domingo, 1 de enero de 2017

Debbie Reynolds, Carrie Fischer, y datos poco conocidos de Cantando en la lluvia

En la entrega de los Oscar de 1972, Gene Kelly ignoró al muy laureado Malcolm McDowell porque en una de las escenas más violentas (hasta entones) de Naranja mecánica, cuando viola a la esposa del escritor Mr. Alexander, Adrianne Corri, y causa destrozo y medio en la casa del matrimonio, lo hace bailando “Singin’ in the Rain”, y la voz que se escucha es la de Kelly; Aurelio González me preguntó si había soportado la escena, no por lo violenta, sino por la chotiza al tema de mi película favorita. Pilar Tapia se asombraba de que la hubiera visto más de cien veces; dejé de buscarla y perseguirla en las carteleras cuando aparecieron los aparatos reproductores en Beta, DVD y Blue Ray.
                Aunque hay otras cintas que me gustan mucho (casi todo Wilder, casi todo lo que he visto de Ford, todo lo que he visto de Hawks, casi todo Donen, todo Lester y muchos otros), Cantando en la lluvia es la única que la tengo en Beta, DVD y BR. Memoricé todos los diálogos, y sólo mi incapacidad para bailar y cantar impidieron que imitara los movimientos de los actores, pero quienes me conocen bien, y conocen la cinta mejor que yo, reconocen que cito, cuando lo amerita la ocasión, diálogos de O’Connors y de Millard Mitchell, y afirmo, para desconcierto de todos, que este último es el mejor cantante de todo el filme, aunque sólo se le escuchan unas cuantas notas; y admiré, aparte de sus otras cualidades, lo bien que lo imitaba Héctor Martínez Tamez en la escena culminante, cuando con Kelly y O’Connors levanta el telón para que la gente vea que era Kathy Sheldon y no Lina Lamont la verdadera estrella de la cinta que filmaban.

Estuve entre los primeros 20 o 35 invitados a la exhibición privada de Star Wars, y seguramente Lourdes conserva el botón que me dieron y que decía “Que la fuerza te acompañe”. Aunque reconocí que se trataba de un filme con la receta de la épica, modernizada, y me divirtieron varios de sus chistes, no me produjo mayor emoción; aunque tengo todos los fragmentos de la historia, no me gustan los que narran la historia de antes, de cuando los personajes eran niños; preferí, con mucho, la parodia del Mad, sobre todo cuando un personaje pregunta que por qué los blancos son los malos, que si el argumento lo había escrito Cassius Clay. Pero admito que la escena donde aparece por primera vez el personaje de Carrie Fisher, prisionera entre sus celadores, es una de las más eróticas en la historia del cine, aunque está muy vestida; en cambio, en los capítulos en donde aparece muy desvestida, nada tiene de erótica ni de sensual.

En dos días consecutivos fallecieron Fisher y Reynolds; la primera me gustó mucho más en la versión estadounidense de El hombre con un zapato rojo (la original, con Pierre Richard, debe ser más divertida, pero la de Tom Hanks tiene la virtud de mostrar sensual a la casi siempre insípida Lori Singer, que además tiene una escena de “butt crack”, que borra sus demás filmes y programas de tv), muy divertida y atractiva. Reynolds en cambio, será por fetichismo, me gusta en casi todas sus cintas, desde Three Little Words (donde canta mejor que MM “I Wanna be Loved by You” aunque no sea ella la que cante), y sobre todo su baile con Donald O’Connors en I Love Melvin, donde baila mejor y con más erotismo que en Cantando en la lluvia, pese a su gesto de inocencia, gesto que conservó en la muy cursi Tammy cuyo tema musical me dio a ganar mis primeros pesos, poquísimos, por un guión de radio, cuando apenas tenía 16 años (y que no me pagaron).
                Me asombró y alarmó el escándalo cuando su amiga Elizabeth Taylor le pedaleó el triciclo y le bajó al marido, el cantante, ahora olvidado pero entonces muy popular por varias piezas ahora olvidadas, Eddie Fisher (digo triciclo porque los tres eran de estatura chaparra), aunque Taylor lo dejó, poco después, por Richard Burton, quien no le temía a Virginia Woolf. Reynolds jugó el papel de víctima en ese proceso, pero las malas lenguas dicen que era igual de arrojada y destrampada como las actrices con cara de inocencia. Lo grave fue que Fisher había sido el mejor amigo de Michael Todd, quien había dejado viuda a Taylor a causa de un accidente aéreo (y en su honor Fischer llamó a su hijo con el apellido del amigo).

