Cuenta la leyenda
(me la narró uno de los hermanos López Gallo hace más de 40 años) que llegó
Carlos Monsiváis a la redacción de México en la Cultura, y soltó (¿a quiénes:
Fernando Benítez, Vicente Rojo, Gastón García Cantú, Armando Ayala Anguiano?):
acabo de ver la tragedia de María Luján; y ante el silencio de los que lo
oyeron, exclamó: si con eso no lloraron, nada los va a conmover.
El último cuplé tuvo el récord
de más semanas en un cine de estreno en México, nada menos que 60 en el cine
Arcadia, que estaba en la calle de Balderas, muy cerca de la avenida Juárez. Se
estrenó la cinta el 1 de agosto de 1957 y no fue sustituida sino hasta el 31 de
octubre de 1958, con Fedra, española como de Juan de Orduña, con Emma Penella,
y que duró tres semanas en exhibición.
Por los mismos días del estreno
de El último cuplé también llegaron a las pantallas, entre otras, Cómicos de la
legua, con Martha Valdés y Resortes (dos semanas), El gato sin botas, con
Germán Valdés y Martha Valdés (dos semanas), Tammy… flor de los pantanos, con
Debbie Reynolds y Leslie Nielsen (seis semanas), Vuelo a Hong Kong, con Barbara
Rush (una semana, pero en tres cines), La estrella rota, con Howard Duff (una
semana), Gigante, con James Dean y Elizabeth Taylor (cuatro semanas, en dos
salas grandes [Polanco y Alameda]), Camino del mal, con Ana Luisa Peluffo y
Armando Silvestre (cinco semanas; la reseña de Emilio García Riera es
divertidísima).
Algunos años más tarde, en 1969,
vi Ulises, que duró una sola semana en el Arcadia, pese a lo curioso del film;
ahora que la memoria me pone trampas: ¿la vi, junto a Paco Cabrera y Arturo
Luciano, dos forofos de Joyce, en el Arcadia, o confundo ese cine con el
Versalles, por el rumbo, pero más hacia la colonia Juárez? No sé si valga la
pena el esfuerzo de la concentración para recordar la sala exactamente. Se
estrenó en el Arcadia, pero los filmes recorrían un circuito que culminaba, si
se estrenaban en el Roble, en el cine Tepeyac, luego de pasar por el Cosmos, el
Tacubaya, el Soto y otros, o si era en otros cines, en el de La Villa o el Lindavista. Vi Nevada Smith en el
México, en el Cosmos, Soto y en el Tepeyac en semanas consecutivas; la vi en TV varias veces, y ninguna desde que la adquirí en Beta, VHS y DVD (Woodstock,
Singin’ in the Rain y Calabacitas tiernas son las otras que las tengo en esos
formatos; me falta adquirirlos en Blue Ray) (Por cierto, en el ahora
clandestino Teresa vi, en una misma función, Freud y Singin’ in the Rain:
curiosidades de los programadores).
Estaba en El
último cuplé; no tenía edad para verla, y seguramente no le hubiera entendido;
mejor dicho, es seguro que no la hubiera entendido porque, luego de muchos años
del prestigio de haber sido la cinta con mayor permanencia en un cine de
estreno (rascuachón, pero de estreno) la vi en un reestreno, y dos veces en
televisión, y no supe de qué se trata, sólo sé que los gimoteos de Sarita
Montiel son fingidos, artificiales, y no conmueven. Visto en retrospectiva,
conmovió más el disco, murmurado por la actriz a media voz, un poco melodramática;
las canciones tienen un mucho de picardía que insinúan actos sexuales
(“Balance, balance”, “Ven ven”, “Fumando
espero”), entrega no narrada (“El relicario”), burla ante la impotencia y
frigidez (que luego se quejan de que sus maridos las llames sosas, o las
esposas a ellos), y una de ardida que merecería una versión con mariachi (“Tú
no eres eso”: y no es que me importe haberte querido, que limosna también se da
a un pobre, y tú pobre has sido). En la portada, en primer plano, lo que Juan
Marsé llama “los primeros senos del cine nacional [español] que merecieron
cierto interés por parte del Sindicato Nacional del Espectáculo”) acentuados
por un escote muy provocativo, que fue motivo de una novela de Gonzalo Celorio
(Amor propio, acerca del autoerotismo, más audaz pero también más inocente que Puerta
del cielo, de Ignacio Solares acerca de la excitación provocada por la imagen
de una virgen). No hay trama, unos cuantos pasajes entre una canción y otra.
