jueves, 8 de febrero de 2007

Actualidad de Kafka

Eduardo Mejía

Asombra que La metamorfosis, de Franz Kafka, uno de los textos más complejos y ambiguos que se hayan escrito, sea lectura de adolescentes, pero es uno de los más gustados en preparatoria y bachillerato, pese a que siempre se le ha malinterpretado y, como sucede con todos los clásicos, se ha convertido en un lugar común y se le ha desprovisto de toda su carga subversiva.
La anécdota es conocida incluso por quienes no la han leído, y minimizado por quienes la leyeron para saber de qué se trataba; es uno de los libros más conocidos, y editado muchas veces por Porrúa, con un espléndido prólogo de Milan Kundera, vertido al español por Ernesto Rodríguez Arias; existe una edición nada mala, en Planeta, traducida por Miguel Salmerón, y la versión clásica es la de Losada, ahora reeditada por Oceano-Losada, con la excelente traducción de Jorge Luis Borges, insuperable por el lenguaje fluido, exacto, que parece tanto de Kafka como del mismo Borges.
¿Por qué aparece ahora una edición de Era, con buena traducción y prólogo mínimo del novelista de moda César Aira? ¿Cómo pretende superar a Borges? ¿Es menosprecio del pasado, como con las pésimas traducciones de Joyce y de Proust cuando existían otras excelentes? Como aparece en la nueva colección Bolsillo Era, no contiene más que el texto de La metamorfosis, mientras que la edición de Planeta añade otros relatos de animales; la de Losada algunos de los cuentos de La muralla china y la de Porrúa (en colección “Sepan Cuantos…”), El proceso y textos aledaños. Desde luego, no es por la comercialización: los profesores y los estudiantes seguirán prefiriendo las otras ediciones.
El motivo de la nueva edición es que éstos son momentos de leer a Kafka de diferente manera, porque los tiempos son muy distintos, tal vez más cercanos a la tensión política y de incertidumbre social y económica en que vivió Kafka que cuando lo tradujo Borges y que cuando lo editó Porrúa (la de Planeta es mucho más reciente).
Borges lo rescribe en 1943, cuando se vislumbraba el final de la Segunda Guerra Mundial, y se vive el comienzo del derrumbe nazi; la de Porrúa es de 1985, de incertidumbre económica pero un poco más estable en cuestión política.
Kafka la escribió en 1912, poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, y en medio de conflictos irresolubles de nacionalidad; es checo, es judío, escribe en alemán; son tres características que se contraponen; ¿a qué se debe más fidelidad: a la idiosincrasia, a la personalidad, a la ética o a la vocación?
En su estudio introductoria, Aira recalca que Kafka vio en La metamorfosis un texto cómico, y compara la situación del protagonista Gregor (Gregorio, en la traducción de Borges) Samsa, con las que se viven en programas televisivos como Alf (o Mister Ed, pero a éste pocos lo recuerdan); Max Brod, amigo y protector de Kafka, relata que el escritor se revolcaba de las carcajadas al narrar las peripecias de sus protagonistas.
En efecto, son bastante cómicas, mientras no las viva uno; eso de ser juzgado por algún delito tal vez real pero del que uno no sabe que sea delito; eso de que se le impida el paso al castillo exclusivo para uno; eso de perder la identidad y convertirse en masa, es terrible; sin embargo, ya se ha vuelto lugar común en la burocracia mexicana, porque quien tiene que hacer trámites irresolubles se encuentra con alguien a quien se le ocurre que falta algo más, alguien quiere imponer su autoridad porque es la única manera de sentirse importante; hay alguien que se aprovecha del mérito de los otros; tanto, que ya también es un lugar común lo de calificar a Kafka como escritor mexicano costumbrista, sin darle el crédito al autor de la frase, el abogado Alejandro Palma, como nos lo hace saber Gabriel Zaid.
En la nueva traducción de Aira hay diferencias con las anteriores; Borges dice: “Estos madrugones lo entontecen a uno por completo”; Rodríguez Arias: “Este tener que madrugar, pensó, lo estupidiza a uno”; “Levantarse temprano lo vuelve a uno completamente idiota”, dice Salmerón; “Es madrugar tanto lo que idiotiza a uno”: Aira.
No es cuestión de estilo, sino de matiz; cuando está a punto de desatarse la crisis, cuando van a descubrir la metamorfosis, Rodríguez Arias escribe, al definir la situación laboral de Samsa: “¿Es que los empleados, todos sin excepción, no eran más que pillos?”; Salmerón: “¿Es que todos los empleados eran canallas?”; “Borges: “¿Es que los empleados, todos en general y cada uno en particular, no eran sino unos pillos?”, Aira es más contundente: “¿Tenían que ser tratados como delincuentes todos los empleados, sin excepción?”. Para esto, ¿valía la pena la nueva traducción? Sólo si se le observa desde un punto de vista político.
La trama, divertida o angustiante, no refleja más que una situación: la que vive el hombre que es diferente de los demás.

(Una versión levemente distinta fue publicada en El Financiero, en la columna El sabueso de las Baskerville)

No hay comentarios: