Consigna Salvador
Novo, en Las locas, el sexo y los
burdeles, que durante lo que ahora conocemos como La Noche Triste, los
mexicas corretearon a los españoles desde la actual estación Zócalo del Metro a la actual
estación Tacuba, al grito de “Cuiloni, cuiloni”, que significaba
“sacatón”, pero también sodomita. Llama la atención el parecido de aquella voz
mexica con la actual que lanzan en los estadios de futbol, y que, muy
retadoramente utilizan en un comercial de radio para una mujer que vende hules;
en su utilísimo Diccionario del español en México, Luis Fernando Lara acota que
es un adjetivo que se le aplica a los miedosos; no lo hace explícito, pero
puede ser porque, al huir, es el trasero lo único que se le ve; el Diccionario
de la Real Academia no lo registra, Guido Gómez de Silva asevera que es una voz
malsonante, y el muy cuestionado y cuestionable diccionario de mexicanismos
coordinado por Company y Company le da más usos, además del de miedoso; también
es el que se arrepiente y el (maestro) que reprueba; ya sabemos que este
diccionario, más folclórico que útil, entiende poco del hablar mexicano. Para
García-Robles es también sinónimo de gandalla.
Pero ese adjetivo lanzado
por los forofos de un equipo contra los militantes, los porristas, los
directivos del equipo contrincante (y también contra los locutores) ha sido
sustituido, o agregado por otro, que estuvo prohibido en los medios de
comunicación incluso cuando ya proliferan hasta en horarios infantiles, en boca
de locutores que creen que, al pronunciarlas, divierten a la gente que ya no se
escandaliza.
Pero esta palabra todavía ofende, lo mismo en la versión masculina que en la femenina. Con ser tan parecidas, son muy diferentes. En la acepción masculina tiene un origen muy específico: “extraño”; “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”, o sea “humano soy, nada humano me es ajeno”, o extraño. Extraña, o ajena, resultaba la conducta, aunque ahora se sabe que no era tan extraña, pero no reconocida públicamente. En su versión femenina, que ya desapareció del Pequeño Larousse Ilustrado, deviene de “muchacha”, que no tenía esa connotación en el italiano antiguo, según Corominas; En el latín servía para ambos sexos, pero insisto, no era una voz reprobable ni sería incluido en el originalísimo Los adjetivos de la lengua española, de Honorato Colmenares, que en su apartado V incluye Hedonista, concupiscente, Concupiscible, Sibarítico, Lascivo (salaz, lujurioso, libidinoso, lúbrico), Ardiente (cachondo, caliente), Incontinente, Copulador (fornicador), Ninfomaniaca, Sicalíptico, Afrodisiaco, Fácil, galante, cortesana, liviana, casquivana, Erótico, Sensual, Voluptuoso, Orgiástico, saturnal, Íncubo, Súcubo, Sexual, Homosexual, Lesbiana, Asexual, Bisexual o hermafrodita, Sexuado, Sodomita, Misógino, Sádico, Masoquista, Masculino, Varonil, viril, Femenino, Afeminado, Feminoide, Hombruno, Embarazada, preñada, encinta, grávida, Prolífio, Bígamo, Adúltero, Cornudo, Bastardo, espurio, ilegítimo… Como se ve, nada que pueda gritarse en un estadio; los gritos, como los hipocorísticos, son mejores si son de dos sílabas; si son de tres, muy raros, necesitan que la segunda se extienda, siempre y cuando la palabra sea grave (o llana).
Decir que un hombre es miedoso equivale, dicen nuestras autoridades que cuidan no ofender a nadie aunque para ello deformen el lenguaje, es compararlo con una mujer. Y Colmenares, como se ve en los adjetivos que incluye en su apartado V, registra que para describir a un hombre poco valiente se le asestan atributos femeninos, si es realidad que las mujeres son menos valientes que los hombres, lo que ya sabemos que es una falacia; de no ser así, poco miedo se le tendría a las mujeres a la hora de confesar en quién y con quién se gastó el cónyuge masculino gran parte de la quincena, o por qué llega oliendo a Jardines de California; y a la ora de las decisiones trascendentales, son ellas las que se arriesgan, las que se avientan más; no que no haya hombres decididos, pero son menos que los precavidos; el refrán que recomienda precaver antes que arriesgarse, es masculino. Y en las playas, son más mujeres las que se suben a los paracaídas, más las que se lanzan a los globos, y en igual número que hombres, las que andan esquiando.
