Una de las mejores y más divertidas cintas de René Cardona
Jr., con Mauricio Garcés como protagonista, es Modisto de señoras; en ella aparece como diseñador de vestimenta
para artistas y mujeres de la alta sociedad, o cuando menos con suficiente
dinero para adquirir prendas que sólo utilizarán una vez, y que además son
presas del conquistador acosador fornicario que tiene acceso a las damas porque
los maridos cornudos lo suponen joto, homosexual, desviado o cuando menos
amanerado, al que supuestamente le gustan más los hombres que las mujeres.
Esa cinta,
filmada a finales de los años sesenta, para ser exacto, en el 69, perdonando la expresión, se trasmite por televisión pese a los equívocos sexuales, a que
las actrices salen en paños muy menores y a que las manosea Garcés con la
complacencia de ellas y de sus maridos (a una la espía bajo la minifalda cuando
sube por unas escaleras [upskirt, se le llama a ese acto, al que el espectador
no tiene acceso]), y sostiene competencia con otros tres modistos ésos sí
invertidos.
El
problema no es la trama; en esa época los homosexuales en el cine eran vistos
de manera cómica, grotesca, se prestaban al choteo, a la burla; no fue sino
hasta finales de la siguiente década cuando dejaron de ser objeto de burla o de
lástima: “lamentable mariqueta”, le dice Emilio García Riera al personaje
interpretado por Joaquín Cordero en una película de gánsteres, sólo porque se muerde
las uñas; “maricón de mejillas rosadas”, le dijo José de la Colina al Mártir del Calvario interpretado por
Enrique Rambal (no sé si recogió el texto, lo dijo en una mesa redonda en la
Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes el 10 de mayo de 1968, en la
que participaron Carlos Monsiváis, quien habló de las maestras; Juan Vicente
Melo, quien habló de su tía poetisa, Raoul Fornier, de quien no recuerdo su
texto, y De la Colina, quien comenzó su intervención afirmando que descubrió su
cursilería al admitir que le había gustado La
novicia rebelde); sólo después de El
vampiro de la Colonia Roma y de las primeras películas de Jaime Humberto
Hermosillo los homosexuales son personajes apreciables, complejos, y cuando no,
los vemos con simpatía como cuando El
Caballo Rojas llora frente al burdel de las
siete Cucas porque su amante se ha revertido ante las seis hermanas
guapísimas ejerciendo la liberación sexual, o cuando Alfonso Zayas en Bellas de noche le dice a Sasha
Montenegro, refiriéndose a Jorge Rivero, “si a ti te rompió el vestido a mí me
rompe la madre”.
Aunque
a estas alturas la cinta resulta políticamente incorrecta, puede verse por la
correcta dirección, el buen guión, las buenas actuaciones, y las frases
plagiadas a los hermanos Marx, y las menciones de Carlos Monsiváis y José Luis
Cuevas. Lo que está mal es el título: ¿por qué Modisto de señoras? ¿No debería de ser “modista”? Lo alegamos mucho
con los correctores de Novedades y
uno de ellos, el Profesor Mendoza, le asestó a Manuel Gutiérrez: ¿acaso decimos
dentisto, futbolisto, beisbolisto? Aunque sea hombre, debe de ser Modista de señoras.
Pasados
los años, sólo esa película debía de admitirse con el barbarismo.
En
efecto, los diccionarios de la época, incluso el de la Real Academia de 1970
sólo aceptaba “modista”; el Corripio, que debería de ser el oficial para el mundo
de la edición, registra “modisto” pero como barbarismo; sólo que el DRAE de
1992 ya acepta “modisto” como “hombre que se dedica a la confección de vestidos
de mujer”. Para los que se dedican al diseño de la ropa de hombre está el
adjetivo “sastre”, pero no sé si las mujeres que diseñan ropa masculina deben ser
llamadas “sastresas”; finalmente, el DRAE llama o llamaba “choferesas” a las
mujeres que conducían autos (de manera profesional). Pero no, le dicen
“sastra”; así de ridículos. Y en ninguna edición reciente del DRAE admiten
beisbolisto, futbolisto o dentisto.
Modisto es una de
las palabras que muestran que la RAE y los redactores del DRAE se ponen
blanditos a la hora de ser estrictos con el lenguaje, y comienzan a ceder ante
las costumbres o las imposiciones, o ante la corrección política. Y una de esas
corrientes sale a relucir en estos tiempos, en que se pretende lograr la
equidad no con el equilibrio en salarios, en la importancia de los puestos de
más responsabilidad en empresas y gobiernos, en que no se menosprecie la
capacidad de las mujeres en todo tipo de actividades.
