Cada vez que he escrito “seísmo”, correctores de casi todos
los diarios en donde he colaborado o trabajado lo cambian al más periodístico
“sismo”; ¿para qué discutir, para qué enviarlos a los diccionarios, para qué
alegar cuál es más correcto, si siempre que lo he escrito ha sido bajo
circunstancias poco amables?
No es
fácil describir lo que se siente cuando hay cientos, miles que lo sufren más
que uno; no es fácil hacerse la víctima; sólo cuando Diego estaba en Chile durante
el seísmo de 8.8 que sacudió aquel país, pude escribir y describir la angustia
primero, la incertidumbre después, el alivio salvador, y luego la espera
ansiosa de su regreso, al mismo tiempo que la solidaridad de tantos amigos,
incluso a muchos que aún no conocía o que no he conocido, que hicieron tanto
por él y por nosotros.
Desde
los seísmos de 1978-79 comencé a leer libros serios, y sabía lo que estaba
pasando; no pude evitar angustia, no por haber estado cerca de sufrir, Lourdes
y yo, un golpe inesperado; ni por ver que los libreros de la entrada, con más
de dos mil libros, se habían caído; ni estupor al ver que nada más, excepto un
reconocimiento de El Financiero,
había caído; ningún otro librero, ni siquiera el que tiene mal acomodados más
de 200 diccionarios o enciclopedias; era angustia al creer que, enterrado entre
tantos libros, pudiera estar, inmóvil o golpeado, el pobre Gibbs; nos tardamos
en encontrarlo más de 20 horas escondido, en la parte de atrás de un librero
muy firme, comprado en La Lagunilla hace más de 35 años; atrás de una colección
de ediciones raras, viejas y nuevas de Daniel Cosío Villegas.
Parece
haber sido, lo digo con frivolidad, un temblor antibibliotecas; a varias
amistades se le cayeron libreros, uno o varios; es nuestra oportunidad, al
reacomodarlos, de deshacernos de varios ejemplares, no por golpeados, eso no le
quita valor, sino porque veremos su inoperancia, su inutilidad, y quedarnos
sólo con los libros valiosos, literariamente. Lo demás, muestras de aprecio y
cariño de muchas amistades, de las que nunca había dudado; difícil nombrar a
todos, pero no podemos dejar de mostrar gratitud a Julieta Huerta y a Ivette
Jiménez, que nos ayudaron a recuperar la confianza y, en lo que se puede, la
tranquilidad.
Lo grave es lo que se ha descubierto: la cobardía de los
políticos, que se escondieron un par de días, cuando menos, y reaparecieron
pálidos, con gesto de pavor, temblando de miedo, y trataron de aprovechar, en
lo que pudieran, y ganar el voto de la
gente que, más que nunca, los desprecia por cobardes, timoratos y oportunistas,
y que se fueron a hacer campaña donde creen que no los iban a alcanzar las
réplicas sísmicas ni políticas; ya sabemos quiénes son, los hemos estado observando
más que nunca.
Se ha
puesto en evidencia la corrupción; si ya conocíamos la de los políticos, más
aún la de la iniciativa privada, los que se aprovecharon de lo pendeja que es
la gente desmemoriada y compró donde en 1985 se habían caído los mismos
predios, sólo que ahora más elegantes. Y también la de los sindicatos de
maestros, los buenos y los malos, que cada año piden a los padres que se
cooperen con la pintada, con una enyesada, con material del que sea para
apuntalar una barda, para remendar una pared, para disfrazar humedades, y se
han quedado con los recursos que dan las autoridades de la SEP; y ésta, por
omisa, por carecer de supervisión, por no mandar al carajo a los líderes
sindicales, enriquecidos de la manera más vil, a costa de la seguridad de los
más indefensos, los estudiantes desde preescolar hasta los más altos estudios.
Vivo en
la Miguel Hidalgo, se supone frontera entre terreno firme y terreno lacustre,
que no había sido golpeada por seísmos anteriores; ahora los daños fueron
inesperados por muchos motivos, sobre todo la cercanía del epicentro y lo
superficial del epifoco (lo advertía el libro Cordilleras, terremotos y volcanes); edificios supuestamente sismorresistentes
fueron golpeados en los estacionamientos, en fachadas, pero otros parecen
dañados en la estructura, pero las autoridades no se han hecho presentes, y hay
temor en los edificios aledaños de que sólo vayan a darle manita de gato a esos
edificios, y los vendan como nuevos o como restaurados; la delegada, que se fue
a Chiapas o a Oaxaca, sólo se ha hecho presente para presumir del nacimiento de
unas perritas en un albergue para mascotas, y para decir que le interesa ser
“jefa” de “gobierno”, al fin que ya se sabe lo fácil que es ocupar ese “cargo”. Y las escuelas de la delegación, las últimas en ser revisadas, porque creen que vivimos en zona de lujo.