Pero esta palabra todavía ofende, lo mismo en la versión masculina que en la femenina. Con ser tan parecidas, son muy diferentes. En la acepción masculina tiene un origen muy específico: “extraño”; “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”, o sea “humano soy, nada humano me es ajeno”, o extraño. Extraña, o ajena, resultaba la conducta, aunque ahora se sabe que no era tan extraña, pero no reconocida públicamente. En su versión femenina, que ya desapareció del Pequeño Larousse Ilustrado, deviene de “muchacha”, que no tenía esa connotación en el italiano antiguo, según Corominas; En el latín servía para ambos sexos, pero insisto, no era una voz reprobable ni sería incluido en el originalísimo Los adjetivos de la lengua española, de Honorato Colmenares, que en su apartado V incluye Hedonista, concupiscente, Concupiscible, Sibarítico, Lascivo (salaz, lujurioso, libidinoso, lúbrico), Ardiente (cachondo, caliente), Incontinente, Copulador (fornicador), Ninfomaniaca, Sicalíptico, Afrodisiaco, Fácil, galante, cortesana, liviana, casquivana, Erótico, Sensual, Voluptuoso, Orgiástico, saturnal, Íncubo, Súcubo, Sexual, Homosexual, Lesbiana, Asexual, Bisexual o hermafrodita, Sexuado, Sodomita, Misógino, Sádico, Masoquista, Masculino, Varonil, viril, Femenino, Afeminado, Feminoide, Hombruno, Embarazada, preñada, encinta, grávida, Prolífio, Bígamo, Adúltero, Cornudo, Bastardo, espurio, ilegítimo… Como se ve, nada que pueda gritarse en un estadio; los gritos, como los hipocorísticos, son mejores si son de dos sílabas; si son de tres, muy raros, necesitan que la segunda se extienda, siempre y cuando la palabra sea grave (o llana).
Decir que un hombre es miedoso equivale, dicen nuestras autoridades que cuidan no ofender a nadie aunque para ello deformen el lenguaje, es compararlo con una mujer. Y Colmenares, como se ve en los adjetivos que incluye en su apartado V, registra que para describir a un hombre poco valiente se le asestan atributos femeninos, si es realidad que las mujeres son menos valientes que los hombres, lo que ya sabemos que es una falacia; de no ser así, poco miedo se le tendría a las mujeres a la hora de confesar en quién y con quién se gastó el cónyuge masculino gran parte de la quincena, o por qué llega oliendo a Jardines de California; y a la ora de las decisiones trascendentales, son ellas las que se arriesgan, las que se avientan más; no que no haya hombres decididos, pero son menos que los precavidos; el refrán que recomienda precaver antes que arriesgarse, es masculino. Y en las playas, son más mujeres las que se suben a los paracaídas, más las que se lanzan a los globos, y en igual número que hombres, las que andan esquiando.
La abundancia de atletas
que tienen una preferencia sexual diferente de la que el género cree más
numeroso, demuestra que no todos son sacatones o cobardes; muchos han sido
boxeadores, otros son atrevidísimos a la hora de bloquear a los linieros que
buscan taclear a corredores o mariscales de campo, y éstos, con ser menos altos
y menos corpulentos, no sólo no le sacan sino que retan a sus atacantes; en el
beisbol todos se lanzan a buscar la siguiente base aunque sepa que lo van a
bloquear o que las lesiones causadas en las barridas pueden tardarse días en
sanar, además de los dolores brutales.
