domingo, 18 de abril de 2010

Nueva música clásica, otra vez

El día que cumplí 18 años lo festejé en el cine Orfeón, en Luis Moya, con una cinta que ha sido calificada la mejor del rock hasta el momento: T.A.M.I. Show; volví a verla semanas más tarde en el cine Cosmos, en el Tepeyac y no recuerdo cuál otro (el mismo circuito que seguí para ver Nevada Smith); desde entonces no la había visto, más que algunos fragmentos en youtube, muy recientemente; se la encargué a todos los que se dedican a conseguir imposibles, y sólo me decían que era imposible.
Al parecer había problemas porque la deshicieron, la volvieron a integrar pero omitían algunos fragmentos que incorporaban a otra cinta: The Big TNT. Ambas surgieron de programas televisivos estadounidenses, pero las hicieron parecer competencia entre sí; aunque T.A.M.I. Show se estrenó pocos meses después de Help!, no conocíamos del todo a los participantes de este programa, pero el resultado fue excelente pese a ciertas anomalías que después de todo no demeritan el film.
No sólo se trata de un concierto con superestrellas que, casi todos, han perdurado, aunque algunos, como Billy J. Kramer, acorte sus canciones a la mitad, como mariachi de las afueras de Garibaldi; se trata, a casi 43 años de su estreno en México y a 46 años de su filmación, de las razones por las que madres y padres, y autoridades que nos cuidan (como ahora, que nos protegen de lo que ellos creen dañino), combatieron tanto el rock; aunque algunas melenas sean discretas, o haya envaselinados; aunque no haya piezas subversivas (excepto las de Rolling Stones), la cinta excita, emociona, impulsa y hace imposible que se le vea cómodamente sentado; tenían razón: el rock es peligroso.

El rock no ha sido muy afortunado en el cine; cerca de una docena de cintas de Elvis Presley son apenas visibles por los números musicales, aunque en México las hayan prohibido porque incitaban a la violencia (en realidad sólo Prisionero del rock, que mereció la recreación en el mejor cuento de Parménides García Saldaña); The Girl Can’t Help It es memorable aunque haya cierta división entre la trama, dirigida con su maestría habitual por Frank Tashlin, y los excelentes números musicales; la mitificación de Jungla de asfalto, no tanto por Bill Haley y su "Rock ‘round the clock", sino por Marilyn Monroe así haya sido en un papel insignificante; pero se consideraba que las cintas de roqueros sólo servían como pretexto para escuchar a un cantante con su éxito de moda, como en México lo hicieron Enrique Guzmán (Especialista en chamacas, Mi vida es una canción), César Costa (El cielo y la tierra, Dile que la quiero), o juntos (La juventud se impone), o Angélica María, o la más explosiva Julissa; y en Estados Unidos e Inglaterra ñoñerías con Los Hermitaños de Herman, o los Monkees, o hacían apariciones incidentales en dramas insoportables (Los Hooligans, que no tenían nada de salvajes y al contrario, cantaban “Despeinada” y “Camino a Jamaica”; los Rebeldes del Rock –a los que escucha con atención el Dr. Neutrón, mientras que el villano escucha la Quinta de Beethoven, pero en versión de Karajan–; o Manolo Muñoz, María Eugenia Rubio, Alberto Vázquez).
La aparición de A Hard Day’s Night y Help! no sólo supuso mayor cuidado para el lucimiento de Beatles (tanto, que se quejaban de ser extras de sus propios filmes), sino que se le encargaron la dirección a Richard Lester, uno de los realizadores de vanguardia, de humor explosivo y de carga subversiva, como en El ratón en la luna, Algo gracioso me sucedió cuando iba camino al foro, El Knack y cómo lograrlo, Petulia, Robin y Marian; sólo se le puede acusar de Superman III; mejor trama, con más intención, muy bien dirigidas, y en las que Beatles no se concretaban a hacer payasadas, sino que resultaban muy groseros, mirando a las mujeres con la misma mirada que Stan Laurel o que Chico o Harpo o Groucho Marx, sino con intenciones más malévolas, e incluso tocándolas como quien no quiere la cosa, y a veces con más ganas de provocar cuando menos desconcierto con algunos diálogos malintencionados. Después de esas cintas, era imposible imaginar películas con travesuras de Byrds, o Rolling Stones, o Joan Baez haciéndola de joven incomprendida enojada con Amparo Rivelles porque le prohibió que saliera con César del Campo, o a Cilla Black cantando, vestida de ranchera, no te andes por las ramas huy huy huy huy huy huy.
T.A.M.I. Show marcó una línea de la que descienden Woodstock (que es de los inicios de Scorserse), The Last Waltz, Bangladesh, o The Kids Are Alright; o si algunos roqueros aparecían en alguna cinta era de una manera agresiva, como Yardbirds rompiendo sus guitarras en Blow Up, de Antonioni; no por nada Scorserse utiliza una extraordinaria música en Good Fellows, y con “Layla” en el momento culminante; si acaso, en algún chiste, como Waters, cinta muy mala pero rescatable por el conjunto integrado por los Husbands in law (Harrison y Clapton), más Ray Cooper, Jon Lord, Chris Staiton, Ringo Starr, Mike Moran, y las coristas Jenny Blog y Anastasia Rodríguez; o los conjuntos inverosímiles que se forman en las dos Blues Brother. O las bandas sonoras de las Lethal Wheapon y hasta de Porky’s; incluso Buñuel puso a los Sinners (sin pagarles) en Simón del desierto, y Luis Alcoriza en Tiburoneros. Y un momento culminante es la música de Popeye, nada menos que con Harry Nilsson, Van Dyke Parks –el de “Good Vibrations”–, Doug Dillard, Klaus Voormann y el Misterious Karsten.

