jueves, 12 de julio de 2007

Referencias a Villaurrutia

El 21 de febrero de 1938 apareció en la benemérita Sur, Nostalgia de la muerte, el libro central de Xavier Villaurrutia; en él prevalece la visión nocturna de la vida: el misterio, la otredad, la sexualidad como experiencia extrema parecida –y similar— a la muerte.
No se debe olvidar que en los momentos en que Villaurrutia escribe y publica su libro, la filosofía predominante, o por lo menos de moda, es el existencialismo e ideas aledañas, como la fenomenología, que tanto se arraigó en México; en ellas, el objeto central es el hombre, el ser, mucho más que en otras tendencias. Y en Nostalgia de la muerte –y su parte central, los “nocturnos”—, no hay historia ni mucho menos anécdota, sólo las sensaciones más elementales, pero más intensas.
Uno de los poemas centrales es “Nocturno amor”: “el que nada se oye en esta alberca de sombra”, uno de los más enigmáticos, y deliciosos: “No ser sino la estatua que despierta / en la alcoba de un mundo en el que todo ha muerto”.
De este poema, que está por cumplir 70 años de haber aparecido en libro, se desprenden dos poemarios recientes, a la luz de dos visiones diferentes, tanto en enfoque como en intensión e intensidad: Cabaret Provenza, de Luis Felipe Fabre (Fondo de Cultura Económica, col. Centzontle, 2007), y El que nada, de Myriam Moscona (Ediciones Era-Conaculta, 2006).
Fabre ve la vida como una narración paralela, divergente, con hechos simultáneos pero separados, y desde una posición omnipresente y omnisapiente, aunque logra observar con objetividad a sus personajes, que no son sino uno solo, con historias que pueden tener diferentes finales, opcionales.
Si bien tiende a la utilización de versículos, a la manera no de Walt Whitman sino de Pablo Neruda tamizado por Bob Dylan, no por eso deja de ser concentrado, preparando al lector para que, al final, se encuentre con una verdad incontrovertible.
Para él, el mundo no es agregación sino disgregación, se trata de recomponer el orden, e incluso alterarlo, y buscar una verdad que parezca imposible, porque los hechos suceden, pero no quiere decir que sean realidad; más que sucesos, sus personajes viven los pensamientos.
El libro de Myriam Moscona está formado por puras referencias, descompone el nocturno verso a verso para volver a componerlo, obliga a una relectura del poema, y remite a los demás nocturnos (de los que hay una hermosa edición facsimilar que, como todas las ediciones del Estado, sólo se consigue en ferias, porque ni siquiera en la librería de Bellas Artes).
Concentrada, los poemas son breves, a veces de dos o tres versos, a veces un poco más extensos, pero todos de gran intensidad, y logra capturar la esencia de lo nocturno, a pesar de que no haga referencias de ello, ni descripciones de oscuridad ni de sueños, simplemente de esa otra parte de la vida, oscura, en la que no se penetra más que con la poesía y sus aliadas, que son las ramas literarias y filosóficas.
Sin que hable de la soledad, Moscona muestra al ser como tal, aislado de las circunstancias sociales, políticas y económicas, laborales y sentimentales, de urgencias sexuales; sin nada que haga saber que el ser tiene miedo, celos, envidia; sólo nos conduce a un ser con sensaciones, y con pensamientos imposibles de traducir; sin acotaciones autobiográficas, sin narraciones ni anécdotas claras o en clave, oscuras o diáfanas, el nocturno, lo oscuro, se refiere a esa otra parte de las llaves de la poesía, que es lo marino (no marítimo), ese ritmo irregular, a esa imposibilidad de asirse, de sostenerse, y donde hay que flotar, en primera para sobrevivir, pero también para disfrutar; los versos de El que nada, además de a Villaurrutia, conducen a la sensación más placentera, que es dejar que todo transcurra según su propio ritmo, y que el que nada, sea llevado a un destino del que no se tiene control, pero sí dominio.
Si Villaurrutia en sus nocturnos nos remite a sueños “Nocturno de la estatua”, “Nocturno en el que habla la muerte”, “Nocturno”, Fabre utiliza el lenguaje como salvación, para llenar al mundo con palabras, historias, anécdotas, para no caer en el vacío, y Moscona (con uno de sus mejores libros de su no muy abundante producción) recupera el vacío y lo despoja de palabras, para dejarlo sólo en sensaciones, que es lo que pretenden los personajes de La náusea, de Sartre, y Sartre mismo en sus impenetrables ensayos sobre el ser; impenetrables pero vitales, e imprescindibles en estos momentos del mundo, tan parecidos a otros de crisis y de carencia de identidad.

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