martes, 21 de julio de 2009

Bonifaz Nuño, el primer Pacheco, y coda ortográfica de Leñero

En el larguísimo ensayo Dinosaurios de papel, sobre el cuento brevísimo en México, Javier Perucho habla de la narrativa breve de José Emilio Pacheco, con entusiasmo (justificado); tanto, que comete algún exceso; por ejemplo, le adjudica a Ramas Nuevas una vida mucha más larga de la que tuvo; da fechas extrañas para la Antología del Modernismo, y en su bibliografía menciona La sangre de Medusa, que la adjudica a la colección Los Presentes; obviamente, después menciona la edición de Era, en donde hay minirrelatos. La primera contiene, dice, 16 páginas.
En la página 116 dice literalmente: “Previamente recordemos que [Arreola] en 1958 publicó el primer libro de narraciones (breves) de Pacheco, La sangre de Medusa, una plaquette que adquiere un valor de uso literario extra, pues ahí se contienen tres importantes narraciones de JEP: el cuento homónimo, ‘La noche del inmortal’, que son los iniciales frutos del taller literario que dirigía Juan José Arreola, y ‘Tríptico del gato’”.
Hay varios errores: La sangre de Medusa sí fue publicada en 1958, por Juan José Arreola, pero en los Cuadernos del Unicornio, no en Los Presentes; dice Pacheco: “El texto más antiguo, 'Tríptico del gato’, es de 1956. Si se prescinde de algunas páginas infantiles, fue mi primer texto público, gracias a la generosidad de Elías Nandino y José Moreno de Tagle, maestro –no simplemente profesor– de tantos escritores mexicanos”. Antes, al comienzo de la “Nota: la historia interminable”, refiere que “'La sangre de Medusa’ y ‘La noche del inmortal’ formaron en 1958 uno de los Cuadernos del Unicornio… Veinte años después Carlos Isla y Ernesto Trejo lo reeditaron en la serie El Pozo y El Péndulo. Ninguno de estos cuadernos alcanzó circulación comercial.” El “Tríptico del gato” apareció en la revista Estaciones.
Con tan extensa bibliografía citada en Dinosaurios de papel, Perucho no necesitaba inventar y alardear de títulos si no inexistentes, sí de manera inexacta, y que además tan fácilmente verificable. La historia de las ediciones de Arreola fue recreada por Óscar Mata en Juan José Arreola Maestro editor (Ediciones sin nombre en coedición con el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en 2003:
“18. José Emilio Pacheco. La sangre de medusa [sic]. México, Librería de Manuel Porrúa, 1958. Sin paginación (6 pp.). Colofón: 2 de noviembre de 1958, 400 ejemplares.
“‘La noche del inmortal'. José Emilio Pacheco presenta la historia de un inmortal de las letras, nacido el mismo día que el gran conquistador Alejandro de Macedonia. Murió decapitado y tan sólo dejó un papiro bajo su túnica, en el cual predice el futuro. Las peripecias que siguen el manuscrito y su desciframiento son eminentemente borgianos. 'La sangre de medusa' presenta dos historias: un Perseo ya anciano, rey invicto que envejece junto a su esposa Medusa, también anciana, y Fermín, oscuro burócrata escondido en las faldas de una mujer estéril y exigente, que se convierte en autoviudo.”

Los Cuadernos del Unicornio alguna vez los vi a la venta, y no todos los títulos, a la salida de La Casa del Lago, todavía en 1966; no ofrecían La sangre de Medusa, pero sí Victorio Ferri cuenta un cuento, de Sergio Pitol. De hecho, no vi La sangre de Medusa sino hasta que mi amigo Carlos Isla y Ernesto Trejo la publicaron en la colección Latitudes, que según el colofón terminó de imprimirse el 30 de junio de 1978, cuando Pacheco cumplía 39 años. Las 6 páginas que dice Mata se convirtieron en 18 páginas foliadas en la edición de El Pozo y El Péndulo (que también publicó, entre otros títulos, Canciones de Vidyapati, de Gabriel Zaid). (Tampoco son las 16 páginas que apunta Perucho, sino 15, más el colofón.)

En una misma semana conseguí La sangre de Medusa (número 18 de los Cuadernos del Unicornio, salido de las prensas de los talleres del maestro tipógrafo Manuel Cañas [Lerma 303], de México 5, D. F. “Se tiraron 400 ejemplares sobre papel Fiesta de 80 kgs. Con tipos Bodoni de 12/12 puntos. Juan José Arreola editor.”), y El manto y la corona, de Rubén Bonifaz Nuño.
Fui lector tardío de este libro; conocía poemas sueltos, y lo leí completo cuando apareció De otro modo lo mismo, en 1979, en el Fondo de Cultura Económica; tuve la edición que hizo Eduardo Langagne para la Delegación Venustiano Carranza, la colección Práctica de Vuelo, en 1983, y la cedí a un lector de poesía, que lo desconocía. Aunque De otro modo lo mismo es extraordinario, y la edición es pulcra, elegante y muy legible, quería tener la primera edición, porque sabía que se trataba de una edición fuera de serie por muchos conceptos, entre otros que debe de leer de manera aislada. Bonifaz es autor de varias obras maestras, y algunas de ellas las tengo en primera edición, como El ala del tigre, y otros no tan difíciles de conseguir, como Albur de amor. En estos títulos, y en otros, como Una pulsera para Lucía Méndez, están algunos de los poemas de amor más intensos de la literatura mexicana. Pero El manto y la corona es excepcional: todas las fases del amor, desde el descubrimiento azorado del enamoramiento, hasta el adiós irremediable y definitivo, con una entrega, una pasión que sólo puede expresarlo un enamorado, con toda la audacia de la que se es capaz, y con palabras que sólo se dicen en secreto, y aquí susurradas pero en voz alta.

Si hacemos caso del colofón, El manto y la corona apareció mes y medio antes que La sangre de Medusa, y sólo se tiraron 500 ejemplares, cien más que el de Pacheco: El Manto y la Corona [así está en la portada] de Rubén Bonifaz Nuño se acabó de imprimir el día 5 de octubre de 1958 en la Imprenta Nuevo Mundo, S. A., Alemania 8 al 14, México 21, D. F., Se tiraron 500 ejemplares, numerados y firmados por el autor, y en su composición se utilizaron tipos Garamond 14:16 puntos. Grabado en marfil de Francisco Moreno Capdevila. El diseño tipográfico es de Francisco Díaz de León.
Mi ejemplar es el número 33, y en efecto, está firmado por Rubén Bonifaz Nuño. Como muchos otros libros de la UNAM, no se reeditó más que en la edición promovida por Langagne.
Saltan a la vista algunos aspectos: la zona postal se convirtió en código postal; México 5 estaba en las colonias Juárez, Condesa y otras cercanas; México 21 estaba en Coyoacán, y México 20 correspondía a la Ciudad Universitaria, inaugurada muy pocos años antes; los dos libros están compuestos con tipografía muy bella que ya casi no se utiliza en estos días, aunque la Garamond sigue en los catálogos de los programas de computación, y la Bodoni en cambio ya no; en ninguno de los títulos aparece un editor al cuidado de la edición; es obvio que Arreola, y posiblemente el mismo Pacheco, hayan visto el muy pulcro trabajo de La sangre de Medusa; de El manto y la corona no se dice; ¿habrá sido el excelente y ya olvidado Jesús Arellano, quien vio muchos títulos de la UNAM? ¿El propio Bonifaz Nuño?
Otros aspectos, que no tienen nada que ver con las ediciones: el mercado de libro de viejo o de ocasión está muy distorsionado; alguna vez me ofrecieron una primera edición de La muerte de Artemio Cruz, y cuando me la mostraron era la primera, pero en Letras Mexicanas, no la auténtica primera, de Colección Popular (ambas del FCE); algunos títulos ya muy buscados los ofrecen, digamos, en 2,500 pesos, pero algunos se dejan pedir 2,500 dólares; hay libreros que conocen las manías de algunos coleccionistas, y abusan de nuestras ansias; hay en cambio otros que son absolutamente honrados y piden lo justo; pero la oferta en Internet ha hecho que se sobrevaloren algunos títulos; con ello cuento de paso que aunque son libros muy ambicionados por coleccionistas, no me costaron tan caros como hubiera sido de ser otro quien los hubiera conseguido, aunque muchos se han asombrado del valor que pueda llegar a tener un libro.

Desde luego, los devoré, casi literalmente, en cuanto los tuve en mis manos; sé de memoria, casi, El manto y la corona; como me sucedió con Piedra de sol, la sensación fue distinta que en lecturas anteriores; los buenos lectores sabrán por qué me gustó más que las otras muchas veces que lo he leído; volví a estremecerme con la dedicatoria más célebre y enigmática de la literatura mexicana (“Aquí debería estar tu nombre”), y sentí distintas las resonancias de cada verso; creí reconocer más referencias en algunos de los poemas, y de nuevo siento que es uno de los escritores que mejor ha sabido aprovechar la cultura popular para transformarla en alta literatura, y que asimiló con mucha visión algunas de las canciones de moda en ese 1958.
También fue diferente la lectura de La sangre de Medusa; no sentí necesario compararla con las otras ediciones de los dos cuentos; son los mismos, pero distintos; no creo inadecuado citar la estrofa de Paul Simon en algunas versiones de “The Boxer”:
“Now the years are rolling by me / They are rocking evenly / I am older than I onced was / Younger than I’ll be / But that’s not unsual / Not it isn’t strange /Alter changes upon changes / We are more o less the same.” Leerlo a los 60 años me produce un efecto extraño, y sobre todo porque conozco muy bien las otras ediciones (no me gustaría decirle versiones); si lo hubiera conseguido aquella mañana de 1966, en que me asomé a la Casa del Lago a oír a Salvador Novo, ¿lo preferiría a las ediciones de 1978 y 1990? No podía leer esos cuentos en 1958, pero en 1968 sí; ¿me perdí de algo?
Lo único que puedo expresar es una enorme satisfacción por haber conseguido ambos libros; los ambicionaba desde hacía mucho. O mejor dicho, los necesitaba.

Una coda: leo con mucho retraso una de las viñetas que escribe Vicente Leñero para la Revista de la Universidad de México, la referente al Tito Monterroso que nos benefició tanto a tantos: como editor; ya Leñero había mostrado, en Vivir del teatro, titubeos ortográficos con la tilde diacrítica en sí o en si; en el artículo sobre Monterroso, se queja de que Tito, al corregirle alguno de sus libros, haya acentuado rió, y cuenta que se quejó con él; es un monosílabo, igual que vio, al que le quitaste el acento, y cuenta que Tito sólo lo vio con compasión y le dijo: rió va con acento; aunque Leñero argumenta que rió es monosílabo, no lo es; la Real Academia Española dice que ésa es una regla vieja, pero nos concede a los que creemos que rió, guión, fié, son disílabos, la gracia de que sigamos acentuándolo; el problema es que, la RAE ha hecho caso de quienes consideran que como son palabras de tres (o cuatro) letras, por ello son monosílabos, y por tanto no tienen por qué acentuarse; en vez de basarse en el número de letras que tiene una sílaba, debían fijarse en la pronunciación; qué le vamos a hacer; desde 1956 había desaparecido el acento en el monosílabo o cuando iba entre cifras, para no confundirlo con un cero (o por 0); pero eso era cuando las máquinas de escribir no tenían los números 1 y 0, pero desde que se les incorporó en las máquinas de escribir, y desde luego en la computadora, no hay manera de confundirlos; pero en su versión de la Ortografía Española, de 1999, vuelve a aconsejar el uso de la o acentuada. ¿Quién les entiende?

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