Le debo mucho a
Xavier Velasco; por él escuché a Police, aunque ahora no me gusta como
entonces; por él oí con otra perspectiva a Marianne Faithfull y la sigo
admirando, chance más que el propio Xavier; gracias a sus consejos y pláticas
perdí prejuicios y adquirí discos que sin él no hubiera escuchado; también es
cierto que no siempre le hice caso, y que él oyó muchas cosas por mi
insistencia.
Pero, entre otras muchas cosas,
la mayoría divertidas, dijo frases que conservo como guías morales, como “Dios
dirá” (medida económica que también he ejercido, desde toda la vida, en otras
cuestiones vitales, como las calificaciones, el trato con la gente sin importar
la edad o condición socioeconómica), “May I stay forever young” como consuelo
de que uno envejece y no nos resignamos, y la más valiosa: “para vivir fuera de
la ley hay que ser completamente honesto”, que aprendió de Bob Dylan y que era
una norma que seguía, y creo que sigue.
La última vez que lo vi fue en
una feria del libro en Los Ángeles, y
fueron tan notorios su sorpresa y su gusto que no dejaba de repetir “Mejía, Mejía,
Mejía”, para azoro de Nahúm: “ese señor no conoce a mi padrino”; lo vi de lejos
en Guadalajara, pero no es el mismo cuando hay cámaras delante suyo, y preferí
no molestarlo.
Algo por lo que
le estaré siempre agradecido es haberme presentado con Joaquín Sabina, cuando éste obsequió
a la prensa, en un salón en el centro, uno de sus mejores discos, El hombre del traje gris, que me dio ese
mismo día; hice mías muchas letras de Sabina, y admiré su valor por cantar sin
tener voz, ni ritmo, ni cadencia, pero nadie podría cantar sus canciones como
él (lo que pasa también con Dylan y, en otro plano, con Agustín Lara).
Sabina, igual que Paco Ibáñez o que
Serrat, representó mucho tiempo una conducta digna, indócil, y más que sus
coterráneos, con un sentido del humor desarmante, además de que si Ibáñez cantaba
poemas franceses o de la España antifranquista, Sabina hacía sus propias
canciones, con un elegante juego de palabras, con una rima interna que ya la
hubiera querido cualquier poeta de los años ochenta de una España en renovación,
y digna del Siglo de Oro. No es que se convirtiera en guía de conducta, pero versos como “nunca
entiendo el móvil del crimen, a menos que sea pasional” me fascinaron porque
hacía mucho no encontraba auténtico romanticismo en la canción moderna; muchas
de sus actitudes expuestas en canciones como “Princesa”, “Pisa el
acelerador”, “Güisqui sin soda”, “El joven aprendiz de pintor” “Eva con Adán” me
hablaban de un autor que me gustaría haber sido como él: correr riesgos de todo
tipo con tal de no traicionarme. Y de hecho corrí muchos, de muchas
naturalezas; de algunos lo lamento, de ninguno me arrepiento.
No me
decepcionó Sabina cuando dejó de arriesgarse con el Paternina cuando le dio un itus,
sustos como ésos no dejan de advertir que hay que arriesgarse menos o con más
cuidado; me decepcionó hace unas semanas, cuando se descubrió que ha defraudado
el fisco de su país, no al dejar de pagar impuestos (de eso hay mucho qué
decir: que los gobiernos los usan mal, que los funcionarios los evaden o no los
pagan, que desvían recursos, que cobran de más), sino al crear empresas fantasmas para no pagar o
para pagar menos. Sabina, como muchos que han hecho de su actitud pública su
vida íntima, ha defraudado a quienes creímos en su sinceridad. Ya sabemos de
qué se trata.
No puedo decir que haya sido una influencia en lo que he
hecho; quienes leyeron mis obras anteriores a que conociera los discos de
Joaquín Sabina saben que mis personajes se acercaban a “el lumpen es su
pedigrí”, que no ponía el pie al ladronzuelo, y que su lema era, me lo
reprochaban mis amigos de entonces, “más vale lamentar que prevenir”, y era
consecuencia de ciertas lecturas que me marcaron mucho (Sartre, Husserl,
Fuentes, Pacheco, Borges); pero al conocerlo admiré, como admiré en Borges,
estar con las causas perdidas, y que simpaticé más con los perdidos, los
derrotados, que con los triunfadores; en fin, 30 años son demasiados para pedirle
a la gente que no cambie, que mantenga sus ideales, su conducta; nunca fumé
mucho, y una neumonía me retiró de la nicotina, no sé si para siempre (ya conté
que mi último cigarro, hasta ahora, lo fumé sólo para hacer enojar a José
Emilio Pacheco), que nunca bebí tanto como para chocar contra un semáforo ni
caí al torito, porque no conduzco automóviles, pero no reproché que algún
ingenuo lo hiciera por culpa de una pasión malsana a su sexagenaria edad.
