miércoles, 13 de septiembre de 2017

Actualidad de Luis Spota; Semejanzas maravillosas

En enero de 1960 apareció en la Revista de la Universidad de México un ensayo, a página completa, del entonces joven promesa Carlos Monsiváis en que, de forma contundente, descalificaba a Luis Spota, “el novelista del futuro”, y se burlaba de la variedad de temas que abordaba en sus novelas y, en paréntesis crueles, lo proyectaba hacia el futuro y lo ponía como compañero y amigo de James Joyce, y candidato al Premio Nobel de Literatura; en uno de sus tomos sobre el cine mexicano, Emilio García Riera también se burla de Spota; los años sesenta no fueron los más propicios para una lectura seria, reposada, sobre la narrativa de un autor que ciertamente abordó diversas temáticas: la tauromaquia, la Revolución, el sindicalismo, la corrupción policial, los braceros, la vida política, los artistas; en esa descalificación se olvida que Spota fue pionero de la novela sobre dictadores (sólo Asturias escribió del tema antes) anticipándose a García Márquez, Roa Bastos, Vargas Llosa; se adelantó a Sergio Magaña y a José Emilio Pacheco con el estruendoso tema del hombre que tenía encerrada a su familia para salvarla del mundo de perdición.
                Luis Spota fue leído de manera descuidada por la crítica, se le excluía de los recuentos anuales, y se le menospreciaba por la enorme cantidad de lectores que tenía cada una de sus novelas; una, Casi el paraíso, se reeditó cinco veces en cinco años consecutivos en su editorial original, el Fondo de Cultura Económica, y diez veces en Diana; sus últimos libros tenían tirajes de decenas de miles de ejemplares; cierto, gran parte de su popularidad se debió a su aparición en mesas redondas televisadas; algunas de sus novelas y guiones cinematográficos fueron filmados, algunos de ellos dirigidos por él mismo. Otras actividades le dieron renombre: profesionalizó el boxeo, protegió a deportistas, y fue el  de la iniciativa de que un médico los certificara antes de que subieran al ring. Dirigió un suplemento cultural en donde colaboraron críticos y narradores de renombre y otros se abrieron caminos en sus páginas, y dirigió una de las revistas más audaces de su época, por los colaboradores y los temas que abordaron en sus páginas.
               Fue reconocido como un excelente narrador antes que un estilista, pero era difícil soltar sus libros. Una de sus mejores novelas, si no la mejor, Lo de antes, fue llevada al cine en una cinta excepcional, Cadena perpetua.
En sus últimos años publicó una saga, La costumbre del poder, que en seis novelas aisladas pero unidas, habla del poder, la sucesión presidencial, los golpes debajo de la mesa, las descalificaciones entre los contendientes: de Retrato hablado hasta El rostro del sueño (pasando por Palabras mayores, una de las mejores obras de la literatura mexicana) hace un relato que si bien retrataba aquellos turbulentos años de los sexenios de Díaz Ordaz y Luis Echeverría, y en estos días parecen retomar el clima de esa época.
La última novela de Spota, Paraíso 25, cuenta las nuevas aventuras de Ugo Conti, el protagonista de Casi el paraíso, en una visita a México, y habla de una violencia incontenida, asaltos a deshoras y en cualquier lugar, prepotencia de los políticos y sus guardaespaldas, y parece anticipar lo que se vive ahora, y ya no sólo en la ciudad de México, que es donde la coloca Spota, sino en casi todas las ciudades pequeñas, regulares y grandes del país; lo mismo parece haber anticipado en Casi el paraíso, con la sumisión de los acaudalados hacia los famosos, así sean farsantes; igualmente, Spota prefiguró a los políticos que en unos cuantos años acumulan fortunas impensables en unos pocos años.
Siglo XXI Editores acaba de reeditar las seis novelas de La costumbre del poder, y se verá no sólo su actualidad, también la prosa de Spota, uno de los mejores narradores de nuestro siglo XX; ojalá alguna editorial se aventurara a una edición anotada de Casi el paraíso, que estableciera por qué es una de nuestras mejores novelas.