Sólo recuerdo que cuando uno de mis tíos nos visitaba, pedía que le prestáramos
el disco, que observaba con placer. También veía con deleite la portada del
soundtrack de Cabaret trágico, y auguraba (1958) que un día se inventaría una
consola en donde se pusiera el disco y reprodujeran imágenes en la televisión
contigua (en efecto, había consolas que tenían en el mismo mueble radio,
tocadiscos y televisión, pero cada uno con su función independiente).
Dos años antes, una cinta
francesa, mucho mejor hecha, calificada por Truffaut como el mejor ejemplo de
cine negro, Rififi, de Jules Dassin, duró 31 semanas en el cine Del Prado; no hay
comparación entre las dos cintas, y aunque el Del Prado y el Arcadia cobraban
lo mismo por boleto, cuatro pesos, estaban dedicados a públicos diferentes,
pero eso no explica que haya estado catorce o quince meses en cartelera. El
récord duro menos de diez años, porque en 1965 se estrenó una cinta que duró
cinco semanas más, es decir, 65, en el entonces lejano cine Manacar. Fue The
Sound of Music (en la sátira del Mad, The Sound of Money), bautizada como La
novicia rebelde, de Robert Wise con Julie Andrews (en España, Sonrisas y
lágrimas), recibe la segunda máxima calificación en los libros de Leonard
Maltin, tres estrellas y media, mientras que en la enciclopedia de internet
Imdb recibe un altísimo 7.9, la misma que Soberbia, la sensacional cinta de
Orson Welles (el remake de Arau tiene 5.9, demasiado alta; sólo puede verse por
la presencia de una Madelein Stow antes de Revenge).
En 1968, poco antes del
estallido del Movimiento Estudiantil, en la Sala Manuel M. Ponce de Bellas
Artes, en una mesa redonda sobre la cursilería, José de la Colina se calificó de
cursi cuando descubrió que le gustaba esta cinta; de cualquier manera, 65
semanas son muchas para una cinta así, y más si tomamos en cuenta que cuando se
estrenó en México Singin’ in the Rain duró sólo cuatro semanas en el cine Roble
(en sus reestrenos en los años sesenta –¿cine México?–y setenta –¿cine Ópera?–
duraron bastante, pero no más de dos meses. Años después hubo estrenos más
duraderos: Nacidos para perder, Les Valseus… (Estos datos los obtengo de las
Carteleras cinematográficas, de María Luisa Amador y Jorge Ayala Blanco, desde
luego.)
Es inexplicable
que una cinta tan mala, sin argumento, sin ilación, con malos actores (¿es
necesario repetir la anécdota de Manolo Calvo, actor de este filme?), haya
llamado tanto la atención, haya llevado a tanta gente al cine, sobre todo que
el criterio para que permaneciera en cartelera hablaba de más de media sala por
función. ¿Fue la presencia de Sarita Montiel?
Debutó muy joven en España, y
muy joven, de veinte años, vino a México, donde hizo varias malas películas; lo
curioso es que su prestigio se basó en la belleza (no el tamaño, sino la forma
y la firmeza) de sus pechos, y en su mejor actuación en México, el mecánico
Pedro Infante le espía las piernas (que no eran bellas; tampoco tenía nalgas,
recuerda reiteradamente Juan Marsé) desde el foso de un taller mecánico:
“Zapatitos”, la llama, sin poder verle la cara; y cuando se la topa en un camión,
la reconoce por los tobillos (Necesito dinero).
Hay que recordar Se solicitan
modelos, no la película, bastante mala, sino la fotografía en donde está en
traje de baño, junto a otras actrices; la que más llama la atención es Amparo
Arozamena, a la que encasillaron de actriz cómica y nos privaron de ver con más
detalle su belleza, que resalta en Juntos pero no revueltos, que ahora pasado
el tiempo creo que es la mejor de Jorge Negrete, junto a Dos tipos de cuidado.