T.A.M.I. Show es más que un concierto; o lo es en el sentido en que cantan enlazándose, siguiendo una secuela lógica que va, en un camino sinuoso, de Chuck Berry a los Rolling Stones, un paso que parece lógico pero con muchas estaciones intermedias; no parece tan lógico que “Maybeline” la comience Berry y la prosigan Gerry and the Pacemakers, aunque si se tiene la información de que Gerry era uno de los que llevaban a Lennon por el mal camino, se entiende más la relación; en aquellos años no se sabía nada de eso, y aún no aparecía el libro de Hunter Davis sobre los Beatles, y de cualquier manera éste cuate no cuenta nada; pero Pacemaker era un conjunto manejado por Brian Epstein, y producido por George Martin, con algunas buenas canciones, e incluso rescataron “How do you do it”, que se estaba perdiendo porque a los Beatles no les gustó. La interpretan, lo mismo que su hit “I like it”, mientras alternan con Berry cantando “Sweet Little Sixteen”, “Nadine” y “Johnnie B. Good”; los no tan fresas Jan and Dean (a quienes andan reviviendo ahora), quienes fungen como presentadores, alternan con Smokey Robinson and the Miracles, a quienes Beatles despojó de su mayor éxito, “You Really got I Hold on me”; era un grupo correcto, que le ponía más atención a la coreografía que a la música, pero desmienten la afirmación de que todos los negros bailan muy bien; Marvin Gaye, con su espléndida voz y sentido del ritmo logra un ambiente cálido, y Leslie Gore cierra la primera parte, tranquilizando los ánimos pero imponiendo otra atmósfera; la segunda mitad abre con un par de canciones de Jan and Dean, quienes dan paso a Beach Boys en su versión original, después del primer colapso de Brian Wilson, quien tal vez por eso se ve discreto, lo mismo que Dennis Wilson, quien años después dio baje a John McVie nada menos que con Christine McVie, la superestrella autora de las más cálidas e inteligentes canciones feministas. Cuatro números bastan para enloquecer al público y lo preparan para el surgimiento de The Dakotas con Billy J. Kramer, que canta cuatro canciones, tres de ellas de las que desecharon Lennon y McCartney.
Después todo es furor: The Supremes con Diana Ross en plan de diva, pero sin el crédito estelar; The Barbarian que provocó azoro entre los espectadores por su baterista manco; James Brown con su voz portentosa y sus actuaciones excéntricas (bueno, había quedado de no aplicar a lo güey ese adjetivo: mejor estrambóticas), y cierran cinco piezas emblemáticas de Rolling Stones, más un número con todos haciendo pequeños solos.

Los conjuntos tocan sus instrumentos, pero en el caso de Marvin Gaye, Leslie Gore, Jan and Dean, The Supremes y James Brown, la música corre a cargo de un conjunto que ahora es asombroso: a la guitarra está Glen Campbell (poco después se unió por un corto período a Beach Boys, y luego hizo una larga carrera como solista), al piano Leon Russell, a quien vimos con Joe Cocker, George Harrison, Eric Clapton, y en su primer disco solista va acompañado de Chris Stainton, Ringo, Voorman, BJ Wilson, Jim Gordon y Steve Winwood, entre otros; el superestrella Jack Nitzsche (lo oímos al piano en “Sister Morphine”, y en “Paint it Black”, dos de las mayores piezas de los Stones), y los menos conocidos pero monstruosos Hal Blaine, Frank De Vito, Jimmy Bond, Lyle Ritz, Tommy Tudesco, Hill Pittman, Steve Douglas, Mike Henderson, Roy Caton, Virgil Evans y Lou Blackburn; lo mismo las lentas que las movidas; al conjunto, como se ve de puros músicos de estudio, le llamaban Wrecking Crow; en la producción se encontraba el célebre Phil Spector, desde entonces y por diferentes causas que hoy; se dice que el verdadero autor de la cortina musical eran Russell y Nitzsche; ambos conocieron en esta sesión a Beach Boys y a Rolling Stones, y de allí nacieron sus colaboraciones.