Desde
hace mucho tiempo se recalcó que ciertos adjetivos resultaban elogios para los
hombres y vituperios para las mujeres: los ejemplos clásicos: un hombre apodado
“zorro” describe a alguien astuto, ingenioso (como el ahora ya no padre de la
Patria Miguel Hidalgo y Costilla), divertido, mientras que una “zorra” es una
mujer de cascos ligeros, por no decir prostituta; un “hombre público” es
alguien de renombre, famoso o cuando menos popular, mientras que una “mujer
pública” describía a una prostituta; un hombre que conquistaba a muchas mujeres
era admirado por su atractivo, su elegancia, su físico agradable, y que
resultaba irresistible para ellas, por macho o malditillo, y una mujer con
muchas conquistas ya no digamos simultáneas, sino que se le supiera que haya
tenido más de cinco novios (aun si fueran formales) era considerada una mujer
fácil de conquistar y de convencer; un hombre con múltiples experiencias
sexuales era visto como algo normal, mientras que a una mujer que no fuera virgen
antes del matrimonio ya se le consideraba devaluada; y hay muchísimos más
ejemplos de lenguaje denigrante para la mujer aunque para el hombre fuera
elogioso.
Hay
otros ejemplos: la RAE tardó mucho en feminizar no profesiones, sino el título
que se le debería dar a una mujer que ejerciera la misma que un hombre; todavía
en 1970 el DRAE no aceptaba “ingeniera”, “jueza”, “doctora” (aunque sí médica);
una ingeniera era la mujer del ingeniero; una abogada era la esposa del
abogado; una jueza era la mujer del juez (una venganza de zarzuela: en el
“Duelo de paraguas” el hombre da su nombre y la pretendida pregunta ¿el
actriz?, y él contesta “el actor”; otro ejemplo: los actores ejercían su
atractivo sobre las mujeres seduciéndolas y abandonándolas; una actriz de
inmediato era juzgada pecadora aunque los prejuicios la inhibían o dejaban su
atractivo para actos ocultos y censurados).
Que ahora haya más presencia femenina en casi todos los
ámbitos profesionales no aminora la agresividad del lenguaje; en el mejor diccionario
actual de sinónimos, los correspondientes a zorro
son, en uno de sus apartados, disimulado, artero, taimado, astuto, camandulero,
pícaro, pérfido, fullero, marrullero, sagaz, mañoso, ladino, hipócrita,
vulpino; los sinónimos de zorra:
prostituta, fulana, ramera, puta, cortesana, tía, pingo, pelandusca, coima,
buscona, calientacamas; para ahondar más, los sinónimos para cortesano son: palaciego, palatino,
noble, aristócrata, hidalgo, caballero, patricio, camarero y menino; los
sinónimos de cortesana: manceba,
prostituta, ramera, mujerzuela, meretriz, hetera, puta, zorra, buscona,
pelandusca, calientacamas, horizontal, tía, ninfa, pupila, bagaza, coima,
entretenida, mantenida, pendanga y pingo. El desequilibrio es notorio.
Ya iba siendo hora de desfacer entuertos y que no se cayera
en discriminaciones; pero antes que la justicia etimológica o lexicográfica,
buscaron una igualdad que no lo es: feminizar oficios, palabras, orígenes; hace
unos días una ambiciosa política, al saludar el día del ejército, envió
felicitaciones a “los soldados y las soldadas”; claro que no podía usar
“soldaderas” porque tiene otro sentido, pero bastaba con decir “soldados”, que
abarca todos los géneros; ya antes, un presidente en ejercicio habló de “los
cetáceos y las cetáceas”; se ha llegado al ridículo de añadir el femenino de
todo sustantivo o adjetivo masculino; en Argentina y en España han pedido que
esa manera de hablar se traslade a las constituciones políticas de esos países,
a lo que se han negado los académicos y legisladores, por el sobrecosto y por
lo inútil de un gesto que en nada añade a la igualdad de género.
(El
único aceptable es el usado por Salvador Novo en un soneto incluido en Sátira, del que tomo los tercetos
finales:
Y como
en el vestíbulo nefando
sonara ronco y múltiple
rugido
ujieres acudieron en
desbando;
Y
hallaron al Ministro divertido,
verónicas y estoques
acordando
con mozos –y con mozas—
del Partido.)
