¿Qué político
mexicano perdió en dos ocasiones las elecciones presidenciales y, ante su
fracaso, intentó una revolución para hacerse de la presidencia?
Cuatro muertes en
una semana estremecen, de una u otra forma, a la opinión pública, en diferentes
ámbitos: Silvio Zavala, uno de los grandes historiadores del periodo colonial
mexicano (y centroamericano) con énfasis en la explotación laboral, pero
también en la majestuosidad artística; Luis Herrera de la Fuente, director de
la Orquesta Sinfónica Nacional en varias ocasiones, director del Departamento
de Música del Instituto Nacional de Bellas Artes otras tantas, y autor de uno
de los discos más célebres de la música mexicana, en donde reunió varias de las
piezas más populares (Huapango de Moncayo, los Sones de mariachi de Blas
Galindo, el Homenaje a García Lorca
de Revueltas, y el Concertino
de Bernal Jiménez); fue mejor como maestro y funcionario; como director, lo
superaron cuando menos Carlos Chávez y Eduardo Mata.
Más notorios, para el espectador
medio, Vicente Leñero y Roberto Gómez Bolaños; este último actuó
primordialmente en programas cómicos; al principio, con expresión inmóvil,
quería imitar a Chaplin, a Buster Keaton pero más al genial Stan Laurel; tuvo
la oportunidad de crear varios personajes, sobre todo a los que él protagonizó;
como quería inmortalizar el sonido del díptico ch, así comenzaban los nombre
de casi todos sus personajes: Chavo, Chapulín, Chapatín (algún bromista, por su
proliferación con guiones, le dijo que era Shakespeare en miniatura); hizo
populares frases que se volvieron lugares comunes, aunque no tenían nada de ingeniosas
y menos de originales; una, en voz de su compañera Florinda Meza, fue copiada
de una pareja de cómicos populares en Siempre
en domingo, pero Gómez Bolaños se negó a reconocerlo. Se negó a tratar con
más dignidad a sus compañeros, mejores actores que él (Ramón Valdés, con los
genes de Tin Tan y El Loco, sus hermanos; Carlos Villagrán,
multifacético; Édgar Vivar, de extracción universitaria, y María Antonieta de
las Nieves, infaltable en cualquier doblaje en los años sesenta y setenta), y
cuando los fue corriendo, sus programas se desplomaron; pero si como actor era
malo, era ingenioso como guionista; quieren hacer creer que escribía poemas y
componía canciones, pero la versificación no es poesía; sus obras en nada
pueden compararse a la poesía mexicana contemporánea de lo que él intentó; sin
embargo, insisto, como guionista era mejor.
Cuando Emilio García Riera publicó su primera versión de la Historia documental del cine mexicano (Ediciones Era), omitió comentar las películas de Viruta y Capulina; para él, todo eran
pastelazos y bromas tontas, pueriles; cuando comenté el noveno y final tomo de
esa colección, se me ocurrió decir que si era un esfuerzo enciclopédico, debería de incluir todas las cintas, no sólo las que le gustaban o que le parecían
interesantes; sé que le molestó, me lo dijo nuestra amiga mutua Alba Rojo;
cuando apareció la segunda edición (Universidad de Guadalajara) aceptó el golpe:
en la primera versión de esta historia, alguien (nunca mencionó mi nombre, ni
en este ni en otros casos en que llamé su atención) me reclamó que no comentara
estas cosas (gloso, no cito); al principio, todos los comentarios eran del
mismo tono: ñoños, desgraciados (es decir, sin gracia), repetitivos, limitados,
sin originalidad; de pronto fue más benévolo, algunas de esas cintas le parecieron
graciosas, o menos ñoñas; algún chiste le causó risa, encontró que las
historias eran cuando menos coherentes y los pastelazos, justificados; él mismo
encontró la razón: eran cintas con guiones de Roberto Gómez Bolaños.
