lunes, 29 de agosto de 2011

Alta literatura y bajas pasiones

“La supuesta pasión elevada, desdeñosa de todo lo que no sea ella misma, que los futuros progenitores se profesan mutuamente no es en el fondo más que una locura muy singular, que hace que un hombre enamorado esté dispuesto a entregar todos los bienes de este mundo a cambio de poder acostarse con una mujer dada, la cual, en definitiva, no le dará nada que no hubiera podido darle cualquier otra”, dice Schopenhauer; ¿por qué suponemos que esa mujer dada es de hombros estrechos y caderas anchas, pechos exuberantes (de las que también llamaban la atención del filósofo), cara agraciada y por lo regular de gesto fiero, o pícaro, y de ojos de papel volando? ¿Será que la historia ha sido recurrente en casos como ésos?
¿La historia? La historia ha sido discreta, pero no sus actores.
Doña Guadalupe Monroy, quien estuvo a cargo de la investigación de la vida cotidiana durante la República Restaurada (Historia Moderna de México, tomo 3, Vida Social), dice que pocas ocasiones “ha contado México con un grupo de escritores de la calidad que entonces tuvo”, y hace un recuento breve pero significativo: Sierra, Mateos, Cuéllar, Altamirano, Prieto, Acuña; pudo haber citado varios más, como los asistentes a las tertulias de Rosario de la Peña, entre ellos Acuña y Prieto, pero también Barreda, Ignacio Ramírez, José Martí, Manuel M. Flores, Agustín F. Cuenca. Y andaban en esos años Manuel Payno, Juan de Dios Peza, Vicente Riva Palacio…
Es mucho repetir la historia de Acuña, Laura Méndez, Cuenca, Rosario, Flores: suicidio, enfermedades venéreas, adolescencia apresurada y soledad (Soledad) arrepentida, amores trágicos; no es el “Nocturno” de Acuña la mejor expresión literaria de esos conflictos, esos amores mal correspondidos y bien calabaceados, sino el soneto de El Nigromante, que a la avanzada edad de 55 años se considera viejo para alcanzar la gloria de la intimidad con De la Peña, y se declara derrotado: “hoy de mí mis rivales hacen juego / cobardes, atacando en gavilla / y libre yo mi presa al aire entrego”; los testimonios, subjetivos, dan sólo una idea de cuáles eran las cualidades que llamaba la atención de tanto hombre talentoso, culto, que dejaron obra sólida pese a los tiempos difíciles que les tocó vivir.
La pasión por De la Peña no es el único caso que habla de la debilidad por la carne; el adusto Ignacio Manuel Altamirano, quien había reaccionado, como casi todos, indignado por el can-can que causaba furor en los teatros de la ciudad de México, de pronto recapacitó: “Hace un año que nos desgañitamos algunos amigos y yo gritando contra el can-can. A pesar de las buenas y graves razones que entonces expusimos, el público corría desatado a ver Los dioses del Olimpo, el can-can del circo de Chiarini [el más popular de la época] y después a la Torreblanca y su séquito de sílfides pantorrilludas”.
Si de alguien tan serio y grave como Altamirano viene esa repentina admiración por las piernas femeninas, no son de extrañar entonces las expresiones de admiración de Alfonso Reyes ante la visión de otras hermosas piernas femeninas…
Pero no debo adelantarme: que la pasión se apoderó de los escritores mexicanos, hay muchos ejemplos, de los que mencionaré unos cuantos, circunscritos a la generación del Ateneo, aunque quedan ganas de citar al clérigo fray Manuel de Navarrete, otros versos candentes de Altamirano, del muy ardiente Manuel M. Flores, y, entre los poetas mayores del siglo XIX en que no estuvo ausente el erotismo, la pasión desenfrenada, la posesión, los amores clandestinos (Díaz Mirón, capaz de ternura y de violencia al mismo tiempo, describe: “la vi tendida de espaldas / entre púrpura revuelta… / Estaba toda desnuda / aspirando humo de esencias / en largo tubo escarchado / de diamantes y perlas. / / Sobre la siniestra mano / apoyada la cabeza, / y cual el ojo de un tigre / un ópalo daba en ella / vislumbres de sangre y fuego / al oro de su ancha trenza. / / Tenía un pie sobre el otro / y los dos como azucenas, / y cerca de los tobillos / argollas de finas piedras, / y en el vientre un denso triángulo / de rizada y rubia seda. / / En un brazo se torcía / como cinta de centella / un áspid de filigrana / salpicado de turquesas, / con dos carbunclos por ojos / y un dardo de oro en la lengua. / / Tibias estaban sus carnes, / y sus altos pechos eran / cual blanca leche vertida / dentro de dos copas griegas / convertida en alabastro, / sólida ya pero aún trémula. / / ¡Ah! Hubiera yo dado entonces / todos mis lauros de Atenas / por entrar en esa alcoba / coronado de violetas, / dejando con los eunucos / mis coturnos a la puerta.” Y los amores fugaces, prohibidos, culpables, descritos en “Música de Schubert” y en “Nox”, y la obsesión narrada en los dos sonetos de “La Giganta”; o Manuel José Othón, quien cedió a una pasión tardía, extramarital, se diría hoy; está por narrarse la historia completa, con nombres y fechas; lo importante es la descripción de ese amorío, que se lo achaca a su amigo Alfonso Toro, pero donde cuenta cómo se obsesionó por una mujer de rasgos indígenas, muy hermosa, de cuerpo arrebatador, a la que no pudo resistirse; en ocho sonetos relata ese amorío, que culmina con un encuentro sexual, tras el cual vino el arrepentimiento, las lamentaciones, el temor a ser descubierto, expuesto. Comienza con reclamos [“¡Por qué a mi helada soledad viniste…?”], le sigue la clandestinidad [“Mira el paisaje: inmensidad abajo, inmensidad, inmensidad arriba”] y la sordidez de lo prohibido [“Silencio, lobreguez, pavor tremendos que viene sólo a interrumpir apenas el galope triunfal de los berrendos”], el erotismo [“En la estepa maldita, bajo el peso de sibilante brisa que asesina, yergues tu talla escultural y fina, como un relieve en el confín impreso… y destacada contra el sol muriente, como un airón, flotando inmensamente, tu bruna cabellera de india brava… las lianas de tu cuerpo retorcidas en el torso viril que te subyuga con una gran palpitación de vidas”]; ante los hechos [“Flota en todo el paisaje tal pavura, como si fuera un campo de matanzas…”] viene la desolación [“Y allí estamos nosotros, oprimidos por la angustia de todas las pasiones, bajo el peso de todos los olvidos. En un cielo de plomo el sol ya muerto; y en nuestros desgarrados corazones el desierto, el desierto… y el desierto”]; el deseo persiste [“al verberar tu ardiente cabellera, como una maldición, sobre tu espalda”] pero vienen las justificaciones y el deseo de no volver a pecar [“En tus aras quemé mi último incienso y deshojé mis postrimeras rosas… Quise entrar en tu alma, y ¡qué descenso! ¡qué andar por entre ruinas y entre fosas…” ] Para ella fue una aventura [“…¡Qué resta ya de tanto y tanto deliquio? En ti ni la moral dolencia, ni el dejo impuro, ni el sabor del llanto”] pero para Othón, algo que cargará toda la vida [“qué sombra y qué pavor en la conciencia, y qué horrible disgusto de mí mismo!”]).
Pero como dijo Tito Guízar, eso que dijeron en verso tienen que repetirlo en prosa.
Más jubilosos, los ateneístas muestran un gusto y un placer ante la mujer: Alfonso Reyes, el 10 de octubre de 1924, observa a una gringuita en el barco donde se dirige a Europa: “La girl rubia que lleva las medias enrolladas debajo de las rodillas, y enseña los muslos desnudos al jugar con los discos, al desplantarse, juguetea con los stewards y es un ejemplo de la yanqui vulgar que los europeos tomarían por esposa...”; dos días después vuelve a mencionarla, luego de proclamar satisfecho sus coqueteos con otras turistas: “Me divierto mucho con los libros de puzzles… que traen Mrs. Jackson y algunas otras damitas yanquis. Acuden a mí para todas las palabras eruditas, de lenguaje general, parecidas en todas las lenguas, de raíces grecolatinas… Hoy, por la noche, en el salón, se han ido despidiendo de mí. Entre ellos se va la girl de las piernas, que no contenta con flirtear con los stewards, deja muy enamorado al doctorcillo holandés de a bordo”; el 29 de diciembre de 1931 habla de una cena en la embajada mexicana en Brasil: “La gente se puso alegre. No se querían ir. Madeleine [“Mme. Foujita”] cantaba y bailaba con las piernas al aire que era un primor”.
En los poemas que escribió en Brasil hay algunos que superan en calor a los de Efrén Rebolledo; en algunos hay picardía (“¡Armonía natural / que reina en mi gallinero: cada vez que canta un gallo, pone la gallina un huevo!”; “Yo quiero mirar al mundo por aquel agujerito: como estará más redondo parecerá más bonito”; "¡Ay del que, teniendo dos manos, es manco para el bis tal vez! Que, como dicen los peruanos, Arrugas y canas son ganas; arrastrar los pies y no poder otra vez es vejez”), pero en otros hay impaciencia por una mujer (“Brasil ¿me das a la moza que ha tiempo he dado en querer? Mira que si me la niegas enloquezco, y yo no sé… […] no se diga que me pierdo por culpa de una mujer”; “Ojos de azúcar quemada, no te quiero ver sufrir. Boca diminuta hecha de pellizco y de mohín, no te quiero ver sufrir. Como saltaba tu cuello en un ahogo sin fin, dos tórtolas asustadas se te querían salir. Ojos de azúcar quemada, no te quiero ver sufrir. Manos nerviosas, delgadas, pies que temblaban así, pequeños hombros redondos que me llegan hasta aquí, los taloncitos helados y el vientrecito febril. ¡No te quiero ver sufrir”! ¡No te quiero ver sufrir!” “…Dan las mulatas del Mangue, desnudas a la mitad, de ahuacate y zapotillo la cosecha natural. ¡Y yo, soñando que vero piraguas por el Canal, rebozos y trenzas negras en que va injerto el rosal! Entre luz de dos visiones refleja y libra el cristal; dos madejas enlazadas se tuercen en mi telar…”; “En el más cariñoso lecho me siento morir, cuando en la naturaleza toda mansa como jardín. Muelle, el ala del ángel blanco –¡qué piedad, qué ternura al fin!– primera vez rosa mis hombros como el arco roza el violín… ¡Y yo que viví tantos años, tantos años como perdí, sin dar oídos a la esfinge que susurraba junto a mí! Yo no sabía que la vida se reclina y tiene así en esa gula de la nada que es su diván, es su cojín”; o los poemas "Salambona", "Amor que aguantas…" o "Retrato".
En el tercer tomo de su diario se relata, como se relata en los poemas escritos en Río de Janeiro, una historia de amor clandestino, por el que no quiere abandonar Brasil; se insinúa la culpable, pero no se atina a decir su nombre; ya en México, más compuesto, escribe varias historias que rezuman erotismo al mismo tiempo que gracia; varias están en El licencioso, pero hay otras sueltas, como la cuñada de los Henríquez Ureña, como la mujer del fotógrafo por la que no se condenó Reyes, que hablan de su pasión por las mujeres, y sobre todo por el instinto sexual que despiertan en los hombres.
Muchas historias alrededor de Julio Torri se resumen en “Inicio de cursos”, de Guillermo Sheridan (en Cartas de Copilco y otras postales y en Lugar a dudas): “En la entrada a la facultad, Dante supervisa los tianguis de libros viejos, nuevos y robados. Gómez de la Serna muestra los mofletes; Torri aprovecha su sitio en el suelo para espiarle los calzones a las estudiantes…”; se sabe que su mítica biblioteca albergaba, además de numerosos incunables, primeras ediciones valiosísimas, muchos libros en donde se describía, o se dibujaba, los actos sexuales más audaces y arriesgados; en una carta enviada a Alfonso Reyes confiesa, él tan discreto, la relación con una girl: “Hubo unos cursos de verano que fueron un completo éxito. Vinieron unas norteamericanas encantadoras… Adquirí una amistad preciosa, Miss Brown… alta y grácil como un joven elefante… Me ha dicho que desearía permanecer en México un poco más de tiempo para hacerme metodista. Ya sabe canciones mexicanas, que yo le repaso en el Ford, cuando la restituyo a su hotel por las noches (una amistad perfecta en que la malicia no encuentra pantorrillas que morder). Está llena de datos falsos sobre México y sobre los mexicanos, pero como está predestinada a no entendernos nunca, yo dejo seguir el automóvil y caer la lluvia. Gómez Robelo está enamorado de ella. Cuando no está ninguno de nosotros dos con ella, Ricardo y yo nos abrazamos y suspiramos. Ella nos es vagamente infiel a cada uno con el otro… Yo he adelantado mucho en inglés con ella”. Texto que contrasta con uno de sus escritos magistrales, “Mujeres”, en que resume la frase de Schopenhauer con que comienzo ésta: “Las mujeres asnas son la perdición de los hombres superiores”.
No son los únicos ateneístas poseídos por la pasión carnal. En la siguiente me detendré en varios de ellos, incluso no sospechosos de tales debilidades.

