lunes, 8 de marzo de 2021

¿Modista o modisto; poeta o poeto?

Una de las mejores y más divertidas cintas de René Cardona Jr., con Mauricio Garcés como protagonista, es Modisto de señoras; en ella aparece como diseñador de vestimenta para artistas y mujeres de la alta sociedad, o cuando menos con suficiente dinero para adquirir prendas que sólo utilizarán una vez, y que además son presas del conquistador acosador fornicario que tiene acceso a las damas porque los maridos cornudos lo suponen joto, homosexual, desviado o cuando menos amanerado, al que supuestamente le gustan más los hombres que las mujeres.

                Esa cinta, filmada a finales de los años sesenta, para ser exacto, en el 69, perdonando la expresión, se trasmite por televisión pese a los equívocos sexuales, a que las actrices salen en paños muy menores y a que las manosea Garcés con la complacencia de ellas y de sus maridos (a una la espía bajo la minifalda cuando sube por unas escaleras [upskirt, se le llama a ese acto, al que el espectador no tiene acceso]), y sostiene competencia con otros tres modistos ésos sí invertidos.

                El problema no es la trama; en esa época los homosexuales en el cine eran vistos de manera cómica, grotesca, se prestaban al choteo, a la burla; no fue sino hasta finales de la siguiente década cuando dejaron de ser objeto de burla o de lástima: “lamentable mariqueta”, le dice Emilio García Riera al personaje interpretado por Joaquín Cordero en una película de gánsteres, sólo porque se muerde las uñas; “maricón de mejillas rosadas”, le dijo José de la Colina al Mártir del Calvario interpretado por Enrique Rambal (no sé si recogió el texto, lo dijo en una mesa redonda en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes el 10 de mayo de 1968, en la que participaron Carlos Monsiváis, quien habló de las maestras; Juan Vicente Melo, quien habló de su tía poetisa, Raoul Fornier, de quien no recuerdo su texto, y De la Colina, quien comenzó su intervención afirmando que descubrió su cursilería al admitir que le había gustado La novicia rebelde); sólo después de El vampiro de la Colonia Roma y de las primeras películas de Jaime Humberto Hermosillo los homosexuales son personajes apreciables, complejos, y cuando no, los vemos con simpatía como cuando El Caballo Rojas llora frente al burdel de las siete Cucas porque su amante se ha revertido ante las seis hermanas guapísimas ejerciendo la liberación sexual, o cuando Alfonso Zayas en Bellas de noche le dice a Sasha Montenegro, refiriéndose a Jorge Rivero, “si a ti te rompió el vestido a mí me rompe la madre”.

                Aunque a estas alturas la cinta resulta políticamente incorrecta, puede verse por la correcta dirección, el buen guión, las buenas actuaciones, y las frases plagiadas a los hermanos Marx, y las menciones de Carlos Monsiváis y José Luis Cuevas. Lo que está mal es el título: ¿por qué Modisto de señoras? ¿No debería de ser “modista”? Lo alegamos mucho con los correctores de Novedades y uno de ellos, el Profesor Mendoza, le asestó a Manuel Gutiérrez: ¿acaso decimos dentisto, futbolisto, beisbolisto? Aunque sea hombre, debe de ser Modista de señoras.

                Pasados los años, sólo esa película debía de admitirse con el barbarismo.

                En efecto, los diccionarios de la época, incluso el de la Real Academia de 1970 sólo aceptaba “modista”; el Corripio, que debería de ser el oficial para el mundo de la edición, registra “modisto” pero como barbarismo; sólo que el DRAE de 1992 ya acepta “modisto” como “hombre que se dedica a la confección de vestidos de mujer”. Para los que se dedican al diseño de la ropa de hombre está el adjetivo “sastre”, pero no sé si las mujeres que diseñan ropa masculina deben ser llamadas “sastresas”; finalmente, el DRAE llama o llamaba “choferesas” a las mujeres que conducían autos (de manera profesional). Pero no, le dicen “sastra”; así de ridículos. Y en ninguna edición reciente del DRAE admiten beisbolisto, futbolisto o dentisto.

               

Modisto es una de las palabras que muestran que la RAE y los redactores del DRAE se ponen blanditos a la hora de ser estrictos con el lenguaje, y comienzan a ceder ante las costumbres o las imposiciones, o ante la corrección política. Y una de esas corrientes sale a relucir en estos tiempos, en que se pretende lograr la equidad no con el equilibrio en salarios, en la importancia de los puestos de más responsabilidad en empresas y gobiernos, en que no se menosprecie la capacidad de las mujeres en todo tipo de actividades.

