miércoles, 7 de marzo de 2007

Shakespeare y sus traductores


Shakespeare y sus traductores
Eduardo Mejía
Muchas pláticas literarias terminan con un estribillo infalible e irremediable: todos los temas ya los escribió Shakespeare.
Sí, en sus 36 obras se abarcan todos los temas: amor, odio y muerte, con sus variantes y en todos los tonos, pero el mayor es el de la tragedia: Otelo, McBeth, El rey Lear y Hamlet.
En su primera etapa sobresale Romeo y Julieta, aunque en la edición de Abbey Library, a cargo de Sybil Thorndike, está colocada en el lugar 29. Posiblemente sea la más conocida de toda la producción de Shakespeare, y una de las más llevadas al cine; en su guía, Leonard Maltin recoge cinco versiones sobresalientes, desde la de George Cukor en 1936, con Norma Shearer y Leslie Howard, a la de 1996, de Baz Luhrmann (no incluye la de Cantinflas y María Elena Marqués), sin mencionar las paráfrasis, variantes y adaptaciones, West Side Story la mejor de todas.
Es la más desconocida, o mejor dicho, la que más ha sufrido el encadenamiento al lugar común, y sobre todo, la condena a las malas traducciones; la hermosa coreografía planeada por Shakespeare se anula porque desde el principio se sabe que los protagonistas van a morir de manera trágica, y se pierde de vista la carga erótica, la picardía, la pasión, y otras características, como la lealtad, la amistad, el deber y el destino que vence todas las buenas intenciones para malograr la meta de la felicidad.
Existen muchas versiones en español, pero no todas son fieles al original ni logran entender el ritmo de la obra; el resultado es que casi siempre la obra resulta sórdida, triste y predestinada al llanto fácil, cuando en realidad, excepto el muy conocido final, es alegre y conmovedora, y nunca cae en la cursilería.
La escena del balcón, cuando Julieta y Romeo definen sus sentimientos de una manera intensa y hermosa, es una prueba para cualquier actor (incluidos Pablo Mármol y Vilma Picapiedra); por lo visto también para los traductores.
Al final del segundo acto, escena segunda, Julieta, después de mucho despedirse sin ganas de irse ni de que se vaya Romeo, dice: “Good night, good night! Parting is such swett sorrow / That I shall say good night till it be morrow”, o sea que se la pasaría diciendo “buenas noches” hasta que se hiciera de día, sin que él se marchara.
Ese párrafo se le ha complicado a los traductores hasta hacerlo incomprensible, o más aún, hasta hacerlo ridículo, cursi, y cambiarle su significado.
Robert Wise, en West Side Story, coloca a Natalie Wood y a Richard Beymer en la escalera de un edificio del barrio latino de Nueva York; ellos se resisten a despedirse a pesar de que el padre de María la llama (en la obra, es la nana) y con las voces de Marni Nixon y Jim Bryant entonan “Tonight”, de Leonard Bernstein y Stephen Sondheim, y se dicen adiós y que se adoran, en una hermosa paráfrasis de esa escena.
Veamos algunas de las traducciones accesibles. En la edición de Colihue, en traducción de Mariel Ortalano, se reduce a “Decir adiós es un dolor tan dulce que diré buenas noches hasta el alba”.
En la edición de Cátedra, versión anotada de Miguel Ángel Conejero, dice: “Es tan dulce la pena al despedirse, que así diría hasta el amanecer”.
El inefable José María Valverde, traidor a James Joyce y a Herman Melvilla, también traiciona a Shakespeare al traducir: “La separación es tal tristeza dulce que diré buenas noches hasta que sea de día” (y eso que lo dice en prosa), en una edición de Planeta que retoma Millenium. Si bien el segundo verso se acerca un tanto al original, el primero es terrible, lo deforma irremediablemente.
En Ediciones Leyenda ni siquiera se atreven a darle crédito al traductor que lo interpretó: “Triste es la ausencia y muy dulce la despedida, que no sé cómo desprenderme de los hierros de esta ventana”. Cuando menos es audaz.
María Enriqueta González Padilla salió mejor librada con una versión en verso: “Es tan dulce la despedida / que estaré hasta mañana diciendo buenas noches”. Toda la traducción es decorosa, y se encuentra en la colección “Nuestros Clásicos” de la UNAM (no es fácil encontrarla, más que en ferias de libros).
Editores Mexicanos Unidos y su traductora Blanca Mayore, en cambio, decidieron no meterse en problemas y la resolvieron de este modo: “Adiós, buenas noches…”.
En una edición avalada por la SEP, de Conaculta/Oceano, la alargan innecesariamente: “¡Adiós! ¡Adiós! Amarga es la partida; / tan dulce, empero, es esta despedida, / que alejarme no sé de mi ventana, / do te dijera adiós hasta mañana”. Jaime Clark es el traductor.
Por fortuna circula (muy poco) la edición de Losada, mucho más cercana al espíritu de Shakespeare: “¡Buenas, buenas noches! / Decirte adiós es un dolor tan dulce/ que diré buenas noches hasta el alba”. La traducción, en verso libre, es de Pablo Neruda, y está a la altura de sus mejores obras; alegre, pícara, sensual. Hay mucho parecido entre la versión de Ortalano con la de Neruda, sólo que la de éste es muy anterior. (Gandhi anuncia en su página una edición suya de esta versión de Neruda, a precio muy bajo; no está en México la edición de Alianza Editorial, cuyas versiones de Shakespeare son notables.)
¿Hay que insistir que para traducir poesía hay que ser poeta, y que las obras maestras por algo son magistrales? Y también es cierto que pocas palabras más hermosas para decir de manera tan intensa que no se desea decirle adiós a alguien.
Y que hay que releer a Shakespeare.

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