Me estoy convirtiendo en un perfecto hipocondriaco.

Para que Ichiro Suzuki complete once temporadas con porcentaje superior a .300 y más de 200 hits, debe batear .925 en lo que resta de la temporada. Simplemente no es tan perfecto como parecía, y quedará muy lejos de las marcas de más campañas consecutivas arriba de .300;, al parecer, atrás de Cap Anson, Rod Carew, Ed Delahanty, Frank Frisch, Bill Hamilton, Harry Heilman, Roger Hornsby, Willie Keeler, Stan Musial, Ty Cobb, Al Simmons, Honus Wagner, Paul Waner y Ted Williams.

lunes, 22 de agosto de 2011

Placeres prohibidos

I

Era comida dominical, pero no exactamente barata; por lo regular se prefería comprar un pollo rostizado, al que en las panaderías donde los preparaban añadían rebanadas de papas, fritas en el jugo que soltaban los pollos, y añadían chiles serranos harto picosos.
Más bien las tortas eran lo que se llevaba al recreo, porque no era necesario que se comieran calientes; incluso las de frijoles refritos aguantaban las dos horas y media entre el ingreso a clases y el recreo; lo malo es que no había muchas posibilidades de variaciones: frijoles, cajeta, leche condensada, queso supremo; las madres sádicas ponían nata a las tortas de los hijos. Las más sabrosas, las de leche condensada, ni modo, se escurrían y manchaban, pero todo lo compensaba el sabor; lo mismo sucedía con las de cajeta, aunque tantito menos. Para los que comemos lento, la media hora del recreo era insuficiente. Y comerlas a diario hacía aburrida la rutina.
No fue sino hasta mediados de los años sesenta en que las redescubrí, gracias a la tortería que estaba fuera del entonces tranquilo paso de avenida Hidalgo a Balderas, donde ahora se encuentra una casa de la cultura dicen que apropiada pero no por agentes de la cultura, y muy cerca de la estación Hidalgo del Metro: Tortas Robles; no eran las más sanas, pero sí las más populares de los alumnos de las escuelas cercanas: la Vocacional 1, la Prepa 4, la Anexa, la Normal; extraordinariamente baratas, la variedad era poca, y con decir que las de queso de puerco eran las mejores se dice bastante más de lo que se debiera; costaban, en esa época, entre un peso y 1.50; lo mejor eran las fotografías de famosas y no famosas en lo que ahora se llama “upskirt”, o “descuido” en el español de Madrid: Liz Taylor bajando de un avión mientras el viento levantaba su vestido; una copia del negativo original de cuando Marilyn Monroe, en la ciudad de México, hizo patente que lo que mejor usaba en la intimidad era Chanel # 5; Brigitte Bardott al momento de cruzar la pierna; algunas actrices mexicanas traicionadas por los fotógrafos oportunistas; algunas que no sabían que el flash rojo servía para evidenciar las transparencias.
En Ayuntamiento había un establecimiento, York se llamaba, donde preparaban tacos de pollo rostizado, y unas hamburguesas de mole que no anulaban las tortas de pierna adobada que provocaban entusiasmo en la clientela; y ya en los setenta, cerca de Novedades, estaban unas renovadas Tortas Armando, herederas de las que consignaron Artemio de Valle-Arizpe y Salvador Novo cuando estaban en la calle del Espíritu Santo, ahora conocido como Filomeno Mata; en la planta baja se comían las tortas a pie, que es como se debe; en el piso superior, a unas mesas cuadradas y pequeñas, donde algunos réprobos pedían comida corrida que no igualaba (supongo; siempre seguí el consejo de Isaac Arriaga: comer lo más barato posible dentro de la dignidad; eso no incluye las comidas corridas) el sabor y la originalidad de las tortas Armando, cuya especialidad eran las de pierna adobada y las de milanesa, y que seguían, en la medida de lo posible, las recetas originales; a un par de calles estaban, y siguen estando, las tortas La Texcocana, pequeñas pero llenonas, y las más populares eran, en ciertas épocas, las de bacalao; un poco menos, las de queso de puerco (estigmatizadas por Germán Valdés y por Abel Quesada); las mejores eran y son las de carnitas; no menos de dos ni más de tres, y eso empujadas por Mundet roja, que ayudaba al desempance.
No hay muchas que las remplacen; la sucursal La Texcocanita, en las afueras de la Zona Rosa, siempre tiene gente pero no siempre se acaban las de carnitas, aunque no se deba a la competencia cercana; hubo unas que en los noventa hicieron cimbrar las cercanías de Polanco y Anzures: las que estaban fuera de una cantina frente al Deportivo Chapultepec, con una variedad que hacía dudar a los clientes, porque casi todas eran buenas; cerca de Lomas de Sotelo, donde íbamos a reclamar el mal funcionamiento de los teléfonos, había (¿hay?) unos puestos siempre llenos donde tenían gran variedad de tortas, con nombres exóticos; su auge duró unos pocos años.
Las teleras, dicho sea con propiedad, eran los panes adecuados para las tortas; los bolillos eran para acompañar la comida; apenas hace unos meses han reaparecido las teleras en las escasas panaderías y en los supermercados, pero tuvieron la ocurrencia de poner a la venta unas de tamaño muy pequeño, lo que sirvió para que en los merenderos hagan los molletes con las teleras pequeñas, y las cobran más caras.

