En un ensayo publicado en Nexos, cuando se rendía homenaje nacional a Carlos Monsiváis, José
Emilio Pacheco dijo que, al revisar la bibliografía de su amigo, desconocía
varios de los títulos, aunque seguramente no el de Principados y potestades, el primero de los que publicó, pues fue
editado por Librería Madero, en la que Pacheco publicó varios volúmenes breves que no están considerados ni
siquiera por sus más entusiastas seguidores. Ese pequeño tomo no está en la
bibliografía oficial de Carlos. En principio, algunos de esos títulos los tengo,
unos por la generosidad del propio
Carlos, y uno, rarísimo, por la de Eduardo Langagne. Pero me faltan varios.
En la
más reciente edición de la desastrosa feria de Minería encontré el más reciente
de esos títulos, integrado por sus escritos sobre cine: Carlos Monsiváis: reflexiones acerca del cine mexicano, compilado
por David R. Maciel y con el sello de la Cineteca Nacional; fechado en 2017, aunque
en la página legal se dice que es de 2018, y en el colofón se confirma que terminó
de imprimirse en febrero de 2018. Comparten créditos el gobierno de la
República y la ahora tan desacreditada Secretaría de Cultura. La edición estuvo a cargo de la
Subdirección de Publicaciones de la Cineteca, con muy mal tino, más bien con
inexperiencia. Por fortuna tiene un insólito tiraje de sólo mil ejemplares, por
lo que los editores tienen oportunidad de corregirlo para una segunda edición.
En su
autobiografía precoz, Monsiváis afirmaba que cuando aceptó conducir el celebérrimo
programa de Radio UNAM, El cine y la
crítica, no sabía nada de cine. Muchos de los textos incluidos en este
volumen lo demuestran.
En
primer lugar, era aficionado al cine, y perteneció al grupo de cinéfilos que en
los años sesenta editó una revista, Nuevo
cine, pero sus conocimientos estaban limitados por sus aficiones popsociológicas; ve, más que filmes, buenos o malos, conductas masivas, reflejos
de la historia patria, máscaras en vez de rostros, personajes en lugar de
actores; cae en el lugar común de afirmar que el cine mexicano es malo, pero no
da razones técnicas o estéticas, sólo míticas.
Para
comenzar por el principio, el antologador debió de haber leído el material
antes de entregarlo, porque hay textos que parecen repetidos; no lo son, porque tienen pequeñísimas diferencias, pero es que Monsiváis entregaba casi los mismos
textos a diferentes revistas (no sólo de cine: un célebre ensayo, “He leído un artículo
formidable pero no ha sido éste” lo publicó primero en La cultura en México y después en Eros); pero aparte de estos casos, parece el mismo porque siempre
se refiere a las mismas cintas: Allá en
el Rancho Grande, María Candelaria,
Enamorada, Distinto amanecer, Ahí está
el detalle, Calabacitas tiernas,
una y otra vez. A lo largo de los años es incapaz de variar su visión, y siempre
dice lo mismo de Pedro Infante, Pedro Armendáriz, Jorge Negrete, María Félix,
Dolores del Río, Fernando Soler, Sara García, Joaquín Pardavé; algunas vagas menciones
a don Andrés Soler no reparan las omisiones: Andrés Soler nunca tuvo actuación
mala, aunque no siempre en buenas películas.
Conocido
misógino, Monsiváis tiene preferencia por las actrices que hicieron de damas
malas en las cintas de los años cuarenta y cincuenta (Ninón Sevilla y sus
lugares comunes repitiendo lo que dijo Truffaut; Meche Barba, Rosa Carmina,
Leticia Palma) sin destacar su erotismo, sólo sus bajas pasiones; no hay referencias
a las heroínas, apenas unas vagas menciones, y no a las mejores ni a las
villanas cuando se salen de su marco teórico; por ejemplo, no hay elogios por
la Gloria Marín comediante, ni al Jorge Negrete festivo cuando se sale de su
papel de charro noble (pareciera que sólo vio Historia de un gran amor y
no La mujer que no miente o ¡Qué hombre tan simpático, ni de Negrete Un gallo en corral ajeno o Los tres alegres compadres).
