lunes, 28 de marzo de 2011

El ¿futuro? de los discos

En 10 años con Mafalda, Quino confesaba su temor a que, cuando fuera viejo, se la pasaría renegando de la música moderna igual que entonces los viejos reclamaban que sólo los tangos eran buenos.
Casi me pasa igual; dentro de dos semanas aparecerá a la venta el nuevo disco de Paul Simon; los que lo han oído dicen que es el mejor que ha grabado desde The Rhytm of the Saint y que tiene cuando menos el vigor y la alegría de Still Crazy After All This Years y de Graceland, y que musicalmente recuerda Paul Simon, el primero de sus discos solistas; es más, anuncian desde ahora que aparecerá en disco compacto y en edición de lujo, esa que no recomiendan los que saben, en el caso de The Who; en este caso, además del disco se añade un DVD.
No es el único anuncio; dentro de una semana sale a la venta How to Become Clairvoyant, la nueva obra de Robbie Robertson, uno de los músicos más notables, y a quien Bob Dylan le debe muchísimo; por lo que se sabe, platicaba con Clapton, y comenzaron a tocar la guitarra, a improvisar; compusieron tres canciones, telefonearon a Steve Winwood quien se sumó a las sesiones, y de pronto tuvo un nuevo álbum.
Chance llegue el de Simon (“¡el nuevo de Simón, hijo!”, dirían en Hip 70 si todavía existiera esa tienda); es más difícil que traigan el de Robertson; hace unos años no me hubiera preocupado porque a la semana de aparecer en Estados Unidos, o a los diez días de salir en Londres, me lo hubiera apartado Jesús Iturralde en Music Center, y una semana después lo estaríamos comentando con entusiasmo; Jesús y yo siempre fuimos fanáticos no sólo de las canciones, de las letras, la voz de Simon, también de su maestría, poco reconocida, con la guitarra acústica; también de los riesgos y sus experimentos; Surprise, su disco anterior, está hecho en colaboración con Brian Eno, uno de los músicos más audaces de los últimos años, y más cercano a la música de concierto que al rock; y la admiración que teníamos por The Band, aunque no la externamos mucho, cuando menos la compartimos también cuando lo escuchamos respaldando a Dylan en la extraordinaria versión de “Like a Rolling Stone” que se escucha en Historias de Nueva York (pocas películas con tantas canciones excelentes; qué manera de utilizar “A Whiter Shade of Pale”, la pieza más escuchada del rock, según los expertos; pocas canciones con tan mala leche como “People Will Talk” –“specially the fool”, acompletan— de Kid Creol and the Coconut).
Deben recordar a Jesús Iturralde: en sus programas de radio, sobre todo “Panorama 101” y después en La Pantera revivida, daba clases de música y lecciones de elegancia con respecto de la música; su Music Center, primero en Plaza Polanco, después en Galerías Insurgentes, y posteriormente en Perisur, era no la única, aunque sí la más puntual, la mejor informada, la mejor surtida de las tiendas de música popular; conseguía casi todo lo que se le pedía, y era imposible salir de su tienda sin cuando menos una compra; el paso del acetato al compacto no lo afectó; en su Music Center adquirí los primeros CD, mercancía a la que me resistí durante mucho tiempo (incluso Lourdes y yo hicimos que un entusiasta desistiera de comprar un reproductor, porque nos escuchó decir que habíamos leído que los discos compactos, por la manera en que estaban grabados, a los diez años estarían inservibles); muchos amigos se deshicieron de sus colecciones de discos para sustituirlos por CD; algunos, de colecciones muy estimables; ahora están descubriendo que los buenos discos se escuchan mejor en acetato que en compacto, a menos que éste esté rerremasterizado y retrabajado, lo que aumenta su precio, y no sé si su valor; cuando menos en la música de concierto, es notable la diferencia a favor del acetato.
Jesús acaba de estrenar estación de rock por internet en la dirección http://www.facebook.com/l/7c7a3xw9QAMRAHhEhAc3gMS5EPg/www.radiodesdemexico.com;
promete, y me consta que cumple, programar sólo lo mejor que se haya producido desde Beatles hasta estos días; “extraño Music Center”, le dije hace unas semanas; en las nuevas tiendas es imposible conseguir lo que anuncian las revistas especializadas; y sólo lo traen si uno les da un anticipo que, anticipan, no lo regresan si no consiguen la grabación; en todo caso, se aplica a otro disco (¿y si uno no quiere otro?); el último que me consiguieron fue hace como cinco años, el Concierto para violín y orquesta de Beethoven, con Stephanie Chase; y hasta para preguntar por cintas de Richard Lester hay que deletrearles el nombre cuando están en la computadora. “Más la extraño yo”, me contestó Jesús; y es que no pude conseguir varios discos que los expertos calificaron entre los mejores de 2010, y las estanterías muestran discos sin imaginación, imposible de apreciar porque son monótonos; o ya no estamos aptos para apreciar si tienen otras cualidades más que están hechas para la coreomanía (una enfermedad que, cuenta Ruy Pérez Tamayo, causaba histeria colectiva que conducía a grandes grupos a bailar sin descanso, también sin ritmo, durante días, hasta que caían exhaustos, y despertaban sin saber qué los había poseído; los que despertaban, porque muchos murieron; y los ataques se sucedieron en varias partes de Europa –¿sería el origen de El flautista de Hamelin?— y hace un par de siglos no se registra; pero en los salones de baile, llamados antros quién sabe por qué, se acercan bastante a los síntomas de esa epidemia).
La piratería acabó con las buenas tiendas de discos; la ausencia de algunas tiendas célebres como la que estaba en el edificio Aristos, por el Sanborns de Aguascalientes, ha dejado sola a Margolín, con sus asegunes, en la música de concierto; en las MixUp les dio por juntar las secciones de clásico con New Wave, los soundtracks y otros géneros no tan apreciables, y redujeron las existencias de todos los géneros; las revistas especializadas dan cuenta de decenas de nuevas versiones, ellos aseguran que muy apreciables, de obras consagradas y otras por consagrar, que es imposible conseguir aquí; “si no lo tiene Amazon es que no existe”, afirma Luis Zapata. Y sí, parece que ya es la única opción para conseguir muchos discos, y sin tener que explicar quién es Milos Forman, de qué se trata Algo gracioso me sucedió cuando venía camino al foro; que no confundan El buey sobre el tejado con El violinista en el tejado, y que si queremos cuatro versiones diferentes del Concierto para violín y orquesta, de Beethoven, es cosa muy nuestra, y no es por las fotografías de Hilary Hahn, Janine Jansen, Patricia Kopatchinskaja –ésta armó un alboroto en México hace unas semanas precisamente con este concierto— y Stephanie Chase, sino porque son versiones muy apreciables, excelentes (no tanto como las de Menuhin, pero casi—; hay que admitir, sin embargo, que las violinistas rusas son más bellas y menos toscas que las tenistas rusas). Que no hay que explicar, como en MixUp, que no es lo mismo Von Karajan que Karl Bohm ni, mucho menos, que Wilhelm Furtwängler.