El otro fallecido fue Vicente Leñero; cuando Antonio Sandoval me notificó
la gravedad de su mal quise llamarle, pero me pareció que sabría el motivo de
mi llamada; pocas veces le telefoneé: para que contestara una encuesta, para
agradecerle el envío de algún libro, para invitarlo a que asistiera a la última
cátedra del curso que dicté sobre sus novelas (apareció e impresionó a los
asistentes), para comentarle que en el Taller de Lectura en El Financiero habían leído con placer Los albañiles, y le pareció conmovedor
que muchos de los comentarios se refirieran a escenas conmovedoras de la
novela; le emocionó que a 40 años de publicada le siguiera gustando a la gente,
y le impresionó que los asistentes hayan leído 40 libros en el año que duró el
Taller: “como profesionales”, exclamó; la última vez, para invitarlo a una mesa
redonda que se titularía “Cuando los clásicos eran jóvenes”, en la Feria del
Libro de Xalapa, donde participaría con Emilio Carballido, José de la Colina,
Eraclio Zepeda y no me acuerdo quién más; por desgracia, coincidiría con un
viaje suyo a España. Ah, y cuando se presentó Rito de iniciación, la novela de Rosario Castellanos que me tocó en
suerte descubrir y editar (su esposa es una de las mejores lectoras de
Castellanos). Ah, y en una feria de clavos en el Auditorio Nacional, porque al
saludarme descubrió que me había topado con un libro desconocido de Dashiell
Hamett; no me atreví a decirle que yo había tomado el único ejemplar.
Tuve con él muchas comunicaciones; cuando Arturo Trejo me pidió un artículo
sobre los 25 años de Cien años de soledad,
y me mostró la lista de los participantes, le dije que faltaba un artículo-cuento
excelente de Leñero, del hombre que no había podido leer la novela de García Márquez;
le proporcioné una copia, que había aparecido en un libro poco mencionado, Cajón de sastre; le llamó para pedirle
autorización, y le dijo que yo lo había puesto en la pista; Leñero comentó: Mejía
conoce muy bien mi obra (gloso, no cito).
Escribí bastante sobre él; me siguen gustando mucho La voz adolorida más que la segunda versión, A fuerza de palabras; me gusta mucho también Los albañiles (que alguien dice que retrata la vida de los desposeídos),
aunque me salta el detalle que me hizo ver el mejor lector que conozco: ¿a poco
la policía se va a detener tanto tiempo en investigar el asesinato de un
velador? Estudio Q me sigue
pareciendo una de las mejores novelas mexicanas de todos los tiempos, aunque en
la cuarta relectura me atoré (¿efectos de la edad? Mía, no del libro), El garabato, luego de la sorpresa
inicial me habla más de aspectos técnicos que de literatura, y sólo la releo si
veo en ella un retrato cruel de Emmanuel Carballo; Redil de ovejas es, creo, su mejor novela, y también una de las
mejores de los tres últimos siglos; poco leída, muy enredada, con toda la
lección y la influencia no sólo de la Nueva Novela Francesa, sino también con
la visión de Greene (Graham y Julien). Menos me gustaron sus novelas
posteriores; releída, Los periodistas,
tiene una escena excelente: Regino a punto de confesar sus pecados; en cambio,
la última escena, la farsa de los “Inos”, de lo más fallido de su obra; La gota de agua me aburrió, excepto el
capítulo autobiográfico de sus torpes intentos de ser ingeniero; la primera vez
que lo leí estaba en un restaurante ahora famoso, China Girl cuando se situaba
en un sótano; en otra mesa, Héctor Aguilar Camín y Ángeles Mastretta veían,
atestiguaban, curiosos e intrigados, mis carcajadas. La vida que va me hizo concebir esperanzas de su retorno a la
experimentación, pero quedó trunco el intento. Reacio al teatro, y ante su
proliferación, me quedé con las primeras obras y nunca me entusiasmó su
dramaturgia; y lo que surgió, las confesiones de su relación con la gente del
teatro, y las secuelas, donde habla mal de amigos y conocidos, me parecieron, el
primer tomo, muy divertido, pero los otros no, y supongo que a los que
balconeó, de broma o de mala leche, muy desafortunados.
Como periodista fue muy bueno, pero cayó en un error muy común en el actual
periodismo: la sentencia contundente, frases cortas, punto y aparte, sin lugar a la
interpretación y menos a la duda y a la respuesta o a la crítica; un reportaje
suyo en Proceso, cuando se molesta
porque a la mitad de una gira electoral el candidato priista Carlos Salinas de
Gortari le retiró la invitación para la segunda etapa de la gira, me dañó mucho
en mi estimación sobre su oficio; en La mafia,
en una plática, Luis Guillermo Piazza y Carlos Monsiváis colocaban a Leñero en
la categoría de “Los inatacables”, junto a Ramón Xirau y Vicente Rojo, entre otros.