Una de las mejores parejas del cine mexicano, aunque alejadas de la imagen glamorosa de galán y belleza, la formaron Joaquín Pardavé y Sara García, con divertidas y conmovedoras actuaciones; matrimonio en El barchante Neguib, en El baisano Jalib, en El hombre inquieto; novios en El ropavejero; cómplices en Dos pesos dejada, en La familia Pérez, representan a un matrimonio en que ella, pretenciosa, desea colocar a sus hijas casaderas con pretendientes ricos; él es un dejado de quien se aprovechan la esposa, el jefe, los compañeros de trabajo, y es defendido tímidamente por las hijas y por una compañera de trabajo; García cree que esa compañera es amante del marido, y lo corre de la casa, pero en realidad esa compañera lo ayuda a recuperar la confianza y a callar a la esposa mandona. Gilberto Martínez Solares, uno de los mejores directores de comedias, también lleva crédito del argumento y del guión; en ninguna parte se dice que la trama está casi calcada de una de las mejores novelas, y la más conocida, de Jean Austen, Orgullo y prejuicio; ni Carlos Fuentes, tan buen cinéfilo, lo advirtió en su prólogo a la novela, editada por la UNAM en la colección Nuestros Clásicos.
                El cine mexicano ha sido especialista en hacer adaptaciones de las grandes novelas o cintas, a veces dando el crédito debido, pero otras no; de My man Godfrey Rogelio González tomó y adaptó la trama para hacer la muy divertida Escuela de vagabundos (y sus remakes ¡Qué hombre tan sin embargo! y El criado malcriado), pero fue en Nosotras las sirvientas, de Zacarías Gómez Urquiza, donde el director y sus colaboradores Guz Águila y Ramón Obón tomaron una escena de My man Godfrey, cuando las villanas tratan de culpar a la muy bella Alma Rosa Aguirre de un robo, pero los malos son desenmascarados.
                Uno de los escritores favoritos de los argumentistas mexicanos, y del público en general, en la primera mitad del siglo XX fue Alejandro Dumas, de quien adaptó el cine nacional varias historias, sobre todo Los tres mosqueteros (Cuatro contra el imperio) y El conde de Montecristo, y una muy curiosa: Camino de Sacramento, de Chano Urueta, donde Jorge Negrete hace el doble papel de los hermanos mellizos que resiente, uno, las sensaciones y tentaciones del otro, como en la obra de Dumas Los hermanos corsos; pero no dan el debido crédito ni en Calibre 44 (Julián Soler, con argumento de José María Fernández Unsaín, con Lalo González Piporro, doble héroe de la cinta) ni Fray don Juan (René Cardona, con argumento suyo y de Fernando Galiana), en que Mauricio Garcés interpreta a un coleccionista de cariñitos de un instante, y a su hermano sacerdote que piropea a feligresas y se embriaga cuando su hermano bebe. Pero tampoco dan crédito a Dumas por una cinta más célebre, Ansiedad, de Miguel Zacarías, con Pedro Infante interpretando a dos hermanos totalmente opuestos, así como al padre de ambos, o el de los hermanos Andrade en Los tres huastecos, de Ismael Rodríguez, con argumento suyo y de Rogelio González.
                El recuento de copias, adaptaciones, plagios involuntarios o no, sería enorme, sobre todo porque muchos argumentistas de la autollamada Época de Oro del Cine Mexicano eran hombres cultos, buenos escritores, como Edmundo Báez, Xavier Villaurrutia, José Revueltas, Mauricio Magdaleno, que solucionaban trabas de la trama tomando alguna escena de la literatura universal o del cine estadounidense.

                Uno de los escritores más saqueados, con crédito o sin él, ha sido Guy de Maupassant, excelente narrador ahora poco citado y poco leído, pero del que John Ford tomó un cuento, Bola de cebo, para el arranque de La diligencia, cinta que se dice vio 40 veces Orson Welles mientras filmaba El ciudadano Kane; lo interesante, y me parece que no advertido, es la semejanza de la heroína de Los muros de agua, de José Revueltas, con la protagonista de Cama 26, de Maupassant, que mata más soldados prusianos que el ejército francés, contagiándolos de sífilis.

Con agradecimiento a José Antonio Gurrea, por la difusión que le ha dado a estos textos en El Universal de Querétaro, y a Lourdes, que me abre los ojos.

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