domingo, 20 de septiembre de 2009

(Paréntesis más patriótico)

(Fue por pura melancolía, que no nostalgia. Podría hacer un esfuerzo de memoria y recordar el nombre de la maestra de música en la escuela secundaria 12, “Eliseo García Escobar”; recuerdo el apodo, que no repetiré.
Nos mandó al Auditorio Nacional; el concierto fue un sábado, a las 6 de la tarde; el programa completo no lo recuerdo, pero incluía Sones de mariachi, de Blas Galindo, y Huapango, de Pablo Moncayo; Luis Herrera de la Fuente dirigía a la Orquesta Sinfónica Nacional.
Aún no había abierto la Prolongación del Paseo de la Reforma, y los camiones que salían del Auditorio llegaban sólo al Zócalo; pude haberme bajado en Avenida Juárez, cruzar la Alameda, y abordar un Estrella, un Fundidora de Monterrey, un San Bartolo; si el primero, para bajarme en Misterios; el segundo o el tercero, en Fundidora y Éuzkaro o, dependiendo de la hora, en Fortuna; me fui hasta el Zócalo para tomar el tranvía, sólo para tardarme más e ir rememorando la música que acababa de encontrar.
Cuauhtémoc y Arturo Valdés me prestaron el álbum triple de la Sinfónica Nacional, con el mismo director, que contiene esas dos piezas, más otras de Bernal Jiménez y de Silvestre Revueltas, y me tardé casi un año en regresárselo; después, lo compré en ese estuche rojo, de portada sobria, y mucho después en disco compacto que sólo trae medio disco triple; no es la única versión que tengo de esas piezas, pero no importa cuántas aparezcan, las versiones de Luis Herrera de la Fuente son las mejores, o cuando menos las más emotivas de cuantas han aparecido. Es obvio que por muchos motivos, sin poder ejercer una función crítica, soy incondicional de esas dos piezas, sobre todo del Huapango. Entre las versiones raras, tengo una dirigida por Carlos Chávez bastante más rápida que las demás.
Por eso, cuando vi que tanto la Orquesta Filarmónica de la UNAM como la Orquesta Sinfónica de Minería iban a interpretarla con motivo de las fiestas patrias, nos apuntamos a escucharlas en vivo.
También soy incondicional –casi– de la OFUNAM desde finales de los años sesenta, cuando se presentaba a veces en el Alcázar del Castillo de Chapultepec o en el Teatro Hidalgo, en la antigua Avenida Hidalgo más transitable que ahora; la dirigía Eduardo Mata con entusiasmo y fervor; cuando veo a Pedro Infante cerrando la partitura para dirigir de manera espectacular Sobre las olas en Sobre las olas, recuerdo a Mata cerrando de manera teatral la partitura para dirigir Bolero, de Ravel; recuerdo a Mata dirigiendo al borde de las lágrimas el tercer movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven, sin poder contener su entusiasmo; lo recuerdo en el Alcázar conmoviendo a Adriana Roel cuando tocó, con exceso de cañonazos, la Obertura 1812, y más tarde a César Jurado Lima apagando nuestro entusiasmo –de Mario Magallón y mío– cuando dijo que Mata se había descuadrado; fue una temporada larga en que Mario y yo, y a veces con Arturo Basáñez, seguíamos a Mata por todos lados, no sólo por la percusionista espectacular, sino por el sentido del humor del músico; soy de los que recordamos que cuando iba a comenzar el tercer movimiento del Concierto para violín y orquesta, de Beethoven, con la batuta al aire y Henry Schering a punto de empezar a tocar, se detuvieron porque quien obedeció la orden fue un niño de brazos, que comenzó a llorar con una sincronía impecable; en vez de molestarse, ambos soltaron la carcajada.
Después de algunas temporadas buenas y otras regulares, ahora no me gusta tanto la OFUNAM; los músicos tocan muy bien, pero sin alegría, sin entusiasmo, da la impresión que de manera mecánica. Pero cada vez que tocan Huapango lo hacen con el entusiasmo que tuvieron con Mata, con Jorge Velazco, con Ronald Zollman, con Diemecke, incluso con el aparentemente frío Zuohuang Chen; es posible que se deba al distante Alun Francis, que apaga hasta los valses.
No tienen el entusiasmo que ahora muestra la Orquesta de Minería, a cargo de Carlos Miguel Prieto; dicen los que saben que dirige como Pedro Infante dirige Sobre las olas en Sobre las olas, pero que sus músicos lo respetan; verlo cómo hace que bailen Gabriela Jiménez, la percusionista, la flautista María Esther García, y las muy jóvenes violinistas segundas, o la chelista Beverly Brown, contagia; da la impresión de que se trata de una orquesta muy joven, y muy alegre, pese a que siempre viste de gala; su entusiasmo no le quita la precisión que necesita cada orquesta; su versión de Scherezada de Rimsky-Korsakov, con los solos de violín del concertino Fernando Mino, es comparable a casi cualquier versión disponible en grabación; Mino es un excelente violinista, pero Prieto saluda con igual efusividad a la concertino asistente, rompiendo el protocolo. Es un placer escuchar a esta orquesta.

