martes, 12 de julio de 2011

Como dijo don Teofilito (refranero misógino)

Una de las canciones más populares interpretadas por Pedro Infante, y prolongada en El mil amores, es “Tres consejos”, de Rubén Fuentes; los refranes son “Más vale pájaro en mano que ver un ciento volar”, “Si rasuran al vecino pon tu barba a remojar”, “Del plato a la boca se cae la sopa”; en realidad hay más: “no te hagas más ilusiones, primero me has de agarrar”; “en las cosas del cariño nunca debes de confiar”; “más vales ser desconfiado, así nunca sufrirás”; “aquel que no oye consejo nunca a viejo llegará”; “dalo poquito a poquito, y nunca se acabará”. Don Rubén confunde consejos con refranes, aunque es cierto que no hay límites definidos entre esos géneros de la literatura popular. Los consejos no se escuchan, o mejor, no deben escucharse; muchos escritores, pintores, directores, aconsejan a los jóvenes que no oigan consejos, pero no dejan de impartirlos; en realidad, nadie está a salvo de dar consejos (sí de ignorarlos, por supuesto): desde qué remedio seguir para curarse de los resfriados hasta los que invaden la vida privada (“yo sé lo que te digo”).
Los refranes, en cambio, tienen prestigio literario; Alfonso Reyes escribió un ensayo donde apunta todos los dichos del Quijote que han pasado al refranero mexicano, y hay compilaciones breves, gigantescas, especializadas en género, en época, en regiones; una de las obras venturosas de la Academia Mexicana de la Lengua es el Índice de mexicanismos, que contiene frases, dichos y refranes al por mayor. Y hace dos ediciones del Diccionario de la Real Academia obsequiaban un Refranero general ideológico español, cuyo único defecto es su volumen exagerado. En general, ése es el defecto de los refraneros, así como de los diccionarios de germanías: son demasiado extensos, repetitivos y llegan a aburrir, excepto a los especialistas, a los estudiosos del género, porque además intentan explicar lo que es explícito (excepto en algunos ambiguos: no está el horno para bollos, que da a entender que no es el momento oportuno para dirimir una disputa, pero es contradictorio, porque por lo regular se aplica cuando uno de los interlocutores está encabritado y caliente, y el refrán sugiere que está frío; ¿o será porque de tan caliente va a quemar los panes?), y las explicaciones son pudibundas, recatadas.
Excepto esos estudiosos, los refraneros los consultamos para encontrar la frase con que pudimos haber callado a un interlocutor con una frase oportuna, brillante, sarcástica; la encontramos, pero a destiempo; además de lo inoportuno del caso, hay tantas contradicciones en los refraneros, que aun cuando tuviéramos a la mano una, el interlocutor puede encontrar, en esas mismas páginas, una igual de brillante, oportuna y sarcástica, pero en sentido inverso.
Con todo y su fama, los refranes no siempre dicen la verdad; o dicen tantas verdades que es cuestión de encontrar uno que se acomode a lo que pensamos y sostenemos; por otra parte, hay tantas variedades que una discusión digamos política puede degenerar en otra filológica, por una leve variante en el refranero, según la época, la región o el género.
En el cine mexicano hay varios ejemplos de personajes que se nutren del refranero: desde el no muy afortunado Pito Pérez (mejor en el original, pero muy popular por la interpretación de Manuel Medel), hasta las muy afortunadas actuaciones de Andrés Soler en diversas cintas, desde Carabina 30-30 hasta Los tres alegres compadres, pasando por el motociclista Pedro Chávez aconsejando a Luis Macías de que deje a su novia, o usando refranes para enamorar a adolescentes, definir a una piruja, o como pretexto para no trabajar; pero ejemplos hay muchos, buenos y malos. En la canción popular, José Alfredo Jiménez, Chava Flores y Cuco Sánchez han utilizado refranes para hacer espléndidas canciones, como “No soy monedita de oro”, por citar una. (“El amor quita el hambre, yo por eso nunca me enamoro”, uno de los dichos de Pedro Chávez, no lo he encontrado en ningún refranero; hay que alabar su originalidad.)