Pero no
es lo mismo el ladrón poquitero que roba para comprar la última copa, que los
fraudes millonarios que Sabina copia a su exreyecito, a la hermana de su
reyecito, a los corruptos gobernantes de su pobre país. Y ahora que anuncia su
nueva gira por México, seguro va a pedir que no se olvide a los estudiantes
extraviados. Con qué cara, si es un delincuente de cuello blanco, los más
despreciables de todos. Lo suyo ya no es un “pacto entre caballeros”, es
docilidad ante el poder y sacar provecho de ello.
A la muerte de Ninón Sevilla surgen comentarios elogiosos
acerca de su calidad de actriz, aunque, como siempre, sean exagerados o
correspondan a otra persona. Sevilla fue protagonista de tres de las más
notables películas de rumberas, Aventurera,
Sensualidad y Aventura en Río, las tres dirigidas por Alberto Gout y con guiones
de Álvaro Custodio; nuestra crítica endiosó a Sevilla (coqueta hasta el final,
falleció a los 93 años, no a los 85 que proclamaba al ingresar al hospital),
copiando los elogios que le dedicó François Truffaut cuando era crítico de cine,
y que ahora recuerdan, de que no bailaba para la gloria, no way, sino para el
placer; pero también hablaba de sus gestos, de su altivez; desde luego, se
refieren a la mirada con que reta a su suegra Andrea Palma cuando descubre que
es la misma que la madroteó en su natal Ciudad Juárez y que pretende hacerse
pasar por dama decente (falla del guión: para madrotear el burdel donde la
explota tiene que ausentarse de su casa largas temporadas, y nadie cuestiona
qué hace todo ese tiempo).
Es mucho más vivaz su expresión
cuando se levanta la falda delante del probo juez Fernando Soler quien, más
turbado que nunca, sabe que ante él se está abriendo la puerta de la tragedia,
la sordidez, y que irremediablemente va a caer en sus redes, o mejor dicho,
entre sus piernas, las que elogia ella misma para explicar por qué roba: “¿Qué
puedo hacer con estas piernas, señor juez?” Falta de imaginación, desde luego,
porque al salir de la cárcel muestra lo que puede hacer con las piernas: bailar
y con ello enloquecer a la audiencia masculina y provocar bajas pasiones. La
expresión vivaz, remarcada por la nariz chata y la mirada sexual más que
sensual, marca la diferencia entre su placer por bailar, tirando caderazos,
aunque por dentro se la lleva la chingada por saberse culpable de la muerte de
su madre, del suicidio de su padre, de haber pecado antes de casarse. ¿Cómo
puede gozar tanto del baile mientras todo a su paso es tragedia?
Las cintas son divertidas de tan
exageradas, de tan irreales; mucho más verosímil es su actuación en Víctimas del pecado, aunque Emilio
Fernández no fuera mejor director que Gout, aunque sí más inspirado, más lírico.
Sevilla es un mito del cine
mexicano pese a que de sus cuarenta y tantos créditos sólo 18 corresponden a
filmes, y no a apariciones especiales, bailes esporádicos, o series televisivas
donde actuaba de sí misma; en alguna entrevista se quejó de que en su época las
actrices podían enseñar las piernas pero no las pantaletas; mostraban el
ombligo, y menos de 50 años después las adolescentes a punto de entrar a la
edad de merecer andaban con el ombligo de fuera sin que nadie le dijera
exóticas.
Sevilla no actuaba, sólo bailaba;
¿mejor que sus competidoras? No era más audaz que Tongolele, y no hay muchos
testimonios fílmicos sobre la capacidad de Su Mu Key, pero a ésta la exalta
Pacheco en Las batallas; Meche Barba,
Rosa Carmina, Lilia Prado (mucho mejor actriz que las demás), Elsa Aguirre,
hasta Gloria Marín, tenían idea de cómo mover la cadera (según expresión de
García Riera para definir el cine de rumberas); ¿qué hacía excepcional a
Sevilla? ¿El mito?
Álvaro
Custodio lo explicaba bien en sus notas sobre cine, y él fue el encargado de
los guiones de las cintas más célebres de Sevilla; García Riera, en su revisión
de Aventurera modera su entusiasmo y
explica el éxito de las tres películas célebres a la casualidad: Custodio
trabajaba más por la papa que por sus ganas de trascender en el cine; Gout no
era un perfeccionista aunque sí cuidadoso con los detalles y, sobre todo, por
la protección a los rostros femeninos (eso salva una película tan reaccionaria
y pedestre como ¡Viva el amor!, eso y
las piernas de Silvia Pinal y los escotes de Christian Martell, protegidos por
Gout; eso hace visible una cinta como Adán
y Eva, con todos los obstáculos posibles). Sevilla era bailarina, no
actriz; sin embargo no puede negarse su simpatía.
La veía cada
semana, hace unos 25 años, comiendo tortas en el puesto del papá de Pepe, en
Thiers y Leibnitz; allí terminaba comiendo cuando pasaba a cobrar a la ANDI;
hermosa nunca fue, pero sí guapa; de pronto dejó de aparecer en público, cuando
Héctor de Mauleón, en una de sus audaces investigaciones, descubrió lazos
misteriosos entre Sevilla y Miroslava; se sabe que Sevilla encontró el cadáver de la suicida checa, y suponen que
modificó la escena de la muerte, como dicen en los programas de televisión; que
sólo permitió que encontraran alguna de las cartas que dicen que dejó, y que la
más misteriosa, con detalles macabros, Sevilla la guardó, y dejó que culparan
del suicidio al matrimonio entre Luis Domínguez, torero, con Lucía Bosé;
Miroslava amaba al torero y el matrimonio la desquició, o eso se supone por la
fotografía de Domínguez encontrada en la recámara de Miroslava; durante años se
creyó en esa versión, hasta que De Mauleón encendió las dudas e insinuó que el
amor de Miroslava no podía decir su nombre; dudas razonables, que se enredan
cuando involucran a La Chula Prieto,
a Mario Moreno Reyes, y a Jorge Pasquel (de ser cierta una de las versiones, de
que Miroslava fue víctima de un pasón con cocaína en una fiesta con políticos,
podría pensarse en otras coincidencias, sobre todo la muerte o accidente o
suicidio de Mariana, la madre de Jimmy, de quien se enamora Carlitos en Las batallas…).
De todas las posibilidades y
versiones, Vicente Leñero escogió la más común, la más conocida y la más plana
para el guión de Miroslava, una
horrenda película que pretende recrear el mito de una de las mujeres más
hermosas que haya actuado (es un decir) en el cine mexicano, y que sale de un cuento de Guadalupe
Loaeza.
Al hablar de
Leñero, no mencioné su actividad como guionista. La página especializada en
cine le acredita 31 participaciones, como autor del libro en que se basa el
filme, como autor del argumento, como guionista, como consultor; hay dos excepcionales:
El callejón de los milagros, de Jorge
Fons, y Cadena perpetua, de Ripstein,
basada en una de las mejores novelas de Luis Spota, Lo de antes, que alguna vez dije era la mejor cinta mexicana; eso
fue en 1979, y no tengo empacho en insistir en ello: la sobria dirección de
Arturo Ripstein, las actuaciones soberbias de Armendáriz, Gómez Cruz, Pellicer,
Martin, Busquets, Murgía, Cobo; bueno, hasta Angélica Chaín está visible y no
sólo por el desnudo por esa vez nada vulgar; la escena en que Rodrigo Puebla
cae balaceado es una de las muertes más naturales en nuestro cine, y llama la
atención la presencia imponente de Ana Martin, aunque prácticamente no dice una
palabra.
A cambio, echó
a perder Los albañiles, vulgarizó El monasterio de los buitres con la
presencia de Irma Serrano y Macaria que nada tenían que hacer en la trama;
permitió que se trivializara Estudio Q,
enredó El crimen del padre Amaro, y
enredó más aún La habitación azul
hasta hacerlo una trama policial inocua, desperdiciando la turbante (más)
belleza de Ana Claudia; permitió desnudos gratuitos cortesía de Francisco del
Villar (Cecilia Pezet en El llanto de la
tortuga, nada perturbante; Alma Muriel en Cuando tejen las arañas); sobre todo, echó a perder Las batallas en el desierto, haciéndola
obvia, aplastando una anécdota y olvidando las otras, ambiguas y terribles; la
sacó de contexto, aprovechó el terremoto de 1985 que nada tenía que ver con la
novela; la simplificó, en resumen.
Lo dicho: lo
suyo era la novela de búsqueda, que dejó de gustarle para quedarse en el
planteamiento plano. Pero pocos podrán alcanzar lo que él logró con Los albañiles, Estudio Q y sobre todo Redil
de ovejas, que cada vez me gusta más.
Esperamos con entusiasmo el
ensamble OFUNAM-la Sonora Santanera (la única, la auténtica, la original, la
internacional: una de ellas, al fin todas se dicen las herederas de la primera,
la de Carlos Colorado, la que grabó con Sonia López uno de los mejores discos hechos
en México, en donde en la contraportada posan como espiando las piernas –delgadísimas—
de Sonia); el video de Los Ángeles Azules con la Orquesta Sinfónica de la
Ciudad de México, en verdad sabroso, hacía concebir la esperanza de que la Santanera
se iba a lucir; pero la Sonora se lució, no así la OFUNAM; los arreglos no
aprovecharon la música tropical, los buenos arreglos a “Perfume de gardenias”,
por ejemplo; me emocionaba escuchar a James Ready, trompetista principal de la
OFUNAM y de Minería, tocando los solos de “La boa”, o de “Bómboro quiñá quiñá”,
o de cualquiera; la Sonora Santanera, aunque la mayoría de las letras de sus canciones
carecen de calidad, sus interpretaciones son magníficas; sus trompetas, sus
percusiones, su piano, son insuperables; pero Ready fue opacado y sólo lo
enfocaban bailando, y como la mayoría de los sinfónicos, lo hacía torpe, sin
ritmo, demasiado pudoroso; y en general, en todo el concierto, se escuchaba a la Santanera, y la orquesta con un acompañamiento
tímido, discreto… Es una lástima, la han reducido a acompañar a una Santanera
que los superó, y antes a un sobreafectadísimo Fernando de la Mora. Debe
recuperar su nivel, como cuando acompañó a Stephanie Chace, la mejor violinista
actual.
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