domingo, 18 de enero de 2009

La región más transparente, nueva regada de la Academia

El 20 de junio de 1951, el mexicano Beto Ávila conectó tres jonrones y un doble, en un juego contra Boston en el Fenway Park, la sede de los Medias Rojas; dicen las crónicas que el doble pudo haber sido el cuarto jonrón, porque pegó en la parte alta del Monstruo Verde, la altísima barda del jardín izquierdo; también relatan que el tercer jonrón fue de campo, gracias a la velocidad del segunda base de los Indios de Cleveland.
Es importante aclarar que su equipo, de 1949 a 1958, fue los Indios de Cleveland, no “los indios” de Cleveland, como si fuera un gentilicio; es el nombre del equipo.
También es importante recordar que esa hazaña la cometió en 1951, año que, como dice José Emilio Pacheco, es el núcleo, el eje narrativo de La región más transparente, la primera novela de Carlos Fuentes y dicen, ahora que cumple 50 años de su primera edición, la más emblemática.
Pero sucede que desde esa célebre primera edición (“La región más transparente, de Carlos Fuentes, volumen 38 de la colección LETRAS MEXICANAS, se acabó de imprimir el día 29 de marzo de 1958, en los talleres de Gráfica Panamericana, S. de R. L., Nicolás San Juan y Parroquia, México 12, México D. F., Se tiraron 4,000 ejemplares, y en su composición se utilizó tipo Electra de 9:10 puntos. La edición estuvo al cuidado del autor y de Carlos Villegas.” –dice el colofón, perdonarán la ultraprecisión), en la página 42, Gabriel reparte los regalos que, al regresar de bracero, le trae a la familia; entre otras cosas (la licuadora, aunque en su casa no hay electricidad; unas medias de seda y un brasier para sus hermanas), a su padre le entrega una cachucha “de los meros indios de Cleveland: ahí es donde se las pone de a cuatro Beto Ávila”; es de suponer que ni Fuentes ni Carlos Villegas sabían mucho de beisbol, ya que un nombre lo convirtieron en un gentilicio.
Fuentes siempre ha estado informado y a tiempo de lo que sucede en el mundo; por ejemplo, Todos los gatos son pardos termina con Let it bleed, el disco de The Rolling Stones editado en noviembre de 1969; la obra de Fuentes fue editada el 5 de mayo de 1970 (seguramente el 4 o el 7 de mayo, porque el 5 era feriado; entonces se respetaban las fiestas patrias), cuando apenas estaba conociéndose el disco en México, con sus asegunes, porque es un álbum de transición –aunque Fuentes es editado con prisa, de cualquier manera se han de haber tardado por lo menos unos tres meses en la preparación del original, la tipografía, correcciones, impresión, encuadernación, distribución—; en la misma Región habla de una fiesta de los aristócratas donde bailan cha cha cha, que aunque sí comenzó en 1951, con “La engañadora” de Enrique Jorrín popularizada por Benny Moré, Fuentes cita “Los marcianos”, que es de 1955, y van a Acapulco, que comenzaba a ponerse de moda, pero las mujeres usan bikini, que se popularizó hasta que Brigitte Bardot lo puso de moda a finales de 1955. Por cierto, a ninguna edición llegó el anacronismo más visible que sí usó en el disco Voz Viva de México: “la reina del rocanrol”; en todos lados está “la reina del bebop”.
Todas las ediciones de La región más transparente (las del Fondo de Cultura Económica en Letras Mexicanas, Colección Popular, la de Aguilar, la de Cátedra, la primera de Alfaguara que conmemoraba los primeros 40 años de la novela, dicen “indios de Cleveland”; la única que lo pone de manera correcta es la de Alfaguara de este año, que tiene varias enmiendas y correcciones importantes.
Lo peor es que acaba de aparecer oootra edición conmemorativa, ésta a cargo de la Real Academia (de la Lengua) Española, con intervención –española— de Alfaguara, que repite el error de “indios”.