El refranero, como tantas cosas, sufre el peligro de ser incluido entre las malas costumbres actuales: quienes vivieron niñez, adolescencia y primera juventud admirando a héroes y villanos fumadores tienen que tragarse eso de que Johnny Weismuller es mejor que Gary Cooper, John Wayne y Bogart, porque nunca se le ve fumando en la pantalla; Paul McCartney hace unos años anunció su decisión de modificar la portada de Abbey Road para eliminar el cigarrillo que luce en la mano derecha; los admiradores novatos de Pedro Infante aclaran que no era machista, sino que los guiones hacían que lo pareciera, y ha perdido brillo la frase con que Jorge Negrete lo califica: “porque cuando una mujer nos traiciona, la perdonamos y en paz, al fin y al cabo es mujer; pero cuando la traición viene del que creemos nuestro mejor amigo, ¡ah Chihuahua, cómo duele!”); los únicos que aguantan la presión de la corrección política son Les Luthiers, quienes en cada presentación suelen elogiar el físico femenino, o hacer calificaciones extremas (“anda fornicando a tontas y a locas, que finalmente son las más fáciles”) sin ser abucheados, hostigados ni boicoteados por grupos extremistas, que quieren modificar hasta la gramática por antifeminista.
Porque el refranero es antifeminista; fustiga a los dos géneros, pero se ensaña con la mujer; desde luego, también la hace la picaresca y la poesía erótica de los siglos de oro, aunque en ella a veces el erotismo es placentero, no sólo ventajoso. Pero eso es tema para una entrega (perdón) posterior (perdón, hablo en el sentido recto –perdón– de la palabra). Por ahora me limito al refranero.
No es que sea el mejor, pero es más sintético, tiene una introducción correcta pero aburrida (perdón), y abusa de las explicaciones, pero está muy bien ordenado por temas, subtemas, cualidades, defectos, características físicas y de conducta, y al final, en orden alfabético: me refiero a La que de amarillo se viste, con subtítulo de La mujer en el refranero mexicano, compilado por Ángeles Sánchez Bringas y Pilar Vallés, y publicado con cierto acierto por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (¿por qué ponen Conaculta en mayúsculas, como siglas, cuando es un acrónimo?), pues tiene erratas que sólo se explican por descuido (Peréz, por ejemplo), y con una tipografía más adecuada para relato que para un refranero (para los fanáticos de la biblioteconomía: ¿dónde colocar los refraneros? ¿Con los diccionarios? En realidad, son lo contrario a un diccionario), pero que se deja leer. (El Índice de mexicanismos traía un disquete donde podían leerse, agrupados por las referencias, los temas y otras categorías, refranes y frases, en una lectura muy cómoda; ya no funcionan con las nuevas computadoras, hay que conformarse con leerlo a la antigüita, en las páginas de un libro no muy cómodo y algo desordenado.)
Tiene menos de 250 páginas, si no contamos las preliminares, lo que en realidad son pocas para un refranero; cada categoría está muy explicada, aunque las autoras repitan refranes, explicaciones y motivos; ordenados alfabéticamente, son apenas 44 páginas, lo que ayuda a que el lector no se aburra; en los capítulos las notas no son muy abundantes, y en general tienden a consignar variantes en otras regiones o en otras épocas, aunque como buenas filólogas, menosprecian variantes más divertidas, como las pronunciadas en el cine mexicano (en especial, por Joaquín Pardavé o Sara García, mexicanizando refranes supuestamente árabes, pero en realidad variantes de los mexicanos, o Fernando Soler, que los dice con tanta gracia como su hermano Andrés) o las emitidas por las canciones populares; no es su intención, pero no consignan cuando son usados por la literatura mexicana, pródiga en el refranero, actualizándolo, adaptándolo o modernizándolo, como “Lo Cortés no quita lo Cuauhtémoc”, de La región más transparente, de Carlos Fuentes, y luego con muchas otras variantes, o el catálogo de refranes en Las tierras flacas, con mucha gracia por Agustín Yáñez, o los que deja escapar también con gracia y malicia Salvador Novo, en su lírica o en su sátira.
Aunque no abundan, a veces incluyen dichos, consejos, ejemplos de la picardía, y hasta albures, lo que muestra lo borroso de las fronteras en el léxico vernáculo estudiado por especialistas.