II
Los descubrí con mi amiga Mónica, allá por 1969, en las afueras de la Zona Rosa, por Nazas o Lerma, cerca de Chapultepec; eran unos tacos de cecina adobada bastante sabrosos; casi todos los días había que hacer una fila más o menos larga porque tenían mucha clientela; no eran caros ni muy llenones, pero sí sabrosos; cuando Mónica se fue a Tijuana dejé de ir a comerlos, y cuando los busqué ya habían desaparecido; también con ella comí otros, aunque menos veces, en Lerma pero cerca de Sena; los recuerdo con agrado, pero no de qué eran; tiendo a creer que también eran de cecina; en las cercanías del Metro Insurgentes, unos tacos al pastor hacían que se abarrotara la gente para tratar de comerlos; también duraron poco, como poco duraron los que estaban afuerita del Metro Allende, donde también los comí con Mónica, y después con Patricia Proal; es injusto que no hayan durado porque eran sabrosos.
Los primeros tacos al pastor los comí, luego de salir de una cantina, con todos los Tlamatinis menos César Jurado Lima, quien no jalaba con nosotros ni a las cantinas ni a los tacos; estaban en 5 de Mayo o en 16 de Septiembre, y nos llevó Alejandro Rosales; estábamos hambrientos y nos acabamos los pocos que quedaban; saliendo de Los Tranvías o del Golfo de México había que ir a los tacos al pastor que estaban en Avenida Hidalgo, entre Libros Escogidos y el Teatro Hidalgo; los fanáticos de Jesús Luis Benítez deben envidiar las veces que fuimos él, Alejandro Aricieaga y yo, a rematar una tarde de discusiones menos literarias que relajientas; Aurelio González iba a la cantina, pero no a los tacos; en cambio, fuimos un par de veces a los tacos que estaban en Tacuba y Gante, donde ahora hay una taquería pomadosa, carísima y desabrida; se comía a pie pese a lo amplio del local.
Hay que ser muy aventurero para arriesgarse con tacos de carnitas; los de El Grano de Oro son, la mayoría de las veces, excelentes; la última conversación literario-beisbolística completa, al lado de Gerardo de la Torre, Juan José Utrilla y Marco Pulido, la tuvimos allí, casi hasta que cerraron; en la sucursal de la Anáhuac han mejorado muchísimo; lo malo es que ya no tienen en la Del Valle el consomé de carnero extraordinario que sólo ofrecían sábados y domingos; no sé dónde conseguían Rosa Emma y Angélica unas carnitas memorables, con las que me agasajaban los domingos, pero creo que sólo las superaban, y eso por el consomé, las de El Tecuilito, hace más o menos 50 años.
Con mi tío Enrique conocí unos tacos al pastor sobre Uruguay, cerca del Banco de Comercio, que era imposible dejar de comerlos.
Con Arturo Valdés desahogábamos las penas con unos tacos de lengua más que aceptables, cerca del cine Soto, y otros, en una cantina en Fortuna y la Calzada de Guadalupe, que fueron insuficientes para paliar el hambre una vez que infringimos las normas de buena conducta no inscritas en ningún código, ni hubo refrescos que mitigaran la sed.
También en Fortuna esquina con Unión íbamos a comer, primero, unos tacos al carbón, con las ganancias del dominó; duraron unos pocos años, y allí se pasó don Rafa, que antes estaba en un local mucho más pequeño, frente al cine Tepeyac, y sus tacos retaban a los de cualquiera otro sitio.
Más tradicionales, los tacos de Beatriz; nunca he podido con los especiales, ni con los semidorados, pero en mis tiempos mejores, eran tres de carnitas y dos de barbacoa, además de un tarro grande de tepache.

III
Allí donde los intelectuales iban a hablar de cine y de literatura, en el Kiko's, yo los veía desde fuera mientras engullía unas hamburguesas deliciosas, en el mismo Kiko's pero en los mostradores de fuera del local; desaparecieron cuando desapareció la Librería del Caballito y se transformó, cuadras más adelante, en la Librería Del Sótano (no la actual El Sótano, tan cursi, tan poco librería); casi se les emparejaban las que estaban en Cuauhtémoc y Chihuahua, en un local pequeño; las hamburguesas tanto en Kiko's como éstas eran pequeñas, pero deliciosas, y muy tradicionales; ambas desaparecieron, como desaparecieron, hace como una década, las Heaven-Cielo en la calle de Oaxaca, de las primeras que se instalaron en México a finales de los cuarenta: cerca, sobre Insurgentes, entre Querétaro y Aguascalientes, un pequeño local ofrecía unas hamburguesas de las de antes de que deformaran nuestro gusto las extranjerizantes; además, ofrecían cerveza de raíz que se encontraba en pocos lugares, como el puesto de esquimos que estaba en la calzada de Guadalupe y a donde iba con Jesús Desachy, Humberto Huerta y Alfonso, después de las clases, a tomarnos un agua de sabores y a hablar de futbol con el dueño del local.
En la tortería frente al Deportivo Chapultepec ofrecían unas hamburguesas muy comestibles, pero bajaron de categoría junto con las tortas.
Y en La Luz, la original, mi padre me compraba unos sándwiches de carne tártara inolvidables; se sabe que las señoras de alcurnia cuando no les era dado entrar a las cantinas, mandaban a su chofer a que les llevara estos sándwiches, que comían en sus autos, calientes aún; y las hamburguesas de esa cantina superaban casi las de cualquiera otra cantina.

IV
Marco Pulido aún recuerda cuando, en El Mortiro, primero me empaqué una fabada, luego una paella, unas costillas y luego un postre.

V
Hace un par de semanas me llevé un chico sustote; la causa: alteración de la realidad, encontrarse con dos enemigos y un traidor, o una combinación de: a) los herederos de tortas Armando; b) un lomo en Coca-Cola; c) un arroz con mole y tacos de barbacoa y de carnitas; d) a falta de apetito, unos tacos de chicharrón, y e) unas hamburguesas en cerveza. La consecuencia es que debe pasar un buen rato antes de que pueda volver a comer algo de eso; por eso las remembranzas.

Ayer domingo hubo cuatro blanqueadas; y frente al cada vez menos evidente dominio de Adrián González, muy buenas temporadas de Alfonso Salas, Jaime García, Giovanni Gallardo, Joakim Soria, esporádicas buenas salidas de Rodrigo López, y el resurgimiento de Alfredo Amézaga, no con el bat, sí con el guante.

