No busco disminuir el acto ni menos las reacciones, pero
lo sucedido en los últimos meses nos hacen ver que los hechos se repiten o,
como dijo el gran clásico ahora poco (o nada) leído, suceden dos veces, primero
como tragedia y después como plagio desventurado.
Hablo
de lo que recuerdo, aunque cada generación ha vivido esto: en mi
postadolescencia, por influencia de los roqueros, en especial de los Beatles,
nos dejamos crecer el cabello; para furia de los maestros, los padres y los
peluqueros, traíamos melena, bigotes a la Javier Solís que pensábamos que del
Sargento Pimienta, patillas hasta debajo de las orejas, o de plano barbas;
Arturo Valdés Olmedo dijo un poco después que cualquiera de nuestra generación
que trajera casquete corto era culero; estuve de acuerdo, y sigo trayendo el
cabello largo pese a que Luis, el peluquero, cada dos meses intenta convencerme
de que lo visite cada 15 días, que es como acostumbra la mayoría de sus
clientes. Antes, la cola de pato, los copetes de los primeros roqueros, el envaselinado
de los pachucos y de los tarzanes fueron igualmente acosados y criticados.
Los
padres exclamaron durante meses, si no es que años: si yo fuera el presidente
los agarraba, los rapaba, les bajaba los pantalones, los cureaba, y los ponía a
barrer las banquetas (o a pavimentar las calles).
Así
reaccionó Donald Trump (¿alguien recuerda ahora que tuvimos un candidato
llamado Donaldo?) cuando un mexicano ganó un Oscar por alguna película que le
celebraron como si fuera buena (talacheros, les llama Jorge Ayala Blanco a los
mexicanos que renunciaron a sus creaciones para hacer las películas que ni los
peores directores gringos quieren hacer); hizo berrinche y dijo lo que los padres de jóvenes de los
años sesenta y setenta: si yo fuera presidente los corría a todos, porque sólo
son drogadictos, narcotraficantes, violadores. El problema fue que él sí tenía
poder, y ante el reto de a ver, hazlo, se lanzó a lo loco; el problema es que
no sólo él piensa que los inmigrantes le quitan el trabajo a los
estadounidenses, que muchos son vagos,
pandilleros, violadores, drogadictos, y que la droga que entorpece la mente de
los jóvenes gringos llega de México, sin ver que si llega es porque la compran
y la piden (y apenas disimulan que el mismo día que Trump es nombrado
presidente electo —¿sabrán la diferencia entre electo y elegido?— legalizan la
mariguana con fines recreativos en varios estados gringos); y los muchos que
piensan que los greasers son una
calamidad apoyaron una candidatura que
era más una puya que realidad. Y pasó lo que temían todos: ganó, y ahora no
sabe qué hacer.
(Un
amigo de la postadolescencia se enamoró, o infatuó, de Georgina, una muchacha sencilla y bonita
de la prepa; la atosigó varios meses y de vez en cuando, con una frecuencia
semanal, luego de platicar largo rato, cuando se despedían, le preguntaba, como
muletilla, que si quería ser su novia; la primera vez ella se atarantó, se
aturdió, y dijo automáticamente que no; me lo contó y cuando le pregunté por
qué lo rechazaba, contestó que no sabía; pero él insistió cerca de un centenar
de veces; una noche, mientras oíamos discos y tomábamos cerveza, le preguntamos
qué haría si alguna de esas veces ella le decía que sí; se quedó callado unos
segundos, hizo cara de alarma, y exclamó: ¡en la madre, no sé! No, mejor que me
siga rechazando. En estos momentos Trump podría estar pensando, luego de que le
pase el mareo del triunfo, ¡en la madre, ahora qué hago!)
Lo
curioso es que aquí reaccionamos con indignación digna de mejor causa; apenas
notamos que iba atemperando el discurso, y que insistía en las calificaciones y
descalificaciones y en sus promesas absurdas sólo porque era el motivo por el
que se había lanzado a la candidatura; si decía que el muro es impensable lo
iban a matar (una frase así, una muletilla común en ciertas regiones mexicanas,
le costó un linchamiento moral a mi amigo Sergio Romano), e iba a perder el
furor de sus seguidores. Trump dijo que era no un político sino un empresario,
y como tal gobernaría; sus seguidores, a los que sí cabe llamarles fanáticos,
le daban la razón: si el país está mal es por culpa de los políticos, mejor que
la maneje como una empresa. Y se olvidan que se ha ido a la quiebra tres veces;
y ni siquiera por mal administrador, sino porque cede a las bajas pasiones, que
es lo que decía Arthur Schopenhauer que perdía a las mujeres, más el instinto
erótico que el raciocinio; ¿qué va a suceder si lo tientan algunas mujeres?
Como su antecesor Bill Clinton, no es alguien que siga el consejo del clásico, que
la verdadera valentía consiste en huir; lo han sorprendido varias veces mirando
las tambochas y las montañas de cuanta mujer se le pone enfrente, voluntaria o
involuntariamente; han escuchado que dice de ellas lo que dice un magistrado
(bueno, ex) del Tribunal Electoral del Poder Ejecutivo Judicial de la Federación,
que algunas mujeres están bien buenas y que tienen unas nalgas exquisitas y que
no es por eso que deben llegar a puestos altos en empresas o en oficinas
gubernamentales (o como dice el refrán: busca a la mujer por lo que valga y no
sólo por sus atributos físicos traseros exuberantes y bien construidos —sólo
que en verso), y que es lo que dicen Pedro Infante, Jorge Negrete, Germán
Valdés, Mauricio Garcés y Jim Morrison, entre otros muchos. Y lo hizo Bill
Clinton.
Trump
no sabe gobernar; sus paisanos deberían aprende en cabeza ajena: ya saben, o
deberían de saber, que no es lo mismo gobernar un país que administrar una
gerencia regional de una refresquera.
¿Ganó Trump o perdió Hillary? Pocos analistas lo dijeron,
pero algunos vieron que era tan peligrosa para México como pensaban que sería
Trump; tenía la simpatía de varias secciones de la sociedad de su país, y sobre
todo de artistas, actores, directores, escritores mexicanos, que tenemos
impedidos de meternos en la política de otros países, por mandato
constitucional; obviamos que no pudo refutar a Trump sus opiniones sobre el
TLC, que prefirió atacar antes que explicar cuáles serían las acciones de su
gobierno, si el voto la favorecía (por cierto, ¿no sería bueno que fueran
adoptando el sistema del sufragio efectivo, ese método que la mayoría de los
mexicanos ignoran en qué consiste, y sólo piensan que se trata de respetar la voluntad
de los electores?); cuando Trump dijo que Bill también era mujeriego ella se
quedó callada, cuando pudo haber dicho que sí, que era débil y sentimental, pero que su infidelidad no era deslealtad
ni traición, y que pese a las viejas (habrán de perdonar, pero así le dicen
ellas mismas a las que asedian a los ajenos y se conforman con el papel de segundos frentes)
gobernó el país con mano firme, y ayudó en mucho a que crisis ajenas llegaran
con fuerza a Estados Unidos. Su campaña fue tan populista como la de Trump y de
otros a los que conocí y que sigo conociendo; varios errores la hundieron; el
primero, prescindir de Sanders, político mucho más sabio que ella, y con mucho
potencial para hacer reformas que beneficien en serio a los marginados;
después, tan importante, hacer a un lado a su marido, haciendo caso a las
consejas de que ella es más inteligente que él; y definitivo, desairar la
invitación del gobierno mexicano; perdió bastantes puntos, que no pudo
recuperar; entre otras cosas, ignora, como todos sus paisanos, nuestra idiosincrasia:
somos muy séntidos y no perdonamos; a Rosita Alvírez desairar a Hipólito le
costó tres balazos aunque por fortuna sólo uno de ellos era de muerte; se
desaira no por mala educación sino por no incitar a los niños a que se inicien
temprano en vicios indeseables; no se desaira a un pueblo ansioso de apapachos;
no se desaira a un político que le abría la posibilidad de mostrar que nos
respeta y nos considera, y perdió la oportunidad de ridiculizar a su rival; ¿no
se dio cuenta de eso cuando Enrique Peña Nieto no la buscó en un viaje
posterior?
Que
haya perdido no asombra, los juicios electorales son volátiles; lo que asombra
es que haya perdido en bastiones en los que el Partido Demócrata nunca había
perdido. ¿Con qué cara va a explicarle a Bill todos sus errores? Lo peor es que sufriremos las consecuencias, no
porque Trump vaya a construir ningún muro, ni porque vaya a robarse las remesas, ni porque quiera
obligar a los grandes emporios a que se regresen a un Estados Unidos sin fuerza
laboral respetable, ni porque vaya a declarar la guerra a México ni a China ni
a Japón ni a Inglaterra ni porque vaya a aliarse con una Rusia disminuida y ansiosa
de adquirir el petróleo mexicano que Trump no quiera comprar. Vamos a sufrir
las consecuencias no de sus bravatas sino de sus torpezas. A ver si no quieren
venir los gringos a México, a que los acojamos.
Rosario Robles, que ya antes quiso ser presidenta, aconseja
prohibir las clases de macramé y eliminar los cursos para cultoras de belleza
(porque cree que ya nadie se maquilla ni para las fiestas y los únicos que se hacen
maniquiur y pediquiur son los hombres), y que mejor tomen clases de economía.
¿Para qué recalcar en la estulticia?, mejor que lea a Gabriel Zaid; mejor, que
se lo platiquen. O que se lo expliquen, aunque sea varias veces hasta que diga que lo entendió. Y que tenga siempre presente que ella perdió sus oportunidades
en la dizque izquierda a causa de las bajas pasiones.
La trata de blancas es un mal que impide el completo desarrollo
de la sociedad mexicana; las historias que relata Héctor de Mauleón son estremecedoras,
y en ellas acusa a las autoridades de una delegación desgobernada, como todo el
Distrito Federal , por la dizque izquierda, que no pone atención en lo que
sucede en sus territorios; unas postadolescentes quisieron ir a bailar a un sitio
que tiene fama de tranquilo, con buen sabor y buena música; a una de ellas,
eficaz como funcionaria, se le ocurrió llamar para que reservaran sitio para
las cuatro o cinco que iban a ir; ¿cuántos hombres vienen?, preguntaron;
ninguno, vamos a oír música y bailamos entre nosotras. Imposible, tiene que
venir un hombre; a lo mejor llega mi novio, pero más tarde; imposible, le
dijeron, no pueden venir mujeres solas porque si las sacan a bailar algunos clientes,
las ficheras se ponen celosas.
¿Morayta,
Díaz Morales, El Indio Fernández, Tito
Gout, Ernesto Cortázar, hubieran imaginado un diálogo así? En Pecado, de Luis César Amadori, la rica
aristócrata Zully Moreno acepta ir a un cabaret nomás pa’ ver qué se siente, y
cae víctima de las bajas pasiones como Clinton, Trump y Robles, se enamora de
Roberto Cañedo y se pierde para siempre, pero no la acosan las ficheras de
verdad, que en otras cintas pueden rivalizar con la heroína del melodrama (una
poco atractiva aunque no fea Marga López), o pelear por Rodolfo Acosta o por Luis
Aceves Castañeda, pero no se ponen celosas de las fufurufas. El único que pudo
haber imaginado esa situación fue el sobrevalorado Orol, pero era digno de un
argumento de Álvaro Custodio.
Ese
tugurio se encuentra en la colonia Roma,
territorio de Ricardo Monreal, ex priísta y ex perredista, que se ha visto envuelto
en escándalos de los que sale no sin mancha pero sospechoso cuando menos de
encubrir, y candidato a gobernar el DF; cada vez que se habla de la delincuencia,
del tráfico de drogas y de la violencia en su territorio, Monreal hace promesas
y promesas y nada; ¿sabrá del caso de las ficheras celosas?
Viene al caso un nada lejano
comercial en que unos calenturientos turistas mexicanos en Las Vegas se le avientan, en un champurrado
poco original, a tres mujeres que contestan como turistas en busca de turistas,
y que insinúan cariñitos de un instante y no volverse a ver, que nada tiene que
ver con la defensa de la dignidad de la mujer. Y a propósito, otro comercial dice
que un hombre no puede hacer insinuaciones sexuales a una mujer, sin su
consentimiento. Si tiene su consentimiento, ya no son insinuaciones.
Luego de todos estos sucesos vistos de lejos a causa de un
resfriado, curioso porque el único atisbo de fiebre lo provoqué por abusar de
artificios caloríferos, lo único que pude leer fue una compilación de frases de
Schopenhauer sobre el trato con las mujeres, un magistral acopio de quejas
masculinas, por Thurber, el olvidado, y un Dostoievski que parece Kafka.
(Aclaro que algunas de las ideas coinciden con muchas expresadas
por Fray Luis de León, Karl Marx, Carlos Monsiváis, Lucha Reyes, Pedro Infante,
Germán Valdés, Rubén Fuentes y Gonzalo Curiel; más grave: ninguna palabra aquí empleada es
original, las he leído en periódicos, revistas, libros, diccionarios y en redes
electrónicas; los buenos lectores sabrán cuáles son las ideas referidas, que no
calcadas, los poemas y las canciones citadas, las sentencias inspiradoras, pero
ninguna es textual, y entrecomillar cada palabra iba a distraer a los posibles
lectores. Han dicho.)
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