Tampoco la versión del tomo II de las obras reunidas de Carlos Fuentes en el mismo FCE, que debe recuperar toda su producción narrativa y de ensayo, y que es donde se incluye La región más transparente, está correcta: también dice “los indios de Cleveland”.
(Y hablando del FCE actual, en la librería Rosario Castellanos se recuerda el aniversario luctuoso de Sergio Galindo; para conmemorarlo, ponen a la venta el volumen de Cuentos publicado por esta editorial, y una obra de teatro desconocida, lo que hizo que me pusiera muino, porque se supone que tengo todo; no la recordaba en ningún volumen suyo; la muina se me bajó y estallé en carcajadas: es obra de un homónimo de Sergio, nacido en Hermosillo, a la edad en que Galindo ya era novelista célebre; no hizo falta ninguna investigación: el dato viene en la cuarta de forros, que los encargados de la librería no se molestaron en ojear. Bien podrpian haber puesto Polvos de arroz, casi recién publicada por la UV, editorial de la que hay algunos pocos ejemplares en esta librería.)
Cabe la pregunta de por qué la Academia no tomó en cuenta la nueva edición mexicana; la Academia dice que la suya fue revisada por el propio Fuentes, y arguyen que no se trata sólo de una frase trillada.
Al igual que la edición conmemorativa del Quijote, La región más transparente está enriquecida por prólogos y posfacios de mucha gente; la mayoría habla de sí mismos, de su amistad con Fuentes, de lo que les aportó la novela, de cuánto le deben, pero sin aportarle nada nuevo al lector. (Hay que anotar que la excepción, como siempre, es José Emilio Pacheco, cuyas palabras hablan del ámbito y la atmósfera que reinaban cuando se publicó el libro; también hay que leer con cuidado el escrito de Sergio Ramírez, que hace buenas observaciones.)
La mayoría recalca la singularidad y la originalidad del libro. En una de las mejores entrevistas que le han hecho a Fuentes, Gustavo Sainz le pregunta: “En el momento en que tú apareces, ¿hay novela latinoamericana?”. Fuentes contesta: “Oye, sí, hay Pedro Páramo, las novelas de Onetti, está Borges, está Felisberto Hernández, Alejo Carpentier, Roberto Arlt, Horacio Quiroga y mucha gente que para mí importó. Eran formas que estaban presentes en mi ánimo de escribir. No siento que yo haya actuado en el vacío de la novela latinoamericana; además estaba la poesía hispanoamericana. Yo soy un lector voraz de la poesía.”
En su prólogo, Pacheco habla de otra relación que no se había tomado en cuenta: la influencia de Diego Rivera en John Dos Passos, quien la regresa a Fuentes enriquecida por otra visión, no sólo la del espectador mexicano que contempla los murales en la SEP, en Palacio Nacional, en Chapingo, en el Hotel del Prado, donde la pintura cobra un sentido narrativo para contar a grandes trazos la historia de México, desde el pasado prehispánico hasta el presente (ese presente), pasando por la dolorosa Conquista. Es casi la misma experiencia, varios lustros más tarde, de leer La conquista de México de Hugh Thomas que enriquece todas las crónicas viejas e interpretaciones nuevas de ese episodio, y nos hizo releerlas con otros ojos.
Pero Fuentes no sólo tomó la concepción de Rivera para ver al México de otra manera, descubrir lo que los ojos de los habitantes de los años cincuenta no estaban viendo o pasaban por alto: está también el Rivera cubista, el Siqueiros impertinente, el Orozco que hacía ver grotesca a la burguesía de esa época, que Fuentes ridiculiza pero sin maniqueísmo, viendo también su lado humano.
No sólo es un gran mural, que es el lugar común al hablar de La región más transparente; es también un cuadro de caballete minucioso pero con la visión del otro Rivera, el de La tentación de San Antonio, el del retrato de María Asúnsolo, de Silvia Pinal, con un erotismo muy delicado pero también impetuoso.