                Desde hace mucho tiempo se recalcó que ciertos adjetivos resultaban elogios para los hombres y vituperios para las mujeres: los ejemplos clásicos: un hombre apodado “zorro” describe a alguien astuto, ingenioso (como el ahora ya no padre de la Patria Miguel Hidalgo y Costilla), divertido, mientras que una “zorra” es una mujer de cascos ligeros, por no decir prostituta; un “hombre público” es alguien de renombre, famoso o cuando menos popular, mientras que una “mujer pública” describía a una prostituta; un hombre que conquistaba a muchas mujeres era admirado por su atractivo, su elegancia, su físico agradable, y que resultaba irresistible para ellas, por macho o malditillo, y una mujer con muchas conquistas ya no digamos simultáneas, sino que se le supiera que haya tenido más de cinco novios (aun si fueran formales) era considerada una mujer fácil de conquistar y de convencer; un hombre con múltiples experiencias sexuales era visto como algo normal, mientras que a una mujer que no fuera virgen antes del matrimonio ya se le consideraba devaluada; y hay muchísimos más ejemplos de lenguaje denigrante para la mujer aunque para el hombre fuera elogioso.

                Hay otros ejemplos: la RAE tardó mucho en feminizar no profesiones, sino el título que se le debería dar a una mujer que ejerciera la misma que un hombre; todavía en 1970 el DRAE no aceptaba “ingeniera”, “jueza”, “doctora” (aunque sí médica); una ingeniera era la mujer del ingeniero; una abogada era la esposa del abogado; una jueza era la mujer del juez (una venganza de zarzuela: en el “Duelo de paraguas” el hombre da su nombre y la pretendida pregunta ¿el actriz?, y él contesta “el actor”; otro ejemplo: los actores ejercían su atractivo sobre las mujeres seduciéndolas y abandonándolas; una actriz de inmediato era juzgada pecadora aunque los prejuicios la inhibían o dejaban su atractivo para actos ocultos y censurados).

             Que ahora haya más presencia femenina en casi todos los ámbitos profesionales no aminora la agresividad del lenguaje; en el mejor diccionario actual de sinónimos, los correspondientes a zorro son, en uno de sus apartados, disimulado, artero, taimado, astuto, camandulero, pícaro, pérfido, fullero, marrullero, sagaz, mañoso, ladino, hipócrita, vulpino; los sinónimos de zorra: prostituta, fulana, ramera, puta, cortesana, tía, pingo, pelandusca, coima, buscona, calientacamas; para ahondar más, los sinónimos para cortesano son: palaciego, palatino, noble, aristócrata, hidalgo, caballero, patricio, camarero y menino; los sinónimos de cortesana: manceba, prostituta, ramera, mujerzuela, meretriz, hetera, puta, zorra, buscona, pelandusca, calientacamas, horizontal, tía, ninfa, pupila, bagaza, coima, entretenida, mantenida, pendanga y pingo. El desequilibrio es notorio.

             Ya iba siendo hora de desfacer entuertos y que no se cayera en discriminaciones; pero antes que la justicia etimológica o lexicográfica, buscaron una igualdad que no lo es: feminizar oficios, palabras, orígenes; hace unos días una ambiciosa política, al saludar el día del ejército, envió felicitaciones a “los soldados y las soldadas”; claro que no podía usar “soldaderas” porque tiene otro sentido, pero bastaba con decir “soldados”, que abarca todos los géneros; ya antes, un presidente en ejercicio habló de “los cetáceos y las cetáceas”; se ha llegado al ridículo de añadir el femenino de todo sustantivo o adjetivo masculino; en Argentina y en España han pedido que esa manera de hablar se traslade a las constituciones políticas de esos países, a lo que se han negado los académicos y legisladores, por el sobrecosto y por lo inútil de un gesto que en nada añade a la igualdad de género.

                (El único aceptable es el usado por Salvador Novo en un soneto incluido en Sátira, del que tomo los tercetos finales:

                Y como en el vestíbulo nefando
                sonara ronco y múltiple rugido
                ujieres acudieron en desbando;

                Y hallaron al Ministro divertido,
                verónicas y estoques acordando
                con mozos –y con mozas— del Partido.)

