden pobreza, autoritarismo y represión; no engañan a nadie, pero los invitados disimulan, y ni siquiera por agradecimiento de la invitación.
Ellos también son ridiculizados; lo peor es que el protagonista, el pobre Scott-King, es el único de buena fe, y cree que lo invitan por su prestigio de ser el mejor conocedor de la obra de un escritor digno del olvido (aunque célebre en su tiempo), pero en realidad no hay tal honor, sino el deseo oficial de lucirse; los otros conocedores no sólo desconocen a Belorio, sino que lo llegan a confundir con un personaje de una novela más o menos reciente de Robert Graves, contemporáneo de Waugh (en esta breve novela hay multitud de citas y homenajes, a veces irónicos, las más de las veces sinceros); no son especialistas, sólo van a hacer bulto, a hacerle el caldo gordo a las autoridades siniestras de Neutralia; los intelectuales invitados son unos auténticos gorrones, que tienen su castigo cuando acaban los festejos, porque quedan cautivos o prisioneros, o abandonados a su suerte.
Los diálogos están llenos de equívocos, pero no como en Primicia o en Decadencia y caída; aquí parecen mal intencionados, y los políticos aprovechan cualquier duda para presumir de logros inventados o cuando menos exagerados. No parecerían seres reales, de lo grotesco que son, pero aparecen en otros libros de Waugh, como Un puñado de polvo, como en Primicia o como en los libros de viajes (Gente remota, Noventa y dos días), primitivos que se sienten civilizados y que están nacionalistamente orgullosos de su país, y que fuera de la solemnidad del tricentenario, se rebelan salvajes, represores, incapaces de escuchar.

¿Puede uno reírse de eso? Waugh hace reír incluso de las situaciones más dramáticas; por Los seres queridos uno queda inmunizado en gran medida contra las historias de amor, y enaltece las historias de odio, que no son más que las de amor insatisfecho; en Primicia todo se desata (una historia que parece exagerada, pero muchos años después García Márquez vivió algo parecido) por una escena de celos y venganza, que se frustra y se desvía por la torpeza de una secretaria y la ingenuidad del protagonista; en Decadencia y caída todo es una cadena de equívocos que llevan a un hombre a una serie de tropiezos que parece interminable, aunque algo inesperado da un vuelco en su vida (algo parecido sucede en Los relámpagos de agosto, sólo que en Waugh es más extremo que Ibargüengoitia); en Waugh las tragedias no son tales; lo grave de ellas es la desesperanza; Scott-King llega a pensar que pasará el resto de su vida en un hotel de segunda, sin ingresos, o luchando por un puesto burocrático con otros igual a él, acumulando chambas y en espera de que no caiga de la gracia de los jefes, o que éstos no sean destituidos. ¿A qué se parece?
Nos reímos de cuestiones grotescas; es tanta la pobreza en Neutralia, que en el banquete de recepción la comida no le llega a los invitados: es devorada por los meseros; las peticiones en realidad son órdenes, y si los invitados no las cumplen caen en desgracia; de pronto se ven envueltos en grescas, sin saber por qué ni cómo evadirlas.
Neutralia, a lo largo de su historia, ha sufrido “guerras dinásticas, invasiones extranjeras, sucesiones disputadas, colonias sublevadas, sífilis endémicas, suelo empobrecido, intrigas masónicas, revoluciones, restauraciones, cábalas, juntas, pronunciamientos, liberaciones, constituciones, golpes de Estado, dictaduras, asesinatos, reformas agrarias, elecciones populares, intervención extranjera, cancelación de préstamos, inflaciones de moneda, sindicatos, masacres, incendios, ateísmo, sociedades secretas… [agréguense] tantas miserias personales como se desee… de aquí surgió la presente república, un típico Estado moderno gobernado por un partido único… que mantiene a una vasta burocracia mal pagada cuyo trabajo se mitiga y humaniza por la corrupción…”. No termina allí el recuento de algo que, ni modo, nos parece muy conocido.

La novela es breve, pero igualmente compleja; se le asesta a los personajes tantos golpes que no es fácil asimilarlos; nos reímos todo el tiempo, pero a veces la risa es nerviosa; lo que le sucede a Scott-King es de temer, como una tarde en una oficina de gobierno donde los funcionarios acusan a los ciudadanos de un delito que no es delito y que además nadie sabe cómo lo cometió, si es que lo cometió, si es que es delito y si no es una extorsión, o simple abuso de poder.
No hay que olvidar que pocos años antes, Waugh había visitado México, patrocinado por compañías petroleras, para que describiera el país y desprestigiarlo; su retrato es feroz, pero no podemos decir que falso. ¿Lo habrá tenido en la mente cuando escribió esta novela?
No suelo decir el final de los libros; en este caso, ni siquiera podría caer en la tentación; las fichas bibliográficas dicen que la novela tiene 112 páginas; mi ejemplar, y los otros ejemplares a la venta en el DF tienen 107, y aunque termina en punto y aparte, da la impresión de que falta un remate, así que no sé si lo terminé de leer o me faltan cinco páginas, de una lectura que disfruté, tanto como me angustió. ¿Así serán las fiestas del bicentenario?

Posdata: el sábado hubo cinco blanqueadas en las Ligas Mayores; ayer domingo otras seis, una de ellas 1-0, el trigésimo o trigésimo primer juego de la temporada con ese marcador; de esas diez blanqueadas, cuadtro fueron juegos de menos de cuatro hits. No se sabe si el solo control de esteroides redujo jonrones y altísimos porcentajes de bateo, o si hicieron pelotas más adecuadas a las reglas. ¿Se imaginan si vuelven a subir la altura del montículo? ¿Y si controlan el acceso a las ninfetaminas?
Segunda posdata: Francisco Rodríguez fue aprehendido, multado y suspendido, y luego expulsado, por dirimir a golpes una discusión con su papá de su novia. Lo peor es que se produjo en el intercambio de argumentos una lesión en el tendón del pulgar derecho, por lo que ni siquiera puede agarrar bien la pelota; esa misma lesión la sufro desde hace tres meses, y apenas puedo escribir y firmar los recibos; a esa lesión acháquenle por favor errores y erratas. Y repito la frase de Pedro Infante en Los tres García: "perdona las faltas de ortografía, pero es que tengo la mano lastimada".

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