Entre los
refranes más comunes en la vida cotidiana es que hay cosas que no pueden
ocultarse: el dinero (ni la falta de), la educación (así le dicen a las buenas
maneras), el enamoramiento, duradero o de un instante. Se contrapone al que
afirma que las apariencias engañan, o al de “quién la viera, tan discreta”, o
al del corazón que no se entera porque los ojos no lo vieron.
Hay frases y refranes para toda
ocasión, aplicables a cualquier persona según las circunstancias, las buenas rachas
o las malas, y las trampas que pone la vida (disfrazada de las oportunidades
que no deben desperdiciarse); además de los refraneros, las canciones contienen
una buena dosis de sabiduría popular aplicable en las buenas y en las malas.
Hay personas expertas en el arte
de engañar: escritores que no escriben pero se disfrazan de tal manera que sus
amigos y enemigos creen que un día nos sorprenderán con una obra maestra; o
escritores que no lo son pero triunfan en todos los certámenes con los que el
gobierno nos coopta (hace apenas 40 años había un premio de poesía importante,
ahora hay 40 premios a repartir), y hay quienes opinan que si no se obtienen
premios no se es escritor. Hay críticos que no leen más que sus propios libros
pero se disfrazan de críticos, y hay actores que se les nota que son actores
(para no hablar de virtudes privadas y vicios públicos).
Luego de siete, ocho años de no
verla, nos topamos con una conocida amistosa, afable, que nunca creó problemas,
y con la que no teníamos más que pláticas ocasionales, comentarios sobre la
situación del edificio, aunque María José convivió con ella y con su hijo de
manera constante y fructífera, y mantiene contacto con su hijo, quien acaba de
obtener un premio internacional (no literario, por fortuna). Luego de los
comentarios, en medio del transitar de comensales, nos confía sus actividades,
además de las que ya conocíamos (directora de una escuela de altos estudios):
en los últimos años se ha acercado al estudio de la filosofía; de pronto se le
ilumina la mirada, y nos asesta: estoy estudiando a Kierkegaard, Sartre,
Husserl (lo pronuncia de manera correcta); se detiene un instante, y pronuncia
el corolario: ustedes son así, ¿verdad?, Por eso son como son, ¿verdad? Es uno
de los mayores elogios que hemos recibido, sin que haya dicho ningún adjetivo.
Gracias a
Francisco Repetto Milán, a una edad inadecuada, prematura, comencé a leer a
esos y a otros filósofos, primero en las
páginas de ese estudioso, y luego en manuales y después en sus propios libros;
me emocionaron más que otros autores, y me obligaron a conocer a sus
antecesores; uno de los momentos más emotivos fue haber leído a Schopenhauer
con la sensación de haberle entendido; el epígrafe de mi Háganme lugar es de Nietzsche, y recuerdo con placer la época en
que lo leí, en estado casi febril, impulsado por un fragmento de La fenomenología del relajo, de Jorge
Portilla, con ensayos sobre (y contra) Nietzsche en la Revista de la Universidad, un ejemplar que conservo, ajado y
arrugado, en que se compilaban páginas suyas compiladas por sus compañeros del
Hiperión; eran los días en que comenzaba la ciudad a agitarse por el Movimiento
Estudiantil (quiso la mala fortuna que el día que conocí a Monsiváis hubiera
dejado la revista, porque ya se estaba rompiendo, y en su lugar trajera El retorno de los brujos, con su
explicación mágica aunque equívoca de “El Aleph” de Borges).
En una ocasión, hace más de 20
años, Felipe Garrido me pidió que lo ayudara con las fichas de varios
filósofos, para un diccionario de filosofía y religión; me tardé dos días más
de lo que me pidió, y mi única excusa, que no pretexto, fue que me había
deprimido al elaborar la de Schopenhauer; aunque no me creyó, publicó la ficha tal como la redacté. Aun ahora puedo repetirla, sin equivocarme ni en
la puntuación, porque sigo creyendo que decía la verdad, una verdad universal.