 

Lo que en los primeros 60 años del siglo XX, para no hablar de otros siglos que no vivimos, ser macho es ser mexicano, altivo valiente y bravo a ver quién lo tomaba a mal; ahora el machismo es alguien que se burla de las mujeres, las sojuzga y les impide el paso a puestos y salarios superiores; machismo es despreciar a las mujeres sólo por serlo, con el riesgo de que quien reprende a una mujer por un trabajo mal hecho es sojuzgado, considerado injusto, gansteril, aunque tenga razón en la reprimenda. Desde entonces comenzaron a señalar al macho mexicano, a lo que se respondía con argumentos contundentes: en el reino animal hay tres especies: macho, hembra y hermafrodita; no soy hembra ni hermafrodita, por lo tanto soy macho; y nací en México, por lo tanto soy macho mexicano…

                Que ya haya juicios legales o sociales no significa que hayan terminado las injusticias laborales, sociales, sexuales, sólo que hay un elemento nuevo: cualquier elogio del hombre puede ser interpretado como insinuación sexual; decirle guapa o hermosa a una compañera de trabajo conlleva el riesgo de ser acusado de acosador, de que detrás del elogio haya una intención sexual, y que cualquier oferta de trabajo está aparejada con un pago en especie. Nada dicen de las insinuaciones de las mujeres, agravadas si se dirigen al jefe o capataz…

 

Las palabras llevan una carga indisociable, aunque haya cambiado a lo largo de los últimos años; si antes se presumía de ser macho, ahora admitirlo es admitir una culpa aunque no se cometa delito ni agravio; al contrario, en muchos lados muchas mujeres consideran que deben otorgárseles cargos aunque no sean más capaces que el jefe; las secretarias ya no guardan secretos para auxiliar a sus superiores en sus funciones, más bien aspiran a suplirlo oficial u oficiosamente. Y semánticamente, ser secretario, a menos que se trate de un cargo político, era y es denigrante, sospechoso de inversión sexual.

                Así, a finales de los años sesenta, ser modisto, palabra que no existía para la RAE y menos para el DRAE, era calificado de homosexual, palabra y conducta que ha dejado de ser denigrante en esta tercera década del siglo XXI. Y ya es admitido en la RAE y en el DRAE aunque aún no admitan ni una ni otro dentisto, beisbolisto o futbolisto, ni dentista es ser esposa de un dentisto…

 

Ni la RAE ni el DRAE califican, sólo definen, pero en 1969 decir “modisto” calificaba a un hombre que ejercía un oficio aparentemente destinado sólo a mujeres; por lo  tanto, era homosexual, maricón, invertido, joto… 52 años después el chiste pierde gracia, aunque ni Mauricio Garcés ni los otros modistos de la cinta perdieron gracia aunque haya que ver la película en un contexto diferente…

                En el Casares, que desde luego no registra “modisto”, ni modista como esposa del modisto, hay una curiosa errata: en Poesía se registra poeta, y poetista, que seguramente hará enojar a muchos, menos a quienes se dedican a pescar erratas o moscas (en el lenguaje de la corrección: Martí Soler las coleccionaba, igual que Tito Monterroso); desde luego, en el Corripio no se incluye “poeta” como mujer del poeto.

                Hay curiosidades: se acepta presidenta como mujer que preside algo, pero en 1972 la segunda acepción era “mujer del presidente”; asistente, desde entonces y ahora, acepta el femenino, asistenta, pero las definiciones son poco recomendables: mujer que sirve de criada en una casa donde no reside y cobra por horas; y sigue siendo la “mujer del asistente”.

 

La insistencia de la igualdad lexicográfica ha tenido simpatía entre la gente, pero se puede pensar que no seguirá durante mucho tiempo; un aprendiz de periodista le sugirió a Mario Vargas Llosa que para sintetizar una frase, en vez del machista “todos” usara “todes”, y puso cara de ofendido ante las carcajadas del escritor y tuvo que aguantar la explicación del masculino que abarca ambos géneros. Pero abundan quienes usan todes, todxs y hasta tod@s, incluso en editoriales que se suponen serias. Hay excesos aún más excesivos: ya se habló de las soldadas, pero algunas hablan de las miembras de la jurada, y otras que se refieren no a las maestras, sino a la cuerpa de maestras. Su ignorancia no las ha llevado a resolver un dilema: ¿habrá que hacer nuevas ediciones del Quijote, de Romeo y Julieta (¿o será Julieta y Romeo?), de Ulises? ¿Cuál será el resultado? Por lo pronto, será una buena oportunidad para que lean esos libros por una vez en su vida.