Lo que en los primeros 60 años del siglo XX, para no hablar
de otros siglos que no vivimos, ser macho es ser mexicano, altivo valiente y
bravo a ver quién lo tomaba a mal; ahora el machismo es alguien que se burla de
las mujeres, las sojuzga y les impide el paso a puestos y salarios superiores;
machismo es despreciar a las mujeres sólo por serlo, con el riesgo de que quien
reprende a una mujer por un trabajo mal hecho es sojuzgado, considerado
injusto, gansteril, aunque tenga razón en la reprimenda. Desde entonces
comenzaron a señalar al macho mexicano, a lo que se respondía con argumentos
contundentes: en el reino animal hay tres especies: macho, hembra y
hermafrodita; no soy hembra ni hermafrodita, por lo tanto soy macho; y nací en
México, por lo tanto soy macho mexicano…
Que ya
haya juicios legales o sociales no significa que hayan terminado las
injusticias laborales, sociales, sexuales, sólo que hay un elemento nuevo:
cualquier elogio del hombre puede ser interpretado como insinuación sexual;
decirle guapa o hermosa a una compañera de trabajo conlleva el riesgo de ser
acusado de acosador, de que detrás del elogio haya una intención sexual, y que
cualquier oferta de trabajo está aparejada con un pago en especie. Nada dicen
de las insinuaciones de las mujeres, agravadas si se dirigen al jefe o capataz…
Las palabras llevan una carga indisociable, aunque haya
cambiado a lo largo de los últimos años; si antes se presumía de ser macho,
ahora admitirlo es admitir una culpa aunque no se cometa delito ni agravio; al
contrario, en muchos lados muchas mujeres consideran que deben otorgárseles
cargos aunque no sean más capaces que el jefe; las secretarias ya no guardan
secretos para auxiliar a sus superiores en sus funciones, más bien aspiran a
suplirlo oficial u oficiosamente. Y semánticamente, ser secretario, a menos que
se trate de un cargo político, era y es denigrante, sospechoso de inversión
sexual.
Así, a
finales de los años sesenta, ser modisto, palabra que no existía para la RAE y
menos para el DRAE, era calificado de homosexual, palabra y conducta que ha
dejado de ser denigrante en esta tercera década del siglo XXI. Y ya es admitido
en la RAE y en el DRAE aunque aún no admitan ni una ni otro dentisto,
beisbolisto o futbolisto, ni dentista es ser esposa de un dentisto…
Ni la RAE ni el DRAE califican, sólo definen, pero en 1969 decir “modisto” calificaba a un hombre que ejercía un oficio aparentemente
destinado sólo a mujeres; por lo tanto,
era homosexual, maricón, invertido, joto… 52 años después el chiste pierde
gracia, aunque ni Mauricio Garcés ni los otros modistos de la cinta perdieron
gracia aunque haya que ver la película en un contexto diferente…
En el
Casares, que desde luego no registra “modisto”, ni modista como esposa del
modisto, hay una curiosa errata: en Poesía
se registra poeta, y poetista, que seguramente hará enojar a muchos, menos a
quienes se dedican a pescar erratas o moscas (en el lenguaje de la corrección:
Martí Soler las coleccionaba, igual que Tito Monterroso); desde luego, en el
Corripio no se incluye “poeta” como mujer del poeto.
Hay
curiosidades: se acepta presidenta
como mujer que preside algo, pero en 1972 la segunda acepción era “mujer del
presidente”; asistente, desde entonces y ahora, acepta el femenino, asistenta, pero las definiciones son
poco recomendables: mujer que sirve de criada en una casa donde no reside y
cobra por horas; y sigue siendo la “mujer del asistente”.
La insistencia de la igualdad lexicográfica ha tenido
simpatía entre la gente, pero se puede pensar que no seguirá durante mucho
tiempo; un aprendiz de periodista le sugirió a Mario Vargas Llosa que para
sintetizar una frase, en vez del machista “todos” usara “todes”, y puso cara de
ofendido ante las carcajadas del escritor y tuvo que aguantar la explicación
del masculino que abarca ambos géneros. Pero abundan quienes usan todes, todxs y hasta tod@s,
incluso en editoriales que se suponen serias. Hay excesos aún más excesivos: ya
se habló de las soldadas, pero
algunas hablan de las miembras de la
jurada, y otras que se refieren no a las maestras, sino a la cuerpa de maestras. Su ignorancia no
las ha llevado a resolver un dilema: ¿habrá que hacer nuevas ediciones del Quijote, de Romeo y Julieta (¿o será Julieta
y Romeo?), de Ulises? ¿Cuál será
el resultado? Por lo pronto, será una buena oportunidad para que lean esos
libros por una vez en su vida.