Que una mujer con la que no
convivimos nos relacione y se explique nuestra manera de actuar, cuando leyó a
varios de los filósofos más importantes, nos hace ver que no engañamos, que
nuestro comportamiento es elocuente, transparente, honesto (en su acepción de
sinceridad); no sé qué nos pesa más: si el orgullo o el compromiso de seguir
así. (Algo parecido me había dicho Salvador González, pero no le creí, porque es
un lector empedernido y que se deja influir por los libros y se explica la vida
a través de ellos.)
Y surge por estos días la
noticia de que el gobierno piensa recortar algunos millones de pesos en el
presupuesto para la cultura. Con Nietzsche, Sartre, Husserl, Schopenhauer como
modelos, mi única reacción es que qué bueno, porque el Estado no debería
patrocinar a los escritores, a los creadores en general; nadie debería de
escribir pensando a qué concurso, flor más bella del tejido, mandar su manuscrito
según los jurados, la temática; no debería gastarse el dinero para
damnificados, para obra pública, para vivienda, para el desarrollo, en gratificar
a los que, de manera consciente o no, adulan al gobierno y escriben para él. Se
confirma que sólo dos por ciento de la población acude a bibliotecas, las
ediciones de libros no rebasan el millar de ejemplares, las revistas
subsidiadas no se mantienen por sí solas, ni por venta ni por publicidad; las librerías de Educal son un desastre, mal atendidas, con más libros de editoriales particulares que los publicados por Conaculta, casi sin visitantes; las
cintas subsidiadas no cumplen con los ingresos mínimos para mantenerse más de
una semana en cartelera, lo mismo que el teatro: eso es dinero desperdiciado
que serviría mejor para reparar o reconstruir escuelas, mejorar salarios de
burócratas (maestros, médicos, enfermeras, la seguridad), no para becas a escritores
que tienen empleo, y al recibirla, no lo dejan, duplican sus ingresos sin
cumplir con los propósitos de las obras (o se la pasan quejándose en las redes
sociales).
Uno de los
músicos más conocidos por los cinéfilos mexicanos es Sergei Rachmaninov, porque
suyos son los sonidos que recalcan las escenas más dramáticas de nuestra
cinematografía, en El Peñón de las Ánimas;
la gente de mi edad, o un poco mayor, recuerda también las transmisiones
teatrales por televisión, a cargo de Manolo Fábregas, los miércoles por la
noche, cuyo fondo musical es su obra más conocida, el Concierto Núm. Dos para
piano y orquesta. Una pieza a la que le tengo particular afecto por varias
razones; una de las que puedo confesar es que servía de fondo musical de las
muchas pláticas que sostuve con Sergio Galindo, quien escribió sus mejores
novelas escuchando ese concierto, que repetía varias veces hasta que terminaba
un capítulo, o lo vencía el cansancio. Tenemos muchas versiones; la favorita de
Lourdes es con Van Cliburn, aunque a mí me gusta más con Svlatoslav Richter y
con Werner Hass (que podría jurar que es la que tocaban en el Teatro de Manolo
Fábregas); le tenemos también con Graffman, Barry Douglas, Arthur Rubinstein, y
estoy por comprarla con Yuja Wang, con Valentina Lisitsa y con Helene Grimaud,
que si la tocan con la belleza que tienen, seguramente serán buenas versiones.
Sé que hay un disco con el mismo Rachmaninov como intérprete, y tiene la fama
de haber sido el mejor pianista de todos los tiempos (al menos, desde que hay
registro discográfico), pero no lo he encontrado.
Es una de las piezas que ni
siquiera Von Karajan o Dudamel como directores ni Lang Lang como intérprete
pueden echarla a perder, aunque lo intentaron.
Pero no es la única, ni la mejor, obra de Rachmaninov; su Concierto número
3 es de gran belleza, sobre todo en las manos de Martha Argerich, y otras
piezas, entre menores (preludios, humoresques, polkas, canciones, fantasías) y
mayores (sinfonías, sonatas), pueden escucharse sin que cansen. Pero el público, los
pianistas y las orquestas las hacen a un lado para interpretar el segundo
concierto, del cual hay, parece, más de cien versiones a la venta.
Es el caso de una obra maestra
que hace que se le conozca al autor sólo por ella, y no acudamos con más
frecuencia a otras obras suyas. Es lo mismo que pasa con José Emilio Pacheco,
quien tiene varias, muchas, obras maestras, tanto en la poesía, en el ensayo y
en la narrativa, pero los lectores sólo conocemos y citamos una o dos de ellas;
excelentes, cierto, pero no las únicas.
Me gustan las
mujeres perdidas. Ya he hablado de Isabel del Puerto (gracias a lo que escribí
de ella hace unas semanas se puso en contacto conmigo su representante, lo que
me emociona mucho), Leticia Palma, Sarita Montiel. Ahora menciono a Gloria
Mange.
Su filmografía apenas pasa de
las 20 cintas, varias de ellas sin crédito, y todos en papeles secundarios; por
ejemplo, en Mi querido capitán es
opacada no sólo por Rosita Quintana, sino por todas las demás bailarinas en la
fiesta en casa de Fernando Soler, sobre todo por Guillermina Téllez Girón; en Salón de belleza es una clienta más, de
la que se burlan Rita Macedo y Elda Peralta; sus actuaciones con más
reconocimiento tuvieron lugar en dos filmes agradables pero que no aguantan una
visión crítica: El casto Susano y Doña Mariquita de mi corazón. En ambas
es desperdiciada su belleza, y le dan papeles de niña boba, inocente y hasta
tonta; en una, es hija del director e intérprete, Joaquín Pardavé, provinciana
novia de Fernando Fernández, y a la que deben quitarle los lentes y los moños para
que atraiga al novio, que pasa por pazguato; en la otra es hija de Óscar
Pulido, novia de Fernando Fernández, quien enamora a Silvia Pinal, y que los ve
besándose (Pinal, disfrazada de un improbable hombre –no podía ocultar los
pechos) y se ataruga, tanto que se hace novia del más pazguato Varelita; es opacada
por Pinal y por Perla Aguiar. Tiene un papel muy discreto, o mejor dicho,
apenas aparece en un par de escenas, en Especialista
en señoras, haciéndola de recepcionista en el consultorio del médico
popular entre la tropa Rafael Baledón; sólo sale dos veces, pero despertó el
entusiasmo de Emilio García Riera, quien la destaca entre tanta mujer en faldas
brevísimas mostrando piernas y calzones de los que ahora, en las redes
sociales, llaman “grannies”. García Riera la pone por encima de Rosa Carmina,
Guillermina Téllez Girón, Nellie Montiel, Su Mu Key. En su escena más
sobresaliente está sentada en un escritorio, con las piernas cruzadas, con su
faldita; dice García Riera: “había además citas verdaderas o apócrifas de
Napoleón, Cervantes, Campoamor y Paco Malgesto, y muchas piernas femeninas al
aire, con victoria visible, para mi gusto, de las de la guapa Gloria Mange”.
Muestra muslos contundentes en El mariachi desconocido, como la
cancionera que compite con Rosa de Castilla por la lujuria de Tin-Tan; canta
desentonada pero nadie lo nota, y aparece con traje de mambo, ritmo adecuado y
baile cachondo. Desaparece antes de la mitad de la película.
Más memorable aún es su
aparición en ¡Qué te ha dado esa mujer!
Surge de la nada, como novia del agente
de tránsito mañosón Pedro Chávez; debe competir más que con Carmen Montejo, con
el otro agente Luis Macías; como Chávez y Macías se reparten a las viejas (así
les dicen) sólo para vacilar (ern su acepción de echar relajo; más maliciosamente, de los actos propiciatorios), cuando Chávez la ve en serio se porta como un
patán, saca a relucir sus defectos (aunque no el principal), y logra que la
familia de ella lo rechace y que terminen su compromiso (si no era en serio,
¿para qué se comprometen?). Ella se encapricha, deja el internado donde la
inscriben los padres, y se mete al departamento que comparten Chávez y Macías;
cuando ellos llegan, se desvisten, y hasta que están Aguilar sin camisa e
Infante sin pantalones, ella pide que no se desvistan más; la encuentran,
escondida, semidesnuda, con las muy bellas piernas al aire; empiezan a
jalonearla, para regresarla a su casa, cuando llega la mamá, que escucha mal y
cree que la van a violar; cuando llegan los policías, la madre, indignada, pide
que tomen nota de cómo la encuentran: ¡muy bien!, exclama uno de ellos. Por
desgracia la visten, el padre, que es el agente del Ministerio, pide a Chávez
que se case con Mange, a lo que él se niega.
Después vuelven a encontrarse,
ella ya muy quitada de la pena, va a ver a su padre en la delegación (aunque se
supone estaba internada); cuando se entera que Chávez va a defender a la
fichita Montejo (así la llama Aguilar), pronuncia su mejor frase en toda su
trayectoria cinematográfica: “y yo que iba a suicidarme por ti. ¡La arrepentida
que me hubiera dado!”.
Después de Mariquita de mi corazón se retiró del cine; en tres o cuatro años
hizo sus 22 apariciones, y se esfumó; no hay datos de ella en las historias del
cine, ni en las redes de internet; es más, piden que si uno tiene sus datos,
los comparta. Mange, a quien le quedaban bien los papeles de ingenua, y que
pese a ello se daba a desear, se perdió para la vida pública, como Del Puerto y
Leticia Palma.
Terminó la
temporada de Ligas Mayores; queda el platillo para los villamelones; lo más
atractivo: el posible duelo entre Medias Rojas y Dodgers, no para saber cuál es
el mejor equipo, sino por una situación morbosa: en 2012 Medias Rojas armó un
trabuco, así le dicen a las novenas superiores, en el que esperaban que Adrián
González fuera el sostén a la defensiva y a la ofensiva, y aunque tuvo buenos números,
se dedicó más a la grilla y al gimoteo que a sostener al equipo: es más, una
tarde, junto con otros peloteros, fueron con el gerente general para quejarse
de que el manager no los trataba bien, no manejaba de manera adecuada al equipo
(cierto, consentían a varios lanzadores que más que estar en el juego se la
pasaban cheleando, viendo pornografía, en la chorcha); corrieron a todos los
que fueron de chismosos.
Ahora, sin él, los Medias Rojas
llegaron con facilidad al campeonato de su división; los Dodgers, gracias a la
consistencia de Adrián y a dos o tres pitchers que hicieron recordar los
tiempos de Koufax, Drysdale, Perranoski, Osteen, Podres, y al pésimo short stop
pero excelente bateador Henley Ramírez, también ganaron con cierta facilidad su
división; es decir, gracias a que se deshicieron de Adrián, los Medias Rojas
tuvieron una excelente temporada (humillando a los Yanquis, sobre todo);
gracias a que adquirieron a Adrián, los Dodgers llegaron a la postemporada.
¡Las vueltas que da el mundo!, como dijo Alejandro Chiangerott en No desearás la mujer de tu hijo.
Y se desinfló el novato
sensación Yasiel Puig: comenzó bateando cerca de .450, y terminó en .319; el último
mes bateó alrededor de .230, y se puso a la altura de José Canseco y Reggie
Jakcson como jardinero, cometiendo muchos errores aunque sólo le cargaron
cinco. Daba risa verlo cubrir el jardín derecho, que tanto honraron Roberto
Clemente, Ralph Kiner, Al Kaline, Roger Maris y tantos otros.
Si el facebook
pusiera un filtro, como eliminar cualquier escrito que contuviera más de una
falta de ortografía, nos ahorraríamos muchos comentarios fascistas, reaccionarios
e inútiles.
Qué tristes
tiempos son éstos en que tenemos que apoyar a la policía, cuando han dado tanto
de qué quejarnos y temerla, ahora y a lo largo de la historia. Es inhumano y
antinatural.
Con Salvador
Mendiola comparto un blog, Toreando escarabajos, en el que platicamos en
público escuchando discos de los Beatles, desde sus sesiones con Decca y con
Tony Sheridan, hasta Let it be. Suyos
de él son los méritos tecnológicos (fotos, videos). Ya llegamos al cuarto disco,
y ahi la llevamos.
1 comentario:
Lalito, esa ociosidad tuya y de Salvador de estar destripando las creaciones beatlíticas, es un deleite.
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