Hay menos valor en los futbolistas que, luego de cometer una falta (un tropezón por atrás, un tapón, una patada a destiempo, una entrada fuerte), levantan las manitas como diciendo “yo no fui” (¡ay, chuz!). Más, entrar en una zona donde proliferan las patadas, casi nunca accidentales; y mucho valor se necesita también cuando, como en muchos ejemplos ilustrados por Juan Villoro en su nuevo libro sobre futbol, reconocen que la falta que sanciona el árbitro en realidad no fue falta; y cuando aun así el de negro (frase provocativa) marca la llamada pena máxima (penalización; pena es dolor o vergüenza), patea el balón sin potencia o intencionalmente lo echa fuera, para coraje de los forofos de su equipo que no saben o no aceptan el decoro y la decencia entre los deportistas.
Hay menos valor en los futbolistas que, luego de cometer una falta (un tropezón por atrás, un tapón, una patada a destiempo, una entrada fuerte), levantan las manitas como diciendo “yo no fui” (¡ay, chuz!). Más, entrar en una zona donde proliferan las patadas, casi nunca accidentales; y mucho valor se necesita también cuando, como en muchos ejemplos ilustrados por Juan Villoro en su nuevo libro sobre futbol, reconocen que la falta que sanciona el árbitro en realidad no fue falta; y cuando aun así el de negro (frase provocativa) marca la llamada pena máxima (penalización; pena es dolor o vergüenza), patea el balón sin potencia o intencionalmente lo echa fuera, para coraje de los forofos de su equipo que no saben o no aceptan el decoro y la decencia entre los deportistas.
Lo escandaloso es el
escándalo que se armó por un grito destemplado, y que pocos han podido
explicar: ¿Piensan los espectadores que con los gritos van a distraer a los
jugadores? Tendrían que leer a Jorge Portilla para entender que, de lograrlo,
sería un éxito momentáneo y a la larga inútil.
Desde 1993, y
hasta 1997, tuve a mi cargo la sección de Deportes de El Financiero; aunque
dimos preferencia a otros deportes más vistos por los lectores del diario,
cubrimos lo más importante del soccer: dábamos los resultados; Refugio, que
sabe bastante, hacía pronósticos, y visitábamos los entrenamientos, pero en
busca no de opiniones o de “color”, sino de otros asuntos: los conocimientos de
política o economía de parte de jugadores, entrenadores y directivos, su ética
y su decencia, su cultura; seguíamos otros deportes, y tampoco por los
resultados; nuestros análisis, si no siempre certeros, eran en cambio muy
originales, divertidos aunque muy serios; había siempre buen humor, y muchos
políticos llegaron a opinar que éramos una sección tan temible, cuando menos,
que otras a las que le sacaban. Después pasé a la mesa de redacción y al poco
asumí la jefatura de redacción, aunque con otro nombre.
En todo ese tiempo evité no siempre los albures, porque Salvador Frausto y Rafael Cervantes (Aldo no, era muy apaciguado) aprovechaban mis descansos o alguna distracción para echar albures en los pies de foto, que no entendían los filtros, o los dejaban pasar. Lo que evité fue que le llamaran “TRI” a la Selección Mexicana de Futbol; lo hice por varios motivos; el primero, que fue una invención de un diario deportivo, el Esto, por el poco espacio que tenían para cabecear; usarlo sería copiarlo; el segundo, porque se presta a las cabezas fáciles, sin imaginación, simples; el tercero, porque el equipo tiene un nombre que no es “Tricolor” ni “México” (no es el país el que juega, sino un equipo que no representa más que a una parte mínima de la Federación Mexicana de Futbol, la que representa la Primera División de la Liga Mexicana de Futbol profesional, que no es ni con mucho, la mayoría en ese deporte; tampoco es el más popular, como afirman en la televisión: para sorpresa de ellos, el basquetbol es el deporte que más se practica en México), sino Selección Mexicana de Futbol; la cuarta, que ya ni siquiera usan, y con lo que violaban la ley, los colores de la bandera mexicana en el uniforme, y por último, pero con el mismo peso, que desde muy poco después de Avándaro, donde se convirtieron en el conjunto de rock más popular, el Three Souls in my Mind, fue conocido como El Tri antes de que hicieran oficial su nombre. Y como la sección se distinguía (y lo reconocieron en muchísimos lados) porque no nos restringíamos al deporte y mucho menos al futbol, sino que lo abordábamos desde la sociología, la política, la economía y sobre todo desde la cultura, no ignorábamos que aunque los que se limitaban al futbol identificarían con ese nombre a un equipo mediocre: la mayoría de nuestros lectores pensarían en el conjunto, que tampoco es bueno, aunque sí original.