Los programas eran muy parecidos; Minería se presentó en la Biblioteca Vasconcelos, el 10 de septiembre más lluvioso desde 1968; entre una Obertura mexicana, que como todas esas oberturas es una mezcla más o menos organizada de canciones populares, de Merle Isaac; el Sobre las olas, Alejandra, de Mora, Janitzio, de Revueltas, Guadalajara, de José Guízar –ese solo José en vez de Pepe le da más seriedad a la pieza–, los Sones de Mariachi, una Suite México 1910 de Manuel Esperón, que mezcla canciones no sólo de 1910 sino que llega hasta la expropiación petrolera, y cuatro canciones de Álvaro Carrillo con arreglos de Arturo Márquez y Gerardo Tamez, cantadas por Irasema Terrazas; la orquesta, dirigida por el director asociado José Areán, tocó de manera sobria, pero con su misma alegría, todo el programa; Terrazas cantó de manera tan clara que desmintió que las sopranos son ininteligibles y que sólo gorgorean; tuvieron que tocar un ancore, con la Marcha de Zacatecas; que el público comenzara a aplaudir antes de que la orquesta terminara no es culpa de la orquesta, sino que estamos más acostumbrados al Festival OTI que a las sinfonías, pero es comprensible porque, repito, es contagiosa Minería, y vimos cómo bailaban, se arrullaban con los valses, cómo sonreían; los vientos, las maderas, las cuerdas alcanzan un nivel al que nos habíamos desacostumbrado.

La OFUNAM se presentó en el Auditorio; si el concierto de Minería fue gratis, en el Auditorio cobraron los precios acostumbrados, sin descuento para ninguna credencial; aparte de un programa similar –la Obertura republicana, de Chávez, que también toca la OSN con Herrera de la Fuente en su disco más célebre–, Janitzio y Sobre las olas, más Huapango, con el añadido del Danzón No. 2, de Márquez, que ya desplazó a la Marcha de Zacatecas como nuestro segundo Himno Nacional, y canciones de Esparza Oteo, María Grever, Miguel Lerdo de Tejada, con el tenor Fernando de la Mora. “Conducida” –perdonarán el anglicismo– por el director huésped Juan Carlos Lomónaco, tocó no sólo bien, sino muy bien, con la actuación sobresaliente de los vientos y de la arpista –el camarógrafo del Auditorio enfocó demasiadas veces a la violinista Ewa Slawinska, con obsesión comprensiva y justificada.
El desastre llegó cuando De la Mora, que como casi todos los tenores cantó “Un vieju amur ni se olvida ni se djaaa”, hizo que extrañáramos a Libertad Lamarque cuando cantó “Así” –“Te quiero, dijiste”, la cantó muy bien–, pero cuando destrozaba “Cuando vuelva a tu lado" sacó el micrófono, comenzó a caminar como cualquier crooner, invitó al público –“Se vale cantar”–, como si nos fueran a pagar cuando él fue el que cobró, agradeció a la orquesta como Pedro Vargas agradecía a Alvarito, como si la orquesta fuera la invitada y no él, interrumpió el concierto para pedirle al público que le echara ganas para superar la crisis que está creando el gobierno, y no siguió con sus porras al presidente Calderón porque los chiflidos del público se lo impidieron.
En vez de que el concierto terminara con Huapango que tocaron tan bien, y como el público pedía, siguió cantando, con complacencias para los fanáticos de la música ligada a su recuerdo; no aguanté cuando dijo “ésta no necesita presentación” y empezó “Amor eterno”, de Juan Gabriel. Nos salimos.
No tengo nada contra Juan Gabriel; escribió las últimas canciones rancheras clásicas, y tiene unas diez piezas memorables, pero no era para terminar un concierto de la OFUNAM, que merece más respeto que ser reducida a ser acompañante de un tenor que no ha cumplido las expectativas que hizo esperar su voz, ya no tan privilegiada que necesita micrófono, al contrario de Terrazas, que no lo usó para cantar las canciones de Álvaro Carrillo; De la Mora, por presumir de una voz que ya no tiene, no hacía las pausas que marcan los versos de las canciones de Grever o de Esparza Oteo, lo que hizo que se descuadrara; la OFUNAM, que no es como cualquier mariachi, no se dejó engañar por De la Mora y siguió tocando como se debe, pero desconcertó al público al que invitó a que le hiciera coros, por lo que tuvo que seguir cantando solito; impostó la voz sin que ganara claridad.
Para acabarla, las notas de los dos programas son casi idénticas; son las mismas para Janitzio, Sobre las olas y Huapango, y aunque Juan Arturo Brenan es conocedor de todo tipo de música, lo que hizo en estos cuadernos fue pensar que como eran conciertos populares, había que echar relajo.
La lluvia hizo que todo fuera peor. Por suerte, llegué a seguir escuchando a los Beatles remasterizados.)

No hay comentarios: