Durante mucho tiempo hubo palabras impronunciables en las
conversaciones cotidianas; sobre todo, las partes del cuerpo ocultas por la
ropa, aunque no necesariamente las partes pudendas. Podían consultarse en los
diccionarios, que no eran muy explícitos, y que apenas describían, de la manera
más fría, esas partes que las faldas y vestidos ocultaban, pero resaltaban.
A falta
de la presencia de la palabra “nalgas” en revistas y periódicos, e incluso en
la literatura, se usaba el gélido “glúteos”, o el más pícaro “asentaderas”,
pero en la literatura popular, Gabriel Vargas popularizó “tambochas”, que no se
encuentra en los diccionarios de mexicanismos ni de expresiones populares, pero
que los lectores de La Familia Burrón
leíamos sin necesidad de explicación. Usaban también “tepacuanas”, que sí se
encuentra en el Diccionario de
Mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua, pero no en el más real y
sabroso Útil y muy ameno vocabulario para
entender a los mexicanos, de Héctor Manjarrez.
Curiosamente
llega a la literatura con más contundencia en los libros de Jorge
Ibargüengoitia que en los de Gustavo Sainz o de José Agustín, quienes usan
metáforas para evadir la palabra.
En La ley de Herodes, el personaje de todos
los relatos cubre las nalgas de Pampa Hash varias veces con “pantaletas”, que
es lo primero y lo último que ve a esta extranjera a la que pierde porque la
posee el ritmo, pero en “La vela perpetua”, dice que a Julia, que lo atormenta
por años, “le faltaban pechos, le faltaban piernas, le faltaban nalgas y le
sobraban dos o tres idiomas que ella creía que hablaba a las mil maravillas”;
sufre menos con la protagonista de “¿Quién se lleva a Blanca”; Blanca, que
tiene amoríos con varios personajes apenas mencionados, permite al protagonista
que la lleve a su casa, pero al entrar a ésta, “le toqué las nalgas”, lo que
causa hilaridad a unos niños testigos del acto; el reproche de ella es “¿Por
qué eres así?”, pero nada más, lo que revela que estaría dispuesta a más.
En Estas ruinas que ves, luego de una parranda, Malagón (Guillermo Orea en la excelente versión cinematográfica) se queja: "¿Por qué no me dijeron que le estaban viendo las nalgas a Sarita?" (Grace Renat en la cinta; también la muy bella Blanca Guerra las muestra dos veces, pero la descripción en la novela es menos erótica; lo de Sarita es una escena gratuita e innecesaria, en ambas obras).
En su
mejor novela, Dos crímenes, Ramón
Tarragona le dice a su sobrino Marcos que su sobrina Lucero le está poniendo
las nalgas en las narices, escasamente disfrazada metáfora para referirse al
coqueteo, o mejor dicho, nada disimulada insinuación. Marcos, sin embargo,
copula con la madre de Lucero, en escenas en que lo cómico desplaza a lo
erótico. En la cinta basada en esta novela, Dolores Heredia encarna con
picardía a Lucero, y en la escena referida muestra el trasero, pero vestida;
Margarita Isabel es Amalia, cómica y erótica al mismo tiempo; es también de las
pocas veces en que la palabra se escucha con nitidez en el cine mexicano.
El
músico y poeta Vinicius de Moraes fue muy claro en su “Receta de mujer”; en la
mucho más conocida “La chica de Ipanema” menciona dos veces el balanceo de la
protagonista, balanceo de los glúteos, desde luego, pero no los menciona, como
si se mencionan en “La Bossa Nostra”, de Les Luthiers, que combina ambos
textos, y culmina con “nalgas marinas, y un pubis…”, que detiene un sacerdote
con un “detente pecador”, aunque un coro celebra “pubis pro nobis”.
En la
“Receta…”, Moraes describe la perfección del cuerpo femenino, con adjetivos
supremos para brazos, ojos, labios, talle, cuello; la mujer debe ser “ligera
como un resto de nube: pero que sea una nube con ojos y nalgas. Las nalgas son
importantísimas”, acota, sin necesidad de ningún otro adjetivo.
Es
curioso, sin embargo, que hayan llegado a la música más erótica entre las
expresiones contemporáneas, como la menos sutil de las metáforas: Beny Moré en
“La engañadora” describe a una mujer a la que todos los hombres la tenían que
mirar porque estaba gordita, muy bien formadita, “en resumen, colosal”; gordita
y bien formadita es sólo una manera, poco elegante pero nada obscena, de
referirse a los glúteos, aunque al final de la canción se sabe que no son
tales, sino rellenos, como en un cuento de Cristina Pacheco.
Los
antiguos no se complicaban: ni glúteos ni nalgas: “con las que me siento”,
definían las señoritas decentes. Y las señoritas decentes las definían como "pompas", lo que se prestaba a juegos de palabras, y hasta una mención musical harto pícara: "Pompas" ("ricas"), de Eduardo Vigil y Robles, que popularizó en 1919 la muy pícara María Conesa. Un dicho mexicano describe a la perfección que
las mujeres valen por sus cualidades intelectuales y que sean hacendosas, más
que por lo sinuoso de su cuerpo: “busca a la mujer por lo que valga, y no sólo
por la nalga” (La que de amarillo se viste. La mujer en el refranero mexicano, compilación de Ángeles Sánchez Bringas y Pilar Vallés, UNAN-CNCA, 2008).
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