Con
frecuencia se afirma que la RAE ya aceptó lo que llaman “lenguaje inclusivo”,
repudiado por académicos y en especial por Concepción Company, con muy buenos
argumentos, pero insisten con tanto ardor como cuando las poetisas se ofenden
cuando se les refiere con el término poetisas, e insisten en que se les diga
“la poeta”, barbarismo rechazado por Seco, Corripio y desde luego por Casares,
pero el DRAE ya acepta, en sus últimas ediciones, que poeta ya no es un hombre
que escribe poesía, sino una persona que la escribe y que tiene talento para
hacerlo; despuesito sigue poniendo poetisa
pero en un lugar y una definición vergonzantes (ojo: fijarse que para mencionar
dos palabras diferentes y de diferente género en plural se pone primero el
masculino, después el femenino y el plural es masculino; de eso no reniegan).
Desde luego,
ni la RAE ni el DRAE han caído en el error de aceptar “el y la”, “los y las”, “las
y los”, ni mucho menos “todes, todxs o tod@s [impronunciables, dice Company Company de
los dos últimos], pero hay editoriales que invitan a ver “todxs sus libros”…
La principal razón para repudiar el adjetivo-sustantivo poetisa es porque afirman que es
denigrante; para designar a los malos poetas, hombres y mujeres, existe poetastro, bastante elocuente; poetisa (no poetiza) está en todos los diccionarios, incluidos los más
recientes del DRAE: está en todos los Corripio, Casares, Seco; éste afirma que
ya en la época “clásica” se le decía poetas
a las mujeres, pero al lado de otros adjetivos, sustantivos y pronombres denigrantes; y el Diccionario de dudas de Seco, de 1961,
afirma que decirle poeta a una
poetisa es sólo una moda; el Nuevo Seco, de 2011, es más contundente: sólo se
admite cuando se habla, en plural, de poetas,
hombres y mujeres, pero al hablar sólo de ellas es claro: poetisa.
Más
contundente aún: Juan Domingo Argüelles afirma que así como el femenino de sacerdote es sacerdotisa y no “sacerdota”, el femenino de poeta es poetisa;
también lo afirma Martínez de Souza, y sobre todo María Moliner quien en su Diccionario de uso del español no admite
poeta en femenino: es poetisa.
Pero las “poetas” han invadido hasta donde no deberían: la tercera
edición (o segunda, porque la segunda era sólo reimpresión sin cambios de la
primera) de Antología del Modernismo (2020, Ediciones Era),
hacen que José Emilio Pacheco le diga “poeta” a María Enriqueta, cuando en
primera y segunda ediciones le dice poetisa… Es imprescindible que para editar
a alguien, hay que conocer su obra; quien “modernizó” el
adjetivo-sustantivo-pronombre poetisa para María Enriqueta (“con el mismo tono
que sus contemporáneos [Urbina Gutiérrez Nájera, Othón] y que los
Contemporáneos [Novo, Villaurrutia, Pellicer], María Enriqueta dio el tono
femenino a unas generaciones que buscaron una nueva sensibilidad en un México
que se desgarraba persiguiendo un cambio definitivo…”), desconoce que Pacheco escribió:
“Varias amigas me han dicho que ven una injuria machista en el término poetisa
y piden que las llamemos simplemente poetas. Con Luis González de Alba creo,
por el contrario, que es un acto de respeto llamar poetisas a las mujeres que
escriben poemas, así como decimos la doctora y no la doctor, la abogada y no la
abogado, etcétera. (“Poetisas del Japón, Aproximaciones,
Libros del Salmón, 1984, pág. 145).
Hay quienes dictaminan que el lenguaje debe de modernizarse,
¿pero imaginan la tarea enorme e inútil de agregar “los y las” (o “las y los”,
para mayor corrección política) en libros como El amor, las mujeres, la muerte y otros temas, Cien años de Soledad, Madame
Bovary o peor, Guerra y paz?
Y el colmo del lenguaje feminizante: aunque la pandemia se
debe a un virus, un coronavirus, y la enfermedad se llama Covid 19, ahora los
diarios lo llaman “la covid”.