Dèjá Lu cree que investigar es leer periódicos viejos; no lo es, pero tendría algún mérito que cuando menos eso hiciera; no, son sus negros los que le roban el placer de leerlos.

Si las mujeres de hombros estrechos y caderas anchas no garantizan mayores placeres, ¿por qué son las más asediadas incluso por hombres inteligentes, mucho más que ellas (ejemplos sobran, pero para qué hablar mal de los amigos)? Schopenhauer no se lo pudo explicar. Queda como tema pendiente qué y cómo lo han sufrido los intelectuales mexicanos.

martes, 9 de agosto de 2011

mira mira mira ciudá a la vista...

Por algo que nunca debió haber pasado, llevamos siete semanas visitando los alrededores de Ciudad Satélite; hacía mucho que no nos acercábamos, y menos desde el texto de José Joaquín Blanco acerca de ese centro comercial, no sé si el primero o segundo de esa magnitud, y en donde uno se perdía y se aburría, excepto en las escaleras eléctricas.
De no ser por eso, no había a qué ir; alguna vez a la dentista, otra vez a buscar un libro de Juan Goytisolo que me aseguraron estaba en la pequeña sucursal de Salvat; una que otra vez hicimos una buena acción, y compramos un aparato de sonido que conservamos. Zona árida y hecha para quienes tienen auto y paciencia, y valor. Nada tiene que ver con aquel anuncio en que, en una taza montada en un platito, que tripulaban dos extraterrestres bastante amigables, que conducía uno de ellos, absorto, y el otro, asombrado, le daba coscorrones al tiempo que pronunciaba “mira mira mira ciudá a la vista ciudá a la vista”; daban paso a fotografías fijas de lotes y creo que dibujos de algo que no existía pero que iba a existir: lotes baratos, escuelas, comercios, y un gran centro comercial. Para llegar, además de en platillos voladores, había que ir en auto por todo Ejército Nacional que entonces parecía más carretera que el estacionamiento móvil que es ahora. Y no es lo que prometían; por ejemplo, para encontrar una farmacia cercana a Circuito Economistas hay que cruzar un puente endeble para cruzar el Periférico (¿Anillo Periférico no es un pleonasmo que sólo sirve para alburear?) y, del otro lado, caminar como seis calles áridas y peligrosas; viaje redondo en auto, 15 minutos, si no se pierde el conductor.
Era a finales de los años cincuenta; la televisión aún no cumplía diez años en México, pero la publicidad era ingeniosa y divertida; se sabe que las agencias de publicidad (que no pagaban bien pero que eran más generosas que las oficinas gubernamentales o las redacciones de periódicos y revistas, y más o menos como las editoriales, con el inconveniente que para que los escritores pudieran trabajar en editoriales deberían dominar la ortografía y la redacción, y no siempre se les daba) empleaban a escritores y pintores para hacerse cargo de anuncios ingeniosos y eficaces.
Entre otros escritores redactores de publicidad estaban Álvaro Mutis, Francisco Cervantes, Raúl Renán, Gabriel García Márquez; muchos ilustradores, pintores, diseñadores, de planta o de free lance, acabalaban el gasto en esas agencias; uno de los escritores que colaboraron en agencias con mucha fortuna fue Salvador Novo, quien hacía cuartetas, octavas o de cualquier otra extensión especialmente para los sorteos extraordinarios de la Lotería Nacional (“qué feo es Mateo; feo, feo, feo”), y colaboró mucho para compañías de aviación, para cervecerías, y algunas otras empresas; no es suyo, sin embargo, uno memorable que le hemos achacado erróneamente, “siga los tres movimientos de Fab…”, creación de uno de los genios del género, don José Hernández, a quien conocí, así haya sido brevemente, por la generosidad de Miguel Capistrán; don José, amigo de los escritores del grupo de Los Contemporáneos, los invitó a todos a colaborar, como free lance, con él poniendo el ingenio no en creaciones literarias, sino en creatividad publicitaria; Capistrán debería de entregar una compilación de lo que hizo cada uno; sólo sé que a invitación de don José, Xavier Villaurrutia hizo un juego de palabras realmente ingenioso y que ha perdurado por más de siete décadas, porque es insuperable: “Mejor mejora Mejoral”.
No es por quejarme de la actualidad, pero da la impresión de que los copy (como se les llama en el argot interno) tienen más interés en hacer chistes que en promover los productos; y lo malo de los chistes es que a la tercera vez ya no son graciosos; o a veces son tan graciosos que nos fijamos en los chistes y no en los productos; no estoy para comparar, lo que quiero es hacer un recuento de algunos “anuncios”, como se les decía en los cincuenta y sesenta, que recuerdo como si apenas hubieran pasado 50 o 60 años.
El más memorable de todos, porque lo recuerdan incluso los que nunca lo vieron, fue el de la Cerveza Don Quijote (la que nadie recuerda), en la que un muñequito (o dibujo animado) conminaba, a medios chiles, a que bajara un amigo, de un edificio alto, a medianoche: “baja, es algo importante”; estaba de moda en 1957 cuando el temblor que tiró al Ángel de la Independencia, y muchos dijeron que el angelito se había caído porque lo conminaron a que bajara porque era algo importante (también, porque le cantaron “rock del angelito, baja ya, baja ya”).
El Sedán o Vochito simplemente era Volkswagen, y cada año sus publicistas se lucían con publicidad moderna, sugestiva, ingeniosa y no pocas veces divertida; tuvieron un desatino a principios de los setenta, cuando lo anunciaron como “el Gran Chico” y los albureros que nada perdonan lo chotearon; después fueron decayendo, y se centraron en lo visual; el más recordado fue el del que se quejaba porque su novia lo había cambiado por el propietario de un VW nuevo, y se conformaba con gritarle a lo lejos “Adiós Malena”.