Y uno comienza a hacer cálculos; pero el desconcierto es mayor; del disco de Simon hay cuatro versiones; una en acetato (¿cuándo entenderán en los almacenes que está regresando el acetato, que no todo son mini y microcomponentes? ¿Dónde conseguiremos agujas buenas?), en compacto, en compacto más DVD, y en descargas de MP3. También dicen los especialistas que para qué siguen haciendo discos si más bien la gente va a andar con su reproductor de MP3, o su IPod, con más de 500 canciones, cargándolas por todas partes, sus audífonos en el oído, con más comodidad que antes cuando traían su casetera portátil; si en un disco cabe toda la discografía de Beatles en vez de tener los 12 y tantos discos más las antologías y más las recopilaciones (falso: en donde anuncian los conciertos en el Hollywood Bowl, por ejemplo, lo que hacen es repetir las canciones de los discos originales), o todas las canciones, sin más orden que el alfabético, de las canciones de Elvis Presley, o todos los discos de Clapton en uno solo; o todo Traffic.

En “Shapes of Things”, del álbum Truth, el primero “solista” (con los acompañantes que tiene, es imposible decir “solista”) de Jeff Beck, se recomienda “This must be played at maximun volumen whatever phonograph you use”. ¿Y eso cómo puede hacerse con un IPod o un MP3? ¿Cómo ecualizar una computadora para aislar las líneas del bajo eléctrico de Paul McCartney en “Something”, que es una de las piezas donde más se luce? ¿O cómo ecualizar un MP3 para escuchar con claridad el lavadero de madera que usa John Lennon en “Tell me What You See” en vez de la guitarra rítmica? ¿O cómo hacer para aislar la batería de Ringo en “In my Life”, o la de Keith Moon en “Who Are You”, o el bajo de Entwistle en “My Generation”? No puede apreciarse qué fue lo que causó escándalo en los estrenos en todos los países de El buey en el tejado de Milhaud, a menos que se escuche a un volumen alto (sin molestar a los vecinos), y una ecualización apropiada; pero todos los micro y minicomponentes vienen preecualizados, y eso impide la reproducción correcta de una obra musical; se pierde la flauta del segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven, sobre todo en las interpretaciones de Furtwängler. Si uno hace cuentas, sale más barato descargar todo el nuevo disco de Simon, Tan bella o más o menos, que comprarlo, a 10.80 dólares contra los 14.95 más el envío, y se descarga al instante, nomás que comprueben que la tarjeta de crédito tiene crédito, y no hay que esperar una semana mientras lo mandan, y esperar que no se lo vuelen los vecinos. Además, se descarga en la computadora y allí puede pasarse a un USB para pasarlo al MP3 y al disco, e incluso revenderlo, que es lo que se supone que quieren evitar, o sea la piratería.

“Prefiero darle a ganar 15 pesos a un cuate que me consigue discos pirata que a las pinches transnacionales”, me decía un cuate, hasta que se expuso a que se piratearan su libro. Por fortuna acaban de prohibirle a un buscador de Internet que permita la descarga gratuita de cientos de miles de libros, porque atenta contra los derechos autorales; no evita la piratería (además, ¿quién cree que es igual leer un libro en la pantalla de la computadora que en un libro? Sólo los que no leen libros), y ésta ha puesto en una situación económica difícil a las editoras, tanto de libros como de música. Hasta que los discos pirata dejan de sonar, o hasta que dañan a los tocadiscos; el problema es que las disqueras se desesperan, y sólo graben para los reproductores de MP3; será más barato para todos, pero el costo en la calidad será altísimo, y puede ser que irremediable, que ganen los que sólo quieren oír y no escuchar. ¿Podrán sacar unos cuantos miles para todo el mundo, y subsanarán el costo con los que paguen por descargar los discos?
Tenía razón Quino: uno siempre reniega de los tiempos modernos (porque además hay quien afirma que los discos se oyen mejor no en los aparatos estereofónicos, sino en los Alta Fidelidad. Por ejemplo, Neil Young, que sabe un resto de música).

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