domingo, 11 de enero de 2009

Zaid y Uribe, gran poesía en dosis pequeñas

En tiempos en que la crisis económica (visible desde hacía casi dos años, aunque no la advertieron autoridades ni especialistas) hace ser cautos en cuanto al futuro de la industria editorial, aparecen libros de dos poetas que se niegan a publicar más que a cuentagotas: Canciones de Vidyapati, de Gabriel Zaid, y Última función, de Marcelo Uribe.
El primero no es nuevo; se ha publicado a lo largo de poco más de cuarenta años en diversos suplementos y revistas hasta que fue incluido en la célebre colección El Pozo y el Péndulo, de Editorial Latitudes, dirigidas por Carlos Isla y Ernesto Trejo (el primero, poeta y narrador que falleció hace poco más de 20 años), con tiraje de mil ejemplares, en un cuaderno de 29 páginas, más la bibliografía de Gabriel Zaid y una lista de otros títulos de la colección (entre ellos, La sangre de Medusa, de José Emilio Pacheco). Salió a la luz el 31 de agosto de 1978 (perdonarán la ultraprecisión, pero el dato viene en el libro); luego formó parte de Sonetos y canciones, en El Tucán de Virginia, otra editorial si no marginal, cuando menos no industrial, dirigida por Víctor Manuel Mendiola y Luis Soto, el 31 de enero de 1992 (perdonarán que omita el tiraje, que no viene en el colofón porque ya para entonces había desaparecido o desvanecido la ley que obligaba a los editores a informar el número de ejemplares impresos).
En ésta, alternaba con unos “Sonetos en prosa” y unas “coplas populares al gusto de Fernando Pessoa”.
Los sonetos en prosa no están incluidos en Cuestionario, pero sí en Reloj de sol; ni las Canciones ni las Coplas están recogidas en ninguno.
La nueva edición de las Canciones de Vidyapati, en Taller Ditoria, es una belleza como objeto, aunque un tanto incómoda para la lectura: sólo están impresas las páginas nones, pero las pares cuentan para la foliación; al abrirlo al azar, uno piensa en esos ejemplares que vienen con medio pliego en blanco, y que molestan cuando se trata de, por ejemplo, una novela policial (especialmente cuando, como le sucedió varias veces a Sergio Galindo, vienen en el último pliego); sobre todo que al final del libro se incluye una muy chismosa lista de patrocinadores de la editorial, en desplegado, impresas también las páginas pares, con las únicas erratas en todo el libro, y con doble orden alfabético (¿es Reyes quien insinúa que el alfabético es el único orden en que pueden ponerse los escritores?); el colofón es creativo, informativo (vienen casi todos los créditos de quienes participan en la edición, ahora que todos omiten a los que limpian erratas o las perpetúan) y difícil de leer, porque está formado con la tipografía menos clara que la utilizada en el cuerpo del libro, y con una impresión muy oscura; ésta sí informa que consta de 350 ejemplares, 150 de ellos firmados, pero no dice si fuera de comercio. No contiene información de la fecha de publicación, o una muy confusa: marzo 1- junio 25 2008; ¿fecha de inicio y de terminación de la formación, de la impresión, de la encuadernación, de la aparición?
La página legal, sin ninguna audacia, advierte en cambio de sanciones a quienes se atrevan a reproducir parcial o totalmente la obra sin permiso del editor, lo que viola la ley de derecho de autor donde se permite, en una reseña o crítica o comentario reproducir (para ejemplificar o ilustrar) algún fragmento de la obra, dando por supuesto la fuente (las editoriales en cambio reproducen fragmentos, notas, ensayos completos sin autorización de los autores, a veces sin avisarle, y desde luego sin pagarle, a menos que sean célebres los plagiados, y no siempre; disculparán la pedrada pero acabo de enterarme que se plancharon un ensayo mío acerca del periodismo de García Márquez en Colombia, sin mandarme siquiera un ejemplar). Lo curioso es que el © se lo adjudica la editorial, cuando es obvio que es de Zaid aunque lo ceda, por esta edición, a Taller Ditoria. En las solapas hay comentarios de Julio Hubard y lista de otras publicaciones, algunas de las cuales es de lamentar que no lleguen a las librerías.