A continuación, una primera selección políticamente incorrecta, de este refranero que parece disfrutar de la calificación de las mujeres en el refranero mexicano:
A cualquier hora el perro mea y la mujer llora
A la luz de la tea, ni la más fea es fea
A la más cuerda, no has de dar cuerda, que es más fácil que se pierda
A la mujer, como a la carabina, tenerla cargada y en una esquina
A la mujer, el diablo le dio el saber
A la mujer y a la cabra, soga larga; mas no tan larga que se pierdan mujer y cabra
A la mula y a la mujer a palos se han de vencer
A marido ausente, amigo presente
Al hombre sesudo, la mujer lo hace cornudo
Al que Dios da buena ayuda, la mujer se le hace muda
Algo ha de tener la fea cuando el hombre la desea
Amor, dinero y pesetas y un mujer de grandes tetas
Animales ingratos, las mujeres y los gatos
Beata de las que el diablo arrebata
Boca besada, mujer entregada
Bonita y hacendosa soltera, casada lo contrario
Busca mujer por lo que valga y no sólo por la nalga
Cada rato muda el viento, y la mujer al momento
Cásate y verás lo que es coger a huevo, aguado y caro
Con esa carne ni frijoles pido
Cortan más las viejas que las tijeras
Cuando hablan las putas viejas, Dios se tapa las orejas
Cuando maduran, todas caen
Cuando se pide con fe, no hay mujer que no lo dé
De doncella que anda en lenguas, ni hagas culpa ni defiendas
De la mujer mucho bueno has de esperar, y mucho has de temer
Debajo de una manta, ni la hermosa asombra ni la fea espanta
Desgraciado el gallinero donde la gallina canta y el gallo cacarea
Dios nos ha dado mujeres para amarlas, y paciencia para aguantarlas
Doncella manoseada, cual si desdoncellada
Donde mujer no hay, va el diablo y la trae
El casado con bonita muchos ojos necesita
El chiste no está en ser cusca, sino en saberlo menear
El consejo de una vieja pierde a la buena doncella
El hombre en la plaza y la mujer en su casa
El hombre es libre de la puerta para afuera
El hombre persigue a la mujer hasta que ésta lo alcanza
El hombre quiere a mujer sana, y la mujer al hombre que gana
El que tiene mujer fea no sé cómo se recrea
El vino y la mujer, el juicio hacen perder
En casa de tu enemigo, a su mujer ten por amigo
En la mujer no hay color como el que da el rubor
Entre el sí y el no de una mujer, no cabe la cabeza de un alfiler
Eres como la gata mora, si te la meten gritas, si te la sacan lloras
Fealdad no es castidad
Hombre casado, hombre acabado
Hombre celoso, o es cornudo o quiere serlo
Huerto, mujer y molino, requieren uso continuo
Ira de mujer, ira de Lucifer
La buena teta, que en la mano quepa
La cusca regenerada, de cusca no tiene nada
La memoria, cual mujer, suele a veces ser infiel
La mujer buena no tiene ojos ni orejas
La mujer, como el vino, engaña al más fino
La mujer honesta, en su casa y no en la fiesta
La mujer llora antes del matrimonio, el hombre después
La mujer o ama u odia, no conoce medio alguno
La mujer que toma su cuerpo dona
La mujer, si es hermosa, te la pegará; si es fea, te cansará; si pobre, te arruinará, y si rica, te gobernará
La mujer y la mentira nacieron el mismo día
La mujer y las tortillas calientitas han de ser
La que da beso, da d’eso
La que es buena esposa, es limpia y hacendosa
La que mucho los ojos mece, es puta o lo parece
La vergüenza y la doncellez, se pierden sólo una vez
Las mujeres en sus ratos, arañan más que los gatos
¿Las quieres enamoradas?, que se sientan despreciadas

Aluego seguimos

(Cusca, dice el DRAE, es hacer algo que molesta; el Pequeño Larousse dice que en México es "prostituta"; pero los diccionarios de mexicanismos, tan hispanos ellos, no lo recogen [perdón], ni los panhispánicos ni los de dudas. Por cierto, qué papelón.)

(Casi a diario, tres blanqueadas, ocho o nueve juegos por ventaja de una o dos carreras; bueno, Ichiro Suzuki batea .270; es año de pitcheo.)

(Dèja Lu hasta a sí mismo se copia.)

(Como en el cuento de Fredric Brown, las computadoras hacen lo que desean: la que me domina envió al periódico, aunque ya estaba borrada o suprimida, una columna que ya se había publicado. Si logro saber cómo lo hice, podré dominar el mundo. Por lo pronto, ofrezco una disculpa a quienes lo advirtieron; a los que no, para qué.)

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