En los setenta, a causa de lo ceñido de las faldas que revelaban los bordes de las pantarraf, inventaron unas mallas con pantaletas pintadas, en vez de; para conminar a las mujeres para que dejaran de incitar, el locutor proclamaba “Caramba, doña Leonor, cómo se le notan”, con resultados nefastos en reuniones, restaurantes, a las transeúntes a las que comenzaron a decirles “doña Leonor”; mal anuncio, pero memorable y que duró mucho más que el producto que promovía. No igual, pero relacionado, un anuncio gráfico: al lado de una figura femenina en calzones, y un hombre de mirada torva: "un día alguien los va a ver; ese día puede ser hoy", y conminaban a que usaran panties transparentes (así eran los 8 1/2 de Peter Pan).
Más atractivo era el que modelaba Silvia Pinal, en baby doll pequeñísimo; recién levantada de la cama se agachaba, para recoger quién sabe qué del suelo, y mostraba las portentosas piernas que ostentó mucho tiempo; anunciaba Teatrical de Nívea, que la mala pronunciación convirtió en “Nivea” (tenían razón: el nombre era malo, difícil para pronunciar).
El agua de Seltz, que ayudaba a disminuir las molestias gástricas, también propiciaba menos malestares provocados por la cruda, o resaca por nombre correcto pero espantoso (“resacoso” llegaba Bogart a filmar, dice uno de sus biógrafos, o mejor, su traductor); un producto, que no medicamento, era más efectivo si se echaban en un vaso de agua dos de esas tabletas efervescentes (ahora sustituidas por los Melox, de nombre tan alburero); y en una ocasión decidieron los vendedores que en vez de vender dos sobres, mejor un sobre con las dos pastillas en él, y adheridas: “son dos, se toman juntas”; la gente siguió comprando dos sobrecitos en vez de uno, por lo que pronto cesó su venta, la publicidad, pero no la muletilla.
Duró poco el producto, y el comercial televisado, pero la frase publicitaria perduró casi una década: un beisbolista se barría en la tercera base, sin tirar la corona que adornaba su testa; el ampáyer le preguntaba “¿Por qué fuma SM Su Majestad?” “Porque sabe mejor”, respondía; mucho parecido tuvo una posterior: “¿Por qué fumas Marlboro?” “Porque me gusta”, decía el locutor con tono de suficiencia. Nada parecido a la humildad de “Con filtro o sin filtro, pero que sea Raleigh” con que León Michel abría y cerraba el Estudio Raleigh con Pedro Vargas: “Esta noche quiero amarte como nunca, y besarte como nunca te besé”, cantaba Vargas, sin segundas intenciones.
Causó malestar entre los puristas la afirmación de “Nova renova el placer de fumar”, que promovía unos cigarros tan malos que tronaban, pero sin sabor específico; más berrinches hicieron los puristas con “Alturízate con Canadá”, unos zapatos con chicos taconzotes dizque para que los chaparros no pareciéramos tan chaparros. Igual de incorrecta fue una frase no tan impugnada para ropa que, aunque se mojara, no encogía: “Sanforízate con Sanforizado”; “es que no estaba sanforizado”, era la leyenda de un dibujo ¿de Abel Quezada? “en que uno de los personajes traía ropa que le quedaba chica y apretada. De Abel Quezada era el anuncio de Glostora, una brillantina que pegaba y hacía lustroso y grasoso el cabello… Después fue Wildrot, que tuvo el atrevimiento de poner a un modelo en una gasolinera a pedir “póngame aceite por favor” y le ponían un embudo en la cabeza para vaciarle aceite.
Imitaban a los Panchos los que cantaban “Me voy al pueblo a tomarme un Vergel”, un ron que tuvo mucho pegue en los años cincuenta y sesenta; éste era de un poeta elitista y hermético pero con gusto por lo popular; en los ochenta, en vez de ese anuncio ponían a Anthony Queen que afirmaba que era una buena bebida, porque el viejo lo decía; lo curioso es que ese anuncio en México era desmentido por las campañas antialcohólicas en Estados Unidos de las que no hacía caso Ronald Reagan, cuyo embajador en México promovió, antes, otra bebida alcohólica con la prueba del añejo; nada tenía que ver con las bebidas alcohólicas el hombre que traía chicos cuerotes en bikini: El que tiene Castillo lo tiene todo, que lo repetían los forofos de los Tigres cuando entraba a relevar Enrique Castillo. Una variante era “Quiero un castillo: vamos a tomarlo”.
En dibujos animados, unos tomates cantaban “estaban los tomatitos, muy contentitos, cuando llegó el verdugo a hacerlos jugo; no me importa la muerte, dicen a coro, si muero con decoro en los productos Del Fuerte”; en poco tiempo en las calles se cantaba “astaban las tamatatas, may cantantatas… esteben les tematetes, mey quententetes”, igual al juego de Yo te daré, te daré niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que yo sólo sé, café, que Cabrera Infante recobra con todo y juego (ye te deré…) en Tres Tristes Tigres.
O las gallinitas, vestidas de coquetas, bailando “vamos, vámonos con Campbells, para que nos hagan rico consomé la la la la la la la la”, con música del Can Can de Orfeo en los infiernos de Offenbach.
Una línea aérea, KLM, ponía a un ave aleteando cansadísima cuando veía pasar un avión, y sentado en las alas traseras a otra ave, rechoncha, bien peinada, fumando puro y con una copa en la mano; la última de las variantes es que le preguntaba el ave de a pie al ricachón: “Perdone, ¿dónde lo he visto?”. Respondía “Probablemente en televisión”. Otra ave, mucho más grande, menos presuntuosa y amable, respondía con sonrisa bonachona al que le preguntaba algo: “Sí, ¿qué pasa?”. Ese anuncio le dio más popularidad a Víctor Alcocer que cualquiera de sus muchas buenas actuaciones. “Señor Serfín, señor Serfín”, lo reconocían unas aves infantiles.
Y uno de los más populares, que sustituyó el clásico de Chano y Juana en la promoción de una sal de uvas, la Picot, y que llevaba muchos años, fue el de “Burbujita burbujita burbujita, de la sal de uvas Picot”, con el dibujo de una figura que se asemejaba a la Campanita del Peter Pan de Walt Disney.
Y otro célebre fue el de “Hasta que usé una Manchester me sentí a gusto”, del entonces de moda Mauricio Garcés, quien hizo muchos chistes, ninguno mejor que el que hace al comentar, cuando le avisan que llegó el fabricante de sus corbatas: “qué bueno, las que tengo ya me aprietan” (en otra película, donde la hace de modista para propasarse con sus clientas, afirma que sus diseños se los hace Cuevas y sus eslogans Monsiváis). (Los puristas clamaban: Desde que usé una Manchester".)
Desde luego, hay muchos más.