Es muy difícil hablar de La región más transparente, de su vitalidad, su visión del mundo, pero también de su excelente prosa cada vez más viva, de su eficacia literaria que desmiente el dicho de que es un mural, porque ningún personaje se parece a otro, y eso que son muchísimos, y el lenguaje siempre es el adecuado para cada ámbito socioeconómico que ocupan en el libro; no son brochazos rápidos, sino trazos minuciosos. Hay que hablar además de su influencia y su permanencia en muchos de los escritores que a raíz de su lectura emprendieron su carrera, lo que marcó por ejemplo a Pacheco, José Agustín, Héctor Manjarrez, por hablar de los mejores.
Sí hay que mencionar, en cambio, que la edición de la Real Academia Española añade un glosario inexacto para los mexicanos, y engañoso para los extranjeros, que si le hacen caso tendrán una imagen nuestra como la que divulgó el cine estadounidense, la del indio flojo recostado en una pared, o la divulgada por el cine mexicano, la del charro arrogante y sentimental, pero noble; según ellos “la bío, a la bau” es un “vítor que se emplea para expresar júbilo o entusiasmo…”, pero no dice que fue la porra inventada por el Doctor Garcés para animar a su equipo, el América, por los años treinta; rebozo es un “chal, mantilla o pañoleta que la mujer de clase media y pobre (sic) suele llevar echada sobre los hombros o cubriéndole la cabeza”; el suéter “un jersey (sic), prenda de vestir cerrada y con mangas que cubre el tronco”, y un “hijo de su pelona” es un eufemismo por “hijo de la gran chingada”.
Más ejemplos importantes de errores de interpretación: aguayón en México es nalga, no pechos; más guango que el aire a Juárez no es “venir muy grande”, sino algo inofensivo; apurarse es darse prisa, no estar preocupoado; atarantado es atontado, no “impulsivo” (viene del piquete de tarántula, que si llega al cerebro apendeja para siempre; de ahí el dicho de que ese animal, aunque repulsivo, no es mortal su picadura: “no mata, nomás taranta”) (“llegar tarde al banquete” es una cita de Alfonso Reyes que no interpretaron los autores del glosario); una bodorria no es un matrimonio desigual, es una expresión de los barrios populares; un café de chinos, nos dice, es un lugar modesto en que se sirve café, alimentos y otras bebidas (¿o sea que los alimentos son bebidas?); los calzones no son sólo prendas interior femenina (tendrían que recordar que el calzón sobre todo es prenda masculina, la calza corta); cantón no es vecindario ni barrio, en la literatura árabe es un palacio lujoso que por choteo se le llama así a los hogares humildes; chinaco es ranchero, y eran los guerrilleros contra los invasores franceses, no persona de bajo estrato social y cultural; “ah qué la chingada” (en el libro, que sin acento) no es exclamación enfática de afirmación, antes al contrario; chingón es el que alcanza sus metas o se impone, pero no necesariamente utilizando métodos poco ortodoxos, más bien es alguien superior a sus oponentes; codear, aparte de la acepción, es tratarse como igual con los “grandes”; a todo dar no es “al máximo posible”, más bien expresa que algo o alguien está muy bien; dejado no es abandonado, sino que lo mangonean; desbandar no es abandonar, sino correr en desbandada, sin unión; fajar es un acto propiciatorio para una relación sexual, no siempre consumada; gacho no es decaído, sino feo, lo contrario de “chicho”; gaucho veloz no es una persona muy rápida, lista y hábil, sino el protagonista de un chiste popular en esos años, de contenido sexual, y que es utilizado también por Ismael Rodríguez en voz de Amelia Wihelmi al referirse al marido chambista de la portera del edificio donde viven Pedro Chávez y Luis Macías, en ¿Qué te ha dado esa mujer?; no te calientes, granizo no se usa sólo para pedir moderación ante la excitación sexual, sino de todo tipo, sobre todo contra los encanijados; los polkos no se asociaron con los invasores estadounidenses, eran jóvenes aficionados a la polka, que se negaron a cooperar con el gobierno de Valentín Gómez Farías cuando pidió recursos y refuerzos para enfrentar a los invasores; hacerse tarugo no es volverse tonto sino hacerse el disimulado, el que dice desconocer una situación peliaguda.
Contiene un peor índice onomástico que simplifica la vida y obra de muchos personajes importantes: para quienes prepararon la edición, Felipe Carrillo Puerto es un “periodista y defensor de los derechos indígenas”, Manuel Acuña es un “poeta romántico que se suicidó ingiriendo cianuro, presumiblemente a causa de su enamoramiento de Rosario de la Peña”; Juan Andreu Almazán, uno de los revolucionarios que cambiaron de bando con más facilidad, es un “militar, político y empresario, luchó durante la Revolución mexicana al lado del Ejército Libertador del Sur”; Rafael Buelna, “general revolucionario, antirreeleccionista, bajo el mando de Francisco Villa”; Díaz Mirón, “poeta modernista, apresado e, incluso, autoexiliado en distintas ocasiones por sus ideas políticas”; Guadalupe Rivas Cacho no sólo estuvo “ligada sentimentalmente con Diego Rivera” –primera noticia—sino con muchos políticos de la segunda etapa de la Revolución; no se dice que es mencionada en “Mi querido capitán”; menciona a Calles en la C, cuando debería ser en la E, Elías Calles, Plutarco; . No incluye a Beto Ávila, primer mexicano –y latinoamericano— campeón de bateo en las Ligas Mayores, con los Indios de Cleveland (como tampoco lo incluye la edición de Cátedra, a cargo de Georgina García Gutiérrez).
Con tantas imprecisiones y falsedades, el lector que les haga caso entenderá menos aún la excelente, pero compleja, novela de Fuentes.
Unas cuantas erratas e inconsistencias agravan el asunto; las más notorias: La Silla del Águila, intencionalmente con altas, se escribe siempre en esta edición con minúsculas, y bum, que en la más reciente edición del Diccionario ya aparece españolizado, en algunos de los escritos aledaños aparece como boom, que sería lo correcto, porque se trató de un movimiento que muchos catalogaron de mercadotécnico pero que también se trató de unas coincidencias estéticas y políticas.
(Por cierto, en algunos periódicos han dado por sustituir “auge” con boom; es por ignorancia de lo que fue el boom. En otro aparte, desde el 31 de diciembre, en que presenté mi renuncia, dejé de pertenecer a El Financiero, en donde durante casi 16 años fui reportero, coeditor, editor y los últimos 11 años, responsable de edición.)

1 comentario:

daviz dijo...

una interesantisima novela, pero sí, compleja de entender, diseccionar para los españoles, con o sin glosario -sea fiel o no. no tanto quizás por los mexicanismos, las diferentes jergas según ambiente social a lo largo de la novela sí lo hace más complejo para nosotros los ibéricos, pero sobre todo, es por la historia, el contexto histórico ni por herencia se puede llegar a conocer de la misma forma que para el mexicano, y de seguro, que algo nos perdemos.
creo que se puede leer muchas veces y en cada lectura, se capta un nuevo matiz.