Y a
propósito, ¿qué tal si le hubieran permitido al actual “jefe” de “gobierno”
instalar su gigantesca rueda de la fortuna; a la hora del seísmo, el pánico
hubiera sido peor que los daños, si es que esa ruedota hubiera aguantado el
terremoto.
Otro movimiento contundente e inesperado: actrices o
aspirantes a serlo o que nunca lo fueron, luego de muchos años decidieron acusar a uno
de los productores más renombrados de Hollywood: Harvey Weinstein; confieso que
lo desconozco porque me interesan más los directores y ciertos actores, sobre
todo los de reparto más que las estrellas; lo denuncian y acusan por algo que
el cine mexicano ha denunciado, así sea de manera involuntaria: lo hizo en Allá en el Rancho Grande (Fernando de
Fuentes), en que el patrón pide se respete el hasta ese momento vigente aunque
ilegal derecho de pernada; en También de dolor se canta (René Cardona),
en que un actor ofrece a una pueblerina introducirla en el cine, se insinúa que
a cambio del agradecimiento incondicional, sólo que ella, al contrario que
muchas actrices de esa y otras épocas, tiene quien la proteja, Braulio Peláez (neé´Pedro Infante), que a su vez es
acosado por la estrella de las dos películas, la ficticia y la real, sólo que
él, orgulloso no acepta sino a cambio de la renuncia sincera de ella; ya lo
había denunciado el cine mexicano en México
de mis recuerdos (Juan Bustillos Oro), en la que una aspirante a vedette
requiere de un protector que, ingenuo, pide que se le cumpla lo que se le
ofrece, o cree que le ofrecen.
Lo
denuncia más recientemente Un mundo raro
(Armando Casas), en que el productor de un programa televisivo se cobra diario
con la actriz los emolumentos carnales (por cierto, Televisa organizó un foro
crítico en el que defenestró a un talentoso periodista por denunciar lo que
años después denuncia Televisa en esa cinta mediocre pero reveladora). (Por
cierto, en la época de También de dolor
se canta, la actriz de reparto Irma Dorantes vivía un idilio extramarital
con Pedro Infante, después de que éste había cometido delito de pederastia con
una bailarina adolescente.)
Más
ejemplos sobran: los relata Sophia Loren en su espléndida autobiografía; en The people almanac, David Wallechinsky e
Irving Wallace narran que Marilyn Monroe, al recibir un contrato definitivo,
exclamó que los siguientes blow jobes los haría por gusto y no por otro
contratito, como hasta entonces; en Hollywood
Babilonia se narran historias escalofriantes de los trabajos forzados que
tuvieron que realizar estrellas femeninas y masculinas para que les dieran
papeles, y luego cómo esos estrellas, sobre todo las masculinas, se vengaban de
quienes los habían forzado; por ejemplo, Clark Gable obligaba a los estudios a
despedir a algún director que lo había sodomizado u obligarlo a que lo
sodomizara.
Lo que
hizo Weinstein no tiene nombre; o lo tiene: abuso de poder; si sus necesidades
sexuales las podía satisfacer sólo ofreciendo a cambio contratos en cintas bien
pagadas, es un problema grave; más grave es que tenía poder para conseguirlo;
ese poder lo ejerció con algunas estrellas guapas que en el último momento
pudieron negarse, o salieron del cuarto de hotel a donde habían aceptado
acudir; algunas aceptaron darle masaje, o que se lo diera él, y luego se
negaron sin que él las haya forzado a quedarse; es decir, aceptó un no como si
fuera no.
Weinstein
citaba a sus pretendidas en un cuarto de hotel, como sucede en Crepúsculo de un dios (Emilio
Fernández), en que el propio Fernández lleva a una actriz a su suite para
leerle un guión, y el gerente del hotel (interpretado por Fernando Fernández—
el gerente— del hotel—interpretado por el Camino Real— advierte que tengan cuidado,
“ya saben cómo se pone cuando toma”); casi siempre, según relatan las
ofendidas, en negociaciones para una cinta; muchas lo rechazaron, no se sabe
cuántas no; algunas lo denuncian; quién sabe cuántas no.