Chico sustote; en el dominó se afirma, cuando el compañero tapa la ruta claramente señalada por quien lleva la mano, que uno juega con dos enemigos y un traidor. Hagan de cuenta; la consecuencia fue una taquicardia que, acompañada de los resultados de cuatro días de comidas pesadas, hizo sonar la alarma; no fue nada, más que el chico sustote para todos.

¿Quién le echó la sal a Adrián González: Slim o Marco Antonio Pulido?; ambos estaban en el Fenway Park cuando lo dominaron los pitchers de los Yanquis.

lunes, 1 de agosto de 2011

Mexicanas escupefuego

En sus ya muchas guías anuales de cine, Leonald Maltin hace una acotación curiosa que los exhibidores no han sabido aprovechar; cuando comenta Drácula, dice que la versión en español, dirigida por George Melford, es casi tan buena como la célebre de Tod Browning (la de Bela Lugosi), hechas al mismo tiempo (para los públicos “hispánicos”, que no tenían tiempo para leer los letreritos, o eran analfabetas), pero con el atractivo de que estaba filmada por la noche, con una atmósfera más adecuada para la trama, y con actrices mucho más sensuales que las gringas: es decir, Lupita Tovar y Carmen Guerrero eran más bellas y vestían más provocadoras que Helen Chanderfl y Frances Dade.
Poco después Guerrero y Tovar desquiciaban en los estudios a los gringos que, puestos a comparar, preferían a las mexicanas, a las que solían asestar el sobrenombre de “escupefuego”, hasta que se le quedó para siempre a Lupe Vélez. (Más recientemente también se lo adjudicaron a Linda Christian, mexicana agringada, y eso que no la hizo su hermana Ariadna Welter. Pero las mexicanas se ligaron a actores célebres y fueron “el amor de su vida” cuando menos unos buenos años.)
(Reginald Horsman, en La raza y el Destino Manifiesto –FCE—, comenta que en los años cuarenta del siglo XIX los expansionistas gringos no veían la hora de invadir México, extinguir a los mexicanos flojos, poco aptos intelectualmente, sumisos y nada dados a la rebeldía; a los sobrevivientes tenerlos por esclavos eficaces y obedientes; pero los observadores repararon en que las mexicanas eran bellas, coquetas, vestían menos tapadas que las cuáqueras, y con ojos de papel volando; “el viajero anglosajón queda no poco sorprendido ante la apariencia de Eva y los escasos ropajes de las mujeres mexicanas… las formas del bello sexo [tienen] una redondez, una plenitud que la severidad de los lazos apretados nunca permite a sus partidarias… son criaturas alegres, sociables, bondadosas casi universalmente, liberales hasta la exageración, fácil y naturalmente graciosas en sus modales… Las damas presentan un sorprendente contraste con sus paisanos en su carácter general aparte de la moral”.)
No pocas mexicanas han causado alboroto en Hollywood, no tanto por su habilidad histriónica sino por las bajas pasiones que despiertan en los espectadores, y en la vida real, ante la belleza fría, inalterable de las estadounidenses. Dolores del Río causó un impacto general, y tuvo el privilegio de bailar con Fred Astaire antes que Ginger Rogers, y se habla de las fiestas en donde los invitados literalmente enloquecían al verla bailar encima de una mesa, despojada de inhibiciones y dicen que de ropa; excepto Volando a Río, y luego ya muy madurita como mamá de Elvis Presley o como india (dirigida por John Ford en una de sus últimas cintas), no hay película que destaque más que por llevarla como protagonista. Bueno, Journey to Fear, donde alterna, es un decir, con Orson Welles, quien tuvo para ella un elogio muy poco repetible en público, pues opinaba que nadie usaba como Del Río la ropa íntima con tanta elegancia. Welles estuvo enamorado de ella, como de otras muchas mujeres bellas, como Rita Hayworth, mexicana, casi, nacida en Chihuahua y que también enloqueció a varias celebridades, sobre todo a Welles, con quien casó, tuvo una hija y se divorció, dejándolo turulato por algún tiempo; a ella le dedica una de las frases cumbres del cine, “Maybe I’ll live so long that I’ll forget her. Maybe I’ll die trying” (La dama de Shangai); en tiempos de la Segunda Guerra Mundial , dicen los memoriosos, su foto era la segunda favorita de los soldados en el frente (y ya sabemos para qué servían esos posters); fue en sus tiempos, y aun ahora, considerada una de las actrices más sensuales, al mismo tiempo que buena actriz; es de las pocas que tuvo el privilegio de bailar tanto con Fred Astaire como con Gene Kelly; fue la primera actriz que se convirtió en princesa, antes que Grace Kelly, y recuerdan que encabeza el reparto en cuando menos cinco de los filmes considerados clásicos de todos los tiempos. Castaña convertida en pelirroja gracias a los tintes para el cabello, consideraba que era una buena persona, pero con la de malas de que le gustaba a los malditillos, niños rebeldes, gandallas de Hollywood; durante mucho tiempo era un orgullo para los mexicanos saberse paisanos de Rita Hayworth, Margarita Cansino, y a quien Ava Gardner rindió homenaje público.
Begoña Palacios sabía bailar, y en los bailes enseñaba pierna cuidando de no exponer las pantarraf; debutó al lado de Pedro Infante en El mil amores sin que se notara lo bella que iba a ser; en la mayoría de sus primeras cintas aparecía como bailarina; en una, totalmente olvidable, le bajó el novio a Angélica María sin mostrar ni arrepentimiento ni nada, y a Enrique Guzmán lo dejó chiflando en la loma; pero al ver los bailes que enmarcaban las canciones que él “interpretaba”, uno entiende por qué pasó lo que pasó; no fue buena actriz; son memorables las escenas donde, interpretando a una sirvienta, camina con la elegancia de las modelos, cosa que no hacían las protagonistas principales; pero enloqueció a Sam Peckinpah, uno de los directores de culto del western de la tercera época; al verla en las cintas, donde no mostraba talento más que bailando, uno se pregunta qué le vio Peckinpah, y luego uno ve ciertas escenas y ve lo que le vio. Fue memorable un comercial que hizo en los años sesenta al promover V8, un jugo de frutas enlatado: “Guau, esto no sabe a jugo de tomate”, con tal cachondería (en el sentido mexicano de la palabra, no en el español, con significado insulso) que fue parodiado, imitado, y por fortuna no lo censuraron, pero seguramente porque los censores tenían jugo de tomate en vez de sangre en las venas. Se entiende que Peckinpah la haya preferido por sobre otras actrices con las que trabajó (Susan George, Stella Stevens, Ali McGraw, Senta Berger, Rita Coolidge).
Poco hay que agregar a lo que escribió Gabriel Ramírez sobre Lupe Vélez en su libro homenaje a si no la primera “escupefuego”, sí la más célebre, con una filmografía en la que nada sobresale, excepto su presencia, que alborotaba a actores y público con sus escenas candentes, llenos de una sexualidad primitiva que encendían el set; Johnny Weissmuller casó con ella, vivieron etapas intensas de amor y desesperación, se separaron, y no pudieron olvidarse mutuamente, por ambos motivos; dice Ramírez que Gary Cooper fue el amor de su vida, pero dicen que él no quiso casar con ella; a su suicidio, o muerte por vómito, estaba embarazada de un actor secundario; su muerte trágica empaña los escándalos que causaba donde se presentaba, desde sus apariciones en teatro rivalizando con Lupe Rivas Cacho y Celia Montalbán, sus peleas con ellas (se dice que Celestino Gorostiza fue de los primeros admiradores ardientes que tuvo Vélez), una escena picaresca con Oliver Hardy, una escena ambigua con Laurel y Hardy en una cinta donde los tres eran invitados, y la conmoción que causaba apenas aparecía en la pantalla; si bien su carrera fue decayendo, es célebre que era una dinamita que necesitaba pocas chispas para estallar.
Katy Jurado perturbó a Pedro Armendáriz en El Bruto, pero también a Gary Cooper en High Noon; si éste termina quedándose con Grace Kelly es a fuerza de voluntad, porque en realidad tenía más tendencia que una carreta jalada por bueyes, a ser jalado por Jurado, sensual, agresiva, mandona, y haciéndole recordar cuando retozaban. Jurado, espléndida como actriz, también había vencido a La Romántica, pero se la cede a Pepe, porque sabe que con ella no va a ser feliz; Jurado fue candidata a un Oscar como mejor actriz de reparto, y mucho me temo que no se lo hayan dado porque hubiera sido un premio a la sensualidad frente a la belleza fría de Kelly, políticamente correcta. Jurado iba y venía de Hollywood, y aunque el tipo de su belleza era ruda, primitiva, imponía su presencia de “india brava”; Ernest Borgnine, su primer marido, la apodaba Bullito, o sea un pequeño toro, y opinaba que era una belleza, pero también una tigresa; filmó al lado de Marlon Brando, John Wayne y otros; alguna vez (estos últimos datos los aportan los de IMdb) Frank Sinatra le hizo proposiciones poco menos que indecorosas y ella lo tranquilizó diciéndole “amigos, sólo amigos”, como Carmen Molina a Pedro Infante en No desearás la mujer de tu hijo.
Salma Hayek fue la segunda mexicana nominada para un Oscar, que merecidamente no se llevó; parece ser digna sucesora de Lupe Vélez, tanto por las pasiones que desata como por la carrera sin muchas películas dignas, ni por ser de estatura elevada (mide 1.57; Vélez medía 1.52; Hayworth, en sus mejores épocas, medía 36-25-36), pero será recordada por una escena de Wild Wild West, donde deja ver su “butt crack” y deja turbados y tartamudos a Kevin Kline y a Will Smith; Lupe Vélez no necesitó mostrar tanto para provocar la misma reacción. Igualmente atractiva resultó Salma para Penélope Cruz, quien le hizo una caricia atrevida en plena calle, fotografiada por muchos fotógrafos al acecho de cualquier travesura de alguna de las dos. Parece que después de eso Salma tomó distancia de Cruz. Es de las actrices favoritas de Tarantino, a saber por qué. Tiene algunos títulos no menospreciables, pero más por la trama (Mariachi, After the Sunset –ésta, por las escenas candentes con Pierce Brosnan).
Carmen Guerrero fue pareja, o compañera, de Charly Chase en varios cortos, y es memorable su aparición como la esposa de El compadre Mendoza.
Lupita Tovar, nuestra segunda Santa, tuvo una carrera discreta pero no menospreciable; para los anales del cine será recordada tanto por su belleza como por ser madre del productor Pancho Kohner, y de Susan Kohner, dirigida por John Huston en Freud, y por la nominación al Oscar por la segunda versión de Imitation of Life. Quienes eran fanáticos de Ruta 66 la habrán visto en cuando menos un capítulo de la serie.