Cuando
habla de Fernando Soler sólo importan sus papeles de padre enérgico que vive
días trágicos por el mal comportamiento
de su hijo consentido, y a veces, del padre que sucumbe a la tentación de una
mala mujer, pero no hay palabras para el extraordinario bailarín de conga, rumba
o de bailes típicos en los que coquetea con las campesinas; Sara García sólo
llora en silencio, pero no hay menciones a la abuela consentidora, ni a la
simpática vecina chismosa, ni a la que pronuncia una de las mejores frases del
cine mexicano: “viejas tenían que ser para ser tan chismosas”, o la que baila muy alegre una polka con Soler o un son con Antonio Espino; desde luego, alguien que se
proclamó como la imagen viva del joie de
vivre de la Cuatlicue, y que no le entraba a las tarántulas (cita que ahora
pocos entenderán), no iba a reparar que el baile más cercano a las alturas de
Fred Astaire es el paso del avioncito que se revienta Andrés Soler en Las viudas del chachachá.
Pudibundo
y mojigato, Monsiváis no entiende los albures o los acosos sexuales de
Cantinflas, o los de Tin Tan (el primero, diciendo a Carolina Barret,
Christiane Martel, Amparo Arozamena o
Alma Rosa Aguirre que están bien buenas; el segundo, haciendo insinuaciones eróticas
a Silvia Pinal, o a Rosita Fornés, quien apenas aguanta la risa), y omite
cuando Pedro Infante admira los traseros de Irma Dorantes y Carmelita González,
o cuando Antonio Badú exclama, a mitad de una canción, “ése es mi hermano el
chiquito” y que, alburero, Infante simula asombro antes de contestar “¿eh?”
(por eludir la censura no dijo “¿mande?”).
Para
Monsiváis no existe picardía en el cine mexicano, que la hay hasta en los más
amargos melodramas; no hay menciones a las caras de José María Linares Rivas o
Carlos López Moctezuma llenas de turbación al admirar los traseros de Gloria
Marín o de Lilia Prado (un destacado poeta mexicano dice que a Prado “la debe
la heroicamente insana costumbre de hablar solo”) (paréntesis obligatorio, y a
propósito de pum, ese verso se lo corrigieron a Carlos Monsiváis en su segunda
edición de la Poesía mexicana del siglo xx). Para Monsiváis, todo nuestro
cine es trágico, aun el cómico, y se pierde a Manolín y Schillinski, a Borolas,
y a toda una inmensidad de actores que hicieron el deleite de los espectadores;
no cita siquiera a Mauricio Garcés, y eso que éste lo cita, junto a José Luis
Cuevas, en Modisto de señoras, aunque
Monsiváis dice “modistos”, cuando la palabra correcta es “modistas”. Se perdió al
Caballo Rojas, al Flaco Ibáñez, a Zayas, a Carmen Salinas y ciertos momentos de Sasha Montenegro
y de cierta Julissa (“para eso son, pero se piden”).
Aunque
haya muchas referencias cinematográficas en muchos de sus escritos (alguna equivocada: en su autobiografía dice que “una
frase como ‘tócala otra vez, Sam’ es tan importante como ‘Desde lo alto de
estas pirámides’”; se refiere a Casablanca,
sólo que esa frase nunca la pronuncian en la célebre cinta ni Bogart ni Bergman),
Monsiváis se enfrenta al cine como un espectador privilegiado por su inteligencia,
no por sus conocimientos del cine.