En todo ese tiempo evité no siempre los albures, porque Salvador Frausto y Rafael Cervantes (Aldo no, era muy apaciguado) aprovechaban mis descansos o alguna distracción para echar albures en los pies de foto, que no entendían los filtros, o los dejaban pasar. Lo que evité fue que le llamaran “TRI” a la Selección Mexicana de Futbol; lo hice por varios motivos; el primero, que fue una invención de un diario deportivo, el Esto, por el poco espacio que tenían para cabecear; usarlo sería copiarlo; el segundo, porque se presta a las cabezas fáciles, sin imaginación, simples; el tercero, porque el equipo tiene un nombre que no es “Tricolor” ni “México” (no es el país el que juega, sino un equipo que no representa más que a una parte mínima de la Federación Mexicana de Futbol, la que representa la Primera División de la Liga Mexicana de Futbol profesional, que no es ni con mucho, la mayoría en ese deporte; tampoco es el más popular, como afirman en la televisión: para sorpresa de ellos, el basquetbol es el deporte que más se practica en México), sino Selección Mexicana de Futbol; la cuarta, que ya ni siquiera usan, y con lo que violaban la ley, los colores de la bandera mexicana en el uniforme, y por último, pero con el mismo peso, que desde muy poco después de Avándaro, donde se convirtieron en el conjunto de rock más popular, el Three Souls in my Mind, fue conocido como El Tri antes de que hicieran oficial su nombre. Y como la sección se distinguía (y lo reconocieron en muchísimos lados) porque no nos restringíamos al deporte y mucho menos al futbol, sino que lo abordábamos desde la sociología, la política, la economía y sobre todo desde la cultura, no ignorábamos que aunque los que se limitaban al futbol identificarían con ese nombre a un equipo mediocre: la mayoría de nuestros lectores pensarían en el conjunto, que tampoco es bueno, aunque sí original.
Tengo la
esperanza de que todo lo ido, regrese; en los alegres veinte el charleston, que
no se bailaba como lo hacen Marga López en Tu
hijo debe nacer o Tin Tan, Martha Valdés y ladies en El hombre inquieto, años en que cobró popularidad de “Bailando el
charleston” ("como en los tiempos de papá y mamá”); era un baile cuya
provocación menor consistía en que las mujeres se levantaban el vestido por la
parte de atrás, como las bailarinas del can-can, mostrando las entonces
novedosas tarzaneras; o como, más fugazmente, en los años del swing, o sin
necesidad de baile, entre los sesenta y los setenta con las chiquifaldas que
dejaban ver todo; ahora, aunque siguen siendo minis, son bastante púdicas.
Hay instituciones
que vigilan que haya equidad y competencia legal en la vida comercial mexicana,
pero exageran: los almacenes conocidos como supermercados dejaron de ser, desde
hace mucho, como los describía Salvador Novo a finales de los años cincuenta y
principios de los sesenta; los precios son similares, aunque no la existencia
de mercancías; en todos, la carne es malísima (los que vivimos por el poniente
de la ciudad sufrimos más embotellamientos y más mala carne que en muchos otros
sitios). En donde sí hay equidad es en los comerciales: son malos, sin ingenio,
sin imaginación, y muy vulgares.
Acusan a los
propietarios de autos viejos (más firmes, más seguros, más autos) de causar la
contaminación que es más bien producto de la industria (el 88 por ciento), y
sospechosamente tratan de que cambiemos esos autos por otros más caros, más
inseguros, menos cómodos y más contaminantes; las autoridades olvidan que
fueron ellos quienes autorizaron que los vendieran, que la gasolina que
contamina es la que ellos venden, cara y vendida con disminución en los
expendedores que ellos autorizan y vigilan.