El mal conocido, peor recordado y pésimamente imitado Abel
Quezada, en una magnífica serie de cartones, advertía que aunque en las
películas el muchacho se quedaba con la muchacha al derrotar al villano, en la
vida real el malo se queda con las muchachas.
En el
cine pocas veces el malo derrota a los buenos, pero se queda con la admiración
del cinéfilo; para hablar de ejemplos de nuestra generación, Gene Hackman como
Lex Luthor merecía mejor destino, aunque el Chistopher Reeve de la serie de Superman no era el boy scout de los
cómics, y sobre todo se ganó nuestras simpatías al usar su visión de rayos X
para observar el color de las pantaletas de Louise Lane, coqueteó con una Lina Luna
crecidita con una sensualidad que no tenía de adolescente, y usó sus
superpoderes para llevar a Margot Kider al éxtasis.
Pero
Luthor, acompañado de una muy erótica Valerine Perry (casi siempre mal
aprovechada), hace temblar, literalmente, al mundo del que quiere apoderarse,
casi mata al héroe de una manera cruel, y casi seduce a una fría pero no por
ello menos cálida villana Sarah Douglas, además de urdir una trampa que le
falla porque Supermán es tramposo y mentiroso. Lex Luthor es culto (ama a
Mozart, y sus compañeros de cárcel le silban algún pasaje mozartiano), buen
lector, excelente científico y tiene sentido del humor.
Hackman
tiene cara de malo y así tiende una trampa a Tom Cruice, tan inocente, y para
ello busca seducir a la memorable villana Jeanne Triplehorn (inolvidable su
coito con Michael Douglas, que hace palidecer los convencionales de Sharon
Stone en Basic Instint), en La firma; bueno, Hackman hasta de héroe
(Mississippi en llamas) es duro, cruel, vengativo y
amedrentador.
Hackman no es el mayor villano del cine estadounidense, y
casi podría decirse que es muy menor frente al villano mayor de la historia del
cine, Alfonso Bedoya (o Bedolla, según algunos créditos en otros filmes; el
cine mexicano ha solido adolecer de ortografía, tan grave como la de los
seguidores de los candidatos a la presidencia de México), conocido como El Indio, y para Carlos Monsiváis, una de las
mejores presencias cinematográficas por su “indudable mexicanidad”; ya en Canaima, como el Cholo Parima, hace sufrir a Jorge Negrete de tal manera que ni la
tibieza de Juan Bustillo Oro puede quitarle esa sensación de sordidez, esa
maldad tan terrible, esa crueldad que impone su presencia para ser así uno de
nuestros grandes villanos.
Esa
maldad la trasladó a la Sierra Madre donde aterrorizó al mismísimo Humphrey
Bogart, hombre malvado si los hay (en el cine; en la vida real, pocos con su
dignidad al oponerse al Joseph McCarthy perseguidor de izquierdistas en el cine
y en la política), cuando lo persigue para quedarse con su magro tesoro; el
director John Huston debe haberse divertido muchísimo con ese excelente villano
Golden Hat, que surge de súbito para
engendrar inseguridad y temor en los buscadores de oro, que no necesitaban
mucho para traicionarse entre sí; Bedoya se justifica: es que semos muy
chacales, y luego de asesinar a Bogart, escupe un amenazador “¡montoneros!” al
grupo de soldados que lo apresan, sin olvidar el epíteto que poco antes asestó a los buscadores de
oro: palomitas.
Uno de
los momentos culminantes de esa maravilla que es El tesoro de la Sierra Madre tiene lugar cuando Bedoya y sus
secuaces cavan sus propias tumbas y él afirma que el calor que sienten no es
nada comparable al que sufrirán en el infierno, y segundos antes de la orden de
fuego al pelotón de fusilamiento, pide: “mi susteniente mi susteniente, ¿me da
permiso de agarrar mi sombrero?”, permiso que le es concedido, lo que aligera
la tragedia que viven personajes y espectadores. Dice Jim Beaver que Bedoya se
roba todas las escenas en que aparece, aunque sean con Bogart, Walter Huston o
Tim Holt.
Ese
papel lo repitió en Furia roja,
aunque su villanía está del lado de los juaristas buenos (decir ahora esto,
cuando quieren convertir a don Benito en mal político, mal presidente y con limites
intelectuales, es incorrecto, lo que asumo sin temor); también es villano en El gendarme desconocido, como pandillero
que asalta y balacea, y peor, chulea y acosa a la muy chuleable y acosable Gloria
Marín; Bedoya es villano en casi todas sus cintas mexicanas (hizo un buen
puñado de apariciones en Hollywood, bajo grandes directores), pero mi favorita
es su breve aparición en Como México no
hay dos, en la que indignado vocifera contra Tito Guízar, quien le
pregunta, en plena ciudad estadounidense, si es mexicano, y Bedoya contesta
enfurecido con términos antimexicanos, aunque repentinamente suelta un “pelados
éstos”, o algo parecido, con indudable mexicanidad.
Entre
los muchos villanos admirables, sobre todo en el cine mexicano, Bedoya es uno
de los mejores y más memorables.
(Nota aparecida en El Universal Querétaro el 25 de abril.)
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