Cantando en la lluvia, o bajo la lluvia, es considerada la mejor cinta musical de la historia, y está entre las diez mejores clasificadas en lo que va del cine; la trama es muy conocida, y nadie se atreve a desafiar el gusto generalizado, excepto tal vez Felipe Garrido, quien en Aguascalientes, de pinta con Carlos Hernández y conmigo mientras lo esperaba María del Carmen Millán para una tertulia más intelectual, nos confesó que no le gustaban ni el western ni los musicales, que no imaginaba que la gente cantara y bailara en vez de hablar y caminar.
                Sin embargo, quienes revisan a fondo cada cinta filmada y estrenada, le han encontrado un sinnúmero de errores: de época; por ejemplo, aparece de manera casi inadvertida un automóvil de modelo de 1950 cuando la acción sucede a finales de los veinte; se menciona a un personaje fallecido cuatro años antes de la fecha de la trama; se habla de una técnica que no apareció por esas fechas, y el uniforme del policía que amedrenta a Kelly cuando canta bajo la lluvia se usó apenas a partir de los años cuarenta; una de las más bellas canciones, “All I Do is Dream of You”, tanto que la cantan dos veces, fue escrita en 1934, siete años después de la fecha de la trama.
                Datos falsos: el productor Mitchell anuncia que deben hacer una cinta hablada, como El cantante de jazz, que es muda excepto por un fragmento breve que, en efecto, apantalló a los espectadores y cambió la industria del cine; aunque Reynolds dice que va a cantar en La Bemol, en realidad lo hace en Mi Bemol; durante el baile inicial cuando Kelly y O’Connors bailan y tocan violines, no se ve que Kelly mueva los dedos; en la escena en que Kelly lleva a Reynolds a un estudio vacío para ligársela, además de que exagera con el número de watts en la iluminación, no existía esa técnica en aquellos años; al final de “Beautiful Girl” una de las modelos da un paso de más, con lo que se pierde la sincronización, de los que hay varios errores similares: no coinciden las palabras con los movimientos de los labios; una escena en que se presenta la escena que filman no la filmaron por completo, usaron escenas de una cinta anterior de Kelly, Los tres mosqueteros, de George Sidney (1950), y los muy fijados advierten que en vez de Jean Hagen (Lina Lamont) aparece muy brevemente Lana Turner, la villana de aquélla; cambian posición tanto un sofá, como un libro, y sobre todo lo intercambian Reynolds y O’Connors después de uno de los bailes más conocidos, donde por cierto no se atisban las panties rosas de Reynolds, que dice José de la Colina que él vio con toda claridad; cuando presentan a Reynolds como la verdadera estrella de la cinta, ella se detiene y comienza a correr, pero se sigue escuchando su voz.
                ¿Eso echa a perder la cinta? No, ni cuando se ven micrófonos o cables impertinentes; sigue siendo maravillosa; pero hay muchos detalles que se escapan al espectador; en muchos aspectos rinde homenaje al cine, de la misma manera en que Peter Bogdanovich en cada una de sus cintas hace citas visuales o de guión de las cintas que admira; es impresionante que What’s Up, Doc calque cada una de sus escenas de otras muchas cintas, de Harold Lloyd y Laurel & Hardy hasta El Dorado, por no abundar en que la trama es casi idéntica a Domando al bebé (o La fiera de mi niña, como prefieran), sin que pierda coherencia y sin que sea necesario identificar esas citas para disfrutarla.
                Así, Zelda, encarnada por una muy excitante Rita Moreno (homenajeada a gritos por un espectador) es una combinación de Pola Negri y Gloria Swanson, así como Cyd Charisse está caracterizada como Louise Brooks, tres glorias del cine mudo e idolatradas por Juan Manuel Torres, quien hubiera admirado más a Charisse si no hubieran resuelto un problema visual, por el que era notorio su vello púbico durante el baile con Kelly, aunque a decir de uno de los técnicos, dejamos de apreciar el vello pero es más visible lo que, de manera velada, llaman entrepierna por no decir algo más elocuente; Stanley Donen, el director o codirector, pensó que nos fijaríamos nada más los obsesos.
                La escenografía y el mobiliario de la supuesta casa de Kelly, donde inventan el doblaje y donde bailan “Good Morning”, recrea la casa donde viven John Gilbert y Greta Garbo en Flesh and theDevil, de Clarence Brown, filmada en 1928, y la trama recrea el drama que no se cuenta más que tangencialmente: Lina Lamont, por su voz chillona y poco glamorosa, perderá la chamba como actriz, lo que le sucedió a muchos actores del cine mudo (y no le tenemos lástima); de hecho, el origen del argumento fue la casa que hipotecaron y perdieron unos guionistas por no adaptarse al cine hablado; el cine, por otra parte, nació con vocación sonora, como dice Cabrera Infante, del que se están recopilando críticas no recogidas en Un oficio del siglo XX, que evidenciarán cuánto le deben algunos críticos mexicanos.
                A raíz de los elogios dedicados a Debbie Reynolds, se ha dicho que al principio no la quería Gene Kelly; en realidad nunca la quiso; él hubiera preferido a Judy Garland, June Allyson, Ann Miller, Jane Powell o Leslie Caron. Es más, en las escenas en que baila tap con Reynolds, se oye muy bien porque Carol Haney (que era su preferida para el papel) y Gwenn Verdon (la Lola de Lo que Lola quiere) bailaban y golpeaban sus muslos para dar la sensación de ritmo. Reynolds, atribulada por los regaños de Kelly, se ponía a llorar a solas y en silencio, como los machos, y fue el rival de Kelly en todos los aspectos, Fred Astaire, quien la consoló, aconsejó y enseñó trucos de baile para impedir que el codirector Kelly la echara; lo que se sabe menos es que Donald O’Connors tampoco estuvo a gusto con Kelly, quien exigía tanta calidad y tanta entrega que las jornadas diarias duraban de 18 a 19 horas, lo que propició que todos los actores enfermaran cuando menos una vez durante la filmación; el propio Kelly tenía más de 39° de fiebre cuando bailó el tema principal del filme, bajo la lluvia artificial (no puedo dejar de recordar la perversa caricatura de Don Martin en la que un hombre baila y canta “Singin’ in the rain”, pero en vez de lluvia es un concurso de escupitajos desde una azotea: si la vio Kelly debe haberse vuelto a enfermar). Ni O’Connors ni Reynolds volvieron a filmar nunca con Kelly.
                Otro detalle poco sabido es que Hagen tenía una voz muy hermosa, como se le escucha en Jungla de asfalto y Medio héroe, aunque terminó su carrera en series de televisión; la escena en que Reynolds la dobla, en realidad ella dobla a Reynolds doblándola a ella. Todos los errores y falsedades no le quitan brillo al filme; como decía José Emilio Pacheco cuando los colaboradores de un suplemento peleaban por que Biby Gaytán era natural o artificial: lo que importa es el resultado.

Colofón: la escena de la cinta de Lucas que llamó la atención de los erotómanos fue la única en que Fisher apareció con los pechos tapados pero libres; en las subsiguientes escenas y cintas de la saga le vendaban los pechos para evitar que sus movimientos llamaran la atención más que los parlamentos; lo que no se sabe más que en secreto es que Fisher al terminar la jornada, sorteaba entre los miembros del staff quién le quitaba las vendas; una de las últimas indiscreciones es que quien la desvendaba, o al menos más que otros, era Harrison Ford, quien estaba matrimoniado, pero no estaba comprometido en las cosas del querer.

Toda la información que saqué lo hice de sitios públicos, entrevistas y reportajes de los protagonistas, declaraciones de afectados; mucho, en la época en que sucedió (lo de pedalear el triciclo, por ejemplo, que ocupó las páginas de los diarios mexicanos en su momento, y que se regodearon cuando Taylor se arrejuntó con Burton; dijeron que lero lero, eso le pasaba a Fisher por jugarle chueco a la dulce flor de los pantanos; por cierto, algo parecido sucedió con dos matrimonios entre intelectuales mexicanos hace algunos años); mucha fue saliendo de indiscreciones o de revelaciones de la propia Reynolds, y muchos reportajes sobre Cantando en la lluvia, pero la mayor parte de una página de internet de la que daré el nombre a quien lo pida en mensaje adjunto o al correo.

PD. En un blog anterior escribí el nombre de bailarinas, coristas, extras, y de actores en papeles pequeños, como el transeúnte al que Kelly le da el paraguas que ya no usará, y el del policía que lo acosa. Puede consultarse con un poco de paciencia.


1 comentario:

GENOVEVA CABALLERO dijo...

¡TE AMO, Lalito! ¡Es increíble la meticulosidad y el detalle que eres capaz de notar, percibir y compartir! ¿Por qué, Dios mío, por qué no te aprendimos nada! ¡Feliz año!