Es imposible describir la actuación de cada uno, sólo puede decirse que comienza con una atmósfera cálida y que el tono va subiendo a cada canción; Chuck Berry no sólo es de los pioneros del rock, es también uno de los grandes innovadores, tanto en la música como en las letras y la manera de tocar guitarra; bajo su influencia crecieron y maduraron Lennon y McCartney, Keith Richards, Bruce Springsteen y casi todos los guitarristas de los sesenta y setenta; Gerry and the Pacemaker le siguen sin perder ritmo ni calidez; Smokey Robinson y Marvin Gaye pertenecían más al blues que al rock, pero no deslucen; sorprende la bella voz de contralto de Leslie Gore (su apellido desmiente su apariencia), y sorprende que no haya durado más tiempo; James Brown repitió en Blues Brother 2000 su número de T.A.M.I. de “Please, Please, Please”, en que escenifica una tragedia amorosa y suplica que no lo abandonen, para retirarse y regresar con la súplica, la más célebre del rock hasta “Layla” y “Bell Bottom Blues”, de Clapton (y en México, “Reloj, no marques las horas” y “La barca”, de Cantoral). Brown, polémico toda su vida e incluso en su muerte, tenía tantos detractores como admiradores, y si no se le admira, ese acto puede parecer chocante, exagerado; pero si se le admira, o se comprende la pasión que expresa la canción, cuando menos merece simpatía.
Que cierren el filme los Rolling Stones es simbólico; aún no grababan “Satisfaction” pero los cinco temas pertenecen a 12 X 5 y Aftermath, de sus discos más importantes de su primera etapa; Mick Jagger bailaba pero no brincaba, y en “I’m All Right” toca la pandereta; Keith Richard aún no tenía el gesto tan duro, y hasta bailaba un poco, y un poco más Brian Jones; no se nota desafinada la batería de Watts, y Wyman apenas cabecea con ritmo en la última pieza, pero todo el estudio se encuentra encendido; aparecen varios carteles, uno de ellos parece decir “Welcome the Rolling Stones. Good guys”.
Hay algo más que distingue estos programas de los que pasaban los viernes en Canal 2, Premier Orfeón (luego Orfeón A Go Go), aparte de los músicos; hay un ballet en el que se luce, pero apenas se le identifica, Teri Garr, quien muchos años después es la que más se distingue en Frankenstein Jr.; dice la información que una de las coordinadoras de la coreografía es Toni Basil, quien aparece como prostituta en Easy Rider (otra gran película con el rock como tema de fondo) y a quien se le recuerda como la protagonista de “Mickey”, con todo y trencitas. Hay una distancia enorme entre estos bailarines y el ballet de Malena Soto y Andrea Coto, nuestra máxima “chica de la jaula”; en estos bailes se recupera el sentido original del baile como expresión de sensualidad, aunque se abstienen de hacer algún movimiento obsceno; en alguna canción las mujeres aparecen en bikini, pero como el de Briggite Bardot; lo más atrevido es que alguna viste suéter muy holgado, y las piernas desnudas; ahí también le dan la razón a los que relacionaban al rock con el sexo; al finalizar la actuación de Marvin Gaye, con “Hitch Hike”, van acercándose desde el fondo con una lentitud agresiva que me hizo recordar el danzón de David Silva en el que va arrinconando a Katy Jurado en Hay lugar para…dos; pasan luego frente a Gaye con rapidez pero con sensualidad y alegría, y al final regresan tres, en reversa e inclinados, y una sonrisa inocente pero perturbadora; es más que una coreografía, es un acompañamiento y un complemento de la música; no se limitan a hacer figuras complicadas y a sonreír artificialmente mientras van contando los pasos, como las de los ballets folclóricos mexicanos, profesionales y de aficionados; su gesto es auténtico y en sus movimientos no se zangolotean ni les brincan los pechos, pero lucen sus cuerpos. Uno siente dolor al verlos y luego compararlos con Fanny Cano o Patricia Conde.

Durante muchos años T.A.M.I Show estuvo fuera de circulación; a finales de los setenta se exhibió en un ciclo de cintas de rock, y mi amigo Óscar Sarquiz se negó a presentarla porque pensaba que estaría de más, y que no lo oirían, de cualquier manera; tuvo razón y ni siquiera se podía ver ni escuchar nada; hace un par de semanas se puso a la venta; es de esperar que alguien en México traiga no pocos ejemplares, si es que en las tiendas de discos hay alguien que sepa de música. Al verla no se acumulan los recuerdos, sino que renacen los sentimientos de rebeldía, de inconformismo, de ganas de vivir. Y lamento no saber de música para justificar mis afirmaciones de que es extraordinaria, y de que el filme también lo es; me conformo con adherirme a lo que dicen Sting y Little Steven Van Zandt, que expresan su entusiasmo por esta cinta, de culto entre roqueros, y de vital importancia para quienes cumplimos 18 años el día que se estrenó en los cines Ariel y Orfeón.

PD. Mi amigo Víctor Blanco Labra, en la de cualquier manera entrañable Notitas Musicales afirmó que uno de los Beach Boys retó a uno de los Rolling Stones durante la filmación de los programas: “si a pesar de tu vestimenta eres hombre, te espero a la salida”; es tan pintoresco como falso, tanto como la acusación de que Elvis Presley prefería besar a tres negras antes que a una mexicana. Como si no fuera mejor besar a tres que a una, como dijo Sarquiz el día que se negó a presentar T.A.M.I. Show en Ciudad Universitaria.

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