                Con frecuencia se afirma que la RAE ya aceptó lo que llaman “lenguaje inclusivo”, repudiado por académicos y en especial por Concepción Company, con muy buenos argumentos, pero insisten con tanto ardor como cuando las poetisas se ofenden cuando se les refiere con el término poetisas, e insisten en que se les diga “la poeta”, barbarismo rechazado por Seco, Corripio y desde luego por Casares, pero el DRAE ya acepta, en sus últimas ediciones, que poeta ya no es un hombre que escribe poesía, sino una persona que la escribe y que tiene talento para hacerlo; despuesito sigue poniendo poetisa pero en un lugar y una definición vergonzantes (ojo: fijarse que para mencionar dos palabras diferentes y de diferente género en plural se pone primero el masculino, después el femenino y el plural es masculino; de eso no reniegan).

                Desde luego, ni la RAE ni el DRAE han caído en el error de aceptar “el y la”, “los y las”, “las y los”, ni mucho menos “todes, todxs o tod@s [impronunciables, dice Company Company de los dos últimos], pero hay editoriales que invitan a ver “todxs sus libros”…

 

La principal razón para repudiar el adjetivo-sustantivo poetisa es porque afirman que es denigrante; para designar a los malos poetas, hombres y mujeres, existe poetastro, bastante elocuente; poetisa (no poetiza) está en todos los diccionarios, incluidos los más recientes del DRAE: está en todos los Corripio, Casares, Seco; éste afirma que ya en la época “clásica” se le decía poetas a las mujeres, pero al lado de otros adjetivos, sustantivos y pronombres denigrantes; y el Diccionario de dudas de Seco, de 1961, afirma que decirle poeta a una poetisa es sólo una moda; el Nuevo Seco, de 2011, es más contundente: sólo se admite cuando se habla, en plural, de poetas, hombres y mujeres, pero al hablar sólo de ellas es claro: poetisa.

                Más contundente aún: Juan Domingo Argüelles afirma que así como el femenino de sacerdote es sacerdotisa y no “sacerdota”, el femenino de poeta es poetisa; también lo afirma Martínez de Souza, y sobre todo María Moliner quien en su Diccionario de uso del español no admite poeta en femenino: es poetisa.

             Pero las “poetas” han invadido hasta donde no deberían: la tercera edición (o segunda, porque la segunda era sólo reimpresión sin cambios de la primera) de Antología del Modernismo (2020, Ediciones Era), hacen que José Emilio Pacheco le diga “poeta” a María Enriqueta, cuando en primera y segunda ediciones le dice poetisa… Es imprescindible que para editar a alguien, hay que conocer su obra; quien “modernizó” el adjetivo-sustantivo-pronombre poetisa para María Enriqueta (“con el mismo tono que sus contemporáneos [Urbina Gutiérrez Nájera, Othón] y que los Contemporáneos [Novo, Villaurrutia, Pellicer], María Enriqueta dio el tono femenino a unas generaciones que buscaron una nueva sensibilidad en un México que se desgarraba persiguiendo un cambio definitivo…”), desconoce que Pacheco escribió: “Varias amigas me han dicho que ven una injuria machista en el término poetisa y piden que las llamemos simplemente poetas. Con Luis González de Alba creo, por el contrario, que es un acto de respeto llamar poetisas a las mujeres que escriben poemas, así como decimos la doctora y no la doctor, la abogada y no la abogado, etcétera. (“Poetisas del Japón, Aproximaciones, Libros del Salmón, 1984, pág. 145).

 

Hay quienes dictaminan que el lenguaje debe de modernizarse, ¿pero imaginan la tarea enorme e inútil de agregar “los y las” (o “las y los”, para mayor corrección política) en libros como El amor, las mujeres, la muerte y otros temas, Cien años de Soledad, Madame Bovary o peor, Guerra y paz?

            Y el colmo del lenguaje feminizante: aunque la pandemia se debe a un virus, un coronavirus, y la enfermedad se llama Covid 19, ahora los diarios lo llaman “la covid”. 

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