Incluso
comete muchos errores: insiste en afirmar que la coestrella de Esquina, bajan y Ahí lugar para…dos (título mal citado todas las veces) es Amanda
del Llano, quien sí fue protagonista junto a David Silva, pero de Campeón sin corona (en una reunión en el
café París, con Anamari Gomis y Margarita García Flores el 10 de mayo de 1978,
le señalé su error, pero nunca lo corrigió en sus escritos); afirma que la
coestrella de Ahora soy rico es
Silvia Pinal, quien es protagonista secundaria de Un rincón cerca del cielo, pero no de la secuela.
Tiene
errores de apreciación; afirma que Los
hijos de María Morales es un desastre, que los Soler también lo son, y que Escuela de rateros es una de las mejores
comedias de Pedro Infante, cuando allí tiene una de sus peores actuaciones; en
su escala de mitos no coloca en ningún sitio a Emilio Tuero, quien representó
durante un lustro a la clase pobre en ascenso a media-baja, y entre los
villanos apenas menciona de paso a Alfonso Bedoya y dedica unas cuantas
palabras de elogio a Miguel Inclán, pero le pasan inadvertidos Arturo Martínez, López Moctezuma, Linares
Rivas; y no se diga la ausencia de las mujeres, excepto a las que cataloga como
ídolos prehispánicos; Silvia Pïnal aparece sin su desenfreno, su desparpajo, su
natural erotismo desbordante que pone a temblar a Tuero, en una película mala
que se salva sólo por esos instantes cercano a la impudicia (Pinal presumiendo
sus hermosas piernas, Martel su escote prodigioso); ¿qué sería de Resortes sin
Lilia Prado, de Tin Tan sin Rosita Quintana o Ana Berta Lepe, de Rafael Baledón
sin Lilia Michel? ¿Y las comparsas Chicote
y Agustín Isunza? ¿Y los indispensables extras Carlhillos y Hernán Vera, tal vez los extras más prolíficos y no sólo del cine mexicano? No se sabe: en este libro no existen.
Pero hay otro aspecto peor: a los textos a ratos divertidos
aunque sean repetitivos y también a ratos desabridos, hay que sumar la pésima
edición: no sólo las erratas, que persiguieron a Monsiváis en varias ediciones
(la primera de Amor perdido llevaba
una nota alarmante en las dedicatorias: piedad
para la errata), aquí aparecen casi en cada página: pareciera que
escanearon los textos, y pasaron el corrector de Word 2007; breve enumeración:
en los epígrafes del primer ensayo compilado, “El cine nacional” se dice “Si una mujer nos
traiciona, pues la perdonamos y ya, al fin y al cabo es mujer…”; la frase real
de Jorge Negrete es “Cuando una mujer nos traiciona, la perdonamos y en paz, al
fin y al cabo es mujer…”; otro epígrafe es: “Quiubo, ¿se es o no se es?”, bien
citado, pero se dice pronunciada en Carisma,
cinta inexistente; la dice Negrete en Canaima;
a Herman Bellinhausen le cambian el apellido a Hellinhausen, y hay una variación
de acentuaciones como muestrario de lo que no se debe hacer, así como títulos y
palabras cambiadas al gusto del escaneo sin cuidado y de una revisión nada
profesional. Y hay datos que asombran: Monsiváis afirma que la segunda edición
de la Historia documental del cine
mexicano de Emilio García Riera, publicada por la Universidad de
Guadalajara, tiene 22 volúmenes, aunque en realidad son 17, más otros dos de
autoría colectiva. Y así, una cantidad de errores entre leves y graves, y casi
todos corregibles.
Una
tipografía pequeñísima, difícil de leer sin confusiones, y un interlineado
desafiante, podría explicar la abundancia de erratas; sin embargo, no justifica
los errores de Monsiváis que un buen editor podría haber corregido; Monsiváis
se lo hubiera agradecido.
Carlos Monsiváis:
reflexiones acerca del cine mexicano, por David Maciel, 2018, 285 pp,
Gobierno de la República, Secretaría de Cultura, Cineteca Nacional.
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