Aunque hay antecedentes ilustres, fueron los modernistas
quienes dieron sello personal a las crónicas periodísticas; no sólo es que las
arengas políticas habían perdido su furor, y las muy agudas visiones de la vida
cotidiana de parte del magnífico par de ases de nuestra República Restaurada (Altamirano
y Ramírez), y la mirada sobre la vida popular de parte de Prieto, se volvieron
versiones personales de Gutiérrez Nájera, Luis G. Urbina, Nervo; don Artemio
las convierte en banquetes deliciosos y revive las crónicas más cronométricas
de González Obregón, aunque en ambos persista el afán histórico de perpetuar
calles, avenidas, historias, leyendas, aunque no tanto anécdotas.
¿Qué
queda de ellos? Trazos, apuntes, humor, minucias, en casi todos, magnífica prosa,
pero se ha perdido el sabor por culpa del desconocimiento de cómo fue la vida
cuando fue de veras vida.
Los dos más grandes prosistas de crónicas de los tres
primeros cuartos de siglo de nuestro XX, que parece no terminar, son Alfonso
Reyes y Salvador Novo, enemigos en muchos sentidos aunque en lo personal hayan
sido tan amigos.
Un muy
alto porcentaje de los escritos que componen los XXVI tomos de las Obras de
Alfonso Reyes en el Fondo de Cultura Económica fueron apuntes sobre escritores,
libros, personajes, obras, lecturas, publicadas en revistas y periódicos de
España, recogidos en volúmenes de prosa varia en diferentes editoriales, como
Espasa-Calpe, y en México por Tezontle, El Colegio de México, Nuevo Mundo,
Stylo, o en ediciones propias; en esas entregas periodísticas hay un afán por
divulgar sabiduría en dosis digeribles; explicaciones sencillas sobre autores
no particularmente difíciles, y difieren de sus ensayos eruditos para especialistas;
un texto no recogido aún en las obras es ilustrativo: su explicación de la
teoría de la relatividad de Einstein, en la que los que no son (somos) expertos
en física encontramos la fórmula para entender de qué se trata, aunque Reyes no
haya sido especialista y se le nota el esfuerzo por ponerla en manos de los
ignaros porque él mismo se nota dubitativo.
En esos
ensayos breves encontramos erudición, pero al alcance de todos: antecedentes de
autor y obra, alguna anécdota graciosa, exploración anatómica del texto, del
lenguaje utilizado, y una síntesis que no aspira a ser totalizadora. Otros son
breviarios sobre culturas antiguas, también con ese lenguaje didáctico que hace
que los lectores se sientan inteligentes, aunque la inteligencia sea del autor.
Son artículos que por su inteligencia y profundidad hemos calificado de
ensayos, aunque el propio Reyes los haya dedicado a los tipógrafos de los
diarios en que aparecieron primero, y a quienes agradeció la corrección de
muchos de ellos, corrección de incorrecciones provocadas por la premura con que
debía entregarlos, y que muchos de ellos fueron escritos en las mismas mesas de
plomo en que se formaban antes los periódicos (y que pese a la premura, a que
se trabajaba sin tiempo para muchas enmiendas, aparecían sin las erratas y los
barbarismos actuales, tal vez porque los correctores han desaparecido de las
redacciones). Aunque haya tratado muchos temas, fue posible para Reyes
reunirlos en tomos temáticos; no hay que olvidar el título de una serie que
alcanzó cinco tomos que abarcan casi 500 páginas del tomo IV de las Obras Completas:
Simpatías y diferencias. Pero muchos,
muchísimos otros, no son tan diferentes y sí muy afines.
El otro gran cronista fue Salvador Novo. No debemos
limitarnos a los voluminosos tomos que abarcan la vida cotidiana de México, y
en especial de la ciudad de México, y que fueron apareciendo en diversas revistas
con diversos nombres desde el período presidencial de Manuel Ávila Camacho
hasta la primera mitad del sexenio de Luis Echeverría Álvarez; estas crónica se
refieren a la vida de Novo, pública y privada, aunque no a la íntima, que no
ocultó, pero la publicó en poemas de circulación privada.
Sin
embargo, muchos de los escritos que nutrieron sus mejores libros (En defensa de lo usado, Ensayos, Continente vacío, Este y
otros viajes, Las locas, el sexo y
los burdeles y las notas varias que conforman el segundo volumen de Viajes y ensayos) son crónicas instantáneas
de la vida cotidiana, de sucesos inesperados, de los milagros que irrumpen la
vida diaria; apuntes sobre actores, cómicos, amigos; de la muerte de algún
conocido, y que no están incluidos en la crónica masiva de La vida en México en el período presidencial de….
¿Qué
hace a Novo un cronista privilegiado? No la acumulación de datos, anécdotas, no
la información que empapa al lector de los antecedentes que explican lo que va
a leer; esa erudición queda implícita, no explícita: le muestra al lector el
hecho bruto, y éste tiene que digerirlo, entenderlo y explicárselo; Novo trata
al hipócrita lector como su semejante, su hermano, que está igual de enterado
que él, se trate de un asunto policial (el asesinato de unos hermanos millonarios
que vivían como pordioseros; el fallecimiento, a distancia, de uno que quiso
ser su maestro y Novo no se lo permitió; el estreno de la semana; la disputa de
la semana —resuelta a bofetadas en las mejillas del autor—, un accidente del
que, por una vez, no se atreve a burlarse).
Sabiduría
en cápsulas eruditas pero escritas con un lenguaje sencillo y tono vernáculo,
veraz, cotidiano, a veces con un albur implícito; hay en esas crónicas un humor
inesperado aunque el lector lo espera en tratándose de la fama y el prestigio del
autor.
Éstos son los antecedentes de los Inventarios de José Emilio
Pacheco, que en una apretada antología acaba de publicar en tres tomos Ediciones
Era, y de la que hablaré en días próximos.
Aparte, quiero denunciar a la recepcionista de Benjamín,
nuestro dentisto, quien al devolverme la credencial que debo depositar para que
se me facilite el ingreso al consultorio, me dijo que había salido muy guapo en
la fotografía.
También
a la maquillista que me quita lo brilloso del rostro antes de entrar al aire, y
quien, al finalizar la tarea, me dijo, delante de Lourdes, que me había dejado
muy guapo.
También,
a nuestra amiga Rosa Montero, quien en alguna dedicatoria nos ha puesto a
Lourdes y a mí el adjetivo de guapos.
A
Cristina Pacheco y a Diego, quienes cada vez que se encuentran se califican
mutuamente de guapos.
A (a
destiempo) los Churumbeles de España, que no sólo espetaron el adjetivo de
Guapa a una protagonista que estaba que se caía, que detenía el tránsito, sino
que lo repitieron (guapa, guapa, guapa, tres veces guapa) hasta hacerlo acoso.
A
Carlos Pellicer que dijo, a manera de metáfora, que hay azules que se caen de
morados (y si no lo entienden, que no denuncien).
A Jim Morrison, quien dijo de alguien
Don't ya love her as
she's walkin' out the door.
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