Doy muchas vueltas, pero es que
no me explico cuál es el motivo por el que hubo tanto revuelo con el fallecimiento de Sarita, los tumultos para verla en su camino al cementerio, las expresiones
de pesar; reviso su filmografía y no encuentro nada más sobresaliente que
Veracruz, de Anthony Mann, con quien casó poco después, y Jefe Búfalo Bill, de
Sam Fuller; son dos buenos westerns, pero no justifican la fama de Montiel;
tampoco entiendo por qué prefirió llamarse Sara y no Sarita, como se le conoció
en México. Conmovió a la gente cuando se
declaró en dificultades económicas, y más cuando su contador se quejaba de que gastaba
varias veces más de lo que obtenía como ingresos.
No me explico nada: ni la
permanencia de El último cuplé, la fama de haber sido la película con mayor
permanencia en cartelera, rebasada, como vimos, varias veces, aunque no
recordemos las otras sino ésta; la fama aunque no estaba sustentada en su
belleza, ni en su calidad histriónica ni en su simpatía (sus papeles menos
malos la presentan arrogante, con gesto altivo menospreciando al simpático
Pedro Infante, al menos simpático Joaquín Cordero), sumisa hasta que la
conquistan y pasa a ser fierecilla domada.
Conquistó a Anthony Mann (como Begoña
Palacios a Sam Peckimpah), y luego se divorció de él para hacer cintas aún más
malas.
Ahora lo
comprendo todo, debería de decir, si lo comprendiera; salto cuando escucho la
frase no en labios de Arturo de Córdova, quien la inmortalizó; la escucho en la
voz chillona de Ninón Sevilla, exclamada con sorna cuando Fernando Soler le
muestra un tambache de billetes: te corrompiste, tú, el juez justo, o algo así;
el atarantamiento viene cuando asocio la frase pronunciada por Viruta, por
Agustín Isunza, Pedro Infante, Jorge Negrete, Germán Valdés, José María Linares
Rivas, por decenas de actores y por unas cuantas actrices. ¿Ninón Sevilla? Su
famosa frase “¿Qué puedo hacer con estas piernas, señor juez?” mientras se
levanta la falda para mostrar los muslos, pierde su eficacia cuando pronuncia
“ahora lo comprendo todo”, que seguramente es la frase más frecuente del cine
mexicano por lo menos hasta los años setenta. El argumento de Sensualidad es de
Álvaro Custodio con el director Alberto Gout; pero la pronuncia Arturo de
Córdova en todas las cintas cuyo argumento y adaptación es de Edmundo Báez,
responsable del argumento, guión, adaptación o diálogos de 90 filmes, entre
ellas no Sensualidad, aunque sí otras con Libertad Lamarque, Marga López, Jorge
Mistral, Domingo Soler; la más memorable de las escenas con esta frase es de
Isla para dos, la peor de todas las que protagonizó De Córdova, o por lo menos
la más absurda.
A partir de ahora recomienzo a
ver cine mexicano para recopilar el mayor número posible en las cuales se
pronuncie “Ahora lo comprendo todo”; sin embargo, ninguna película mexicana,
argentina, cubana, española, lleva ese título.
Muchos cinéfilos
niegan serlo o haberlo sido; o si lo asumen lo hacen como pecado, como una losa
(pesada, agregan), un martirologio, algo que nos redimirá de nuestras culpas;
¿cómo medir una cinefilia o cinemanía? ¿Por el número de películas vistas? ¿Por
la capacidad para intuir cuáles son las buenas? ¿Por la capacidad para aguantar
malos filmes? ¿Por la necesidad de ver cine a todas horas, aunque sea en
televisión, o en cines de piojito, de postergar un coito –o apresurarlo– para
ver una cinta? ¿Por la capacidad pare memorizar escenas, y luego ver sólo
fragmentos de una película sólo para volver a ver esa escena memorable, o de
aguantar cintas malas por una sola escena? ¿Por el número de veces que puede
verse una cinta sin cansarse?
Hago el recuento de cuantas películas he visto en las que aparecen Wolf
Ruvinsky (unas 97 de las 157 que protagonizó), Carl Hillos (el 85 por ciento de
las más de cien en las que dice una frase, o sólo se hace presente), Dolores
Camarillo (73 de 127, sólo como actriz, sin contar las veces en que fue la
maquillista), 129 de 238 de Emma Roldán (incluidas todas las buenas; su mejor
frase, “con tal de chotearle la mercancía al dotorcito”, cuando justifica que
Infante vea a Elsa Aguirre en calzones), y 178 de las 272 en las que aparece
Hernán Vera, entre ellas, todas en las que aparece de cantinero. Por ello, creo
que me gusta el cine. No compito, sin embargo, con Marco Antonio Pulido, quien
me recitó la filmografía completa del Indio Calles, en venganza por haberle
ganado una trivia sobre el único guión de Antonio Espino. Fue él quien me hizo
ver la importancia de la frase “Ahora lo comprendo todo”.
Un cargo más
contra las mujeres, no recogido por James Thurber: ¿no es cierto que conducen
los autos con la lengua, sobre todo las maniobras difíciles?
No es por
presumir, pero cuando me dedicaba a la narrativa, interrumpí un par de novelas
cuando descubrí que la trama la usaba algún otro autor; ambas veces, esas
novelas eran recientes; en contra mía, puedo decir que son las novelas menos
celebradas de esos autores; con satisfacción vi que un autor muy reconocido en todo
el mundo de habla hispana utiliza (cierto, en la menos conocida de sus novelas)
la misma estructura y la misma solución que yo en mi primera novela, casi diez
años después de la mía.
Ahora encuentro que en un par de
sus relatos incluidos en De repente un toquido en la puerta, Etgar Keret usa un
argumento acerca de mundos paralelos, y otro sobre la temporalidad de infidelidad
sexual, que abordé en mis capítulos de El juego de las sensaciones elementales,
mi novela a cuatro dedos, con Gustavo Sainz; más asombrado quedé con el remate
de otro cuento, “Abrir el cierre”, con esta frase: “Si hasta le había escrito
una canción a ella que había titulado ‘Diosa’ y toda la canción se trataba de
cómo tenían sexo en el malecón y de cómo ella se venía como ‘una ola
estrellándose contra la roca’, literalmente” (Editorial Sexto Piso, pág. 77,
2012). Mi tercera novela se titula Una ola que se estrella contra las rocas.
Arroz (frase que hizo célebre Mauricio Garcés en Estudio Ponds, en que lo acompañaban
Chucho Salinas y Lulú Parga, pero que en el cine mexicano se usaba bastante
antes).
Juan Marsé es el
escrito más reacio a usar la red para promoverse; hay, sin embargo, una página
con su nombre, oficial, con datos biográficos (incompletos, no menciona más que
una vez a Joaquina, su esposa y nuestra amiga), con bibliografía incompleta
(sin editoriales ni año de edición); la única anécdota y único dato no frío ni
impersonal, fue que una vez aceptó asistir a un coctel (es también reacio a las
relaciones sociales, bastante arisco) porque iban a presentarle a Yves Montand;
y fue porque al estrechar la mano del actor iba a estar más cerca que nunca de
tocar las partes pudendas de Marilyn Monroe. Uno de mis amigos más cercanos, de
los mejores escritores, tío de mis hijos, alguna vez nos contó a Isabel Fraire
y a mí que había estrechado la mano de un escritor estadounidense porque sería
como tocar, a trasmano, el trasero de una famosa primera dama de Estados
Unidos. Omitió el nombre del escritor, no el de la ex primera dama.
Circula un video
en youtube, una escena suprimida por Richard Lester en Superman II; una mujer
rueda por la azotea de El Planeta y cae al vacío; Kent, a gran velocidad se
despoja del traje de reportero; por el remolino que provoca se le sube la falda
a una reportera y muestra las tarzaneras (de aquella época: bikini, no tanga ni
“G”); ya en la calle, desvía la caída de la mujer, a la que también se le
atisban las panties; Stanley Donen hizo que se repitiera toda la coreografía de
“Broadway Melody” en Singin’ in the Rain porque, al terminar de rodarla, los técnicos
advirtieron que en el traje que usa Cyd Charisse se notaba su vello púbico;
antes de que se hiciera público, aunque sólo para unos cuantos fijados, prefirió
volver a filmarla, sin omitir el erotismo del baile, sobre todo cuando levanta
la pierna para regresar el sombrero al azorado Gene Kelly.
Y acerca de los
errores frecuentes en los diarios, me pregunta José de la Colina qué pienso de “sector
automotriz”, “el concierto inicia” y el uso de “evento” como sinónimo de
fiesta, conferencia, acto. Le reviro: ¿y de “que no se vuelva a repetir”, que
se usa a diario? Y de "la primera vez que lo conoció"?