Seguiremos informando (muchos de estos datos los obtuve de Roberto Sosa, quien me apabulla con sus conocimientos de cine, en respuesta de que siempre le gano en conocimientos de beisbol. Otros datos, igual de importantes, son de Marco Pulido. Las fotografías de Lupe Vélez con Oliver Hardy, y con Stan Laurel y Oliver Hardy, en complicidad con Marco Antonio Campos).

Que dice Schopenhauer que los hombres se la pasan buscando mujeres de hombros estrechos y caderas anchas, de facciones finas líneas y cuerpo exuberante, pensando que esos solos atributos le proporcionarán más placer que otras menos agraciadas. Y que eso no es cierto.

¿Ichiro Suzuki dio el viejazo? Hasta la noche del domingo 31 de julio llevaba 118 hits en la campaña, para un cálculo aproximado de 180 imparables para la temporada; de ser así, quedaría con menos de 200 hits por primera vez en su carrera de Ligas Mayores; tiene porcentaje de .267, muy por debajo de su promedio en Grandes Ligas de .327, y su slugging anda por los suelos; 38 años no son muchos, pero no son pocos para un pelotero; es la edad en que comienzan a endurecerse los huesos; lo mismo está pasando con Albert Pujols, supuestamente sucesor de Stan Musial, quien fue excelente bateador hasta los 44 años. Claro, puede que sean malas rachas; en los últimos diez juegos Suzuki ha bateado para .333, pero no ha sido suficiente para alcanzar sus números de siempre.

Ahi la llevamos, mucho mejor que antes; y en el otro aspecto aparte del médico, también ahi la llevamos gracias a Carlos Ramírez. Seguiremos informando