Repito,
la historia ha sido contada decenas de veces: desde Sunset Blvd. (Billy Wilder) hasta Singin’ in the rain (Stanley Donnen y Gene Kelly); y no
necesariamente han sido los directores y productores los protagonistas de estas
historias: desde el floor manager del
estudio de televisión, los camarógrafos, los guionistas, que se ofrecen a
presentar a las actrices incipientes: “yo tengo influencias, yo te ayudo a
conseguir un papel, a convertirlas en actrices, a grabar un disco”. Insisto,
los dos tomos de Hollywood Babilonia
están llenos de historias sórdidas, de frustraciones, de prostitución
disimulada, de chantajes, de violencia, de orgías que terminan en violaciones,
en asesinatos.
¿Por
qué ahora se lanzan contra un productor poderoso, con toque mágico para hacer
buenas cintas y productivas en popularidad, premios y dinero? ¿Hay algo detrás?
¿Atacó a alguien poderoso y aprovechan para lapidarlo, igual que a Bill Cosby,
también esclavo de bajas pasiones, y sedujo por las buenas o las malas a
decenas de aspirantes, y que lo acusan décadas después? ¿Se trata sólo de que todos
deciden que ya estuvo bien, que se llegue al triunfo por méritos
histriónicos y no por los físicos, como dicen que llegaron Rodolfo Valentino,
Pedro Infante y Germán Valdés, según fotografías indiscretas en que se ve por
qué tenían éxito con las mujeres? ¿O por su eficacia al momento de la gloria de
la intimidad, como cierta cantante ha confesado que tuvo que fingir para poder
cantar y triunfar y luego escoger y jurar que no miente porque se siente
idolatrada? ¿Tiene algo que ver, y sólo así se justificaría, la orden para que
Donald Trump presente pruebas de que no acosó, no manoseó, no se le insinuó, no
persiguió, no abrazó a la fuerza, no besó a la fuerza a mujeres de muchos
oficios, de que no le llamaba para decirle que ella tan bonita y él tan rico y
poderoso, de que no comprobó que los atributo fueran firmes, como lo hizo un alto
arzobispo mexicano, al que lo sorprendieron en ese acto y hasta publicaron su
fotografía? ¿Trump se salvará sólo si Weinstein se salva?
¿Terminará
para siempre el acoso sexual en las redacciones de periódicos y revistas; en
oficinas gubernamentales en donde cualquiera acosa a cualquier subordinada (o subordinado,
como en Disclosure —Barry Levinson),
aunque sea con pretexto laboral? ¿Se
acabaron las actrices con papeles importantes cuya prueba aprobaron sin talento
histriónico? ¿Se acabaron los talleres literarios donde se premia a las de
físico más aceptable que el literario? ¿Ya sólo habrá buenas actrices y actores
con talento natural, no importa si guapos o normales? ¿O saldrán más revelaciones de que alguien llegó al
estrellato porque no salió corriendo del hotel, o del departamento del
productor-director-floormanager-canchanchánconinfluencias? ¿Cuántos prestigios
caerán, si es que caen, si es que no se detienen las acusaciones o, como
sucedió con Cosby, no sostuvieron las acusaciones o se quedaron calladas por un
arreglo fuera de la corte? ¿Trump se salvará de las acusaciones al parecer bien
fundamentadas, y de que si no cedían, él decía que al cabo que ni quería, porque
estaban gordas, chaparras, prietas o fufurufas? Oliver Stone y Woody Allen han
sido cautos: primero juzguen y después fulminen, no vaya siendo…
Ora que
si se trata de negocios, de los estudios tradicionales contra Netflix o
Instagram o esa nueva modalidad de cine…
Colofón:
en los años ochenta pocos programas televisivos en Estados Unidos como The Price is right, cuyo conductor
aparecía con tres edecanes hechas con un solo molde: altas, rubias, esbeltas
pero con curvas resaltadas por la ropa ajustada, pero discretas; una de ellas
de pronto acusó al conductor de propasarse, acosarla, manosearla; al azoro fue
inmediato: todos los televidentes observaban que era ella la que se le
repegaba, lo abrazaba, se arrejuntaba; las otras dos edecanes fueron las más
asombradas: pero si él era un caballero, nunca se propasó, era ella quien lo
acosaba…
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