Con ese artículo, me pareció que ya no era inatacable, como él mismo lo
confirmó al ser atacado con virulencia por Jorge Ibargüengoitia, por aquel
pasaje en que debe aguantarse las ganas de ir a orinar, porque no se atreve a
decirle a Scherer que ese viaje es urgente. Y en alguna parte se queja de que
en Uno más le den, de vez en cuando,
un coscorrón.
Sigo admirando, repito, algunas de sus novelas, y le agradezco
profundamente las atenciones que tuvo conmigo, nuestras discusiones amigables
sobre su obra, y sobre todo, le envidio que haya bateado en el Parque del Seguro Social: fue un fanático del beisbol,
aunque otras ocupaciones le hicieron olvidarse de ese deporte y de cómo se
juega.
Fui a la FIL de
Guadalajara; el motivo: la presentación de Lenguaje
en libertad, compilado por María José y por mí, y editado con generosidad
por El Colegio Nacional; los presentadores, de lujo, y generosísimos: Juan Villoro,
Enrique Krauze y Eduardo Matos Moctezuma; el acto, muy lucido y los asistentes,
realmente interesados; aunque Krauze había dicho que no nos retirarían sino por
la fuerza de las bayonetas, debimos dejar el auditorio a Elena Poniatowska; de
nuevo, la saludé muy de lejecitos: no quiero incomodarla.
La Feria, aturdidora, con
demasiada gente haciendo relaciones casi a las carreras, porque cuando entra el
público y comienzan las conferencias y mesas redondas, se acaba el tiempo;
algunas personas (Sandra Licona, Azucena Rodríguez, Grisel Marroquín, Roberto Rébora,
Tomás Granados, Lluïsa Matarrodona, Martín Solares, afables aunque le quitaba el tiempo); Juan
José Rodríguez me cuenta un rumor, que me convierte en autor de algunas de las
novelas más inteligentes de los últimos tiempos; y se ha multiplicado tanto el
rumor, que estoy por creérmelo; algunos encuentros, aterradores: el pasado
llega como si no hubiera quedado atrás; alguna estúpida ignora la importancia
de El Universal y no me ha leído una
sola vez en estos últimos 40 años; los hoteles de lujo, ineficientes, ineficaces,
con restaurantes caros, lentos, y aunque no son malos, sí banales; busqué
birria, y en todos lados parece hecha para turistas; no se compara con la de La
Polar ni menos con la de Birrias Jalisco, con lo único malo de que ésta
desapareció hace años; las tortas ahogadas, también para turistas, aunque por
fin entendí a Agustín Isunza cuando dice que viaja a México si le preparan unos
lonches y le compran unos tíquetes; nada que ver con las loncherías, que ahora
son más bien cafeses de chinos. La vida en Jalisco, lenta y aturdidora; un
detalle curioso: la cantidad de mujeres que usa minifalda, dentro y fuera de la
FIL.
El libro Lenguaje en libertad, uno de los mejores en que he trabajado, y por
el que nos han llovido felicitaciones, algunas inesperadas, todas generosas; si
no tuviera temor del dolor, algunos me los haría tatuar. Ya platicaré cómo
nació, cómo lo trabajamos, cómo lo terminamos. Acoto uno: Enrique Krauze me
califica como uno de los mejores editores mexicanos, y pidió una ovación para María José.
“Vino el remolino
y nos alevantó”, decía la canción y es el título de una desgarradora película
de Juan Bustillo Oro con argumento de Mauricio Magdaleno, en la que una familia
se separa, y cada quien pelea por una facción revolucionaria distinta; la
hermana se vuelve hija de la mala vida pero no por voluntad, sino por las
circunstancias.
A ratos, leyendo las cada vez
más contaminadas redes sociales, tengo la impresión de que es imposible hablar
con algunos de mis mejores amigos; incapaces de sostener diálogos, sostienen
frases, acusaciones, no permiten juicios ni menos si son adversos; han retomado
una frase dramática de las madres, hijas, esposas, hermanas de las víctimas de
las dictaduras y los golpes militares de Argentina y Chile, principalmente; aquéllos
fueron desaparecidos por defender los gobiernos legales, por oponerse a la represión,
exponiendo su vida por la vida y la libertad de los ciudadanos; no eran
víctimas de luchas entre narcotraficantes ni cayeron enredados en
enfrentamientos de bandas rivales, algunas de ellas propiciadas y protegidas
por quienes se dicen militantes de un partido de izquierda que nunca fue de
izquierda, que eran de centro derecha cuando sus gobiernos prohibieron que llegaran
los Beatles, que había conciertos en provincia pero no en el DF, cuando andar con el cabello largo era delito, cuando entrar a las cafeterías era peligroso
porque agentes policiales llevaban a los comensales a las delegaciones por el
hecho de tomar café (léase De perfil,
de José Agustín, y véase, si se soporta, Los
juniors, de Fernando Cortés [el Papy de Mapy], cuando los supuestos jóvenes
rebeldes Andrés García, Pedro Armendáriz y El
Puma son apresados sólo por cafetear [y eso que para entonces ya no era
regente Uruchurtu]); cuando un hombre y una mujer no podían tomarse de las
manos en público, y en el Metro remitían a las delegaciones si sorprendían a
una pareja besándose, aunque fueran hombre y mujer; muchos de ellos o sus
herederos ahora están en la supuesta oposición pero gritan, cuando aprehenden a
los que dañan edificios y asaltan comercios, que es represión. ¿Alguien
entiende algo?
No voté por ningún candidato;
mucho menos por el más ignorante, que no sabe pensar, que sólo repite clichés
que fueron reales cuando en Europa los gobiernos perseguían con crueldad a los guerrilleros, y
se convirtió la fórmula de que quien delinquía por hambre debía de ser
considerado preso político; fórmula rebasada casi desde entonces; ahora ese
politiquillo plantea que si fuera gobierno crearía empleos y con eso se
acabaría la iniquidad social y económica, pero no dice cómo los crearía: ¿con
puestos burocráticos, aumentando la circulación de dinero, o sea con inflación?
¿Y cuántos aceptarían puestos en los que cobrarían tres o cuatro salarios mínimos
si ahora, en el ambulantaje, en la informalidad, en el Metro vendiendo piratería,
supuestamente prohibida, ganan en unas horas lo que ganarían en una quincena en
uno de esos puestos? Curioso caso de un populista que desprecia a las masas.
Se burlaron de un candidato que
no tiene costumbre de leer, y un reportero se puso a las órdenes del
politiquillo: ¿y a usted, qué libros le cambiaron la vida? La Constitución,
dijo, aunque no es libro y es obvio que si la leyó, no la entendió; la Historia Moderna de México, de Cosío
Villegas, y Poemas, de Carlos
Pellicer. Nadie refutó que ningún libro de Pellicer se llama Poemas, aunque cuando dirigía la campaña
del poeta para senador por Tabasco, publicó, si eso fue publicar, un folletito
con poemas de Pellicer; tampoco aclaró que leyó a Cosío Villegas como parte de
su trabajo para terminar sus estudios. Allí debo aceptar que lo leyó, porque
sigue los pasos de Porfirio Díaz, quien dos veces fue derrotado en elecciones
presidenciales, pero llegó a la presidencia, y se sostuvo más de 30 años, por
la fuerza de las bayonetas.
En lo demás, no le entendió:
Cosío lo hubiera corrido de su cátedra, o de sus oficinas, si hubiera dicho
delante suyo: “él empezó primero”.
Sí, he perdido si
no familiares, a muchos amigos entrañables, pero no voy a tratar de convencerlos
ni voy a dejar que traten de convencerme; prefiero que se calmen los ánimos; y
si no, podré lamentarme: vino el remolino y nos alevantó.
PD. ¿Estarán
saladas las ferias de libros? Hace un par de años, cuando estábamos en
Los Ángeles, llegó la noticia del fallecimiento de Fuentes; ahora, en lo más
emocionante de la FIL, se van Leñero, Zavala y Herrera de la Fuente.