Última función, de Marcelo Uribe, está publicado por Almadía, editorial oaxaqueña aunque el libro haya sido impreso en Ingramex, en Iztapalapa, México DF (no en Ciudad de México, ortografía agringada en Taller Ditoria); la página legal es convencional (no el colofón, más informativo de lo normal, aunque carece de datos del tiraje); el formato no presenta audacias, pero sí una elegancia y una sobriedad que se están perdiendo en la industria editorial mexicana que parece empeñada en parecerse a la española que ya no se parece a la bella industria editorial española de los años setenta.
La portada, sencilla aunque con un suaje que semeja una puerta que se abre a unas ilustraciones sin crédito (y a los sentimientos), pero que pudieran ser de Mark Rothko, de Edgard Hopper o del mismo Alejandro Magallanes, quien se encarga del diseño del libro y al parecer de la editorial. En las solapas hay información sobre Marcelo Uribe (entre ellas, su labor en pro del libro mexicano y de la ley del libro; por desgracia, ésta, ya aprobada, es violada por algunas editoriales, que condicionan el mismo descuento a las librerías pequeñas que a las grandes, sólo si encargan la misma cantidad que las cadenas monopólicas), una ilustración, y en la contraportada una orientación del libro.
Una diferencia de Almadía con Taller Ditoria es que en ésta abundan los nombres conocidos, y la oaxaqueña se alimenta más de nombres desconocidos, excepto Hugo Hiriart y el multifacético Juan Villoro.

Hay coincidencias entre ambos poetas; reacios a publicar poesía, en estos libros abordan un género aún más singular: Zaid, las canciones; Uribe, darle cuerpo a las artes plásticas.
No son escasas las canciones en la poesía de Zaid; abundan desde sus primeras páginas, con una cercanía jovial e intencional con otras canciones, con la canción popular mexicana, e incluso con versos prestados o recuperados de ellas (“una paloma al volar”), o de corridos que son versiones mexicanas de los romances que son la forma poética de las canciones hispanas; entre los poetas a los que Zaid se acerca con mayor empeño están quienes escriben esta forma de poesía: José Gorostiza, García Lorca, Jorge Guillén; muchos sus poemas tienen ritmo del cancionero, abundan los que se llaman canción (“Serenata huasteca”, “Elegía”, “Canción”, “Canción de seguimiento”) y otros que simplemente lo son o parecen serlo (“Marxismolinosismo”, “Muchacha madrugadoras”, “Nacimiento de Eva”, “Haciendo guardia”, “Elogio de lo mismo”, “Alabando su manera de hacerlo”, “Alucinaciones”).
No es una traducción, sino una versión de algunas de las canciones de Vidyapati; tienen muchas de las características de los poemas de Zaid: el ritmo, los giros, la sorpresa, la pasión, el humor; sólo se diferencian en que éstas sí parecen “poesía autobiográfica” porque están escritas en primera persona. Todas son memorables e intensas.
La explicación histórica tiene la misma exactitud de la prosa de Zaid: concreta, llena de información y deja con ganas de que sea más extensa, como por ejemplo el análisis que hace de algunos poemas de Pellicer.

Marcelo Uribe también traduce o mejor, presenta su versión de los hechos; no de otro poema, sino cuadros, que por desgracia no están expuestos; pero mejor, porque queda sólo la visión de una sensibilidad trasladando a las palabras las sensaciones que entran por los ojos; ¿es permanente la sensación provocada por la poesía que la que nace de las artes plásticas? ¿Es necesaria la poesía para perpetuar la que provoca la pintura?
La mirada de Uribe es melancólica, pero no triste; puede ser pesimista, pues presiente que del pasado y del presente no quedará más que cascajo, y por ello hay que recuperar las sensaciones menos demoledoras, y hacer que se muevan, que se renueven, que su transformación sea constante para evitar que muera, como las casas inmóviles.
No es una visión catastrofista, ni siquiera pesimista, pero sí de añoranza por que el presente no se perpetúe, que la música se desvanezca, que los colores se esfumen, que los sentimientos se alejen, que los recuerdos sean mentira, se desmoronen.

Ambos libros hablan del amor; en Zaid la referencia es juguetona, el tono es pícaro, y todo es esperanzador: todo está por suceder; Uribe se refiere al presente y hay desesperación por que no desaparezca, por que siga sucediendo.

También es de destacar que en tiempos en que las librerías (a las que posiblemente no lleguen estos libros) buscan éxitos rotundos aunque fugaces, aparezcan estos poemarios en busca no de muchos lectores, sólo de los necesarios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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